Ucrania: una guerra que modificará el orden internacional
por José Miguel Amiune
2 años atrás 16 min lectura
La mayor amenaza a la paz y seguridad internacionales desde la última Guerra Mundial
Se ha derramado mucha tinta sobre este tema. Trataremos, en la medida de lo posible, de no alinearnos con el relato de los actores de este drama, sino de buscar una superación dialéctica de la propaganda por el análisis crítico.
Este artículo intenta demostrar que el conflicto desatado en Ucrania reviste la singularidad de ser la mayor amenaza a la paz y seguridad internacionales desde la última Guerra Mundial, sin que puedan operar los mecanismos establecidos para asegurar el orden internacional, consagrados en la Carta de San Francisco de 1945, con la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Cualquiera sea el resultado, en el campo de batalla o en la mesa de negociaciones, el orden internacional liberal consolidado después de la Segunda Guerra Mundial no volverá a ser el mismo.
En nuestro concepto existen tres razones que definen la singularidad, naturaleza y dimensión de este conflicto bélico:
Se trata de una confrontación entre EE.UU. y Rusia, dos potencias nucleares, que se localiza en Ucrania. Se encubre este enfrentamiento como un conflicto geopolítico limitado a diferencias limítrofes entre Rusia y Ucrania. Vista así, la guerra aparece como un remedo de la lucha de David contra Goliat. La verdadera naturaleza del mismo reside en que EE.UU., a través de la OTAN, ha involucrado a toda Europa, Japón y otros aliados, en el intento de acabar con el régimen de Putin y neutralizar a Rusia como un actor geopolítico de primer nivel en el futuro. Para ello se ha desplegado, de ambas partes, un vasto operativo de desinformación, que la convierte en una guerra distinta de la que nos quieren hacer ver, más sofisticada, donde la conversión de la información en propaganda alcanza el cenit en materia de mentiras audiovisuales y manipulaciones mediáticas.
El rearme de Europa, incluyendo a Alemania y Japón (los vencidos en 1945), alterará los equilibrios geopolíticos definidos al fin de la II Guerra Mundial. También, la nueva ecuación militar, afectará profundamente a la economía mundial, dirigida a ser el soporte de la reconfiguración económica y energética a través de la cuál EE.UU. busca desandar la deslocalización productiva de los años 80 y 90, para asegurar las cadenas de valor y la logística de suministros desde y hacia su propio territorio.
Transcurrido un año del desencadenamiento del conflicto, donde cada día aparecen, se pronuncian y se suman a la histeria belicista, cientos de países y organismos internacionales asombra el extraño silencio de la ONU, máximo organismo internacional creado -fundamentalmente- para preservar, asegurar y garantizar la paz y seguridad internacionales. La pregunta es obvia, ¿qué pasa con las Naciones Unidas? La respuesta es más obvia aún: en este conflicto participan cuatro de los cinco miembros del Consejo de Seguridad, cuyo derecho de veto paraliza cualquier decisión de los demás órganos. Le llaman la Dictadura de los 5 Grandes o P5 (miembros permanentes). EE. UU., Rusia, Francia y el Reino Unido, participan del conflicto, sólo China aún permanece neutral y no se sabe hasta cuándo. Estamos en un verdadero problema, los garantes de la paz y la seguridad internacionales están en guerra, mientras 7.700 millones de habitantes de la tierra al igual que la ONU miran, el crimen de la guerra absortos, desde las tribunas.
Los tres factores reseñados que determinan la singularidad, la naturaleza expansiva y la peligrosidad del conflicto en Ucrania, serán desarrollados a continuación.
El reino de la desinformación
Bajo la catarata de información que recibimos a diario se encubre la naturaleza del conflicto, el rol de los actores y la finalidad buscada por cada uno de los contendientes.
Como es sabido, cuando comienza un conflicto, arranca un relato mediático plagado de desinformaciones destinadas a seducir y captar las mentes. No se trata de informar, de ser objetivo, ni siquiera neutro. Cada bando va a tratar de imponer –a base de propaganda y toda clase de trucos narrativos- su propia crónica de los hechos, para desacreditar la versión del adversario. Los laboratorios estratégicos de las grandes potencias, en el marco de las nuevas guerras híbridas, están tratando de conquistar militarmente nuestras mentes.
Existe un estudio de 2020 sobre una nueva forma de «guerra del conocimiento», titulado Cognitive Warfare (guerra cognitiva), financiado por la OTAN, que expone lo siguiente: «Si bien las acciones realizadas en los cinco dominios militares (terrestre, marítimo, aéreo, espacial y cibernético) se ejecutan sobre los seres humanos, el objetivo de la guerra cognitiva es convertir a cada persona en un arma. Los seres humanos son ahora el dominio en disputa. El objetivo es manipular al individuo aprovechando las vulnerabilidades del cerebro humano, utilizando los recursos más sofisticados de la ingeniería social, en una mezcla de guerra psicológica y guerra de la información». En otras palabras, la guerra cognitiva significa la militarización de las neurociencias. «El cerebro, enfatiza el Informe, será el campo de batalla del siglo XXI».
