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El «Acuerdo de Ha’avara», el pacto entre los sionista y Hitler, que incomoda a Israel

El «Acuerdo de Ha’avara», el pacto entre los sionista y Hitler, que incomoda a Israel
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Imagen superior: Medalla acuñada por los nazis. Ein Nazi fährt nach Palästina (en castellano: «Un nazi viaja a Palestina») fue una serie de artículos en 12 partes escritos por el periodista alemán y oficial subalterno de las SS Leopold von Mildenstein, en los que documenta su viaje a Palestina bajo mandato británico en 1933 junto con Kurt Tuchler, un sionista berlinés. La serie se publicó en septiembre y octubre de 1934 en el periódico nazi Der Angriff (el diario creado por Joseph Goebbels) bajo el seudónimo «Lim», acrónimo del apellido de Mildenstein escrito al revés en hebreo. Joseph Goebbels también hizo imprimir la obra en el Völkische Beobachter, el periódico del Partido Nazi. La serie fue muy promocionada en la Alemania nazi, incluyendo la distribución de una medalla conmemorativa con una esvástica y una estrella de David a los suscriptores de «Der Angriff».

10 de julio de 2025

«¿Sabías que el Tercer Reich financió parcialmente la migración de judíos alemanes a Palestina en los años 30? Este acuerdo, conocido como el Acuerdo de Ha’avara, es uno de los capítulos más polémicos y menos discutidos de la historia del sionismo y el nazismo.»

1. Antecedentes

Desde muy temprano los sionistas intentaron atraer inmigrantes a Palestina, especialmente a los inmigrantes judíos alemanes adinerados. Hay que decir alto y claro que el sionismo NO representa a toda la comunidad judía, de hecho, colaboró con los nazis para deportar y robar a los judíos de Alemania.

Si aceptamos la historiografía oficial israelí como verdadera la política de Alemania hacia el pueblo judío tras la llegada al poder de Adolf Hitler en 1933, entonces estaremos creyendo que esa política consistió en acelerar la emigración sistemática de todos los judíos del territorio del Reich con el fin de eliminar cualquier influencia judía en la política, la economía y la cultura alemana.

Eso no fue tan así, por diversas razones. La historia de la migración judía alemana a Palestina tiene muchos aspectos desconocidos para el gran público y la gran prensa no habla, no informa sobre ello.

El “Acuerdo de Ha’avara” es un buen ejemplo de lo anterior y ha sido, y sigue siendo, una espina clavada en el relato histórico sionista, ya que plantea evidentes dificultades narrativas. Por esa razón, los medios de comunicación proisraelíes se ven obligados a buscar justificaciones para demostrar que el Tercer Reich no proporcionó fondos para financiar la creación de Israel, cuando en verdad si lo hizo, apoyando decididamente esta iniciativa sionista.

Se ignora, se calla, por supuesto, que la situación política que se creó en Alemania, con la llegada de los nazis al poder, ofreció al mismo tiempo una oportunidad única para ganar a los judíos alemanes para la causa del sionismo, ya que la mayoría de los judíos, integrados plenamente en la sociedad, no estaban interesados en ir a Palestina; todos los esfuerzos hasta 1933 por convencerlos habían fracasado y el movimiento sionista en Alemania no pasaba de ser un pequeño e insignificante grupo.

Pero la persecución de los judíos en Alemania abrió a los sionistas posibilidades sin precedentes, sobre todo para intensificar la inmigración a Palestina [1]. El entonces presidente del Comité Ejecutivo de la Agencia Judía (futuro primer ministro de Israel) David Ben-Gurión, esperaba que la victoria de los nazis convirtiera al sionismo en una «fuerza fructífera»[2]. Los líderes sionistas se alegraron mucho de la persecución de los judíos alemanes, porque esto fomentaba la emigración a Palestina[3]. Según el historiador y periodista israelí Tom Segev, unos meses después de la llegada al poder de Hitler, un alto funcionario sionista viajó a Berlín para negociar con los nacionalsocialistas la emigración de los judíos alemanes y el traslado de sus propiedades a Palestina[4]. El resultado de sus negociaciones fue el «Acuerdo Ha’avara», que se basaba en los intereses complementarios del Gobierno alemán y del movimiento sionista.

2. ¿Qué fue el Acuerdo de Ha’avara (1933)?

El acuerdo firmado el 25 de agosto de 1933.

Este pacto más que permitir forzó la migración de judíos alemanes a Palestina bajo las condiciones acordadas entre el gobierno nazi y el movimiento sionista alemán:

  • Firmado en 1933entre la Federación Sionista de Alemania, el Tercer Reich y autoridades del Mandato Británico en Palestina.
  • Objetivo: Facilitar la emigración de judíos alemanes a Palestina, permitiéndoles transferir parte de sus bienes (eludiendo las restricciones nazis sobre la salida de capitales judíos).
  • Mecanismo:
    • Los judíos que querían emigrar depositaban su dinero en una cuenta bloqueada en Alemania.
    • Con esos fondos, empresas alemanas exportaban bienes (maquinaria, fertilizantes) a Palestina.
    • Los emigrantes recibían el resto equivalente en libras palestinas al llegar.

¿Por qué los nazis apoyaron este acuerdo?

  1. Expulsión de judíos: Coincidía con la política nazi de «limpieza étnica» en Alemania (antes de la «Solución Final»).
  2. Beneficio económico: Alemania logró asi debilitar al máximo el boicot comercial internacional liderado por judíos (como el Boicot Judío de 1933) y obtuvo mercados en Oriente Medio.
  3. Divide y vencerás: Los nazis veían al sionismo como un «aliado temporal» para fragmentar a los judíos (entre sionistas y antisionistas. Hay que señalar que los judíos antisionistas eran opositores a la dictadura nazi).

¿Por qué lo apoyaron los sionistas?

  • Pragmatismo: Líderes sionistas como Chaim Arlosoroff(asesinado en 1933) y David Ben-Gurion priorizaban la construcción de un Estado judío, incluso negociando con regímenes antisemitas si era necesario.
  • Salvar vidas: Aunque criticado, el acuerdo permitió que 60,000 judíos alemanesemigraran a Palestina entre 1933 y 1939.
  • Desarrollo económico: Los bienes alemanes ayudaron a industrializar la comunidad judía en Palestina (Yishuv).

Controversias y críticas

  1. ¿Colaboración con los nazis?
    • Críticos (como el historiador Edwin Black) señalan que el acuerdo normalizó la economía naziy debilitó el boicot judío.
    • Grupos judíos antisionistas (como la Bund) acusaron a los sionistas de «negociar con el diablo».
  2. Impacto en Palestina:
    • La llegada masiva de judíos alemanes (con capital y recursos) aceleró el desplazamiento de palestinos, alimentando tensiones (como la Revuelta Árabe de 1936-1939).
  3. Moralidad histórica:
    • Algunos argumentan que el sionismo usó el Holocaustocomo justificación para Israel, ocultando que hubo negociaciones tempranas con los nazis.

Fuentes para profundizar

Comentario:

El Ha’avara muestra que el sionismo y el nazismo, aunque enemigos ideológicos, tuvieron intereses coincidentes en la migración judía a Palestina. Para los palestinos, este pacto fue un eslabón más en su desplazamiento histórico.

A continuación entregamos a ustedes el capítulo 5 del libro «Los secretos de Hitler», del autor arentino

3. Sionismo y nazismo, ideologías enfrentadas pero con intereses coincidentes

«La Gestapo hizo de todo en aquellos días para promover la emigración, particularmente a Palestina. Recibimos a menudo su ayuda cuando requeríamos algo de otras autoridades con respecto a la preparación para la emigración.»
Doctor HANS FRIEDENTHAL, presidente de la Federación Sionista de Alemania

El sionismo

A fines del siglo XIX, el sionismo fue impulsado por el periodista austrohúngaro Theodor Herzl, quien encabezó un movimiento político internacional cuyo objetivo principal era fundar una patria judía en Eretz Israel (“Tierra de Israel”), una antigua aspiración de los dirigentes hebreos.

Los judíos habían sido expulsados de esa región por los romanos en el siglo II d.C., después de una fracasada rebelión encabezada por el general Simón Bar Kojba. En ese intento de sedición contra las autoridades romanas murieron cerca de quinientos ochenta mil judíos, fueron arrasadas cincuenta ciudades fortificadas y alrededor de novecientas ochenta y cinco aldeas. Los sobrevivientes fueron esclavizados o partieron al exilio, y la religión hebrea fue prohibida. Desde aquellos tiempos, y durante centurias, el regreso a la Tierra Prometida fue un anhelo del pueblo judío, una meta — signada con ribetes de nostalgia religiosa— que tardaría siglos en lograrse.

Durante ese largo lapso, en el pueblo hebreo de la diáspora hubo dos tendencias: la sionista, cuya obsesión fue que los judíos volvieran a vivir en los territorios de sus ancestros, y otra denominada asimilacionista o integrista. Esta última diferenció el derecho a profesar la religión judaica del derecho a poseer la nacionalidad, en cualquier país donde hubieran nacido, de las nuevas generaciones. Entendió que, por ejemplo, los judíos nacidos en Alemania eran alemanes que profesaban una fe común, así como otros alemanes podían considerarse católicos o protestantes. Para los integristas, los germano-judíos eran considerados ciudadanos alemanes, la mayoría de los cuales no tenía interés en emigrar a Palestina, tal como lo demostraría la fría estadística.

Por su parte, el sionismo sostenía que los judíos eran un grupo nacional y no sólo religioso y que, por lo tanto, tenían derecho a crear un Estado propio en el territorio histórico que habían habitado sus antepasados. Por lo tanto, los judíos de cualquier parte del planeta tenían la obligación moral de migrar al territorio elegido o, al menos, ayudar con todas sus fuerzas a financiar el proyecto de fundar la nación hebrea. Ese esfuerzo debía ser superior a cualquier otro, aunque fuera en detrimento del país donde estaban viviendo. Esta división entre judíos sionistas e integristas crearía un enfrentamiento ideológico que se mantendría hasta nuestros días.

Herzl enfatizó la necesidad de que los judíos fueran reconocidos como una nación y, en 1896, publicó un texto que generó gran repercusión, El Estado judío (Der Judenstaat), en el cual fundamentaba esa pretensión recogiendo los reclamos históricos de los hombres de su pueblo. La formulación clásica de esta idea tenía dos antecedentes doctrinales: los libros Roma y Jerusalén de Moses Hess (1860) y Autoemancipación, del médico judío ruso Leo Pinsker (1882). Cuando el escrito de Herzl fue difundido, Palestina tenía medio millón de habitantes, de los cuales sólo cuarenta y siete mil eran judíos.

En su impreso, Herzl reconoció que “la idea que se ha desarrollado en este panfleto es muy vieja: se trata de la restauración del Estado judío”. En ese sentido, sostuvo que el objetivo propuesto “es una cuestión nacional. Para resolverla debemos, sobre todo, hacerla un problema político internacional… Independientemente de su ciudadanía, los judíos no constituyen meramente una comunidad religiosa, sino una nacionalidad, un pueblo, ein Volk”. Según las palabras de Herzl, el sionismo ofrecía al mundo la “solución final de la cuestión judía”.[5] El fundador del movimiento sionista también manifestó que “el antisemitismo no es una aberración, sino una natural y completamente entendible respuesta del no judío a la conducta y actitud extranjera judía”.[6]

En su obra, Herzl analizó las ventajas comparativas entre la Argentina y Palestina, de cara al establecimiento de una patria judía en algún lugar del mundo. Esta meta, la de habitar un territorio propio, luego sería ratificada por los congresos sionistas del siglo XX, los que incluso especularon con los sitios donde se podría instalar ese nuevo Estado (en diversos encuentros se mencionaron indistintamente territorios de Palestina, Venezuela, Madagascar, Argentina, etcétera).

¿Cuál es el origen del sionismo y su relación con los judíos jázaros?

Aliyá

Las migraciones de judíos procedentes de Europa y de Rusia buscaron radicarse principalmente en los Estados Unidos, atraídos por las posibilidades de progreso económico que ofrecía esa nación. A los Estados Unidos arribaron unos ciento cincuenta mil judíos durante la segunda mitad del siglo XIX, en su mayoría procedentes de Alemania y Polonia. Luego, hasta 1914, llegarían dos millones, en su mayoría oriundos de Rusia, donde los pogromos eran una constante. Éstos consistían en un conjunto de acciones violentas perpetradas por la población, estimuladas por las autoridades zaristas, que significó actos de pillaje, destrucción de bienes y matanzas, dirigidos principalmente contra los judíos o sectores opositores al régimen.

En forma incipiente, la inmigración judía a Eretz Israel había comenzado en 1882, y esa oleada, denominada “Primera Aliyá”, significó el traslado de unos treinta y cinco mil judíos en veinte años. La mayoría de estos inmigrantes llegó procedente de Rusia, donde —tal como se dijo— se ejercía un violento antisemitismo. Al establecerse en la Tierra Prometida, los colonos crearon asentamientos agrícolas merced a la ayuda de filántropos judíos como, por ejemplo, el barón Edmond de Rothschild o sir Moses Montefiori, que habían comprado tierras en esa zona y que financiaron la construcción de barrios e infraestructura básica.

