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Literatura de la memoria y las víctimas de Coruña

Literatura de la memoria y las víctimas de Coruña
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03 de junio de 2024

En el año 2003 me propuse la tarea de escribir un texto dramático que evocara una de las tantas matanzas obreras ocurridas a principios del siglo XX en el Norte Grande. En esa ocasión, me planteé, entre otras premisas, relatar los hechos históricos desde una perspectiva de recuperación de la memoria, basándome en la novela «Los pampinos» (1956) de Luis González Zenteno (1910-1960). Para tal fin, construí la pieza siguiendo los lineamientos y derroteros del antiguo, aunque aún vigente, Teatro Social Obrero. Esto implicó emprender un trabajo hermenéutico, interpretativo y aclarativo, con el objetivo de superar la simple narración de los hechos históricos y la biografía de sus principales sujetos sociales. De ese modo, aspiré a dar voz a aquellos trabajadores asesinados en las agrestes y abrasadoras arenas del desierto tarapaqueño, reviviendo las desdichas históricas sufridas por los desamparados en este territorio. Este proceso me llevó a revisar la escasa historiografía existente, ya que, como sabemos, muchas páginas funestas de nuestra historia han sido escamoteadas por las «letras oficiales».

A modo de resumen, podemos decir que, a inicios de junio de 1925, precisamente en las postrimerías del primer gobierno de Arturo Alessandri Palma (1920-1925), se declaró una huelga en la Oficina Salitrera Coruña, en el marco de una gran efervescencia económica y política en los sindicatos del salitre. En ese contexto, los agentes del imperialismo británico se mostraban inquietos por el fortalecimiento del movimiento obrero en Chile hacia 1925 e intervinieron en los acontecimientos, ejerciendo presiones directas sobre el gobierno central. Por otra parte, la Federación Obrera de Chile adquiría cada vez mayor fuerza, al igual que el Partido Comunista, fundado por Luis Emilio Recabarren. Además, el triunfo de la revolución del proletariado ruso (1917) influía en amplios sectores populares.

Entre las demandas de los trabajadores se encontraban: la implantación de la Ley Seca en las salitreras, la jornada laboral de ocho horas, el reemplazo de las fichas y vales utilizados para la obtención de alimentos y otros enseres por dinero, el aumento salarial conforme al alza del costo de la vida, el mejoramiento de las condiciones de trabajo, el fin de las brutalidades contra los obreros y la nacionalización de las oficinas salitreras. Estas demandas surgieron como consecuencia de la crisis del salitre que llevó a los empresarios a cerrar alrededor de sesenta salitreras y a expulsar de ellas a los obreros y sus familias, quienes, en gran parte, debieron regresar a sus lugares de procedencia, principalmente en el sur del país.

En abril de 1925, las huelgas en diversas oficinas, campamentos obreros, estibadores, jornaleros, cargadores y empleados de aduana, entre otros, desembocaron en un paro general que se prolongó durante ocho días en la provincia de Tarapacá. Mientras tanto, los dueños de las Oficinas Salitreras solicitaron una tregua para consultar a las instancias centrales en Inglaterra y Estados Unidos. Los obreros aceptaron la espera; no obstante, los patrones recurrieron de inmediato a las autoridades de turno, buscando garantías para resguardar sus intereses. En esas circunstancias, el gobierno otorgó «carta blanca» para que las fuerzas represivas sofocaran el levantamiento obrero, utilizando la fuerza más despiadada.

Ante el creciente clima de tensión social, el presidente Arturo Alessandri declaró el estado de sitio en Tarapacá y Antofagasta, designando al general Florentino De La Guarda como Jefe de Plaza. Los domicilios de los dirigentes obreros fueron allanados; estos líderes fueron detenidos y enviados a destinos desconocidos. Las listas negras circularon rápidamente en las oficinas, y muchos dirigentes desaparecieron sin dejar rastro. La «guerra sucia» comenzó a gestarse en secreto. Se clausuraron los periódicos en Iquique: El Despertar de los Trabajadores y El Surco. En respuesta a esta represión, los obreros organizados convocaron un paro de veinticuatro horas.

El comandante general de armas y jefe de la guarnición de Iquique, Recaredo Amengual, informó al ministro de Guerra, Carlos Ibáñez del Campo, que «en la pampa había estallado la revolución soviética». Este coronel, convertido en el hombre fuerte del gobierno, ordenó la deportación de aproximadamente 2,000 huelguistas hacia el sur del país. Además, exigió a Amengual enviar tropas a la pampa y someter a los obreros por la fuerza. Como resultado, en la pampa se enfrentaron cara a cara un ejército bien armado contra una masa de obreros cuya única arma era la «conciencia de clase», forjada a través de sufrimientos e injusticias sociales.

