Los movimientos sociales en la lucha contra la pobreza
por Frei Betto (ALAI)
18 años atrás 9 min lectura
La organización de la sociedad en movimientos sociales es inherente a su estructura de poder. El teatro tuvo en la Grecia antigua el papel político de dotar a la población de razón crítica a través de una expresión estética, como comprueba, en la obra de Sófocles, Antígona frente a Creonte (la conciencia del individuo basada en la justicia ante la legalidad del poder respaldada en la tradición), tal como sucedió recientemente con el Guernica, de Picasso, espejo de los horrores causados por el fascismo.
Los movimientos sociales adquieren, a través de la historia, distintas expresiones: estética, religiosa, económica, ecológica, etc. A partir del siglo 1º el Imperio Romano vio minadas sus bases por un movimiento social de carácter religioso -el Cristianismo- que se negó a reconocer la divinidad del César y propugnó la radical dignidad de todo ser humano, llamado a la comunión de amor con los semejantes y con Dios, según el mensaje predicado por una víctima del Imperio -Jesús de Nazaret-, en quien los adeptos de la nueva fe reconocían la presencia de Dios en la Tierra.
Los movimientos sociales tienden a revestirse del carácter predominante del poder vigente en una sociedad. Así, durante la Edad Media los umiliati de Milán se constituyeron en una fuerza de presión a favor de la deselitización de la Iglesia, culminando en el franciscanismo, igual que las cofradías y hermandades del Brasil colonial pueden ser consideradas anticipaciones arcaicas de los sindicatos.
Autonomía de los movimientos sociales
Desde la Revolución Francesa la sociedad civil pasó a movilizarse cada vez más frecuentemente en forma de movimientos sociales. Sin embargo es reciente la noción de que la sociedad civil se organiza para presionar al poder público, y no necesariamente para anhelar también “la toma del poder”. Eso posibilitó el carácter multifacético de los movimientos -indígenas, negros, mujeres, migrantes, homosexuales, etc.- y el hecho de que constituyen instancias políticas no siempre partidarias. Esa “laicización” de los movimientos sociales es lo que les permitió alcanzar autonomía en relación a las instancias de poder -político, religioso, económico, etc.- y, al mismo tiempo, surgir como fuerzas alternativas frente al poder institucionalizado. Es el reciente fenómeno del ‘empoderamiento’ de la sociedad civil que, cuanto más fuerte es, más logra cambiar la democracia meramente representativa en democracia efectivamente participativa.
Hambre y pobreza en el Tercer Milenio
El síntoma más grave de nuestro atraso civilizatorio es la existencia de la pobreza como fenómeno colectivo. Según la ONU somos 6.500 millones de habitantes, 2/3 de los cuales viven por debajo de la línea de pobreza, o sea, sobreviven con una renta mensual per capita equivalente, como máximo, a US$ 60, o de US$ 2 al día. Eso significa que no sólo fracasó el modelo de socialismo europeo, sino también el mismo capitalismo, ya que sus riquezas y avances tecnocientíficos sólo benefician a una parcela mínima de la sociedad. ésta puso los pies en la Luna y se aproxima a Marte, pero todavía no logró poner nutrientes suficientes en el estómago de 1.300 millones de personas que sobreviven en situación permanente de inseguridad alimentaria y nutricional.
Datos de la FAO revelan que a cada hora mueren mil seres humanos debido a la desnutrición, de los cuales, anualmente, 5 millones son niños menores de cinco años. Y eso no es debido a la falta de alimentos o al exceso de bocas. La FAO asegura que el planeta produce alimentos suficientes para 11 mil millones de personas, casi el doble de la población actual. La causa principal es la falta de justicia, de compartir los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano.
En el mundo actual hay cuatro causas de muerte precoz: enfermedades (cáncer, vih/sida…), accidentes (de tráfico y de trabajo), violencia (homicidios, suicidios, terrorismo y guerra) y el hambre. Esta última es la que causa más víctimas y, sin embargo, la que provoca menos movilización de la sociedad para tratar de erradicarla.
¿Por qué nos movilizaremos tanto en función del combate contra el vih/sida, los accidentes de tráfico y el terrorismo, y somos indiferentes ante la verdadera arma de destrucción masiva, el hambre? Hasta ahora sólo he encontrado una respuesta, y además es cínica: de los cuatro factores, el hambre es el único que hace distinción de clases. Nunca nos amenaza a nosotros, los bien nutridos. Sólo los miserables mueren de hambre. Y como, en este asunto, hay que darle la razón a David Hume y a Adan Smith, cuando afirman que incluso en las causas altruistas somos movidos por el egoísmo, quedamos indiferentes porque el hambre no nos amenaza. Los miserables, a su vez, carecen del mínimo de condiciones para organizarse en movimientos sociales; apenas les interesa su pan de cada día.
