Entrevista a Baltasar Garzón, quien ordenó la detención de Pinochet
por Mercedes López San Miguel (Desde Santiago de Chile)
1 año atrás 9 min lectura
12 de septiembre de 2023
Un puñetazo que cambió la historia
El protagonista del fallo que en 1998 modificó la situación jurídica y social en Chile, tras el largo proceso de extradición del dictador.
El exjuez español Baltasar Garzón conquistó la atención global en 1998 cuando emitió una orden de arresto contra el dictador Augusto Pinochet. Garzón, de visita en Santiago por la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado, dialogó con Página/12 sobre la trascendencia de esa decisión. «Se reflejó en un cambio de situación jurídico-social dentro de Chile».
–Su pedido de detención de Pinochet marcó un punto de inflexión para Chile. ¿Cómo lo recuerda?
–El 16 de octubre de este año se cumplirán 25 años. En el contexto de los 50 años del golpe militar, es muy interesante porque quizás en ese momento no te das cuenta de lo que está aconteciendo ni de la trascendencia concreta de emitir una orden de detención contra alguien que ha cometido los hechos más atroces en su país, que ha sido endiosado por una parte de la población y todavía lo sigue siendo, hasta el punto de que la derecha y la ultraderecha nieguen que hubo un golpe de Estado. Con el paso del tiempo, se da uno cuenta de que tuvo una gran relevancia y eso se reflejó en un cambio de situación jurídico-social dentro de Chile; se dio una cierta esperanza de que podía haber una reacción frente a quienes habían tenido todo el poder y lo expandieron hasta ese día, en el sentido de que no había capacidad de enjuiciar esos crímenes tan graves. Me acuerdo perfectamente que en enero de 2000, que era la segunda vuelta entre Joaquín Lavín y Ricardo Lagos, el propio Lavín (candidato de la Unión Demócrata Independiente) pedía que vuelva Pinochet a Chile para que se lo juzgue en el país. Oír de la derecha esa expresión, que había crecido a los pechos de Pinochet, decía que algo estaba cambiando. Yo creo que supuso ese puñetazo en el estómago que hizo reaccionar. Y fue también un apoyo importantísimo a las víctimas y a los organismos de derechos humanos que hasta ese momento venían luchando, como en Argentina, desde el mismo momento del inicio del golpe de Estado. En este caso era una acción judicial desde afuera, y lo maravilloso y a la vez incontrolable que ocurría respecto del gobierno y las instituciones chilenas, es que no podían hacer nada. Un juez español que ordenaba la detención de una persona a un tercer país, Gran Bretaña, que decía: «Sí, lo detengo e iniciamos un proceso de extradición». Era la tormenta perfecta para las instituciones políticas chilenas.
–De todas maneras hubo muchas presiones y Gran Bretaña al final lo liberó.
–Sí, presionaron durante 503 días. Se presionó políticamente, se quiso hacer un arbitraje internacional. Gran Bretaña lo suelta, pero seguía siendo la tormenta perfecta para las víctimas y para la acción de la justicia que en este caso operaba por el principio de jurisdicción universal. No podían detenerlo. Incluso la decisión política de Gran Bretaña no se podía producir en ningún momento anterior. Tenía que terminar el proceso judicial y con muchas incidencias, pero finalmente se acuerda por Jack Straw (entonces ministro del Interior) que continúe el procedimiento en abril de 1999. La extradición se gana el 8 de octubre de 1999. Ronald Bartle decide la extradición a favor de España por tortura, conspiración para torturar y de tortura psicológica, como yo lo hacía en la resolución por 2148 casos de desaparecidos. Es a partir de ahí cuando ya se ve seriamente que eso avanzaba a una velocidad de crucero que no iba a detenerse. Había que lanzarle algún torpedo a la línea de flotación de la extradición y ese lanzamiento fueron los dictámenes médicos que después se comprobaron que no eran tan correctos como decían. Pinochet estaba capacitado para soportar el proceso judicial. Recuerdo que solamente se ponía un condicionante, que era que no hubiera sesiones de juicio mayores a cuatro horas por un problema que tenía en las piernas, pero aparte de eso, era perfectamente capacitado. ¿Qué ocurrió? Pues ahí es donde incidió la política y el acuerdo de un país con otro. España no actuó en contra, no hizo nada por evitarlo porque a mí en ese momento se me neutralizaba por la vía de que mis peticiones se dilataban o se cruzaban. Pero más sabe el diablo por viejo que por diablo. Como había otros países que estaban también vistando, utilizamos la vía de Bélgica para pedir las decisiones que finalmente se iban concediendo. Jack Straw, años después, dijo que lo engañaron y publicó un libro en 2013 diciendo que, con lo que sabía entonces, no hubiera tomado aquella decisión.
–Y también cuando vio a Pinochet levantándose de la silla de ruedas y sonriendo…
–Pero claro. A mí me llamó la atención ese golpe de pecho de Jack Straw. Pinochet era el maestro del disfraz, de la apariencia. Fue propio de la soberbia del dictador y a la vez la cobardía, porque no había sido capaz de enfrentar la justicia.
