La inédita combinatoria de austeridad y honestidad, no sólo declamada y exigida sino también implementada en la actual gestión de gobierno del Frente Amplio, merece una mirada cuidadosa por parte de las izquierdas, dichas aquí en sentido amplio e inespecífico. Podrá reprochárseme con razón la vaguedad definicional del sujeto aludido. Pero en ausencia de un “izquierdómetro” o cualquier otro instrumento “ideoreferencial” que permita trazar un mapa político e intelectual certero y delimitativo, preferiré asumir esta limitación politológica. Pero más enfáticamente aún, escogeré con ello eludir el autoritarismo de toda práctica aduanera y su patrullaje militante y camarillesco. No faltarán gendarmes de la exclusión que utilicen estas u otras ideas como combustible del sectarismo, ni victimizaciones concomitantes de cartógrafos doctorados en “ismos” de trazo profundo e indeleble. No está en mis manos la ubicación de los satélites que cada GPS dogmático traduzca en posición oficial, según las características de las naves partidarias, sus tripulaciones y la arrogancia jerárquica de sus capitanes.
No obstante, la coyuntura no es necesariamente de desconcierto, sino de compleja y aún indefinida reorientación. Efectivamente la brújula está descompuesta pero no desaparecieron los polos magnéticos, ni menos aún las estrellas. Estamos iniciando una deconstrucción profunda indispensable para futuras reedificaciones. Lejos de estar delineados, los planos de la futura arquitectura institucional superadora del capitalismo están por dibujarse aún, ya se llame socialismo o se escoja en adelante otro significante menos comprometido con el pasado o más despojado de linajes vergonzantes. Entretanto, celebramos los primeros garabatos rejuvenecidos, no exentos de candidez preescolar. La etapa de la mera resistencia ya pasó.
El siglo clareó en América Latina con una heterogénea sucesión de experiencias de transformación política, económica y social, de desiguales y aún inciertos resultados, a cargo de sujetos históricos muy divergentes y heterodoxos. No menores en complejidad a los del crepúsculo del siglo fenecido, aunque de resultados y expectativas inversas. La senectud del XX legó una implosión descompuesta y maloliente de los, así llamados, socialismos reales: un estiércol inaprovechable que ni la incansable alquimia creativa de Fernández Huidobro podría transformar en energía digestiva si no es, hasta el momento, por su simple inversión práctica o negación mecánica.
Uruguay no sólo no es la excepción, sino que es una usina experimental que justifica la atención que vengo intentando subrayar en contratapas sucesivas. Nadie podría reprocharle ausencia de originalidad y audacia. Tal vez sí tibieza y mesura excesiva. Pero uno de los aspectos rupturistas es el de esta relación entre austeridad y honestidad al que ya dediqué páginas domingos pasados y continuaré retomando hoy y en lo inmediatamente sucesivo. Por las consecuencias endógenas indisimulables y las posibilidades delimitativas, al menos respecto a una de las tradiciones más chirles del progresismo como es la socialdemocracia. Lo que vengo sugiriendo, indefinible hasta aquí, pasa a ser en la experiencia oriental, una primera demarcación, aunque existan referencias socialdemócratas importantes en la estructura política gestora de los cambios. Personalmente siempre rechacé la caracterización socialdemócrata de los movimientos progresistas o de izquierda latinoamericanos, quizás a excepción de la concertación chilena. No porque no haya puntos en común sino por sus posibilidades de diferenciación práctica con la reacción conservadora. La socialdemocracia parece ser una expresión política limitadamente europea.
En lo que a la cuestión que venimos discutiendo respecta, la socialdemocracia clásica de posguerra no es ni austera ni honesta en el sentido estructural enfatizado el domingo pasado. Por el contrario, representa la asimilación plena de los valores burgueses y la autonomización de la clase política como burocracia gerencial del statu quo. En torpe respuesta a la falsa completitud del supuesto horizonte revolucionario, construyó un mero realismo continuista prácticamente inerme de todo reformismo, crítica y experimentación alternativa. Si algo le faltaba al descrédito del socialismo luego de la experiencia burocrática es la impotentización socialdemócrata. Sin embargo, no son las alternativas potenciales al capitalismo las que han fracasado (ya que no sólo no han sido experimentadas, sino siquiera pensadas) sino los modelos histórico-sociales. Es indudable que una de las tareas pendientes consiste en la revisión teórica de la sustentación que hizo factible estas experiencias.
Por tal razón, a los ejemplos aludidos en contratapas previas, añadiré hoy la del Fondo Raúl Sendic, ya que interrelaciona ambos aspectos de mi preocupación (austeridad y honestidad) al tiempo que inocula ética de la honradez a la población asistida, a través del valor de la palabra. De este modo, construye contrahegemonía a escala socialmente más amplia que la de la propia experiencia. Uruguay no vive una revolución, ni tampoco está transformando raigalmente el modelo capitalista de acumulación. Pero está introduciendo condiciones para una práctica reformista inédita en materia de gestión en algunos aspectos esperables para una izquierda. El Fondo es una experiencia (no institucionalizada) de la actual gestión que sólo involucra a los legisladores del Movimiento de Participación Popular (MPP) y a aquellos funcionarios que se encuentran ocupando cargos (de confianza) en el poder ejecutivo en sus diversos niveles. Tal vez la ausencia de institucionalidad se deba al carácter acotado de una fracción política, aunque no creo que esto lo explique cabalmente.
Podría pensarse que se trata de una práctica marginal, pero es un emprendimiento crediticio a escala nacional, que sostuvo en cuatro años la nada despreciable cifra de 1.100 proyectos financiados por un valor de dos millones de dólares, obviamente dirigido a los sectores más vulnerables de la población. Se financia todo tipo de emprendimientos productivos, cooperativos y solidarios. Podría pensarse también que se trata sólo de un gesto simbólico de algunas fracciones minoritarias del frente gobernante, pero lo cierto es que esta fracción es hoy la mayoría más significativa del Frente Amplio en proceso de expansión y crecimiento tanto a nivel del poder legislativo cuanto ejecutivo.
Los aspectos institucionales, para nada menores o marginales, que esta experiencia pone en cuestión, intentarán ser retomados en las notas sucesivas. Pero convendrá demarcar los siguientes problemas:
1) La austeridad puesta en juego en la magnitud del salario del legislador o funcionario que involucra dos aspectos políticos programáticos centrales de la gestión de gobierno:
- La desigualdad social, o inversamente, la cuestión de la distribución del ingreso.
- El privilegio burocrático de la función pública o la posibilidad del ejercicio político como oportunidad económica personal.
2) La profesionalización burguesa de la política y sus indiferenciaciones ideológicas.
3) El estímulo a las formas cooperativas o colectivas de propiedad de los medios de producción y la gestión colectiva del trabajo.
El rehén Raúl Sendic, quién vivió años en el fondo de un pozo, dio nombre a una experiencia política que pudo comenzar con el simple propósito de sacar del pozo a los más castigados por la barbarie de la indiferencia, el salvajismo competitivo y el desamparo. Pero hoy comienza a ser un cuestionamiento insipiente del privilegio de la representación, del reconocimiento material y simbólico del liderazgo, del ejercicio vocacional de la política. Algo que viene del fondo de la rebeldía y del anhelo de igualdad y dignidad, como simboliza el nombre del Fondo.
-El autor es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@mail.fsoc.uba.ar
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