En 1897, en Basilea (Suiza), se celebró el Primer Congreso Sionista, presidido por Herzl, que estableció la meta de “crear para el pueblo judío un hogar en Palestina, amparado por la ley”. También se estableció la Organización Mundial Sionista.

Ante la ola de pogromos que tenían lugar en la Rusia zarista, se implementaron otras alternativas para emigrar, como la Argentina — donde se crearon varios asentamientos de inmigrantes judíos europeos— y Kenia, en ese entonces una colonia británica en África, territorio que fuera ofrecido por el gobierno de Londres a los sionistas.

Debe decirse que el antisemitismo se vio incrementado a partir de un panfleto, “Los protocolos de los sabios de Sión”, que apareció en San Petersburgo en 1903. En ese texto se aseguraba que en el congreso de Basilea, en secreto, los sionistas acordaron que se emplearían presiones económicas y morales para lograr el dominio del mundo, que se formalizaría con la instauración de un monarca judío universal.

Es posible que dicho libelo haya sido escrito por la policía zarista, precisamente, para sostener ideológicamente la continuación de los pogromos. La realización del Primer Congreso Sionista, el poderío alcanzado por los banqueros judíos y la revolución rusa, que acabó con el régimen antisemita del zar Nicolás, fueron argumentos utilizados por los grupos antijudíos para alimentar la versión, cada vez más difundida, que aseguraba que los sionistas buscaban dominar todo el planeta.

La “Segunda Aliyá” empezó en 1904, y luego otras oleadas de migración judía se produjeron en el período de entreguerras, esto es entre 1918 y 1939.

La Tierra Prometida

A la hora de decidir dónde establecer la patria judía, la dirigencia sionista se pronunció por una región en Palestina que estaba en manos del Imperio Turco, con límites que formalmente no estaban definidos. En 1917, el gobierno británico apoyó la creación de un Hogar Nacional Judío en Palestina, mediante la Declaración de Balfour.[7]

La cuestión era muy compleja, ya que durante la Primera Guerra Mundial los británicos habían prometido al gobierno árabe hachemí de Hiyaz la independencia de un país árabe unido, que incluiría a Siria, a cambio del apoyo a los ingleses en su enfrentamiento con el Imperio Otomano. Por otra parte, Gran Bretaña había negociado el reparto de Oriente Medio con Francia mediante un acuerdo secreto con esa nación (tratado “Sykes-Picot”).

La Declaración de Balfour decía que “el gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos la creación de un hogar para el pueblo judío” y que el gobierno británico haría “lo posible para facilitar este objetivo”; además, se dejaba en claro que no se realizarían acciones que “pudieran afectar los derechos civiles o religiosos de las comunidades no judías en Palestina, o los derechos y niveles políticos del Pueblo Judío en otros países”.

Se debe decir que la región propuesta estaba bajo la regencia del denominado Mandato Británico de Palestina, una administración territorial encomendada por la Sociedad de las Naciones al Reino Unido luego de la Primera Guerra Mundial. En realidad, Gran Bretaña administraba de facto esa área desde 1917, y el Mandato entró en vigencia luego, en 1922, por decisión de la Sociedad de las Naciones. Esta última hizo suya la Declaración de Balfour, pactándose que Gran Bretaña (el mandatario) debía “garantizar el establecimiento del Hogar Nacional Judío, así como el desarrollo de instituciones autónomas, y también la salvaguarda de los derechos civiles y religiosos de todos los habitantes de Palestina, independientemente de su raza y religión” ( League of Nations Palestine Mandate, 24 de julio de 1922).

A partir de la Declaración de Balfour, comenzó una nueva ola de inmigración judía de colonos que llegaban y se instalaban en el Mandato Británico, ante la protesta creciente de los habitantes palestinos.

En septiembre de 1922, el gobierno británico presentó un memorando a la Sociedad de las Naciones en el cual se indicaba que Transjordania quedaría excluida de todas las disposiciones relativas a los asentamientos judíos. Esto se debía a la rígida oposición árabe, grupo ampliamente mayoritario en la región, a la inmigración judía.

Además, a partir de ese momento, Gran Bretaña comenzó a restringir la entrada de hebreos en Palestina. Ese mismo año, y en un clima de gran fricción en la región, Londres, para desalentar iniciativas políticas de los líderes sionistas, debió advertir que quedaba prohibida la implementación de cualquier medida que pudiera significar la subordinación de la población árabe de Palestina a favor de los judíos. Según un censo efectuado el 23 de octubre de 1922 sobre un total de 649.048 personas, Palestina era habitada por 486.177 musulmanes (75%), 83.790 judíos (13%), 71.464 cristianos (11%) y 7.617 de otras religiones (1%).

Los nazis

A fines del siglo XIX, el sionismo había tenido un vigoroso impulso, especialmente, por la aparición de los nacionalismos europeos que propugnaron la idea Pueblo-Estado-Nación. Esta nueva concepción terminaría enfrentando con éxito a las monarquías y, revoluciones mediante, la caída y desintegración de los grandes imperios dio paso a la aparición de los Estados nacionales. Pero, mientras se afianzaban las ideologías nacionalistas — los sionistas eran exacerbadamente nacionalistas, pero con una patria por crear—, en varios gobiernos el sentimiento antisemita crecía en forma alarmante, considerándose a los judíos un pueblo apátrida, ajenos a la naciones en las que vivían y potenciales enemigos de éstas.

La máxima expresión política, en ese sentido, la encarnaba el partido nazi alemán y su líder Adolf Hitler, quien, ya en 1924, manifestó su odio contra los judíos en su libro autobiográfico Mi lucha. Para Hitler los judíos eran la principal causa de la bancarrota en la que había caído Alemania, los acusaba de manejar las finanzas, utilizando la usura como principal herramienta contra los alemanes. Hitler aseguró:

La finanza judía quiere no sólo la total destrucción económica de Alemania, sino también su completa esclavitud política. La internacionalización de la economía alemana, esto es, la explotación del trabajo alemán por parte de los financieros judíos internacionales, solamente será practicable en un Estado políticamente bolchevizado. Pero la tropa de asalto marxista y del capitalismo internacional judaico sólo podrá quebrar definitivamente la espina dorsal del Estado alemán mediante la asistencia de fuera. Para eso, los ejércitos de Francia deben ocupar Alemania hasta que el Reich, corroído en el interior, sea dominado por las fuerzas bolcheviques al servicio del capitalismo judío internacional.[8]

El líder nazi también dijo:

El judío se ha constituido ahora en el más grande instigador de la devastación alemana. Todo lo que por doquier leemos en el mundo, en contra de Alemania, procede de inspiración judía, del mismo modo que antes y durante la guerra fue la prensa judía de la Bolsa y el marxismo la que fomentó sistemáticamente el odio contra nosotros, hasta lograr que Estado tras Estado abandonasen la neutralidad y, sacrificando el interés verdadero de sus pueblos, se pusieran al servicio de la coalición bélica mundial fraguada contra Alemania. Saltan a la vista las pruebas del proceder judío. La bolchevización de Alemania, esto es, el exterminio de la clase pensante nacional-racista, logrando con ello la posibilidad de someter al yugo internacional de la finanza judía las fuentes de producción alemana, no es más que el preludio de la realización de la política judía de la conquista mundial.[9]

A comienzos de los años treinta, el partido nazi se acercaba al poder, día a día ganaba adeptos y Hitler crecía en popularidad. El líder nazi ya había explicitado sus ideas con respecto a las metas de un futuro Estado nacionalsocialista y al deseo de resolver cuanto antes el “problema judío”.

Según su criterio, debido al origen asiático — ésta era la explicación que daba al referirse a los hebreos—, tenía que considerarse a los judíos una raza diferente de la aria. Los nazis sostenían que los arios eran, sin lugar a duda, los legítimos herederos de Alemania, mientras que a la vez se incentivaban actos de discriminación contra los judíos, que llegarían a extremos brutales.

Por su parte, los jefes sionistas seguían con la idea del nacionalismo judaico, que buscaba imponer que los hebreos pertenecían a una nacionalidad diferente y que, por esta razón, necesitaban territorios para fundar su nación. Para los líderes sionistas, los judíos debían — esto es con carácter imperativo, so pena de ser considerados “traidores” a la causa— trasladarse a Palestina, tierra de sus ancestros donde debería forjarse la patria soñada.

Tampoco era coherente, según el razonamiento coincidente de nazis y líderes sionistas, que los judíos que vivían en Alemania exigieran igualdad de derechos con los germanos, ya que, si pretendían poblar una nueva nación, obviamente debían considerarse extranjeros en ese país que habían habitado hasta el momento. Por esta razón, el mal trato que comenzaron a recibir los judíos en la Alemania nazi, aunque suene siniestro decirlo, en algún modo era funcional a los intereses sionistas, que bregaban por abandonar el Estado germano para ir a poblar una nueva nación en el desierto.

Memorándum

Hitler asumió como canciller en enero de 1933, mediante un acuerdo político con el presidente Paul von Hindenburg; los nazis para ese entonces eran la fuerza legislativa mayoritaria en el Congreso. Durante esa época, la organización judía más grande de Alemania, la Federación Sionista, ofreció su apoyo a los nazis para resolver “la cuestión judía”. Un objetivo que se oponía a los deseos de los judíos que se consideraban integrados, y querían seguir siendo, ciudadanos alemanes.

El 21 de marzo de 1933, la unidad local de las SA estableció el primer campo de concentración de Prusia en una fábrica abandonada en el centro de Oranienburg. En los meses posteriores a la toma del poder por los nacionalsocialistas, el campo de concentración de Oranienburg desempeñó un papel clave en la persecución de la oposición, especialmente de los comunistas de la capital del Reich, Berlín.
Nota de la Redacción de piensaChile

En un memorándum sionista se estableció como primera meta el reconocimiento de la “nacionalidad” de los hebreos. Esto implicaba que el Estado alemán debería proclamar oficialmente que la comunidad judía era una “etnia nacional”, aunque aún no tuviera un terruño propio, algo que ningún país hasta ese momento había hecho.

El memorándum indicaba:

[…] el sionismo cree que el renacimiento de la vida nacional de un pueblo, lo cual está ocurriendo ahora en Alemania a través del énfasis en su carácter cristiano y nacional, también debiera suceder en el grupo nacional judío. Para las personas judías, también, el origen nacional, la religión, el destino común y un sentido de ser únicos, deben ser de decisiva importancia en la configuración de su existencia. Esto significa que el individualismo egoísta de la era liberal debe superarse y debe reemplazarse con un sentido de comunidad y de responsabilidad colectiva…[10]

De este modo, los líderes sionistas establecían y explicitaban varios criterios comunes con el nazismo, no sólo con respecto a que los judíos debían habitar en su propio territorio, sino que también, como Hitler, aclaraban que aspiraban a un nuevo modelo social y económico contrario al liberalismo de la época. Para el líder nazi, esto se materializaba con el nacionalsocialismo, y para los sionistas la meta era fundar una nación socialista en Palestina.

El informe de la Federación Sionista continúa señalando:

Creemos que precisamente es la nueva Alemania que puede, a través de una determinación audaz en el manejo de la cuestión judía, dar un paso decisivo hacia la superación del problema, el cual, en verdad, tendrá que ser tratado con la mayoría de los pueblos europeos… Nuestro reconocimiento de la nacionalidad judía mantiene una relación clara y sincera con el pueblo alemán y su realidad nacional y racial. Precisamente porque no deseamos falsificar estos principios, porque nosotros también estamos contra el matrimonio mixto y estamos por mantener la pureza del grupo judío y rechazamos cualquier trasgresión en el dominio cultural, nosotros — habiendo sido educados en el idioma y la cultura alemana— podemos mostrar un interés en los trabajos y valores de la cultura alemana con admiración y simpatía interna…

Posiblemente, el documento fue redactado con estos términos amistosos a modo de suavizar el antisemitismo nazi, estimulado por las autoridades, que llevó la situación a extremos inconcebibles. Mientras Hitler se afianzaba en el poder, la comunidad judía comenzó a sufrir los embates del nazismo en las calles, donde la política racista se acentuaba. Por esa razón se había propiciado un boicot internacional contra los nazis, con apoyo de distintos grupos judíos de diversos países. Pero en el memorándum citado se consideró que “la propaganda del Boicot — tal como se está llevando a cabo, actualmente, de muchas maneras contra Alemania— es en esencia no sionista, porque el sionismo no quiere dar batalla sino convencer y construir”.

El informe también indicaba:

[…] por sus prácticos objetivos, el sionismo espera ser capaz de ganar la colaboración incluso de un gobierno fundamentalmente hostil a los judíos, porque al tratar con la cuestión judía no están envueltos los sentimentalismos sino un problema real cuya solución interesa a todas las personas y en el actual momento sobre todo a los alemanes.

Como se ve, el documento alude al antisemitismo oficial y apela al diálogo con el gobierno alemán para solucionar la cuestión que tanto preocupaba a los dirigentes sionistas. Evidentemente se buscaba, mediante las negociaciones, desalentar la ola de violencia desatada contra la comunidad judía de Alemania.