En una contienda desigual, los numerosos regimientos de infantería, caballería, artillería y marinos coparon la pampa y procedieron a ejecutar la masacre de los obreros y sus familias. La tarde del 5 de junio, la Oficina Salitrera Coruña fue bombardeada por el regimiento Salvo durante más de una hora; luego, las metrallas del Lynch, la infantería del Carampangue y la caballería del Granaderos se encargaron de sepultar el alzamiento obrero.

Con todo –o contra todo–, el levantamiento de los trabajadores no solo marcó el paso de una lucha reivindicativa, sino que también se puede definir como un embrionario movimiento político de carácter revolucionario. Esos hombres y mujeres se alzaron y enfrentaron al Estado y sus fuerzas represivas, con miras al establecimiento de una sociedad nueva.

Junto a estas referencias históricas y entrevistas realizadas a historiadores de la Región de Tarapacá, también consideré la novela de González, pues ella me podía servir como fuente argumental para elaborar la obra teatral. La literatura ha sido uno de los pocos medios que ha develado el cosmos pampino, los pasajes trágicos de los obreros y las masacres ocurridas en el norte del país, incluso antes de que estas fueran preocupación nacional y universal, no solo en el sentido de destrucción del hombre, sino también como delito social y trasgresión de los Derechos Humanos.

«Los pampinos», de Luis González, se enmarca en el punto de vista neorrealista, asumiendo la crisis de la sociedad chilena de comienzos del siglo XX y adoptando una mirada cronística, histórica e incluso legendaria de la pampa salitrera. Registra, testimonia y transforma la realidad de la pampa y de las Oficinas Salitreras sobre un escenario de conflictos y cruda realidad social. La narración expone interesantes aspectos de la vida social del puerto, como las juergas e intimidades de las clases privilegiadas en el Palacio de Cristal, la construcción del local de la Federación Obrera de Chile (FOCH) y la acción de las Ligas Patrióticas como primer signo de xenofobia contra peruanos y bolivianos. Del mismo modo, menciona aspectos de la vida de Luis Emilio Recabarren, del diario obrero El Despertar de los Trabajadores, la cesantía y la crisis socioeconómica que azotaba al país. Al mismo tiempo, construye un relato de las huelgas de trabajadores, la creación de los sindicatos y las andanzas de los pampinos en las casas prostibularias, recreando tanto personajes reales como Carlos Garrido y Luis Emilio Recabarren, como otros ficticios.

Sus protagonistas, Carlos y Leonor Túmbez, la Timona, simbolizan la lucha obrera. Carlos, joven venido de Aconcagua, y Leonor, emigrante de la sierra del Perú, representan a los «afuerinos» que abandonaron sus pagos e incluso sus familias, para probar suerte en el desierto más árido del mundo. En su mejor época, la cantidad de obreros asentados en este territorio llegó a treinta mil. Así, González concilia la épica social y el desarrollo del conflicto obrero con las historias personales de sus personajes de ficción.

El argumento comienza con Carlos, un hombre desarraigado del campo y de su medio mítico, que en el transcurso de los acontecimientos se convierte en un líder revolucionario. Aunque sucumbe en un arenal de desolación representado por la sociedad industrializada, en las postrimerías entrega audazmente su ejemplo hacia el futuro. Lo acompaña Timona, indígena apasionada y fatídica, que inicia su existencia dramática como líder y marcha de la mano con Luis Emilio Recabarren. Ambos personajes están trazados por el autor como verdaderos íconos de los trabajadores salitreros decidieron enfrentar organizadamente al poder de los capitalistas, dueños de las industrias de nitrato.

Coruña, la obra teatral, aspiraba a recontextualizar ideológica, ética y estéticamente la novela, con el propósito de reconstituir la escena política y social de un hecho histórico brutal ocurrido a comienzos del siglo pasado. En consecuencia, el argumento central de la narrativa nutrió al teatro de conocimientos e imágenes que me permitieron profundizar sobre los pampinos. Estos personajes vivieron en la pampa salitrera, un entorno cargado de dramas sociales, abusos, atropellos, vejámenes y crímenes. La pampa configuró los rasgos distintivos (existenciales, sociales y psicológicos) del hombre que la habitó.

