Suecia, investigadora judía: “Veo a mi abuelo materno, sobreviviente del Holocausto, en los niños de Gaza”
por Matylda Jonas-Kowalik (Suecia)
10 horas atrás 5 min lectura
30 de julio de 2025
Debate en Dagens Nyheter
“Veo a mi abuelo materno, sobreviviente del Holocausto, en los niños de Gaza”
Publicado 28/07/2025 (texto original: DN Debatt. ”Jag ser min Förintelseöverlevande morfar i barnen i Gaza” – DN.se)
Traducción al castellano:
Mi abuelo materno nació en el gueto de Varsovia en 1940, sobrevivió al Holocausto. Ahora veo su rostro reflejado en los niños de Gaza. Los huesos visibles a través de la piel, los cuerpos envueltos en mortajas demasiado pequeñas. Es imposible ignorar los paralelismos; nuestras historias están entrelazadas, escribe la investigadora sobre el Holocausto Matylda Jonas-Kowalik.
Recientemente, Omer Bartov, destacado historiador especializado en el Holocausto, publicó un ensayo en The New York Times titulado ”I’m a Genocide Scholar. I Know It When I See It.” En él, hizo una declaración clara: basándose en sus décadas de trabajo académico y la creciente cantidad de evidencia —proveniente de organizaciones humanitarias, testigos presenciales, periodistas y grupos de derechos humanos—, las acciones de Israel contra los palestinos, especialmente en Gaza, presentan claras características de genocidio.
Al igual que el profesor Bartov, soy investigadora sobre el Holocausto, si bien me encuentro al comienzo de mi carrera académica. Soy judía y descendiente de sobrevivientes del Holocausto. Al igual que él, me preocupa profundamente el silencio de la comunidad internacional de investigadores sobre el Holocausto ante el sufrimiento masivo en desarrollo y la destrucción generalizada ,causados por las acciones de Israel en Gaza.
Este silencio no es sólo negligencia, sino una forma de complicidad.
Como investigadores, especialmente quienes trabajamos en instituciones públicas, tenemos la misión de educar a otros sobre los temas a los cuales hemos dedicado años, a veces décadas, de estudio. Nuestra función no se limita a archivos y salas de conferencias. Nuestra investigación debe moldear nuestra comprensión del mundo actual. Si no nos pronunciamos cuando las atrocidades contemporáneas nos recuerdan los crímenes a los cuales hemos dedicado nuestras vidas para analizar, ¿cuál es entonces el sentido de nuestro trabajo? ¿Quién se beneficia de nuestro conocimiento?
Todo investigador sobre el Holocausto debe reconocer los ecos del pasado en el presente. Las señales son inquietantemente familiares: el lenguaje deshumanizante empleado por los funcionarios israelíes al describir a los palestinos, el desplazamiento masivo de comunidades enteras, el bombardeo indiscriminado de viviendas, escuelas y hospitales, los ataques deliberados a infraestructuras civiles y, quizás lo más terrible, la hambruna generalizada. La hambruna en Gaza no es un desastre natural, ha sido provocado por el hombre.
Hasta julio de 2025, se estima que más de setenta mil palestinos han muerto en Gaza, y decenas de miles más han resultado heridos o están desaparecidos desde que comenzó la violencia en octubre de 2023. Barrios enteros han sido arrasados. Las agencias de la ONU, Médicos Sin Fronteras y Amnistía Internacional denuncian condiciones humanitarias catastróficas y advierten de una destrucción sistemática sin refugios seguros para los civiles.
En nuestro campo de investigación, a menudo nos preguntamos: «¿Cómo pudo suceder?» Analizamos las burocracias detrás del genocidio, las estructuras de violencia, la propaganda y el papel de los espectadores. Nos preguntamos cómo la gente común, los profesionales, incluso los intelectuales, pudieron permanecer en silencio mientras otros eran exterminados. Para que la investigación sobre el Holocausto tenga significado, debe aplicarse también más allá de los marcos del siglo XX. Nuestra credibilidad, y la memoria misma del Holocausto, dependen de nuestra disposición a confrontar las atrocidades dondequiera que ocurran.
Crecí con las historias de mi abuelo materno. Nació en el gueto de Varsovia en 1940. Escucho su voz cada vez que veo a un abuelo palestino cargando a un niño hambriento. Veo su rostro reflejado en los niños de Gaza: sus huesos visibles a través de la piel, sus cuerpos envueltos en mortajas demasiado pequeñas. No puedo ignorar los paralelismos.
Tanto judíos como palestinos guardan una profunda memoria cultural: presenciaron el asesinato de sus seres queridos, la violencia masiva, el desarraigo y el robo de sus hogares. El establecimiento del Estado de Israel, tras el Holocausto, tuvo como consecuencia el desplazamiento masivo, la pérdida de vidas y la libertad de los palestinos.
Con demasiada frecuencia, se ha invocado el trauma colectivo judío para justificar las acciones del Estado israelí, pero justo este legado debería ser al contrario un fundamento para la resistencia a la opresión. Para muchos de mi generación, como para generaciones anteriores, el «nunca más» era un imperativo moral: la promesa de no permitir que se repitan los abusos históricos – contra nadie. Ha llegado el momento de tomar esa promesa en serio. Nuestra tarea como ciudadanos con conciencia histórica es utilizar el conocimiento de las persecuciones pasadas no para justificar nuevas injusticias, sino para romper los ciclos de violencia y garantizar que la experiencia de ser víctima nunca sea una excusa para convertirse en perpetrador.
Levantar la voz no deshonra la memoria del Holocausto. La honra. Es un acto de solidaridad con todas las víctimas de la violencia masiva y la evidencia de que el «nunca más» aplica a todos. Debemos rechazar la falsa contradicción de que reconocer el sufrimiento palestino disminuye el sufrimiento judío. Nuestras historias no están en conflicto entre sí – están entrelazadas. Debemos dar cabida a ambas, especialmente en tiempos en que una está siendo borrada.
Entiendo que denunciar públicamente los abusos en desarrollo puede ser un riesgo para muchos académicos, puede poner en peligro tanto sus carreras como sus medios de sustento. Simpatizo con todos aquellos que se han visto obligados a guardar silencio, ya sea por su cargo o porque la financiación de sus investigaciones proviene de instituciones con una firme postura proisraelí -lo que en la práctica puede significar que criticar las acciones de Israel un riesgo de que se les retiren los fondos. Pero también creo que estamos en los últimos momentos en que nuestras voces aún pueden marcar la diferencia. La hambruna que presenciamos puede detenerse si la comunidad internacional se une para presionar realmente a Israel a que levante el bloqueo y permita la entrada de la ayuda humanitaria que se encuentra en las fronteras.
Puede que no tenga las décadas de experiencia del profesor Bartov. Pero eso no me exime de mi deber de levantar la voz.
Matylda Jonas-Kowalik, estudiante de doctorado, Centro de Uppsala para Estudios sobre el Holocausto y el Genocidio, Universidad de Uppsala
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