El canciller pro sionista

Hitler, ya nombrado canciller de un gobierno de coalición, actuó rápidamente y convocó a elecciones legislativas mientras se adoptaban medidas de persecución y represión contra los opositores, en especial contra aquellos que eran de extracción de izquierda. El partido nazi obtuvo la mayoría de los votos en las elecciones de marzo de 1933, y el día 23 el Parlamento, dominado por los legisladores nazis, aprobó la Ley Habilitante (con el apoyo del partido conservador de von Papen y de los católicos de Ludwig Kaas) que le otorgaba plenos poderes. Hitler devenía en el hombre más fuerte de Alemania, mientras el presidente Hindenburg padecía una enfermedad que, finalmente, lo llevaría a la tumba.

Para Hitler apremiaba resolver la cuestión judía, razón por la cual no tuvo inconvenientes en que se intensificara el diálogo con los sionistas. El periódico de la Federación Sionista, el Jüdische Rundschau, publicó una nota editorial en la que se indicaba:

El sionismo reconoce la existencia de un problema judío y desea una solución constructiva y de largo alcance. Para este propósito, el sionismo desea obtener la ayuda de todos los pueblos, sea ésta pro o antijudía, porque, estamos tratando aquí, más con un problema concreto que con uno sentimental, la solución en la cual todos los pueblos están interesados.[11]

Tras bambalinas, las negociaciones entre los nazis y los sionistas iban por buen camino.

El Acuerdo de Traslado 

En agosto de 1933, nazis y sionistas acordaron firmar el Acuerdo de Traslado o Ha’avara (palabra hebrea que significa “traslado”) como resultado de las reuniones mantenidas entre funcionarios alemanes y Chaim Arlosoroff, secretario político de la Agencia Judía, del Centro Palestino de la Organización Sionista Mundial.

La Ha’avara era una compañía comercial creada por la Organización Sionista Mundial que tenía como misión comerciar con los nazis. El convenio se celebró con la intención de mudar a los judíos alemanes hacia Palestina con sus familias y bienes.[12]

El acuerdo facilitaba la salida hacia Palestina, y su metodología consistía en que los futuros colonos, judíos alemanes, pudiesen depositar dinero en una cuenta especial en Alemania. Con esos montos se compraban insumos agrícolas, como herramientas y fertilizantes, y materiales de construcción.

Todos esos bienes eran de origen alemán y, luego de concretarse las compras, eran exportados a Palestina, donde la compañía Ha’avara los vendía. Cuando el colono judío llegaba a Palestina, le era entregada una suma equivalente al dinero depositado en Alemania y, además, se lo ayudaba a comenzar una nueva vida. Con esta ingeniería financiera se podían superar las restricciones vigentes en la Alemania nazi con respecto a realizar movimientos de dinero al exterior.

Mediante la Ha’avara también se implementó un acuerdo de trueque por el cual se intercambiaron naranjas, cultivadas en Palestina, por madera alemana, automóviles, maquinaria agrícola y otros bienes.

El convenio posibilitaba alcanzar una meta del sionismo: judíos capacitados y laboriosos dejaron de vivir en Alemania para poblar Palestina. Ésta fue la principal consecuencia palpable de la instrumentación del pacto entre alemanes y sionistas.

En el Congreso Sionista de Praga, realizado en 1933, se debatieron los términos del acuerdo. El delegado Sam Cohen, uno de los impulsores de la Ha’avara, dijo que ese convenio no representaba ventajas comerciales para Alemania, en tanto que Arthur Ruppin — experto en inmigración de la Organización Sionista— afirmó que “el Acuerdo de Traslado de ninguna forma interfería con el movimiento del boicot, ya que ningún dinero fresco fluiría hacia Alemania”, lo que era rigurosamente cierto.[13]

En octubre de 1933, la línea marítima alemana más importante, la Compañía Naviera Hamburgo Sud América, implementó un servicio directo desde Hamburgo hasta Haifa. Con la fiscalización del rabinato de Hamburgo, en los barcos se servían exclusivamente alimentos kosher.[14]

Algunos emigrantes de buena condición económica transfirieron su riqueza personal de Alemania a Palestina. En ese sentido, el historiador judío Edwin Black destacó que “a muchas de estas personas, sobre todo a fines de los años treinta, se les permitió transferir réplicas reales de sus casas y fábricas, escabrosas réplicas de su misma existencia”.[15]

A fines de 1933, Hitler comenzó a jactarse de los logros alcanzados por el acuerdo y empezó a mostrarlos con orgullo al mundo. Contrastó esto con las restricciones que algunos países imponían a los judíos, como, por ejemplo, los Estados Unidos o Inglaterra (donde sin la posesión de fuertes sumas de dinero los inmigrantes no podían entrar). Debe decirse que, para ese entonces, varias naciones habían cerrado sus fronteras a la migración judía, tal como se verá más adelante. En un discurso realizado ese año, Hitler destacó el Acuerdo de Traslado y los beneficios que significaban para la comunidad hebrea:

Así nosotros, los salvajes, hemos demostrado una vez más ser mejores seres humanos, menos quizá en protestas externas, pero al menos sí en nuestras acciones. Y ahora somos aún más generosos y damos al pueblo judío un porcentaje mucho más alto del que tienen en posibilidades de vida y mayor que el que tenemos nosotros.[16]

Judíos alemanes

Cuando murió Hindenburg, Hitler unificó los cargos de canciller y presidente, nombrándose Reichsführer a partir del 2 de agosto de 1934. Los nazis tenían ahora el poder absoluto. Ese año, el rabino Joachim Prinz escribió en su libro Wir Juden (“Nosotros, los judíos”) que “la revolución Nacional Socialista en Alemania significó judaísmo para los judíos”. Prinz — quien años más tarde se mudó a los Estados Unidos y encabezó el Congreso Judío Norteamericano— dijo que “ningún subterfugio puede salvarnos ahora. En lugar de asimilación deseamos un nuevo concepto: el reconocimiento de la nación judía y de la raza judía”.[17] Pero no todo era color rosa. La mayoría de los judíos-alemanes no estaban dispuestos a abandonar Alemania. Allí habían crecido. Tenían sus ancestros, sus familias, su trabajo, sus amistades, sus negocios. Con orgullo se consideraban alemanes. Esta forma de sentir y de pensar no era funcional a los intereses concurrentes de los nazis y de los sionistas para poder poblar Palestina.

En 1934, el Reichsführer recibió un informe alarmante — para los nazis— respecto de la “cuestión judía”. En éste se destacaba que la mayoría de los judíos nacidos en Alemania se consideraban ciudadanos alemanes y no tenían intenciones de migrar a Palestina, a pesar de la propaganda sionista que difundía las bondades de la “Tierra Prometida”, así como las facilidades que otorgaba el gobierno alemán para que se mudaran a esa región. Ante este panorama, los jerarcas nazis en acuerdo con los líderes sionistas — que también estaban preocupados por los resultados del informe— dispusieron dos líneas de acción. Por un lado, había que favorecer el crecimiento del sentimiento de “identidad judía”, trabajando en colaboración con la dirigencia sionista. Se fomentó así la formación de escuelas judías, entes culturales — para el desarrollo de las actividades artísticas hebreas— y deportivos, como, por ejemplo, la organización de campeonatos en los que participaban equipos conformados exclusivamente por judíos.

En el área laboral se fortalecieron los centros de capacitación, los kibutz, especialmente, para entrenar en distintas labores a los futuros colonos de Palestina. Por todos los medios se trató de vigorizar la “autoestima judía”, se crearon espacios de prensa en ídish y se incentivaron los ideales históricos de la comunidad hebrea que, en poco tiempo más, se debían materializar en Palestina.

Esta política “blanda” — que apuntaba a conformar el ser nacional judío— tenía como contrapartida una más dura, que tuvo como objetivo crear inconvenientes y producir represalias para los judíos-alemanes que no se sumaran a estas actividades. Los sionistas querían que los hebreos, que hasta entonces habían sido ciudadanos alemanes, se fueran a Palestina, y los nazis querían sacárselos de encima.

Por lo tanto, el trato que se debía dispensar a los judíos y sus dirigentes era distinto según la ideología y las expectativas de éstos con respecto al proyecto sionista. Serían tratados de un modo aquellos dispuestos a ir a Palestina, y en forma diferente los que querían asimilarse a la población alemana.

Esto queda patentizado, por ejemplo, en una comunicación de la Gestapo que ordena:

[…] los miembros de organizaciones sionistas, en consideración a sus actividades dirigidas a la emigración a Palestina, no deben  ser tratados con el mismo rigor que es necesario hacia los miembros de otras organizaciones judío-alemanas.[18]

Sin lugar a duda, los nazis preferían a los sionistas. Con el transcurso del tiempo, esto crearía diferencias y enfrentamientos entre los mismos integrantes de la comunidad judía internacional. Al aludir a esa situación, el rabino alemán Joachim Prinz escribió:

Era muy difícil para los sionistas operar. Era moralmente perturbador ver que eran considerados como los hijos favoritos del gobierno nazi. Particularmente cuando éste disolvió los grupos juveniles antisionistas, y parecía preferir a los sionistas entre otras cosas. Los nazis pedían una conducta más sionista.[19]

Trabajando juntos

Los nazis y los sionistas analizaron cada paso a seguir para poblar Palestina con judíos, una labor que tenía el marco de una colaboración ejemplar entre ambas partes, desconocida por la historia.

Leopold von Mildenstein, dirigente de las SS, y Kurt Tuchler, representante de la Federación Sionista, planificaron las labores en forma coordinada e incluso recorrieron juntos Palestina durante seis meses, para verificar los avances en la colonización judía. Como homenaje a esa inspección conjunta, y a las buenas relaciones existentes, el jerarca nazi Joseph Goebbels hizo emitir una medalla especial: tenía una Cruz Esvástica de un lado y una Estrella de David del otro.[20]

Von Mildenstein difundió sus impresiones sobre la colonización en Palestina en una serie de notas que fueron publicadas por el principal periódico nazi, Der Angriff. Los artículos — una docena, con el título “Un viaje nazi a Palestina”— comenzaron a aparecer a partir de septiembre de 1934. “El suelo los ha reformado a ellos y a sus hijos en una década. Este nuevo judío será un nuevo pueblo”, aseguró exultante al comenzar a dar su opinión sobre lo visto en Palestina.[21]

Von Mildenstein ponderó el movimiento sionista y sus logros, afirmando que la creación de una patria para los judíos era la forma de “curar una herida de largos siglos en el cuerpo del mundo: la cuestión judía”.

Unos meses después, von Mildenstein fue promovido a la dirección del Departamento de Asuntos Judíos del Servicio de Seguridad de las SS con el objeto de apoyar la emigración sionista y desarrollarla más eficazmente.[22]

En 1935, el Congreso Sionista que sesionó en Suiza ratificó el pacto nazi-sionista de traslado por mayoría. En mayo de ese año, el periódico oficial de las SS, Das Schwarze Korps, explicitó su apoyo al movimiento sionista. En la nota editorial, publicada en la portada, se destacaba que “los sionistas adhieren a una posición racial estricta y mediante la emigración a Palestina están ayudando a construir su propio estado judío”. El artículo — que fuera escrito por Reinhard Heydrich, en ese entonces jefe del Servicio de Seguridad de las SS— finalizaba diciendo:

Puede estar no muy lejos el momento en que Palestina podrá de nuevo recibir a sus hijos, quienes han estado alejados de ella por más de mil años. Nuestros mejores deseos, junto con la buena voluntad oficial, irán con ellos.[23]

Adoctrinamiento

Tal como se dijo, no todos los judíos alemanes estaban dispuestos a partir de su patria — donde habían construido su familia y tenían su trabajo— hacia el destino incierto de Palestina. En realidad, los que deseaban mudarse eran los menos, según el cálculo de los sionistas: esto era crucial y jugaba en contra de sus objetivos. A las autoridades alemanas también las preocupaba que hubiera judíos reticentes a la emigración.

Por esta razón, los nazis apoyaron a los sionistas con el propósito de difundir los beneficios de partir hacia su nuevo territorio en Oriente Medio:

Los sionistas fueron alentados a llevar su mensaje a la comunidad judía, recolectar dinero, mostrar películas sobre Palestina y, en general, educar a los judíos alemanes sobre Palestina. Hubo una considerable presión para enseñar a los judíos en Alemania a dejar de identificarse como alemanes para despertar en ellos una nueva identidad nacional judía.[24]

Sionistas y nazis compartían la creencia de que, para mantener la pureza de la sangre, las razas no debían mezclarse. Este concepto de “no asimilación” — de los hebreos en la sociedad alemana— le venía como anillo al dedo a Hitler, ya que era funcional a su idea de “liberar” a Alemania de los judíos.

Los sionistas proclamaban ser una nación, y los nazis no dudaban en reconocerlo. Por directivas de Hitler el aparato nazi colaboró con los sionistas incluyéndose la subvención para distintas etapas del proyecto. Después de la guerra, el doctor Hans Friedenthal, en ese entonces titular de la Federación Sionista de Alemania, al referirse al accionar de la policía política nazi, confesó:

La Gestapo hizo de todo en aquellos días para promover la emigración, particularmente a Palestina. Recibimos a menudo su ayuda cuando requeríamos algo de otras autoridades con respecto a la preparación para la emigración.[25]

Leyes de Nüremberg

En 1935, dos semanas antes de que se sancionaran las Leyes de Nüremberg, el Congreso Sionista Mundial, reunido en Lucerna, ratificó que los judíos debían ser considerados un pueblo, con independencia del sitio donde estuvieran viviendo. Las negociaciones entre nazis y sionistas no soslayaron la necesidad de que la Alemania nazi legislara en la materia, lo que ocurrió efectivamente con la aprobación de las Leyes de Nüremberg, un conjunto de normas sancionado el 15 de septiembre de 1935.