Los protagonistas de Coruña representan a aquellos emigrantes que arribaron a la pampa nortina, transformándose en pampinos con una nueva identidad y un sentimiento propio. Los configuré con la misma valoración social, sin distinción de género. En varios pasajes de la trama, destaco a la mujer cumpliendo un rol preponderante en el alzamiento obrero, siendo la mano derecha de Luis Emilio Recabarren. Ella se moviliza en un ambiente asfixiantemente machista, donde la mujer estaba destinada a roles menos relevantes.

Probablemente, el rescate de la voz femenina es un punto de inflexión tanto en la novela como en la obra dramática, en comparación con la tradición literaria nortina. Aunque Timona y Carlos Garrido tienen un papel sobresaliente en la historia, no determinan los acontecimientos de la trama. Ambos simbolizan el arquetipo del trabajador explotado, sintetizando el sueño esperanzador de una clase social: el proletariado. Desde ese prisma, se colige que la axiología textual está dirigida a una nueva realidad optimista y a la cristalización de una utopía.

TIMONA: Qué poco pedimos nosotros, ¿cierto, hijo? Pero cuando tú seas grande, el mundo ya habrá cambiado. Escucha, hijo, tú eres la esperanza, la semilla que se abre paso en los surcos de una nueva vida. Sí, una nueva vida. (p.98).

Los personajes fueron situados en una dimensión que va más allá de la simple conexión con el territorio pampino. Busqué proyectar al pampino en un contexto de sacrificio colectivo, superponiéndose a las historias individuales que emergían en la tragedia. Para mis objetivos dramatúrgicos, fue más importante lo que los pampinos sostenían y contaban que sus características socio-culturales específicas. Utilizando discursos de líderes sociales y otras fuentes literarias, intenté destacar tanto los paradigmas políticos e ideológicos como lo micropolítico: sus subjetividades y representaciones, más allá de un contexto histórico e ideológico. Los diálogos están teñidos por los detalles de la lucha obrera y la historia personal y humana de Carlos y Timona, quienes se amaron intensamente en un ambiente tenso y trágico.

En el relato, procuré destacar la figura del pampino no solo como productor de las grandes riquezas que disfrutó el país, sino también como el hombre que, desafiando la ignorancia y la explotación extrema, se levantó contra el poder absoluto de los empresarios capitalistas y el Estado chileno. Por lo tanto, el conflicto central que impulsa la estructura dramática es la lucha de los trabajadores contra el sistema opresor. La clase obrera emerge como una fuerza que se organiza en torno a sus demandas reivindicativas y aspiraciones políticas, mientras que los capitalistas extranjeros y las autoridades gubernamentales conspiran para mantener el statu quo. Frente a un escenario cruel y explotador, el obrero solo tenía dos opciones: someterse y morir pobre en una calichera o rebelarse con la esperanza de un futuro mejor. Esta actitud heroica fue la que mostraron muchos hombres y mujeres que no dudaron en sacrificarse por sus reivindicaciones, sueños y utopías.

Dentro de esa lógica, articulé a Carlos y Timona, y a otros personajes secundarios, como verdaderos héroes con firmes convicciones de morir si era necesario por su causa.

CARLOS: (Soliloquio) ¿Querían pelea? ¡Tendrán pelea! ¿Querían sangre? ¡Tendrán sangre! Yo no me he metido en esto por puro gusto. (p.88).

En el próximo diálogo, se explicita con realismo la lucha obrera bajo una estética épica.

TODOS: ¡Pan, pan! ¡Pan, pan! ¡Queremos pan! ¡Que salga Garrido! ¡Garridooó! ¡Garridooó! ¡Garridooó!

CARLOS: (Entra a escena) ¿Qué pasa compañeros?

HOMBRE 1: Lo que pasa es que no tenemos qué comer.

MUJER 1: ¡Queremos pan y leche para nuestros hijos!

HOMBRE 3: ¿Cómo te fue con la mercadería que ibas a conseguir?

CARLOS: ¡Estamos jodidos! Anoche no pudimos comprar mercadería en la otra Oficina. Nos corrieron a balazos.

TODOS: ¡Hijos de puta!

CARLOS: Es la verdad. Nos balearon.

MUJER 2: ¿Y ahora qué vamos hacer?

CARLOS: Ahora a la pulpería ¡Será nuestra, pase lo que pase! (p. 87).