El programa Hambre Cero
El Brasil es históricamente una nación marcada por la pobreza y el hambre, debido a las estructuras de opresión todavía vigentes en el país. En 1946 el sociólogo Josué de Castro publicó su clásico libro “Geografía del hambre”, en el que defiende la tesis de que el hambre no viene por voluntad divina ni por las condiciones climáticas desfavorables para la agricultura. El hambre es causada por la estructura de la sociedad, injusta y desigual. Es pues un problema eminentemente político.
A comienzos de la década de 1990 Lula, actual presidente del Brasil, propuso que la cuestión del hambre fuese llevada a la calle. Dicha tarea fue realizada con éxito por el sociólogo Betinho, líder de la ‘Acción de la Ciudadanía contra el Hambre y la Miseria y por la Vida’. Gracias a su carisma, por primera vez se realizó una masiva movilización nacional, a través de comités de la sociedad civil, en función del combate al hambre. Pero el movimiento no llegó a las causas del problema. Se centró más en sus efectos, aunque tuvo el mérito de politizar el tema.
Elegido presidente el año 2002, Lula estableció el programa Hambre Cero, buscando asegurar a toda la población brasileña alimentos en cantidad y calidad suficiente y erradicar, en la medida de lo posible, las causas de la miseria. El primer objetivo fue relativamente alcanzado en los últimos cuatro años, gracias al principal programa del Hambre Cero -la Bolsa Familiar, que distribuyó una ayuda mínima a cerca de 40 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria y nutricional. Lula propuso en la ONU algo semejante a escala mundial; fue apoyado por Kofi Annan, Zapatero, Chirac y Lagos, entonces presidente de Chile, y acogido por más de cien jefes de Gobierno y de Estado, entre ellos el papa Juan Pablo II. Sin embargo la propuesta no salió del papel.
A pesar de su relativo éxito, a la Bolsa Familiar le falta encontrar su puerta de salida, de modo que pueda garantizar a sus beneficiarios independencia en relación al
poder público, acceso al empleo y condiciones de generar su propia renta. A mi criterio, la puerta de salida sería la reforma agraria, promesa de la campaña del 2002 y que el presidente Lula desea llevar a cabo en su segundo mandato.
No hay que esperar, sin embargo, que el combate al hambre y a la pobreza dependa solamente del poder público. Es papel de los movimientos sociales asumir esta tarea, sin dejar de presionar al Estado. Téngase presente que el gobierno es como el frijol, sólo funciona en la olla a presión. La mayoría de los derechos civiles conquistados no fue resultado del beneplácito del poder público, sino de las luchas de los movimientos sociales, como se comprueba con el fin de la discriminación de los negros en Estados Unidos, del apartheid en Sudáfrica y con la emancipación de las mujeres en muchos países. Los movimientos sociales son los actores protagonistas de la verdadera democracia.
Globalización de la solidaridad
El mundo actual está marcado por profundas desigualdades que impiden la tan deseada paz. Basta señalar que el 80% de la riqueza está en manos del 20% de la población. La paz nunca será fruto de la imposición de las armas y del equilibrio de fuerzas, como pretende el presidente Bush, sino de la promoción de la justicia, como propone el profeta Isaías (32,17). Por eso, les cabe a los movimientos sociales -cuya expresión planetaria es hoy el Foro Social Mundial- ampliar los vínculos capaces de fomentar la globalización de la solidaridad, en contraposición al actual modelo neoliberal de globocolonización. Es necesario que las mujeres de España sepan y quieran movilizarse a favor de los derechos de las mujeres de Guatemala, y que los recolectores de material reciclable de las calles de Nairobi se sientan hermanados a los recogedores de Manila o de São Paulo.
He ahí la más urgente tarea que desafía a los movimientos sociales en este inicio del Tercer Milenio: erradicar el hambre y la pobreza, hasta el punto de volverlas crímenes horrorosos y graves violaciones a los derechos humanos, como ya sucede con la esclavitud y la tortura, aunque se sigan practicando en muchos países.
Es urgente movilizar a toda la sociedad en el combate a las causas de la pobreza, desde las estructurales -como los subsidios agrícolas en los países industrializados, los criterios injustos adoptados por la OMC y la contravención financiera “legalizada” en paraísos fiscales-, hasta las ideológicas, como son las que todavía nos impiden reconocer a todo ser humano dotado de irreductible dignidad o, según la expresión de Jesús, como “templo vivo de Dios”.
Hagamos de la sociedad civil una amplia red de movimientos sociales y transformemos la pobreza, de un problema social, en una cuestión política. Sólo así lograremos perfeccionar nuestro proceso democrático y erradicar la miseria y el hambre.
(Traducción de J.L.Burguet)
– Frei Betto es escritor y asesor de movimientos sociales. En el 2003 y 2004 fue asesor especial del presidente Lula para la movilización social del programa Hambre Cero.
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