En la nueva legislación, la denominada “Ley para la Protección de la Sangre Alemana y del Honor Alemán” prohibía el matrimonio entre no judíos y judíos, así como las relaciones sexuales extramatrimoniales entre ellos. Esa disposición también se aplicaba a los casamientos entre alemanes y gitanos o negros. El concepto de “Pureza de la Sangre” era afín a las doctrinas de los nazis y de los sionistas, quienes consideraban a la sangre una portadora de las cualidades raciales.

A partir de la aprobación de esta legislación — y conforme con la Ley de la Ciudadanía del Reich—, todos los ciudadanos alemanes de religión judía o aquellos con dos abuelos de religión judía se convertían en personas con derechos limitados. Un decreto posterior, del 14 de noviembre de 1935, estableció quién debía considerarse judío. Según la ascendencia, y la “mezcla” de sangre que tuviera la persona, podía haber judíos al 100, al 50 o al 25 por ciento.

“Judío al ciento por ciento” era considerado aquel que al menos tenía tres abuelos judíos; teniendo en cuenta que, según la ley, un abuelo ya era judío al 100% si pertenecía a la religión judía. Se consideraba “mestizo judío” a aquel que descendía de uno o dos abuelos judíos al ciento por ciento. La Ley de la Ciudadanía del Reich diferenciaba entre mestizo de primer grado (judío al 50%) y mestizo de segundo grado (judío al 25%).

Era considerada judía al 50% aquella persona con dos abuelos judíos. A los mestizos de primer grado se los consideraba judíos si, con entrada en vigor de la ley, ya pertenecían a la comunidad religiosa judía o se integraban posteriormente en ella.

Los judíos al 50% recibían el mismo trato que los judíos, si con entrada en vigor de la ley estaban casados con un judío o se casaban posteriormente con un judío. A los mestizos de primer grado también se los consideraba judíos cuando descendían de un matrimonio prohibido según la ley para la protección de la sangre, y no obstante contraído, o cuando descendían de una relación extramatrimonial con un judío. Se consideraba judío al 25% a aquel que tenía un abuelo judío.

Teniendo estas leyes como base jurídica, se aprobaron varios decretos de ejecución y normas especiales que limitaron las condiciones de trabajo y vida de los judíos. Al ser reconocidos como una etnia nacional, ya no podían ser ciudadanos del Reich. Eran extranjeros en la Alemania nazi. Por lo tanto, sus derechos correspondían a ese estatus legal. Así, los ciudadanos judíos no podían izar la bandera del Reich y, además, estaban inhibidos de contratar a empleados no judíos.

La nueva condición de extranjeros de los judíos-alemanes implicaba la prohibición de votar en asuntos públicos y la de ejercer cargos oficiales — los que ya eran funcionarios tenían que abandonar sus puestos a más tardar el 31 de diciembre de 1935—, entre otras restricciones.

Tal como se vio, estas normas contemplaban dos puntos que eran de interés entre los nazis y los sionistas. Por un lado, la prohibición de matrimonios “mixtos” entre judíos y alemanes a los efectos de preservar la pureza racial de ambas partes. Además, la ley dio la categoría de minoría étnica a los judíos. Así, la Alemania nazi se convirtió en el primer país en darles tal reconocimiento. Si bien los judíos no podrían izar la bandera alemana, ahora tendrían un privilegio: la sionista, celeste y blanca, sería la única que podría flamear, además de la nazi, en territorio alemán. En los kibutz que comenzaron a funcionar en Alemania, así como en dependencias judías, por caso clubes y escuelas, se pudo ver ondear orgullosa la enseña hebrea.

Aplausos a Hitler

Cuando fueron sancionadas, las Leyes de Nüremberg — históricamente vistas como un ataque a los judíos— recibieron el beneplácito y las alabanzas de los sionistas. El periódico sionista Jüdische Rundschau, en su edición del 17 de septiembre de 1935, manifestó su satisfacción y celebró las nuevas normas. Por su parte, Alfred Berndr, editor jefe de la Oficina Alemana de Noticias, aseguró que la nueva legislación permitía cumplir con “las demandas del Congreso Sionista Internacional convirtiendo en una minoría nacional a los judíos”.[26]

En noviembre de 1935, el doctor Bernhard Löesner, experto en Asuntos Judíos del Ministerio del Interior alemán, expresó su apoyo al movimiento sionista en un artículo publicado por el periódico nazi Reichsverwaltungsblatt. Löesner dijo:

Si los judíos ya tuvieran su propio Estado en que la mayoría de ellos pudiese asentarse, entonces la cuestión judía podría considerarse completamente resuelta hoy en día, también para los judíos mismos. La menor cantidad de oposición a las ideas que sustentan las Leyes de Nüremberg ha sido dada a conocer por los sionistas, porque ellos comprenden enseguida, que estas leyes representan también la única solución correcta para las personas judías. Porque cada nación debe tener su propio Estado como expresión exterior de su particular nacionalidad.[27]

Hacia fines de 1935, Georg Kareski, líder de la Organización del Estado Sionista y de la Liga Cultural Judía, que también había sido jefe máximo de la Comunidad Judía de Berlín, declaró en una entrevista:

[…] durante muchos años he considerado una completa separación de los asuntos culturales de los dos pueblos (judíos y alemanes) como precondición para vivir juntos sin conflictos… He apoyado tal separación por mucho tiempo, con tal de que sea basada en el respeto de las nacionalidades extranjeras.

En ese sentido agregó:

Las Leyes de Nüremberg me parecen, aparte de sus provisiones legales, conformar completamente este deseo para una vida separada basada en el respeto mutuo… Esta interrupción del proceso de disolución, en muchas comunidades judías, que se habían promovido a través de los matrimonios mixtos, es por consiguiente, desde el punto de vista judío, completamente bienvenida.[28]

Kareski — un conocido banquero de Berlín— no sólo fue partidario de la separación racial sino que también tuvo notoria influencia en la política nazi destinada a encontrar una “Solución final” al “problema judío”. En particular, promovió la idea de que los judíos en Alemania debían usar una Estrella de David cosida en sus ropas para poder ser identificados, una propuesta aceptada por Hitler en octubre de 1939. Además de Kareski, otros personajes del sionismo se manifestaron públicamente a favor de la política de Hitler respecto de la comunidad judía. Entre ellos se destacaron Kurt Tuchler, Yitzhak Shamir, Abraham Stern y Gertrude Stein.

Los nazis proclamaron que las Leyes de Nüremberg estaban en consonancia con las demandas del Congreso Sionista Mundial. Los líderes sionistas, por su parte, estaban conformes, ya que podían establecer relaciones oficiales entre el Estado alemán y la nación judía. En ese sentido, por ejemplo, Kareski — que apoyó con cuantiosos fondos al partido nazi— afirmó que “las Leyes de Nüremberg también satisfacen viejas demandas sionistas”. Asimismo, los sionistas entendieron que las nuevas leyes abrían las posibilidades de crear una vida propia cultural, educativa, deportiva, política, económica, etc., como aspectos de ese ser nacional largamente soñado.

Los nazis consideraron que Alemania le había dado a los judíos “la oportunidad de vivir por sí mismos” y, además, “la protección estatal” para esa nueva vida. Este proceso de crecimiento sería favorecido por los nazis y de este modo se haría “una contribución al establecimiento de relaciones más tolerables entre las dos naciones”.[29]

En un informe oficial, fechado en junio de 1936, las SS instaron al partido nacionalsocialista y al gobierno a apoyar a los dirigentes sionistas, ya que ello favorecería la emigración de los judíos hacia Oriente Medio.[30] Según la Enciclopedia Judaica, para ese entonces “el trabajo sionista funcionaba perfecto” en la Alemania de Hitler. Al referirse a ese país, se aseguró que “una convención sionista llevada a cabo en Berlín en 1936 refleja en su composición la vigorosa vida partidaria de los sionistas alemanes”.[31]

En aquellos tiempos la economía de la Alemania nazi renacía, financiada en gran parte desde los Estados Unidos. Hitler comenzaba a erigirse como un líder indiscutido, capaz de devolver a los alemanes el orgullo nacional menoscabado por las restricciones internacionales impuestas después de que los germanos hubieran perdido la Gran Guerra.

La propaganda nazi se encargó de marcar el clima de la nueva etapa liderada por Hitler; la industria comenzó a funcionar a pleno, los alemanes volvían a tener esperanzas, la desocupación — que había llegado a extremos nunca vistos— empezó a decaer. Los germanos podían empezar a vislumbrar un futuro, tras años de hambrunas y postergación. La orgullosa águila alemana se preparaba para volar.

La producción creció en forma impresionante, los alemanes conseguían trabajo y hasta podían pensar en tener su propia casa. La reconstrucción del país avanzó rápidamente.

Hitler, cada vez que podía, achacaba los problemas de la nación a los prestamistas — aseguraba que todos eran de origen semita— y a la banca internacional, a la que consideraba manejada por judíos. Les endilgaba todas las culpas de los problemas económicos debido a la especulación financiera que, a su juicio, era atribuible solamente a ellos. Por esta razón prohibió el interés financiero, ya que consideraba que el gran mal a extirpar de la economía nazi era la usura, una “trampa” financiera que, según el pensamiento del Führer, había sido inventada en un tiempo inmemorial por los judíos.[32]

Desde el exterior se seguía de cerca, y con lógica preocupación, el “renacimiento” de Alemania de la mano de Hitler. Los gobiernos europeos veían con escozor cómo el Tercer Reich se rearmaba violando el Tratado de Versalles. Nadie se animaba a poner límites a la política armamentista de Hitler. El gobierno de Inglaterra prefería que se le hicieran concesiones al Führer, presionado por la derecha británica que veía en él un bastión contra el comunismo. Se preparaba el caldo de cultivo de lo que luego sería un camino sin retorno, la mecha se había encendido y ya nadie podría apagarla. Era sólo cuestión de tiempo, y la guerra volvería a estallar.

En esa Europa indecisa, con un Hitler cada vez más poderoso, ¿qué sería de los judíos que vivían en el Tercer Reich? ¿Qué pasaría con los judíos que residían en otros países aliados de Alemania, como Italia, o en aquellas naciones que luego serían invadidas por los nazis?

Junto con el nacionalismo exacerbado, que se expandía por toda Europa, en el mundo se multiplicaban los brotes antisemitas. En Alemania, la política con respecto al “problema judío” era trazada directamente por Hitler en una estrategia dual: por un lado, reclamaba que los judíos migraran al Este, lo que equivalía a mandarlos a Asia, por las buenas o por la fuerza; por el otro, mantenía un acuerdo con los sionistas para sacar a los judíos alemanes del Tercer Reich con destino a Palestina. Este convenio, y su instrumentación, mantuvo desconcertados incluso a los mismos jerarcas nazis.

Controversia

En las calles, las medidas de discriminación contra la comunidad judía aumentaron a extremos violentos, fogoneadas por el discurso oficial que les achacaba todos los males que había padecido Alemania. Los dirigentes nazis maximizaron los esfuerzos para lograr medidas tendientes a fortalecer la “conciencia judía”, con el propósito de incentivar la emigración a la Tierra Prometida. Pensaban que el hecho de aumentarles la autoestima, como “etnia asiática”—así se definía el origen de los judíos, negándose que fueran europeos—, significaría un gran estímulo para que emigraran en masa a Palestina. Era un ardid psicológico, una herramienta más en la estrategia tendiente a expulsarlos. “Hacerlos más judíos es hacerlos más extranjeros”, decían los dirigentes nazis. Y siendo extranjeros — y no alemanes judíos como se sentía la mayoría que había nacido en ese país— tendrían menos derechos en la Alemania nazi. Esas limitaciones se formalizaron legalmente con la sanción de las Leyes de Nüremberg. Al ser extranjeros se abría el camino para ir a Palestina o para terminar, como opción si no querían ir a la Tierra Prometida, en un campo de concentración.

Con respecto al plan de Hitler, el jerarca Goebbels escribió en su diario personal, el 30 de noviembre de 1937:

Los judíos deben salir de Alemania, de toda Europa, sí. Eso llevará algo de tiempo. Pero sucederá y debe suceder. El Führer está firmemente decidido a ello.