 

Con esa voluntad militante, los personajes enfrentan a los destacamentos militares, pagando un alto precio por su arrojo y valentía. Después de la masacre, la muerte y el terror se apoderan de la pampa y de los impulsos solidarios de los trabajadores, dando paso al pánico, desconcierto, desolación y dolor entre los sobrevivientes. Así, se pretendió plasmar tanto lo político como lo estético en relación con un hecho histórico que las letras canonizadas han ocultado hasta nuestros días.

El conflicto se desarrolla en dos escenarios: Iquique y la pampa. En Iquique, la acción comienza en un bar del puerto y se desplaza a la plaza pública para el mitin obrero, luego a lugares cotidianos de los obreros. En la pampa, la acción más importante ocurre cuando Carlos Garrido, en busca de oportunidades de trabajo, se interna en las oficinas salitreras y finalmente se inmola por la causa obrera. Los personajes se movilizan en tres planos centrales: el sociológico, ofreciendo una visión del pampino a través de escenas de pulpería, fiestas y la vida cotidiana en la oficina salitrera; el personal, centrado en Timona y Carlos con su unidad de amor y convicción social enfrentados a un destino incierto y funesto; y el del poder económico y político, concentrado en la Intendencia y la pulpería, donde las autoridades y los dueños de las salitreras se confabulan contra los obreros.

Estos planos, aunque siguen una lógica espacial y temporal lineal y progresiva, están condensados en breves episodios o escenas. Cada episodio presenta una dinámica propia ensamblada a un nivel sintagmático, evitando separar las partes en actos. A través del personaje narrador, se plantean situaciones que relatan lo que va a suceder en ese momento.

Todos los episodios están organizados bajo la técnica del montaje, que permitió compaginar las anécdotas de la novela con diversos materiales de otros registros: literatura, diarios, fuentes históricas y el imaginario social de los descendientes de los obreros sacrificados. Este conocimiento histórico se entrecruzó en un juego de narración de datos, descripciones de los protagonistas, reconstrucción de diálogos, recuerdos del narrador, crónicas de acontecimientos, datos económicos y citas de lecturas.

Esta creación se vincula con el teatro social obrero, retomando la estructura y el discurso crítico que caracterizó al teatro social defensor de los trabajadores salitreros y cuestionador del orden social impuesto. Coruña asume la estética realista de Recabarren, presentando la realidad de la manera más objetiva posible para situar al trabajador-espectador en su contexto social y generar una actitud crítica y revolucionaria. Este enfoque estético permitió emprender el desarrollo dramático, con continua referencia al escenario histórico de los hechos narrados.

RECABARREN: Compañeros: Todo esto está claro como el agua. No se necesita ser sabio para comprenderlo. Hay malestar en las salitreras, cunde la cesantía, encarece la vida, y como no pueden darnos pan, nos dan circo. Que peleemos. Que nos entretengamos. Que nos olvidemos de nuestros problemas. Pero nosotros no somos niños chicos para dejarnos engañar. ¿Verdad compañeros?

TODOS: ¡No, no! ¡De ningún modo! (p.34).

Un aporte esencial de la estética del Teatro Social Obrero en esta escritura dramática es el sentido reflexivo y didáctico de las veladas artísticas y representaciones teatrales de antaño. En esa época, el arte se concebía como una actividad al servicio del perfeccionamiento social y para la gestación de un espacio crítico que indujera a la reflexión de los trabajadores. Al igual que el teatro de Recabarren, “Coruña, la ira de los vientos” explora los acontecimientos históricos, transformando al público en espectador activo de esa realidad, para que tenga conocimiento de ella y pueda tomar sus propias decisiones. Se busca generar espacios para que las nuevas generaciones comprendan el pasado histórico y para que los hechos luctuosos narrados no se repitan en el futuro del país.

En consecuencia, tanto en la creación de un artefacto artístico de carácter histórico como en la organización de cualquier acto conmemorativo sobre un hecho del pasado, no debe reducirse a una mera añoranza o a un ritual conmovedor. Pienso que, en el arte, las matanzas obreras, como Coruña y Escuela Santa María, deben abordarse no como algo relegado al pasado, sino como soporte para discutir el presente, mostrando al lector/espectador el desarrollo inalterable de los hechos históricos. Examinamos lo que pasó en otros tiempos y develamos la experiencia humana para problematizar el actual escenario social, con el ánimo de aportar a la lucha de los movimientos sociales actuales que buscan terminar con las desigualdades e inequidades que persisten en el sistema demoliberal, para cambiar el mundo existente.

– El autor, Iván Vera-Pinto Soto, es Cientista social, pedagogo y escritor

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