El Cristo de Ricardo y el Cristo de Francisco
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
11 años atrás 3 min lectura
El Cristo de Ricardo Ezzati sólo se ocupa de los genitales femeninos y minusvalora el derecho de las mujeres a disponer de su cuerpo. Cuentan los cronistas que en el Concilio de Trento con la diferencia de dos votos, los príncipes de la Iglesia acordaron que las mujeres tenían también alma – igual que sus congéneres varones -, pero no nos debe extrañar esta decisión, pues San Pablo, uno de los principales apóstoles de la Iglesia, era bastante misógino. Este Cristo de Ricardo prefiere condenar, a compadecer; a amar más a los ricos, que a los pobres – a los segundos, sólo les promete, si se portan bien, el reino de los cielos –.
El Cristo de este cardenal chileno se parece al gran inquisidor de Sevilla, magistralmente relatado en Los hermanos Karamazov, F. Dostoyevski, que condena a Jesucristo por no haber aceptado las tentaciones del demonio, en los cuarenta días de permanencia en el desierto; además, lo acusa de no entender a los hombres que, en su miseria, a lo único que aspiran es al dominio de la conducción del “gran inquisidor”.
Este mismo Cristo es el que prefiere el poder y boato de los cardenales, antes que favorecer una iglesia de los pobres; fue el que encabezó las cruzadas contra los cátaros – cristianos que cultivaban la pureza de espíritu – y animó la brutal cruzada de los niños, como también las guerras de religión – unas de las más cruentasen la historia de la humanidad -.
El Cristo de Ricardo es el que defiende las universidades de gueto pontificio y los colegios de ricos para los potentados, y que confunde la libertad de enseñanza con la libertad de mercado y que, además, protege a los abusadores en casos de pedofilia, sobre todo si pertenecen al clero, amparado en un falso espíritu corporativo; por otra parte, que los colegios llamados católicos discriminen por la situación conyugal de sus progenitores.
El Cristo del Papa Francisco es la antítesis del de Ricardo : rechaza los lujos y fiestocas, antes acostumbrados a los lujos y derroche de dinero; expulsa, como a los mercaderes del Templo, a los señores cardenales involucrados en delitos – como el caso de un cardenal, que se protegió de la extra territorialidad del Vaticano para traficar con millones Euros en Suiza- . Este Cristo evangélico inspiró a Francisco a no usar vestimentas costosas y ridículas – zapatos rojos, pectorales y anillo de oro, reemplazándolos por utensilios más modestos -, a no aprovecharse de las lujosas dependencias privadas del Vaticano para uso exclusivo del Papa de turno y vivir en una residencia más sencillo y con menos servidumbre.
El Cristo de Francisco no condena, sino que comprende y compadece; no quiere continuar con una Iglesia heredera de Constantino, cuyo único fin era la riqueza y el poder, sino una de los pobres, para los pobres; no condena a los homosexuales, al contrario, busca acogerlos; no protege a los pastores de ricachones, ni se alía al fascismo – tal como otros Papas, entre ellos, Pío XII -.
En fin, hay dos maneras de ver a Cristo: la primera, que sigue la línea de la pobreza, pasando por Jesús, San Francisco de Asís y los Fratelli – se separaron de la Orden franciscana para seguir el voto de pobreza, tal como su fundador, y cuya figura más conocida fue Guillermo de Ockham – como también las teologías de Liberación, el Vaticano II, de Juan XXIII; es decir, la iglesia de los pobres; la segunda manera de ver a Cristo dice relación con los conservadores – “la ramera de Babilonia, como la llamaban los cátaros – entre quienes se cuenta a los Papas Urbano II, Alejandro VI, Julio II y, en la actualidad, los curas españoles amigos de Francisco Franco – los Opus Dei y los Legionarios de Cristo y algunas Congragaciones reaccionarias -.
25/05/2014
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Un refugiado es un refugiado
Un niño es un niño y el miedo es el miedo
Destierro es destierro
Y una hipocresía es una hipocresía
No hay signo, no hay bando
No hay ideología ni misterio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
Un daño es un daño, del verbo dañar
Todos los daños son daños centrales
Un niño es un niño
No existen los daños colaterales
No hay meta, no hay causa
Ningún motivo, ningún premio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
El fin es un punto por siempre distante
Una cambiante ficción
Un ciclón a merced de una hoja
Una paradoja como la de Zenón
Donde algo parece que se va acercando
Y siempre se escapa, siempre se esconde
Siempre a la misma exacta distancia
De un mismo horizonte (mismo horizonte)
El dedo que aprieta el gatillo
Debería saber esto
No hay tuyos ni suyos ni míos
Si son niños, son nuestros (todos los niños son nuestros)
Ni patria ni credo hay
Ni diferencias de criterio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
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No hay signo, no hay bando
No hay ideología ni misterio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
Un daño es un daño, del verbo dañar
Todos los daños son daños centrales
Un niño es un niño
No existen los daños colaterales
No hay meta, no hay causa
Ningún motivo, ningún premio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
El fin es un punto por siempre distante
Una cambiante ficción
Un ciclón a merced de una hoja
Una paradoja como la de Zenón
Donde algo parece que se va acercando
Y siempre se escapa, siempre se esconde
Siempre a la misma exacta distancia
De un mismo horizonte (mismo horizonte)
El dedo que aprieta el gatillo
Debería saber esto
No hay tuyos ni suyos ni míos
Si son niños, son nuestros (todos los niños son nuestros)
Ni patria ni credo hay
Ni diferencias de criterio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
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Que justifique cualquier medio
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