Gueto cultural y kibutz

Para aumentar la ya mentada “conciencia” los nazis, entre otras disposiciones, prohibieron a los rabinos utilizar el idioma alemán para dar sus sermones. En tanto, los grupos semitas estaban divididos, y varios dirigentes confundidos por los pasos — absolutamente coherentes con la finalidad de echarlos por la razón o por la fuerza del territorio controlado por el Tercer Reich— que daba el gobierno de Hitler. Por ejemplo, el periódico Frontera Judía expresó:

[…] los intentos por recluir a los judíos en un gueto cultural han alcanzado un nuevo peso mediante la prohibición a los rabinos de usar el idioma alemán en sus sermones. Esto está en línea con el esfuerzo hecho por los nazis para forzar a los judíos alemanes a usar la lengua hebrea como su medio cultural. Así es levantada por los opositores comunistas al sionismo otra “prueba” de la cooperación nazi-sionista.[33]

También el rabinato de Nueva York, en la publicación Congress Bullet, alertaba sobre la inconveniencia de acordar con Hitler al declarar:

El hitlerismo es el nacionalsocialismo de Satanás. La determinación de librar al cuerpo nacional alemán del elemento judío, sin embargo, condujo al hitlerismo a descubrir su “parentesco” con el sionismo, el nacionalismo de liberación judío. En consecuencia el sionismo se convirtió en el único otro partido legalizado en el Reich, la bandera sionista la única otra bandera permitida en tierra nazi. Es una penosa distinción para el sionismo ser identificado para favorecerlo y privilegiarlo por su satánica contraparte.[34]

Pero la rueda ya estaba girando, y nadie la detendría. La organización sionista — apoyada por las autoridades nazis— creó cerca de cuarenta centros agrícolas y campamentos (kibutz) en Alemania. Allí los futuros colonos judíos de Palestina comenzaron a ser entrenados para sus nuevos trabajos en la Tierra Prometida. En esos centros flameaba orgullosa la bandera sionista y el emblema azul y blanco que en el futuro se convertiría en el símbolo patrio de Israel.[35] En tanto, el Reich colaboró para que se pusiera en funcionamiento otra compañía que permitiría ayudar a los judíos alemanes a emigrar a Palestina. Nació así la Agencia de Comercio Internacional e Inversión, o INTRIA (International Trade and Investment Agency). Mediante ésta, los judíos que vivieran en terceros países podrían colaborar con ese propósito. A través de esa compañía ingresaron una gran cantidad de fondos que fueron utilizados a tal fin.[36]

El exitoso experimento nazi-sionista para trasladar judíos a Palestina comenzó a ser visto con admiración por otros gobiernos que también deseaban resolver la “cuestión judía”. Varios de ellos analizaron la experiencia y firmaron convenios similares. Por ejemplo, en 1937, Polonia autorizó a la Compañía de Transferencia Halifin (palabra hebrea para “intercambio”) a implementar el mismo modelo. Y en 1939, Italia, Checoslovaquia, Rumania y Hungría hicieron lo mismo, claro que el comienzo de la guerra, en septiembre de ese año, interrumpiría la aplicación de los mecanismos acordados entre las partes.[37]

Ingleses enojados

Palestina era un Mandato Británico, y Londres en su momento había permitido que los colonos judíos se asentaran en ese territorio habitado por los árabes. Pero el éxito palpable de la experiencia nazi-sionista del traslado comenzó a preocupar al gobierno inglés. Debe recordarse que, para ese entonces, varios países, entre los que se encontraba Gran Bretaña, imponían limitaciones a la inmigración de judíos, incluyendo el pago de altas tasas como medida disuasiva, a diferencia de otros inmigrantes a los que no se les exigían dichas condiciones. Gran Bretaña continuó ese camino y fue aplicando, en forma progresiva, restricciones y cupos a la entrada de judíos en Palestina, en especial a partir de 1937.

Los compromisos de los británicos con los árabes fueron el principal motivo que llevó a establecer un límite al ingreso de colonos hebreos en Palestina, pero esto se daba de bruces con el plan acordado entre los jerarcas nazis y los dirigentes sionistas.

Entonces, las SS llegaron a un acuerdo secreto con la agencia sionista clandestina Mossad le-Aliya, estableciéndose una organización y una metodología para hacer ingresar, en forma silenciosa e ilegal, judíos en Palestina. De este modo se implementó una estrategia que sería exitosa, ya que los barcos nazis, con su cargamento de colonos judíos, podrían evadir la vigilancia marítima de las patrullas británicas. Así se pudo desembarcar a miles de pasajeros, y lograrse, además, que todo esto pasara inadvertido para los británicos. Las restricciones al ingreso de colonos en Palestina significaron que los grupos sionistas radicales vieran al gobierno de Londres como una amenaza y un obstáculo para concretar sus fines. Para ellos, los enemigos no eran los nazis, sino Londres. Por esta razón, varios dirigentes sionistas ofrecerían luego su colaboración a Hitler, durante el inicio de la guerra, para pelear contra un enemigo común: Gran Bretaña.

Críticas nazis al Acuerdo

Los nazis sabían que el Acuerdo de Traslado no resolvía absolutamente el “problema judío”, en especial cuando se comprobó — con estadísticas en la mano— que, como se vio, no todos los judíos alemanes estaban dispuestos a partir. Tampoco había una gran motivación para los judíos de otras naciones que se habían afianzado como ciudadanos de diferentes países. Por otra parte, una gran campaña internacional denunciaba las políticas de discriminación y la brutalidad que los nazis mostraban contra los judíos y otras etnias a las que el Tercer Reich consideraba inferiores.

Los jerarcas nazis comprobaron que el Acuerdo se había convertido en un asunto de propaganda — utilizado varias veces por Hitler como un “ejemplo” a seguir por otros gobiernos—, además de generar el “beneficio” de erradicar una importante cantidad de judíos del Tercer Reich. Claro que el Acuerdo no mencionaba la posible fundación de una patria judía soberana en Palestina. Para los nazis se trataba de una zona, administrada por los ingleses, donde deberían convivir árabes y judíos.

En realidad, los británicos habían ofrecido Palestina a los judíos, en esas condiciones, de acuerdo con la citada Declaración de Balfour. Dicho documento no mencionaba la posibilidad de que se levantara allí un Estado con fronteras y gobierno propio, sino que ese territorio había sido puesto a disposición para que sirviera como un “hogar” para los colonos judíos. También, al referirse a la mayoría de la población árabe de la zona, en la Declaración citada se aclaró que los británicos no modificarían los derechos civiles y religiosos de los habitantes históricos, esto es, los árabes, de esa región del planeta.

A diferencia de Hitler, algunos dirigentes nazis comenzaron a ver dos inconvenientes en el Acuerdo de Traslado. Por un lado, los cuantiosos fondos que se estaban gastando del presupuesto del Reich para propiciar la emigración pacífica de los judíos alemanes. Por el otro, empezaron a vislumbrar como un “peligro” la posibilidad cierta de que se creara un país judío independiente. Pensaban que a ese Estado seguramente no irían todos los judíos del mundo, con lo cual serviría sólo como “base de la Judería internacional”, según se advirtió en un documento del Ministerio de Relaciones Exteriores alemán en 1937.[38]

Esa visión de la situación fue compartida por la Oficina de Extranjería de Alemania que, en su boletín oficial del 22 de junio de 1937, expresó: “sería un error asumir que Alemania apoya la formación de una estructura estatal en Palestina bajo alguna forma de control judío”.[39] Varios jerarcas nazis compartieron la visión de la inconveniencia política de seguir apoyando el Acuerdo de Traslado, ya que “la proclamación de un Estado judío, o una Palestina administrada por los judíos, crearía para Alemania un nuevo enemigo, uno que tendría una profunda influencia en los desarrollos del Cercano Oriente”, según se indicó en un informe de la sección de Asuntos Judíos de las SS.[40] Pero Hitler no estaba dispuesto a traicionar a los líderes sionistas incumpliendo el convenio.

Adolf Eichmann

Algunos funcionarios nazis inicialmente habían estado de acuerdo con la formación de un Estado nacional israelí en Palestina, como, por ejemplo, Adolf Eichmann. Toda una paradoja, ya que la historia lo ha considerado uno de los cerebros del plan nazi para exterminar judíos. Pero su papel de negociador con los dirigentes sionistas para favorecer la emigración a Palestina aparece como evidente e indudable. Es interesante destacar:

[…] los sionistas habían establecido contacto con Eichmann en febrero de 1937. Feivel Polkes, un emisario de la organización sionista Haganah, una organización militar judía clandestina, recibió autorización para ir a Berlín y entrevistarse con Eichmann para discutir la suavización de las restricciones que pesaban sobre la transferencia de moneda extranjera con el fin de facilitar la emigración. Polkes se fue con las manos vacías, pero luego invitó a Eichmann a visitar Palestina, a principios de noviembre de 1937.

Después, los líderes sionistas y el jefe nazi volverían a reunirse en El Cairo.

Se debe considerar que

[…] a finales de 1937 el entusiasmo por la idea de favorecer la creación de un Estado judío en Palestina, que había sido puesto en marcha por Eichmann, en parte a través de contactos sionistas, se había enfriado considerablemente. La visita del propio Eichmann a Palestina, organizada por su intermediario sionista, había sido un absoluto fracaso. Y algo más importante aún: el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán se oponía rotundamente a la idea de un Estado judío en Palestina. Sin embargo, el objetivo seguía siendo la emigración.[41]

Preocupación

Por otra parte, el Acuerdo de Traslado comenzó a preocupar a los funcionarios alemanes también desde lo económico. La Ha’avara había establecido un exitoso monopolio en la venta de los bienes alemanes a Palestina por medio de una agencia judía. Pero los economistas germanos criticaron las ventajas financieras a favor de los sionistas y consideraron que ese convenio podría llevar a una pérdida de los mercados árabes.

Cuando terminaba 1937, el Ministerio del Interior aseguró que “las desventajas del acuerdo pesaban ahora, más que las ventajas y que, por consiguiente, debe terminarse”. (Memorándum interno del Ministerio del Interior alemán, 17 de diciembre de 1937, firmado por el secretario de Estado W. Stuckart.)

En el mismo informe se indicaba:

[…] no hay ninguna duda de que el arreglo de la Ha’avara ha contribuido muy significativamente al rápido desarrollo de Palestina desde 1933. El acuerdo no sólo proporcionó grandes sumas de dinero (desde Alemania), sino también el grupo más inteligente de inmigrantes, y finalmente llevó al país, las máquinas y los productos industriales esenciales para el desarrollo.

De acuerdo con ese informe del Ministerio del Interior, “la ventaja principal del pacto era la emigración de grandes números de judíos a Palestina, objetivo más deseable hasta donde Alemania estaba interesada”. Para el Ministerio del Interior, esas metas se habían cumplido y entonces era necesario poner fin al convenio. Pero, a pesar del consejo de sus funcionarios, Hitler — tras revisar una y otra vez los resultados que se iban logrando— decidió mantener el Acuerdo de Traslado, ya que, según su entender, el objetivo de sacar a los judíos de Alemania justificaba las desventajas económicas.[42] Más adelante se verá qué significó en divisas la ejecución efectiva de este convenio.

La Conferencia de Évian

En 1938, presionado por las circunstancias, el presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, convocó a una reunión para que las naciones discutieran sobre el problema de los refugiados judíos que huían del Tercer Reich. El encuentro se realizó en Évian-les-Bains, Francia, entre el 6 y el 15 de julio de 1938. La Conferencia de Évian contó con la asistencia de representantes de treinta y dos países — entre los que estaban los Estados Unidos, Noruega, Dinamarca, Suecia, Suiza, Brasil, Argentina, Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Chile, Países Bajos, República Dominicana, Canadá y Australia— y también con delegados de la Agencia Judía, del Congreso Judío Mundial y de la Organización Sionista Revisionista. Además, asistieron representantes de la Sociedad de las Naciones y de organizaciones de ayuda a los refugiados.

Paradójicamente, el primer problema que enfrentaban los inmigrantes forzados era que no había muchas naciones que se ofrecieran a aceptarlos. Si bien los países se mostraban solidarios con respecto a la persecución nazi, la posición cambiaba a la hora de definir gobiernos dispuestos a recibir a los contingentes de refugiados, ya que, salvo algunas excepciones, los Estados se mostraban reacios a facilitar su ingreso.

Como consecuencia del encuentro, Alemania aceptó flexibilizar las condiciones y los trámites para permitir la salida de los judíos del Tercer Reich, lo que era funcional a sus propios intereses. Pero no se logró que los países abrieran sus fronteras a los inmigrantes judíos, excepto República Dominicana, que dijo estar dispuesta a recibir hasta cien mil (cifra que luego fue mucho menor debido a las dificultades burocráticas que aparecieron por el camino, especialmente, en los países de tránsito).

Estas restricciones y dificultades no eran un tema nuevo, pero ahora las naciones se habían sacado las máscaras y formalmente dejaron sentado que no estaban dispuestas a recibir refugiados judíos. Chaim Weizmann, que sería posteriormente el primer presidente de Israel, ya había declarado: “El mundo parece estar dividido en dos partes: una donde los judíos no pueden vivir y la otra donde no pueden entrar” (Manchester Guardian, 23 de mayo de 1936).

Hitler — que exhibía al mundo el Acuerdo de Traslado como un modelo ejemplar para solucionar “El problema judío”— no dejó pasar la ocasión y comentó que resultaba asombroso cómo, por un lado, los países extranjeros criticaban al régimen nazi por el trato que se dispensaba a los judíos pero, por el otro, ninguno de ellos estaba dispuesto a recibirlos.