Durante el conflicto de Ucrania, en Estados Unidos y en Europa, los grandes medios de masas estuvieron combatiendo -y no informando- en favor esencialmente de lo que podríamos llamar la posición occidental. Sin embrago, dentro de esa modalidad propagandística, asistimos a un fenómeno nuevo. De modo inaugural, en la historia de la información de guerra, en primera línea del frente mediático, intervinieron las redes sociales. Hasta la actualidad las redes no habían tenido protagonismo en un conflicto de estas dimensiones.
También, por primera vez se produjo una decisión como la de Google de sacar de plataforma a medios del «adversario ruso» como RT (Russia Today) y Sputnik, mientras Facebook e Instagram declaraban que tolerarían «mensajes de odio» contra los rusos y Twiter tomó la decisión de «advertir» sobre cualquier mensaje que difundiera noticias de medios afiliados a Moscú y redujo en forma significativa la circulación de esos contenidos, cosa que no hizo con quienes apoyaban a Ucrania y la OTAN. Lo que prueba la hipocresía de la supuesta libertad de expresión o la neutralidad de las redes.
Todo eso se instrumentó para probar que el conflicto era una «guerra local», en el sentido de que el teatro de operaciones estaba efectivamente localizado en un territorio geográfico preciso. Sin embargo, el desarrollo del conflicto prueba que se trata de una «guerra global», mundial, en particular por sus consecuencias económicas, geopolíticas, militares, digitales, comunicacionales y mediáticas.
En esos frentes, Washington enroló, como en el macartismo, a los nuevos actores de la geopolítica mundial, es decir, a las megaempresas del universo digital: Las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft). Esas hiperempresas -cuyo valor en Bolsa es superior al PBI de muchos países del mundo- se retiraron de Rusia y se alistaron en la guerra contra Moscú.
Esta novedad, terminó por confirmar que las redes sociales son globales en su alcance, pero nacionales en cuanto a su defensa de los intereses de su país de origen y son los verdaderos medios dominantes que hoy imponen, efectivamente, el relato.
La nueva ecuación militar y la reconfiguración económica
El rearme europeo, con su reciente correlato en Japón, termina de consolidar un proceso de cambio estructural en los equilibrios geopolíticos definidos después de la II Guerra Mundial.
El primer gran cambio, en ese proceso, se dio hace más de 30 años con el colapso y disolución de la URSS, el auge de la globalización y la idea de un mundo unipolar hegemonizado por Estados Unidos. El segundo gran cambio se da en nuestros días, a raíz de la competencia estratégica entre EE. UU. y China y la guerra de Ucrania.
La narrativa dominante, para justificar este segundo escalón estratégico, fue sintetizada recientemente por la 59° Conferencia de Seguridad de Múnich, una especie de Foro de Davos de la Defensa, nacida durante la Guerra Fría. Esa narrativa plantea que las democracias liberales asisten a una feroz ofensiva sistémica por parte de los «autoritarismos revisionistas» como Rusia, China y otros. Consideran que la operación especial rusa sobre Ucrania significa un ataque contra los fundamentos del orden liberal surgido tras la Segunda Guerra Mundial, y que la política exterior de China personifica el desafío autocrático más amplio al orden internacional basado en reglas.
En suma, el rearme de Europa, en especial el de Alemania y Japón (los derrotados del siglo XX), tiene como finalidad tender un cerco estratégico para contener a Rusia y China. Ese es el significado profundo que tiene el anuncio del canciller Olaf Scholz, de disponer 100 mil millones de euros en ayuda a Ucrania, para alcanzar el 2% del PBI en armamentos que dispuso la OTAN.
La nueva ecuación militar es el soporte de la reconfiguración económica y energética que intenta EE.UU. para desandar el proceso de deslocalización productiva iniciado en los años 80 y 90, para asegurar sus cadenas de valor y la logística de suministros a sus industrias estratégicas, desde y hacia su territorio.
En cambio, para Europa, la política de rearme militar, en un contexto de escalada inflacionaria, acrecienta la crisis social y política producto del desmantelamiento paulatino del estado del bienestar. Significa transferir ingresos de la salud, la educación y la seguridad social al sector de la defensa. El desarrollo ha sido desplazado por la seguridad, generando un escenario de tensiones internas de diferente tipo, como se ha visto en el Reino Unido, Italia, Francia y España.