–Pinochet murió sin ser condenado por las violaciones a los derechos humanos en Chile.
–Sí, pero no hay que olvidar que la reparación de la acción judicial se produjo. Porque tanto por el proceso de extradición de Pinochet en Londres, como por la acción del juez Juan Guzmán Tapia aquí en Chile, en el caso de la Caravana de la muerte y algunos más, Pinochet cuando vuelve a Chile pierde el fuero, es procesado, permanece en arresto domiciliario. Nunca volvió a estar en libertad hasta el día que se murió. Después hay ese simulacro de que estaba enfermo, pero él comete ese acto de soberbia de aparecer en un programa de un canal de Miami diciendo que él estaba bien, y entonces se renueva la decisión del juez y hubiese sido sometido a juicio, si no es porque le llega la muerte. Es verdad que desde que volvió a Chile en el 2000 pasaron seis años, pero ese es otro capítulo del que se puede hablar, de las dilaciones en la justicia. Porque se están cumpliendo 50 años del golpe militar y el 28 de agosto ha salido la sentencia definitiva del asesinato de Víctor Jara. Cincuenta años…
–¿Y eso por qué? ¿Porque ha habido mucha impunidad en estos años?
–Ha habido impunidad, han habido resistencias por parte de los propios autores y los cuerpos policiales de inteligencia o militares a los que pertenecían, porque nunca ha habido colaboración por parte del ejército como no lo hubo en Argentina, así como normalmente se impone la ley del silencio, la omertá entre todos ellos. A mí me llama la atención, y esto es una reflexión muy crítica frente a las instituciones democráticas: se cede a temas como los de la amnistía, la media prescripción y demás, y falla un elemento fundamental para que se adopten esas medidas, que es la verdad. Si no hay verdad no puede haber justicia transicional, es un elemento esencial. Y aquí no ha habido verdad porque hay una parte que se ha negado a hacer cualquier colaboración, cualquier valoración y todavía hay archivos secretos.
–Ahora se acaba de lanzar un plan de búsqueda de desaparecidos, lo que responde un poco a esto que usted viene diciendo.
–Más vale tarde que nunca. A mí lo que me apena es la actitud que toma la derecha, la extrema derecha o la opción política que sea. Si estamos en una democracia, se presume que son fuerzas democráticas, aunque yo tengo mis dudas respecto de la extrema derecha. Deben coadyuvar y estar de acuerdo con ese plan. Pueden mejorarlo, pero lo que no se puede hacer es pedir que no se busquen las víctimas. Es una aberración antidemocrática, involucionista, negacionista y es muy grave porque ninguna democracia se sostiene con esos planteamientos porque no se cumple la garantía de no repetición. ¿Qué quiero decir con esto? Que dejamos la puerta abierta para que vuelva a suceder algo similar. Es terrible lo que está ocurriendo, es terrible lo que está sucediendo en la Argentina también con Javier Milei y demás.
–Milei y su compañera de fórmula, Victoria Villarruel…
–Sí, la compañera de fórmula ha exaltado siempre a los militares, ha actuado en contra de cualquier opción de compromiso crítico contra la dictadura y el ejemplo lo tenemos recientemente atacando ella a Estela de Carlotto, a su hija desaparecida. Puedes no estar de acuerdo, puedes incluso denostar, pero no puedes llegar a la indignidad de que alguien que opta a la vicepresidencia de un país, tenga esa filosofía de vida. Es muy grave, pero no sé qué mecanismo hay para hacerle ver a la gente que tenga cuidado. Ese camino ya sabemos adónde nos conduce. La historia argentina es muy clara en eso. Cada una de las veces que ha habido una opción de ese tipo, lo único que ha aumentado es el neoliberalismo y ha acabado fatal. Y aquí en Chile ocurre exactamente lo mismo. Un país que ha sido ejemplo del neoliberalismo, desde el minuto uno o menos uno del golpe de Estado, con la influencia de Estados Unidos, con los servicios de inteligencia, con los mecanismos neoliberales, el dominio de los grandes grupos empresariales, etc.
–En Chile sectores de la derecha relativizan las violaciones a los derechos humanos.
–Ese es el discurso del fascismo y de la extrema derecha. Debería ser harto preocupante para los chilenos y las chilenas. Permanecer indiferente en estos momentos es casi ser corresponsables de lo que pueda acontecer. Hay que tocar a la puerta de las fuerzas progresistas. Algo se está haciendo mal y algo tiene que ser corregido. Es el momento de la integridad, de unir fuerzas, de avanzar. No podemos estar en conflictos internos que solo favorecen a quienes no tienen ningún problema en tener hoy unos principios, mañana otros y al tercer día unos diferentes, parafraseando a Groucho Marx. Hay buenos políticos y hay políticos perversos. Y en esa perversión yo incluyo a todos los que anteponen su propio interés, al interés de los ciudadanos. Los hay con nombre y apellido y habría que reflexionar. Si no somos capaces de transmitir esto, pues es difícil.
*Fuente: Página/12
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