“Hitler tiene razón”

En 1938, el presidente del Congreso Judío Norteamericano y del Congreso Judío Mundial, Stephen S. Wise, en una reunión en Nueva York, declaró:

Yo no soy un ciudadano norteamericano de la fe judía, yo soy un judío… Hitler tiene razón en una cosa. Él llamó a las personas judías una raza y nosotros somos una raza.[43]

La situación en la Alemania nazi estaba clara. Los judíos, tal como lo habían soñado los líderes sionistas, eran considerados extranjeros y tenían la posibilidad de partir rumbo a Palestina, con ayuda del gobierno alemán. Para los sionistas, aquellos que no querían partir a la nueva patria eran traidores a la causa nacional y desleales, considerando lógico que Hitler los tratara como extranjeros en la Alemania nazi. Por decirlo de otra manera, los sionistas entregaban a esos judíos “rebeldes” en las manos de la máquina racista hitleriana…

En tanto, el movimiento sionista adquirió en la Alemania nazi más fuerza que nunca. Esto se ve reflejado en las páginas de la Jüdische Rundschau, perteneciente a la Federación Sionista, que no dejaba de alabar la política de Hitler, así como en varias publicaciones del mismo movimiento. Incluso hubo una estrecha colaboración entre las SS de Hitler y la Haganah, una organización militar sionista clandestina que actuaba en Palestina. Esta ayuda incluyó, a fines de la década del treinta, el suministro en secreto de armas alemanas a los grupos judíos, las que fueron utilizadas para enfrentar a los árabes en Palestina.[44] Era una política a dos puntas: los nazis apoyarían abiertamente a los árabes, mientras en forma oculta colaboraban con los grupos sionistas.

La noche de los cristales rotos

En marzo de 1938, el gobierno de Polonia promulgó una ley mediante la cual se le quitó la ciudadanía a todos los polacos que hubieran vivido durante cinco años seguidos en el exterior. Dicha ley fue pergeñada especialmente para evitar que volviesen los setenta mil judíos que vivían en Alemania y Austria. Para esa fecha, de acuerdo con las Leyes de Nüremberg, los judíos que vivían en Alemania, tal como se vio antes, comenzaron a ser considerados extranjeros. En octubre de ese año — casi como una respuesta de Hitler a las medidas adoptadas por el gobierno de Varsovia—, veinte mil judíos de origen polaco fueron apresados por los nazis y, por orden del Führer, se los intentó deportar en masa. Pero el gobierno polaco no quiso recibirlos y se originó un conflicto en la frontera. Esta disputa significó que se instalara un campamento muy precario, con los miles de judíos expulsados viviendo en calamitosas condiciones en tierra de nadie, en la frontera entre ambas naciones.

Tras largas negociaciones, con el transcurso de los días el gobierno nazi persuadió a las autoridades polacas, que finalmente permitieron la entrada del numeroso contingente expulsado del Tercer Reich.

Herschel Grynszpan, un judío polaco que residía en Francia, recibió una carta de sus familiares en la que le contaban las peripecias que habían pasado durante la terrible deportación. En la misiva le narraron todas las penurias vividas, lo que motivó la ira de Grynszpan, quien con un arma escondida entre sus ropas, el 7 de noviembre de ese año, se trasladó hasta la embajada alemana en París. Una vez allí pidió hablar con algún funcionario sobre el tema, y se le concedió una audiencia con el secretario de la embajada, Ernst von Rath. Cuando estuvo frente a él, Grynszpan sacó sorpresivamente su arma, disparó y lo mató. En su descargo dijo que el asesinato había sido una forma desesperada para llamar la atención del mundo sobre la deportación de los judíos polacos que vivían en Alemania.

Un día después del crimen, el jerarca Heinrich Himmler, en un virulento discurso a los dirigentes de las SS, dijo:

En Alemania no puede seguir habiendo judíos. Se trata de una cuestión de tiempo. Los expulsaremos progresivamente con una implacabilidad sin precedentes.

El asesinato de von Rath fue el pretexto perfecto para que los nazis lanzaran una campaña de persecución contra judíos en Alemania y Austria. Si bien se dijo que se trataba de un acto espontáneo, fue preparado por el gobierno alemán e instrumentado, bajo cuerda, por el Partido Nacional Socialista (NSDAP).

El pogromo tuvo su clímax el 9 de noviembre, cuando se destruyeron casi todas las sinagogas de Alemania, más de mil quinientas, cementerios judíos y miles de negocios de la colectividad hebrea. Unos treinta mil judíos fueron detenidos e ingresados en campos de concentración. Las estimaciones de asesinatos, durante las dos jornadas que duró el pogromo, oscilan — según las fuentes— entre treinta y seis y doscientos ciudadanos alemanes judíos, que perecieron en manos de los nazis. En Austria los hechos fueron similares: se destruyeron la mayoría de las sinagogas de Viena, casas de oración y comercios pertenecientes a familias judías.

El gobierno nazi acusó a los judíos de la revuelta y los condenó a pagar una multa colectiva de mil millones de marcos. El jerarca nazi Hermann Göring, al anunciar la sanción, fue elocuente y dijo:

La ciudadanía judía de Alemania, como castigo por sus crímenes abominables, tiene que hacer frente a una multa de mil millones de marcos. A propósito, debo reconocer que no me gustaría ser judío en Alemania.

Como consecuencia de “La noche de los cristales rotos”, miles de judíos huyeron de la Alemania nazi, pero se encontraron con el inconveniente de que varios países, como los Estados Unidos o el Reino Unido, les seguían impidiendo el ingreso. Entonces “debieron utilizar distintos métodos como la falsificación de documentos y comprar visados de salida para Cuba, después de que se les negara la entrada en Gran Bretaña”.[45]

Forzado por las circunstancias y por las repercusiones en la prensa internacional, el gobierno de Londres admitió el ingreso de diez mil niños judíos, pero cerró las fronteras de Palestina, rechazando una petición de las organizaciones judías de permitir la entrada de veintiún mil judíos en la Tierra Prometida. Los dirigentes sionistas estaban furiosos: en el momento en que más judíos estaban dispuestos a huir del Tercer Reich, los británicos les impedían ir a Palestina, lo que les creaba un serio inconveniente a la hora de alcanzar su mayor objetivo estratégico.

A la deriva

Imposibilitados de emigrar a Palestina, muchos judíos que habitaban en Alemania optaron por huir hacia otras regiones del planeta. Como se ha recalcado, esto de partir hacia otras naciones no era funcional a los objetivos sionistas. La meta exclusiva de la emigración, según sus dirigentes, debía ser las tierras de la futura Israel. Los nazis opinaban lo mismo… Así que ambos grupos se ocuparon de hacer lobby, desde las sombras, con diferentes gobiernos, con idéntico propósito: que las fronteras del mundo se cerraran para los judíos que escapaban del Tercer Reich, y se abrieran solamente las de la Tierra Prometida.

Se pensaba que, con una fuerte presión internacional, Gran Bretaña levantaría las restricciones a la inmigración de hebreos a Palestina. Los judíos que huían de la política antisemita de Hitler se encontraron con el hecho de que varias naciones habían decidido impedir su ingreso o imponer limitaciones, como el pago de fuertes sumas para poder entrar en esos Estados — Gran Bretaña optó por esta última medida—, un requisito imposible de cumplir para la gran mayoría de los que buscaban refugio.

En este contexto se registraron casos impresionantes ante la mirada indiferente la Sociedad de las Naciones. Por ejemplo, mil ciento veinticuatro refugiados judíos llegaron en el barco St. Louis a La Habana, en 1939, procedentes de la Alemania nazi y de otras regiones, como Austria, Bohemia y Moravia, recientemente anexadas al Tercer Reich. Pero al llegar se les prohibió desembarcar, pese a que cada uno de ellos contaba con un permiso por el que habían pagado ciento cincuenta dólares. Los inmigrantes habían partido de Hamburgo y, sin que ellos lo supieran, horas antes de que la nave saliera, el presidente cubano Federico Laredo Bru invalidó sus autorizaciones. Estos inmigrantes habían solicitado una visa para entrar en los Estados Unidos y pensaban permanecer en Cuba sólo hasta que se los autorizara a entrar en la gran nación del norte.

Cuba, sitio en el que el barco permaneció a la espera de la decisión de Washington, autorizó el desembarco de sólo veintitrés personas. En tanto, los Estados Unidos anunciaron que no darían permiso de ingreso a los refugiados, y la nave debió volver a Europa. En medio de una gran presión ejercida por entidades judías, doscientos ochenta y ocho almas fueron aceptadas por el Reino Unido. El resto, quinientos noventa, con resignación, debió desembarcar en Amberes el 17 de junio de 1939.

También tuvo un viaje complicado el buque inglés Orduña, de la British Pacific Steamship Navigation Company, que llegó a La Habana el mismo día que el St. Louis, con ciento veinte refugiados judíos austríacos, checos y alemanes. En el puerto, tras idas y vueltas, cuarenta y ocho pasajeros — que tenían el permiso de libre desembarco— fueron autorizados a descender, pero se les impidió el ingreso a los setenta y dos restantes. Estos últimos tenían intenciones de esperar en la isla hasta que Washington les concediera una visa de ingreso en los Estados Unidos.

El 29 de mayo, el Orduña volvió a zarpar con destino a Sudamérica, pero sin que el capitán pudiera saber dónde se aceptaría el desembarco de sus pasajeros. Dos días después, se envió un radiograma a los Estados Unidos, mediante el cual los inmigrantes apelaron a la ayuda del presidente Roosevelt. En la comunicación aclararon que sesenta y siete de los setenta y dos refugiados disponían de declaraciones juradas o números de registro para inmigrar a los Estados Unidos. La respuesta de Washington fue negativa. Entonces, el barco recorrió varios puertos centroamericanos, pero la restricción de desembarco para los inmigrantes judíos se repitió en todos, con lo cual el viaje se transformó en una penosa peregrinación.

La nave cruzó el Canal de Panamá, con escalas en Colombia, Ecuador y Perú por la costa del Pacífico. En Ecuador — gracias a la intervención del Comité para la Distribución Conjunta (Joint Distribution Committee, JDC)— se consiguió que desembarcaran cuatro de los fatigados pasajeros. Al mismo tiempo se estableció contacto con el rabino Nathan Witkin, Jr., representante de la Junta de Bienestar Judío ubicada en la zona del Canal de Panamá controlada por los Estados Unidos. Mediante gestiones de la British Pacific Steamship Navigation Company, de Witkin y el JDC se logró transferir, en Lima, a los sesenta y ocho refugiados restantes al barco británico Órbita, que iba a cruzar el canal.

Al regresar a bordo del Órbita, en la ciudad de Balboa (Panamá), siete pasajeros consiguieron visas para Chile, donde fueron recibidos. Los cincuenta y cinco restantes se quedaron en Balboa en el Fuerte Amador — instalaciones donde funcionaba la Estación de Cuarentena de la Zona del Canal— hasta fines de septiembre de 1940.

Con la ayuda del JDC y la Sociedad de Ayuda al Inmigrante Hebreo, con sede en Nueva York, el rabino Witkin pudo lograr el traslado a los Estados Unidos de los cincuenta y cinco refugiados, además de otros setenta y nueve que, en circunstancias similares, habían llegado al Fuerte Amador en mayo de 1939, luego de desembarcar del barco estadounidense American Legion.

Ese mismo mes también había llegado a La Habana, procedente de Europa, el navío Flandre, con ciento cuatro pasajeros, todos judíos — alemanes, austríacos y checos—, todos con visas. Como en casos anteriores, las autoridades cubanas no permitieron el desembarco de los refugiados, y el barco, durante el mes de junio, inició una travesía con los inmigrantes presa de la desesperación. El Flandre pidió permiso para el desembarco de sus pasajeros en distintos puertos mexicanos, pero siempre fueron rechazados. Agotados todos los pedidos, incluyendo el de la asistencia de los Estados Unidos, el capitán optó por retornar a Europa, el único camino que en realidad le quedaba, y la totalidad de los refugiados, con frustración, desembarcó en Francia, de donde habían partido.

En tanto, los pasajeros judíos de los buques Caribia y Koenigstein — que habían partido de Hamburgo— no fueron admitidos en Trinidad y Tobago ni en Barbados, aunque tenían las correspondientes visas. En este caso, sin disponer de ninguna ayuda internacional, el barco arribó a diferentes puertos hasta que finalmente Venezuela admitió a los refugiados.

El 27 de mayo — habían pasado sólo unos días después de que Cuba rechazara el St. Louis, el Orduña y el Flandre—, el barco Orinoco, gemelo del St. Louis, partió de Hamburgo con doscientos pasajeros rumbo a Cuba. Al ser informado por radio de los inconvenientes ocurridos en La Habana, el capitán de la nave optó por permanecer en aguas francesas (frente a Cherbourg), donde estuvo anclado durante días a la espera de que se aclarara el panorama. Los gobiernos de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia rechazaron a los refugiados. Para salvar su imagen, los norteamericanos optaron por realizar una gestión diplomática solicitando, en la embajada alemana en Londres, que el gobierno nazi no tomara ninguna represalia contra los frustrados inmigrantes que se veían obligados a regresar. Con tales garantías otorgadas, ese contingente de judíos debió volver al Tercer Reich en junio de 1939. No está claro qué ocurrió con ellos, ya que no hubo información sobre su posterior destino.