La crisis del sistema de las Naciones Unidas
Tres factores han determinado la crítica situación de la ONU. El primero es la abierta violación de sus normas; el segundo es de carácter ideológico y el tercero de naturaleza financiera.
Permanente violación de sus normas
Con el colapso y disolución de la URSS, Estados Unidos se asumió como un hiperpoder capaz de sostener y regir el sistema internacional bajo la pax americana. Es decir, como el líder de un mundo unipolar. En tal sentido, las reglas de la ONU cuya Asamblea se regía por el principio «Un país un voto» y un Consejo de Seguridad, donde un solo voto de un miembro permanente paralizaba cualquier resolución, le parecieron trabas absurdas para la primera potencia mundial y principal aportante al presupuesto de la ONU.
Bajo esa premisa los EE.UU. y sus aliados invadieron sin autorización previa del Consejo de Seguridad de la ONU, siete países en cuatro continentes: Granada, Panamá, Serbia, Afganistán, Irak (2 veces) y Libia. El Reino Unido y Francia (también miembros permanentes del Consejo de Seguridad con derecho a veto), participaron en la mayoría de estas invasiones que violaban la Carta de la ONU. Por su lado Rusia invadió a Afganistán, Georgia y Ucrania (a esta última dos veces).
En suma, estos cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad violaron la Carta de San Francisco en doce oportunidades, sólo China no lo hizo. Vemos así que, la ONU como una organización de seguridad colectiva, cuyo primer deber es proteger la integridad territorial de sus estados-miembros, ha fracasado en ese rol, simplemente porque los poderosos estados del P5, ignoraron y violaron sus propias normas.
La cuestión ideológica
Conforme a la ideología del neoliberalismo y «del fin de la historia», dominantes en los años 90 y en la primera década del siglo XXI, los temas de la guerra y la paz dejaron de tener la jerarquía que, desde la Conferencia de San Francisco y la adopción de la Carta de la ONU, habían tenido. Esto unido a la proliferación de Foros, ONG’s y diversos grupos como el G7, G8, G20, más el Foro de Davos, la Conferencia de Seguridad de Múnich, los grupos ambientalistas, provocaron un desmantelamiento de los órganos y funciones de la ONU. Mega-Conferencias sobre los objetivos y metas del siglo XXI, sustentabilidad de la tierra, del desarrollo, de los glaciares y las ballenas, fueron objeto de análisis y participación de miles de ONG’s verdaderas y falsas, que fueron privatizando el tratamiento de temas que eran propios de los órganos de la ONU y sus agencias especializadas.
Este factor ideológico privatizante, desregulador, influyó fuertemente en la declinación de la ONU y de sus agencias especializadas. Las fundaciones privadas se subrogaron en el rol de La Organización Mundial del Comercio (OMC), la Organización Mundial del Trabajo (OIT), la Organización Mundial de la Salud (OMS), la UNESCO y demás agencias especializadas. La participación de ONG’s y Fundaciones financiando proyectos de las Naciones Unidas, además de distorsionar los objetivos consagrados en la Carta, generaron el tercer factor de declinación que pasamos a considerar a continuación.
El factor financiero
Como el mandato de la ONU es tan amplio, el Banco Mundial y otras agencias internacionales del sistema, ampliaron la agenda de temas incluyendo cualquier cosa alcanzada por la imaginación. Este hecho tornó obvio que los aportes gubernamentales fueran insuficientes. Frente a este escenario las ONG’s, las Fundaciones de billonarios y otras organizaciones del capital privado, pasaron a financiar o cofinanciar proyectos impensables cuando fue creada la ONU. El interés privado se infiltró en las organizaciones creadas por los estados y comenzaron a dictar la nueva agenda.
En el departamento de investigaciones del Banco Mundial, la Fundación Gates y otros «donantes» súbitamente comenzaron a decidir las prioridades de investigación e implementarlas. Podemos suponer que sus intenciones fueran honorables y valiosas, pero ellos podrían haberlas encarado independientemente y no bajo el auspicio y el prestigio de la ONU. Si una organización internacional e interestatal pasa a depender del financiamiento de billonarios es como tercerizar la educación pública en favor de las 500 corporaciones que encabezan la lista de la Revista Fortune.
Ello tiene, además, otro efecto negativo. Los investigadores o economistas de los países en instituciones como el Banco Mundial emplean buena parte de su tiempo buscando financiadores privados para sus proyectos. Siendo buenos en la tarea de fundrising les otorga una base de poder en las instituciones. Así en lugar de ser buenos investigadores o economistas, se transforman en managers de fondos privados que terminan contratando a los mejores. El conocimiento institucional que se había acumulado se disipa y transfiere al sector privado.
