Ya no vale el concepto “gobernar es educar” que acuñara, otrora, Pedro Aguirre Cerda, el Presidente más querido de Chile – tal vez porque sólo duró tres años -. El tiempo todo lo borra y se olvida, por ejemplo, el quiebre del Partido Socialista, así como las dificultades que este gran Presidente tuvo con su Partido, el Radical. Tampoco “gobernar es producir”, como lo dijo Juan Antonio Ríos, el más autoritario de los presidentes radicales y, muchos menos “gobernar es transar sin parar”, como lo llevaron a la práctica los jefes de Estado de la Concertación.
No sólo en Chile, también en todo el resto del mundo, gobernar es defraudar. Veamos algunos casos: en España, el Partido Popular prometió superar la crisis, por el contrario, no sólo incumplió la oferta, sino que radicalizó la crisis, sumando la debacle de lo económico a lo político; hoy, el Partido Popular ha bajado el apoyo popular desde la mayoría absoluta, a un tercio. En Francia, François Hollande prometió un cambio radical para salvar la crisis económica a través de la promesa de crecimiento y de aumento de impuestos para los ricos; el 14 de Julio – Día Nacional de Francia – fue pifiado por concurrieron al desfile militar. En Italia, el caos es total: dependen de un estafador, con altos grados de testosterona, condenado por la justicia, pero que sigue investido de poderes políticos que pone en peligro la subsistencia del gobierno. En general, en Europa, la mayoría de los gobiernos cambia de signo político cada vez que se celebran elecciones, lo cual viene a confirmar la hipótesis de que “gobernar es defraudar”.
En Chile, presidentes elegidos con altas mayorías, como el de Carlos Ibáñez del Campo y Eduardo Frei Montalva, terminaron minando las esperanzas de sus electores que habían depositado en estos líderes políticos: con el primero, “la escoba no barrió la corrupción” y, con el segundo, no hubo tal “revolución en libertad”, en que los treinta años de Democracia Cristiana, prometidos por Radomiro Tomic, terminaron en un “sarcasmo” y, para más remate, con su Partido dividido.
Eduardo Frei Ruiz-Tagle ostenta dos récords: ser elegido con la más alta mayoría en nuestra historia, (58%), y terminar su período de gobierno con menos de un 30% – fracaso que sólo ha sido igualado por Sebastián Piñera, con un 60% cuando “rescató de las entrañas de la tierra a los 33 mineros, y hoy, con un tercio de apoyo ciudadano.
Me temo mucho que si, hipotéticamente, logra ganar Michelle Bachelet, la idea de que “gobernar es defraudar”, se multiplique en forma geométrica. Estoy convencido de que la trilogía eje de su programa de gobierno va ir, en la medida en que transcurra el tiempo, convirtiéndose de cambios estructurales, en meras reformas gatopardistas. Esta tendencia ya se ve clara en la reformulación de su comando, con la integración de personas como René Cortázar, Eduardo Bitrán, José de Gregorio, entre otros. Creer que Ignacio Walker, por ejemplo, sea partidario de un Estado docente descentralizado, educación gratuita universal, mucho menos laica y republicana, es ser muy cándido.
Jamás ha ocurrido en la historia que los dueños de Bancos y sus empleados permitan que los regulen y, mucho menos, que eliminen el FUT, que es forma de evadir los impuestos – no quiero repetir cuántos de los funcionarios de Lucksic están en el comando de Bachelet – sólo militantes buenos, izquierdistas e ingenuos aún no captan que la Concertación agrupa a los nuevos ricos, es decir, a aquellas personas que han acumulado dinero en veinte años de gobierno y, la Alianza, a los antiguos, a quienes Augusto Pinochet les cedió las empresas del Estado.
04/08/2013
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