Algunos investigadores sostienen que el presidente estadounidense Franklin Roosevelt no permitió el desembarco de los refugiados de los barcos antes citados debido a la posición del embajador norteamericano en Inglaterra, Joseph Kennedy, un antisemita fanático, quien amenazó con que, si eso ocurría, retiraría el apoyo dado a Washington por los demócratas sureños.

Por otra parte, el aparato de propaganda nazi había inflamado el sentimiento antisemita en todo el mundo. Juan Prohías, fundador del Partido Nazi Cubano, difundía la ideología nacionalsocialista en La Habana a través de la radio y de la prensa escrita. La financiación de esa campaña estaba a cargo de Louis Clasing, director de la compañía Hapag-Hamburg Amerika Line en La Habana. Como se vio, a Cuba llegaron una gran cantidad de barcos con refugiados judíos que no pudieron desembarcar en ese país. Este cierre de fronteras a la inmigración judía fue funcional a la dirigencia sionista y, por esta razón, ésta casi no reaccionó ante las medidas tomadas por varios gobiernos contra aquélla. El destino de los judíos debía ser uno sólo: la Tierra Prometida.

El Libro Blanco

En 1939, Londres comunicó que no estaba dispuesta a dividir el Mandato Británico de Palestina en dos Estados, y separar así a árabes y judíos. Por el contrario, en el denominado Libro Blanco — un texto publicado por el gobierno de Neville Chamberlain el 17 de mayo de ese año— se determinó que el objetivo propuesto era una sola Palestina independiente, gobernada en conjunto entre ambos pueblos. Se indicó que se asociaría gradualmente a árabes y judíos con el gobierno de Palestina, en una proporción relacionada con sus respectivas poblaciones, con la intención de que en diez años se pudiese crear un Estado independiente de Palestina. En la primera sección del Libro Blanco se estableció que se debía “garantizar los intereses esenciales de cada una de las dos comunidades”. En la segunda sección se mencionó que la inmigración judía hacia Palestina quedaría limitada a un máximo de setenta y cinco mil personas en los siguientes cinco años, de modo que la población judía fuera un tercio de la población total. Después del período de cinco años no se permitiría más inmigración judía a menos que los árabes de Palestina estuvieran dispuestos a aceptarla. Y, finalmente, en la tercera sección se resolvió que se prohibiría o restringiría la compra de nuevas tierras a los judíos, como consecuencia del “crecimiento natural de la población árabe” y del “mantenimiento del nivel de vida de los cultivadores árabes”. Para los sionistas esas determinaciones fueron un golpe artero disparado al corazón de su proyecto. Los británicos definitivamente eran ahora sus enemigos. Y Hitler, su gran aliado…

Nobel de la Paz

Se debe recordar que, en 1939, Adolf Hitler fue nominado al Premio Nobel de la Paz por E. G. C. Brandt, un integrante del parlamento sueco. La campaña para su candidatura fue respaldada públicamente por la escritora judía Gertrude Stein, quien argumentó que el líder nazi había logrado la pacificación de la sociedad alemana al colaborar con el proyecto de que se concretara un Hogar Nacional Judío en Palestina. Según escritos del profesor emérito de la Universidad de Uppsala, Gustav Henrikssen, miembro del Comité Nobel, Stein — ícono intelectual de la denominada Generación Perdida, que escribió un estudio sobre “La grandeza y las cualidades del Führer”— fue quien empujó la campaña pro Hitler bajo el eslogan: “La supresión de los judíos es sinónimo de Paz”[46] (por “supresión” se entendía la marcha de los judíos alemanes hacia Palestina).

De acuerdo con el diario español ABC:

[…] el Comité Nobel (encargado de conceder el galardón) contempló la nominación pero concedió los laureles en aquella ocasión al Instituto Nansen, organismo multitemático dedicado a diversas investigaciones. No obstante, aunque Hitler no consiguiera la mayoría de votos necesarios para ganar, las discusiones sobre sus méritos fueron “animadas”. Se opinaba que podría ser merecedor del premio debido a las conversaciones que había mantenido con el británico Chamberlain relacionadas a la paz en Europa. Tanto la nominación como los demás detalles relacionados con estos extraordinarios sucesos se archivaron bajo siete llaves y desaparecieron de la historia de los premios Nobel como por arte de magia después de la Segunda Guerra Mundial.[47]

En manos de las SS

Pese a la violenta persecución de los nazis, hacia 1939 seguían viviendo en Alemania entre doscientos cincuenta mil y trescientos mil judíos, según la estadística del SD (Sicherheitsdienst, el Servicio de Seguridad alemán). Esto significaba las tres cuartas partes de la población judía registrada en 1933. La tarea de erradicarlos no había sido tan “eficaz” como muchos dirigentes nazis y sionistas habían pensado. En ese sentido, el mismo Hitler, en julio de 1938, había calculado que recién después de diez años Alemania estaría “libre” de ellos (Judenfrei).

El 24 de enero de 1939, el Tercer Reich creó una oficina central para la “emigración judía” con la dirección del jefe de la Policía de Seguridad, Reinhard Heydrich. Los tiempos para expulsar a los judíos se aceleraban en directa proporción al advenimiento de la guerra, que no tardaría en estallar. En esta nueva etapa

[…] la transferencia de la responsabilidad global a las SS inició, sin embargo, una nueva fase en la política antijudía. Para las víctimas, constituyó un paso decisivo en el camino que había de acabar en las cámaras de gas de los campos de exterminio.[48]

A principios de ese año, el ministro del Exterior de Hitler, Joachim von Ribbentrop, advirtió que “Alemania debe considerar como peligrosa la formación de un Estado judío” porque “traería consigo un crecimiento internacional de poder a la judería mundial” (circular del Ministerio del Exterior, 25 de enero de 1939).

Pero, tal como lo había hecho antes, Hitler siguió sosteniendo el Acuerdo de Traslado.

El Führer les dijo a sus hombres de confianza que, a pesar de los grandes gastos que implicaban para el Reich financiar el proyecto sionista, se trataba de la mejor inversión que se podía hacer para sacar a los judíos del territorio alemán. En ese sentido también sostuvo que Londres no permitiría la fundación de una nueva nación judía en Palestina. Efectivamente, tal como se vio, en el Libro Blanco — el texto publicado por el gobierno de Neville Chamberlain en 1939— se confirmaría oficialmente que Londres no estaba dispuesta a dividir a Palestina en un Estado judío y en otro árabe.

Los esfuerzos para mantener la corriente de judíos alemanes a Palestina, ya sea de modo legal o clandestino, se mantuvieron hasta 1941, dos años después de haber comenzado la Segunda Guerra Mundial. Incluso en marzo de 1942, por lo menos un kibutz seguía operando en la Alemania de Hitler.[49]

….

Pelear junto a Hitler

Hasta enero de 1940, Irgún — la Organización Militar Nacional en la Tierra de Israel— había estado peleando contra el régimen británico que impedía la inmigración a Palestina. Se trataba de un grupo paramilitar sionista, acusado por las autoridades británicas de perpetrar actos de terrorismo. Pero cuando empezó la guerra, la mayoría de sus dirigentes decidió apoyar la causa aliada, esto es oponerse a Hitler. Dicha determinación resultó intolerable para algunos jefes sionistas radicales.

Tal fue el caso de Abraham Stern, quien se separó de Irgún y decidió formar una agrupación nueva llamada Luchadores para la Liberación de Israel, más conocida como Lehi (acrónimo hebreo de “Lojamei Jerut Israel”). Stern y sus hombres creían que el pueblo judío debía concentrarse en luchar contra las fuerzas británicas que ocupaban Palestina, ya que, de esta manera, expulsándolos de la Tierra Prometida, se lograría crear el Hogar Nacional Judío. Los miembros de Lehi estaban convencidos de que el verdadero enemigo era Gran Bretaña y consideraron que se podían realizar alianzas tácticas con Hitler. Estaban seguros de que la iniciativa del Führer, consistente en echar de Europa a los judíos, era funcional a la meta de poblar Palestina.

En enero de 1941, los principales líderes de Lehi resolvieron apoyar a Hitler luego de mantener negociaciones con diferentes jerarcas nazis.

Los hombres de Lehi ofrecieron mantener una resistencia judía en Oriente Medio contra los británicos. La propuesta formal de una “alianza militar” fue formulada en forma secreta por Stern, el líder de la organización, a diplomáticos nazis en Beirut, en 1941. Esto ocurrió luego de que Gran Bretaña negara la posibilidad de que se crearan más asentamientos judíos en Palestina. De este modo, Stern y sus hombres dejaron en claro que Gran Bretaña era un enemigo común de los sionistas y de los nazis.[50]

La oferta incluía actividad militar y política, en principio dentro de Palestina y luego en el exterior. Se aseguraba que los judíos serían militarmente entrenados y organizados en unidades bajo la dirección y orden del movimiento NMO (National Militar Organization). De este modo podrían tomar parte en operaciones de combate con el propósito de conquistar Palestina.

La propuesta — documento que sería luego hallado en la embajada nazi en Turquía— señalaba:

[…] el establecimiento del Estado judío histórico sobre una base nacionalista y totalitaria y unida por tratados con el Reich alemán, serviría para mantener y fortalecer la futura posición alemana de poder en el Medio Oriente.

En febrero de 1942, la policía secreta británica descubrió el lugar de escondite de Abraham Stern y lo asesinó, deteniendo a varios miembros de la organización. Su sucesor fue Isaac Shamir, quien muchos años después se convertiría en ministro de Asuntos Exteriores y luego en primer ministro del Estado de Israel hasta 1992.

Además de cometer varios actos terroristas contra intereses de Gran Bretaña, en noviembre de 1944, integrantes de Lehi mataron a Lord Moyne, ministro británico de Asuntos del Oriente Medio.

Cuando a Shamir, varios años después, se le preguntó por la oferta de alianza con los nazis realizada en 1941, confirmó que estaba al tanto de ella.[51]

Los cimientos nazis de Israel

Los dirigentes judíos y nazis admitieron que el Acuerdo de Traslado, implementado por Hitler, fue la base sólida sobre la cual se comenzó a levantar el futuro Estado de Israel.

En ese sentido se calcula que, en 1939, el quince por ciento de los colonos judíos de Palestina había llegado procedente de Alemania. Se estima que, entre 1933 y 1941, unos sesenta mil judíos alemanes emigraron a esa zona merced al Ha’avara y a otros acuerdos complementarios alcanzados entre los nazis y los sionistas.[52]

No sólo fue importante la cantidad de colonos sino también el traslado de bienes e insumos, así como de capital desde el Tercer Reich hasta Palestina. Estos aportes — por lejos los más importantes provenientes del exterior— impactaron positivamente en la pobre región. Según Black, “la afluencia de los bienes y capital de Ha’avara produjo una explosión económica en la judía Palestina” y fue “un factor indispensable en la creación del Estado de Israel”.[53]

Al referirse al Acuerdo de Traslado, el Ministerio del Exterior alemán consideró que “el traslado de la propiedad judía fuera de Alemania contribuyó en no poca magnitud a la construcción de un estado judío en Palestina” (circular del 25 de enero de 1939).[54]

Solamente entre agosto de 1933 y fines de 1939, de Alemania a Palestina se transfirieron 8,1 millones de libras o 139,57 millones de marcos alemanes (entonces equivalentes a más de 40 millones de dólares). Esta cantidad incluyó 33,9 millones de marcos alemanes entregados por el Reichsbank.[55] De acuerdo con Black, a esos montos se les debería sumar el equivalente a unos 70 millones de dólares en concepto de otros acuerdos entre nazis y sionistas, y por determinadas transacciones bancarias.[56]

La empresa de aguas Mekoroth y la textil Lodzia son algunas de las firmas importantes que se construyeron en Palestina con capitales alemanes.

En la década del setenta, ex funcionarios de la Ha’avara destacaron los beneficios que tuvo Palestina por el Acuerdo de Traslado. Ellos dijeron que “la actividad económica fue posible por la entrada de capitales alemanes, y las transferencias de Ha’avara a los sectores privados y públicos fueron importantísimas para el desarrollo del país”. También indicaron que “muchas nuevas industrias y empresas comerciales fueron establecidas en la Palestina judía y numerosas compañías que son enormemente importantes incluso hoy en la economía del Estado de Israel deben su existencia a Ha’avara”, esto es, a la asistencia financiera brindada por el nazismo.[57]

Soldados nazis judíos

Unos ciento cincuenta mil soldados judíos lucharon en el ejército nazi durante la Segunda Guerra Mundial, según calcula el historiador estadounidense Bryan Mark Rigg, quien llegó a esa conclusión luego de haber realizado un pormenorizado estudio en los archivos alemanes, que abarca todas las fuerzas armadas del Tercer Reich y que incluye abundante documentación así como cuatrocientos treinta entrevistas a ex soldados judíos que pelearon para la Alemania de Hitler.[58]

Algunos de esos militares vistieron el uniforme nazi porque no tenían otra alternativa: “Sabía que todo lo que hacía iba contra mis intereses y los de los míos, pero qué iba a hacer”, explicó el cabo judío Richard Riess quien peleó para el Tercer Reich. Pero lo más sorprendente es que un gran número de ellos combatió para Hitler porque se consideraba plenamente alemán y creía que era su deber luchar por su patria. De acuerdo con Rigg, “muchos no se sentían lo bastante judíos como para arriesgar su seguridad por la causa de su pueblo”. Según comprobó Rigg, la inmensa mayoría de los soldados de origen judío ignoraba la persecución nazi contra los semitas y la tragedia que ocurría en los campos de exterminio.