Estos factores explican el proceso de declinación del sistema de la ONU, que termina de mostrase cuando los diferentes órganos, de la única organización internacional, creada por la humanidad cuyo rol esencial es la preservación y el mantenimiento de la paz mundial, se ha convertido en un espectador de la guerra en Ucrania, cuya influencia en la guerra y la paz es, prácticamente, nula.
Conclusiones
Vivimos la erosión de la legitimidad y efectividad del orden internacional liberal nacido en 1945. La guerra de Ucrania sería la expresión extrema del retorno de la geopolítica, ante el agotamiento del antiguo orden.
Ese orden hegemónico se asentó en la Guerra Fría y la posterior Globalización Neoliberal, que operaron como marcos muy restrictivos y de corta duración.
El ciclo de la transnacionalización productiva parece estar agotándose, ante la aparición de una nueva revolución tecnológica cuyos pilares son: la robotización, automatización, inteligencia artificial y las plataformas digitales. Ello anuncia una nueva organización de la producción a escala de empresa local o global y cambios profundos en las relaciones laborales.
La irrupción de riesgos globales y el retorno de la geopolítica hace menos deseable o posible depender de las cadenas globales de suministros, que ya no son seguras y pueden convertirse en instrumentos coercitivos (vg. la voladura del gasoducto NordStream 1), lo que también favorece el proceso de desglobalización.
La interdependencia económica inhibe y retrasa el conflicto, pero no lo anula. Las condiciones en que se estableció la relación entre Alemania y Rusia en la Posguerra Fría quedaron en un segundo plano, cuando la seguridad nacional de Rusia se vio amenazada por la decisión de Ucrania de ingresar a la OTAN.
El declive del orden internacional liberal se vincula con la crisis de sus bases económicas y sociales, de su andamiaje institucional y normativo y de las asunciones colectivas en Occidente, sobre democracia, Estado y mercado, lo que pone en cuestión la legitimidad del sistema.
La relación bilateral entre EE.UU. y China sigue siendo la variable fundamental para gestionar exitosamente los actuales problemas globales, como el conflicto de Ucrania. Su extensión o resolución dependerá mucho de los avances en el terreno militar, pero también de la voluntad, las necesidades y los intereses de Washington y Beijing. Xi Jinping ya movió el peón de las piezas blancas, proponiendo un Plan para Negociar la Paz de doce puntos. Ahora le toca mover a Joe Biden.
Si EE.UU., opta por una guerra prolongada de desgaste y aislamiento de Rusia, como sostuvo el jefe de su Estado Mayor Conjunto general Mark Milley, quien calificó de improbable un final del conflicto dentro del año en curso. Deberá enfrentar el hastío de los países europeos, que saben que la OTAN ha agotado las reservas de armas y contradecirá al jefe de la diplomacia de la UE Joseph Borrell, quien sostuvo que la guerra se definirá entre la primavera y el verano boreal.
Además, cometerá un error estratégico gigantesco –ya advertido por Henry Kissinger- quien afirmó que cualquier intento de humillar a Rusia la arrojará en brazos de China que es el enemigo geopolítico central de los EE.UU. Precisamente, Kissinger fue el arquitecto de la teoría del triángulo que, desde la perspectiva de EE. UU., consistía en impedir cualquier alianza estratégica a largo plazo entre China y Rusia. Lo que movió a Nixon a viajar a China, establecer relaciones diplomáticas y localizar industrias estadounidenses en China. Ese fue el principio del fin de la URSS.
Si se cumpliera la hipótesis de la guerra prolongada tratando de aislar y humillar a Rusia, es muy probable que el entusiasmo atlantista de los países europeos se desvaneciera. Descubrirán que, a partir de 2049 cuando la República Popular China cumple su centenario, el Asia será el eje del poder mundial y el Pacífico el Océano del futuro.
La guerra entra en su segundo año con dos interpretaciones contrapuestas. Los que creen que el conflicto de Ucrania fortalece a EE.UU. y el orden internacional que apoya su liderazgo y los que piensan que empujar a Rusia hacia el Asia junto a China e India, en lugar de hacer del Siglo XXI: The New American Century, puede convertirlo en el Siglo de Asia, el mayor de los continentes de la tierra, haciendo converger a China, India y Rusia. Parecen estar pasando las dos cosas al mismo tiempo y la moneda sigue en el aire.
-El autor, José Miguel Amiune, es doctor en ciencias jurídicas y sociales por la Universidad Nacional del Litoral, Argentina. Estudios de posgrado en las universidades de Harvard y Tufts. Máster en relaciones internacionales por The Fletcher School of Law and Diplomacy. Exembajador y Secretario de obras y servicios públicos de la República Argentina.
*Fuente: Meer
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