Otro dato desconcertante que surge de la investigación es que “el propio Adolf Hitler conocía los orígenes hebreos de decenas de oficiales de su ejército, a los que facilitó documentos que daban fe de la pureza de su sangre alemana”.[59] O sea que se falsificó su ascendencia para que aparecieran como arios. En ese sentido, es célebre la frase del jerarca Göring, jefe de la Luftwaffe, que alude a esa situación: “¡Yo decido quién es judío!”.

En varios casos los alemanes modificaron, en los archivos genealógicos, la historia familiar de los soldados judíos, cambiaron su ascendencia —los convirtieron en “no judíos” mediante un mecanismo burocrático— para que así pudieran integrarse sin inconvenientes a divisiones especiales como las SS o la Gestapo.

A pesar de que la ley germana prohibía a cualquier alemán que tuviera un abuelo judío formar parte de la elite de las fuerzas armadas:

[…] listados de personal militar de enero de 1944 demuestran que la jerarquía militar (nazi) sabía que al menos setenta y siete oficiales con sangre judía en las venas ocupaban cargos de responsabilidad en la Wehrmacht (el Ejército). Todos ellos obtuvieron para ello los documentos que avalaban su condición de alemanes puros.[60]

El célebre general Fritz Bayerlein, mano derecha de Rommel, fue inicialmente forzado a retirarse en 1934 por “poco ario” (tenía una “cuarta parte de sangre judía”, según el informe de los nazis).

Pero, debido a su eficiencia y lealtad al Führer, Hitler lo autorizó a seguir vistiendo el uniforme alemán del Tercer Reich. Bayerlein fue merecedor de la Cruz de Caballero con espadas y hojas de roble, una de las máximas condecoraciones nazis, mientras se encontraba al mando de la división acorazada de elite Panzer-Lehr.

En la Kriegsmarine (la armada nazi) se destacó un comandante de submarino de origen judío, Helmut Schmoeckel, capitán del U-802.

Entre otros militares judíos-nazis en el ejército sobresalió el mariscal de campo Erhard Milch — lugarteniente de Hermann Göring, jefe de la Luftwaffe—, quien fue merecedor de importantes condecoraciones por su compromiso con la lucha armada. En este caso, los jerarcas nazis “estuvieron de acuerdo en falsificar la identidad judía del padre de Milch y dotarlo de un pasado familiar más limpio”.[61]

Para Abraham Huberman, historiador especializado en el Holocausto, además de soldados judíos que sirvieron a la Wehrmacht, hubo una gran cantidad de ingenieros y técnicos hebreos que trabajaron en la Luftwaffe. Por su parte, Beatriz Gurevich, del Proyecto Testimonio de la DAIA (Argentina), recordó el “proceso de arianización” que “se ofreció a determinados judíos, en especial funcionarios, que eran necesarios para el funcionamiento de la maquinaria del Tercer Reich. Algunos de ellos aceptaron esta oferta, lo que coincide con la falsificación de documentos mencionada por Rigg”.[62]

Hemos visto en este capítulo un conjunto de informaciones sobrecogedoras y poco conocidas que cambia varias piezas de la historia oficial. Resta por investigar cómo se instrumentaron determinadas alianzas tácticas entre los nazis y los sionistas durante la guerra, así como el papel de estos últimos ante la matanza de judíos perpetrada por el Tercer Reich, que ellos no podían desconocer. Todo pareciera indicar que los líderes sionistas privilegiaron el objetivo de crear una nación judía por sobre otras metas, incluyendo la de salvar masivamente las vidas de judíos pobres, no dispuestos a participar del proyecto de colonización de Palestina, quienes terminarían siendo víctimas de la terrible maquinaria nazi. Este tema hoy se está investigando y podrá esclarecerse en la medida en que se conozcan nuevos testimonios y se libere documentación clasificada que esconde uno de los mayores secretos de Adolf Hitler y sus socios sionistas.[63]

Finalmente, se debe considerar que Hitler recibió aportes de judíos poderosos, quienes no desconocían la política antisemita de los nazis. Por ejemplo, el jefe nazi durante su ascenso al poder habría recibido “donaciones de la Liga Antibolchevique, fundada en 1919, en el Aeroclub Berlín, por iniciativa de (Hugo) Stinnes”, un poderoso industrial alemán dueño de minas y acerías.[64]

Los Fondos Antibolcheviques de la Industria y el Comercio de que disponía la Liga ascendían a más de cincuenta millones de marcos y eran administrados por el banquero judío Mankiewitz, de Berlín. Hasta el día de hoy persisten los rumores de que Hitler recibía dinero de judíos alemanes ricos con ideas nacionalistas… quizás ésta haya sido una de las fuentes de tales rumores.[65]

*Fuente: Abel Basti

Notas:

[1] Tom Segev “Die Siebte Million – Der Holocaust und Israels Politik der Erinnerung” [El séptimo millón: el Holocausto y la política de la memoria de Israel]; Hamburgo, 1995, p. 29

[2] Tom Segev, ibíd., p. 29

[3]  Tom Segev, ibíd., p. 29

[4] Tom Segev, ibíd., p. 30

[5] Theodor Herzl, Der Kongress, Welt, 1897. Reimpreso como Theodor Herzl’s Zionistische Schriften, Jüdischer Verlag, Berlín, 1920.

[6] Ingrid Weckert, Reichskristallnacht, Grabert, Tübingen, 1981. Theodor Herzl, The Jewish State, Herzl Press, Nueva York, 1970. Edwin Black, The Transfer Agreement, Macmillan, Nueva York, 1984.

[7] Se trata de una carta del secretario de Relaciones Exteriores británico, Arthur James Balfour, dirigida al barón Lionel Walter Rothschild, líder de los judíos ingleses, para ser entregada a la Federación Sionista. El documento original se conserva en la Biblioteca Británica.

[8] Adolf Hitler, Mi lucha, Ediciones Trasandinas, Santiago de Chile, 2001.

[9] Ibidem.

[10] Memorándum del 21 de junio de 1933, Federación Sionista Alemana. Lucy Dawidowicz, A Holocaust Reader, Behrman, Nueva York, 1976. Francis R. Nicosia, The Third Reich and the Palestine Question, Universidad de Texas, Austin, 1985.

[11] Periódico Jüdische Rundschau (periódico de la Federación Sionista en Alemania), Berlín, 13 de junio de 1933.

[12] Sobre el Acuerdo de Traslado, entre otras, se puede consultar las siguientes obras: Werner Feilchen feld, Haavara-Transfer nach Palaestina, Mohr/Siebeck, Tübingen, 1972; David Yisraeli, “The Third Reich and the Transfer Agreement”, Journal of Contemporary History, Nº 2, Londres, 1971; “Ha’avara”, Encyclopaedia Judaica, 1971; Francis Nicosia, The Third Reich and the Palestine Question, Universidad de Texas, Austin, 1985; Raul Hilberg, The Destruction of the European Jews, Holmes and Meier, Nueva York, 1985.

[13] Edwin Black, op. cit.

[14] Lenni Brenner, Zionism in the Age of the Dictators, Lawrence Hill, Chicago, 1983; The Journal of Modern History (Chicago), vol. 64, Nº 3, septiembre de 1992.

[15] Edwin Black, op. cit.

[16] Norman Baynes (ed.), Hitler’s Speeches, 1922-1939, vol. 1.

[17] Heinz Höhne, The Order of the Death’s Head, Ballantine, Nueva York, 1971.

[18] Memorándum de la Gestapo de Baviera, 18 de febrero de 1935.

[19] Joachim Prinz, Zionism under the Nazi Government, Young Zionist, Londres, 1937.

[20] Jacob Boas, “A nazi travels to Palestine”, History Today, Londres, 1980.

[21] “Ein Nazi fährt nach Palästina”, artículo del periódico nazi Der Angriff, 9 de octubre de 1934.

[22] Jacob Boas, op. cit.

[23] Das Schwarze Korps, 15 de mayo de 1935.

[24] Francis Nicosia, op. cit.

[25] Ibidem.

[26] Leni Brenner, op. cit. Véase Margaret Edelheim-Muehsam, “Reaction of the Jewish Press to the nazi Challenger”, Leo Baeck Institute, Year Book, vol. 5, 1960.

[27] Francis Nicosia, op. cit.

[28] Periódico Der Angriff, edición del 23 de diciembre de 1935.

[29] Lenni Brenner, op. cit.

[30] Francis Nicosia, op. cit. Karl A. Schleunes, The Twisted Road to Auschwitz, Urbana, Universidad de Illinois, 1970.

[31] “Berlin”, Encyclopaedia Judaica, vol. 5, Nueva York y Jerusalén, 1971. Además, Lenni Brenner, op. cit.

[32] Una gran diferencia del sistema económico del Tercer Reich, respecto de las potencias capitalistas, fue la prohibición del interés, con el objetivo de volcar la totalidad del capital en el sistema de producción. Dicha restricción no era una invención de Hitler, ya que hay antecedentes similares desde la Antigüedad. Por ejemplo, en la antigua Roma, mediante la “Lex Gemicia” del año 332 a.C., se les prohibió a los ciudadanos romanos tomar o dar préstamos con interés. En tanto, el papa León I, “El Grande”, en el año 443 prohibió los intereses, una restricción que hasta entonces sólo había sido obligatoria para los clérigos. A partir de ese momento la medida — fundamentada en estrictas razones morales— fue incorporada a la ley canónica como una obligación también para los laicos.

[33] Abraham Duker, “Diaspora”, Jewish Frontier, 1937.

[34] “Baal is not God”, Congress Bulletin, 24 de junio de 1936.

[35] 31 Lucy Dawidowicz, The War Against the Jews, Bantam, Nueva York, 1976. Max Nussbaum, “Zionism Under Hitler”, Congress Weekly (American Jewish Congress), 11 de septiembre de 1942.

[36] 32 Edwin Black, op. cit.

[37] 33 Ibidem.

[38] Francis Nicosia, op. cit.

[39] David Yisraeli, The Palestine Problem in German Politics 18891945, Bar-Ilan University, Israel, 1974.

[40] 36 Karl Schleunes, op. cit.

[41] Ian Kershaw, Hitler. 1936-1945, Península, Barcelona, 2000.

[42] Werner Feilchenfeld, op. cit.

[43] “Dr. Wise Urges Jews to Declare Selves as Such”, New York Herald Tribune, 13 de junio de 1938.

[44] Francis Nicosia, op. cit.

[45] Ian Kershaw, op. cit.

[46] Diario ABC, 11 de diciembre de 2004.

[47] 43 Diario ABC, 11 de diciembre de 2004.

[48] Ian Kershaw, op. cit.

[49] Yitzhak Arad, Documents on the Holocaust, Yad Vashem Publications, 2001.

[50] “The Secret Contacts, Klaus Polkhen”, Journal of Palestine Studies, edición verano de 1976. David Yisraeli, The Palestine Problem in German Politics 1889-1945, op. cit.

[51] Avishai Margalit, The Violent Life of Yitzhak Shamir, Review of Books, Nueva York, 1992. Lenni Brenner, op. cit.

[52] Lenni Brenner, op. cit.

[53] Edwin Black, op. cit.

[54] 50 Documentos de Nüremberg, Tribunal Militar Internacional, 3358-PS Pruebas de los principales criminales de Guerra, vol. 32, Nüremberg, 1947-1949.

[55] Werner Feilchenfeld, op. cit. “Haavara”, Encyclopaedia Judaica, Nueva York y Jerusalén, 1971.

[56] Edwin Black, op. cit.

[57] Werner Feilchenfeld, op. cit. Ingrid Weckert, Feuerzeichen, Grabert, Tübingen, 1981.

[58] Byrn Mark Rigg, La tragedia de los soldados judíos de Hitler, Inédita Editores, Barcelona, 2008.

[59] “Hubo judíos en el ejército de Hitler”, Página/12, 4 de diciembre de 1996.

[60] Ibidem.

[61] El País, 3 de diciembre de 1996.

[62] Página/12, 4 de diciembre de 1996.

[63] Paradójicamente, varios historiadores han sugerido que Hitler tenía ascendencia judía, ya que su padre Alois habría sido hijo ilegítimo de una relación entre María Schickelgruber y Frankenberger, un muchacho hebreo de diecinueve años. Un análisis de ADN realizado a parientes de Hitler demostró que tienen un cromosoma poco frecuente en Europa occidental y que sí se encuentra fácilmente en los habitantes africanos de Marruecos, Argelia y Túnez, así como en los judíos. Esto demostraría que la ascendencia de Hitler estaba relacionada con algunos de estos pueblos que no eran arios. (The Daily Telegraph, 24 de agosto de 2010.)

[64] Walter Görlitz, El oro y el poder, Abril, Buenos Aires, 1975. Stinnes también tenía una flota de barcos, cuya nave principal se llamaba General Belgrano, barco que unía el puerto de Hamburgo con el de Buenos Aires.

[65] Ibidem.

 

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