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El Sindicato y la Municipalidad

El Sindicato y la Municipalidad
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No sabemos exactamente cuando Luis Emilio Recabarren escribió este artículo, pero con absoluta seguridad podemos suponer que lo hizo hace más de 100 años, pues murió en 1924, cuando apenas tenía 48 años de edad. Leer sus escritos, nos demuestran la genialidad con que concebía las luchas de los trabajadores, en su esfuerzo por lograr conquistar condiciones más humanas y dignas de vida. Esta publicación la hacemos no como historiadores, sino mirando al futuro, pues su obra sigue tan vigente como en aquellos día en que Recabarren la llevó al papel.
Los conceptos en negrita, son obra nuestra, para ayudar a su lectura y a la transmisión de ideas.
La Redacción de piensaChile

Somos del parecer que la clase trabajadora se apodere de todas las instituciones que signifiquen o representen fuerzas sociales. Para el sindicato y la cooperativa no debe ser indiferente la municipalidad. Es una fuerza social es un poder, es un arma útil y puede ser para los sindicatos otro “medio” de tanta utilidad como sea el valor que resida en sus funciones según quien la administre.

En muchas huelgas y en muchas crisis económicas, la municipalidad ha sido un factor que ha calmado el hambre en las multitudes.

En el progreso de la cultura popular —que es lo más que necesitamos—, puede ser un factor eficaz y activo.

La municipalidad en manos de los sindicatos podrá contribuir con mayor poder, actividad y con más medios que cualquier institución obrera al desarrollo de las siguientes obras:

Mejoramiento de la cultura, de la educación, de la ilustración y de la capacitación científica y moral del pueblo, que con estos beneficios acrecentaría su poder revolucionario;

 Mejoramiento de la salud del pueblo, multiplicando las medidas y facilidades higiénicas, medios de solaz y alegrías moralizadoras que elevarían aún más el poder revolucionario del pueblo;

Instalación de industrias empezando por aquellas en que más se explota la fuerza obrera que a la vez que ocupen brazos mejor remunerados, disminuyen la desocupación mejoran las rentas de la municipalidad y las de la clase obrera, mejorando también de este modo la moral revolucionaria del obrero;

Construcción de habitaciones para obreros, tantas cuantas fueran necesarias para abolir la explotación que en este ramo se realiza, para mejorar la salud y la economía de las familias obreras, para elevar su cultura y su moral con la mejor habitación, para libertar al pueblo, en una palabra, de la ferocidad con que se le explota su salud y su salario, con la indecente habitación que se le reserva. Además, con este proceder la municipalidad crearía nuevas fuentes de trabajo, nuevas rentas para el municipio, y sería un gran paso hacia la abolición de la propiedad individual.

Se verificaría la municipalización de cuantos servicios fueran posibles y se desarrollarían los medios conducentes a abastecer a la población de sus necesidades para ir librándoles de la especulación comercial y eso significaría socializar.

En fin, vemos que la municipalidad puede convertirse, en manos de los sindicatos, en un “medio” como hemos dicho, para ayudarse a verificar la abolición del sistema capitalista.

¿Podrían los sindicatos, con la fuerza municipal en sus manos, proporcionar al pueblo todo, grandes mejoramientos para la salud y comodidad social, perfeccionando y abaratando a la vez: la habitación, la alimentación y parte del trabajo, quizás en mucho tiempo antes que el sindicato fuese capaz de abolir el régimen del salario? ¿Valdrá la pena pensar en esta interrogante?

Si en los municipios rurales penetra esa misma influencia, ¿no habrá más fundadas esperanzas de que la fuerza de los campos aporte un mayor y eficaz concurso a la obra de “socialización” que perseguimos?

Seria y serenamente pensemos que el sindicato robustecerá su fuerza cuando su acción inteligente penetre al municipio, y convierta este poder en un instrumento: a la par que dé felicidad para el pueblo, dé “medios” para apresurar la realización de los objetivos del sindicato.

Con estas insinuaciones que a la ligera señalamos, el sindicato perfeccionará sus funciones y aumentará su capacidad para remplazar a la clase capitalista en la administración de los intereses sociales y para abolir todas aquellas modalidades de vida que hoy ya resultan para nosotros insoportables: inmundas unas, crueles otras, innobles todas.

Todavía más, a medida que los sindicatos sepan utilizar las funciones municipales, acortarán el período de los sufrimientos populares, acercarán la hora de las reivindicaciones definitivas, multiplicarán las fuerzas proletarias que han de verificar la abolición de este horrible régimen capitalista, que tantos estragos ha hecho y todavía hace en la salud y en la moral humana.

El sindicato que es por sí solo una fuerza, que se hace más perfecta con la cooperativa, que se consolida, con el sufragio, se hace invulnerable asimilándose esta cuarta arma, la municipalidad, que nada cuesta tenerla, a no ser un poco de conciencia y de inteligencia.

El sindicato robusteciéndose así, agiganta su poder revolucionario, multiplica su moral para la acción, en vez de desvirtuarse como algunos equivocados quieren suponerlo.

Cualquiera que sea la forma de acción que determine la abolición del régimen capitalista, alguna organización tendrá a su cargo, en la Nueva Sociedad, la administración de la producción y del consumo; y en mi sentir ha de ser el sindicato.

Pues bien, me digo, si de una manera u otra, más tarde, en el futuro será el sindicato quien administre la producción, ¿qué razón habría hoy para que no lo pretenda hacer, desde luego, por medio de la cooperativa y del municipio?

La clase obrera que vive hoy en el medio capitalista víctima de todos sus defectos no debe subir a idealismos para forjarse sus medios de reivindicación, sino que debe ir por el camino de las realidades prácticas.

Si constituir el sindicato y perfeccionarlo le cuesta dinero, que sale de su pobre salario; si la cooperativa tan necesaria para robustecer su fuerza, también le cuesta dinero y si el ejercicio del sufragio, para hacerse representar en el Parlamento, en el Gobierno y en la municipalidad no le cuesta dinero, o le cuesta muy poco, es juicioso que la clase obrera no desprecie los medios que le resultan más baratos y que le demandan menos actividades.

Mientras no podamos abolir el sistema capitalista y tengamos que vivir con el salario debemos ver que, si el  sindicato puede mejorarnos el salario, la cooperativa nos abarata la vida efectivamente, y puede llegar a ser seguro que el dinero que nos economiza la cooperativa sea suficiente para atender todas las necesidades de nuestra labor revolucionaria y preparadora de la transformación social. Si al lado de estos dos elementos de mejoramiento, el  sindicato y la cooperativa, con el sufragio obtenemos la representación parlamentaria que nos ha disminuido las tiranías con que la clase capitalista ha relajado nuestra moral estorbando nuestros progresos, y conquistamos el municipio que como hemos dicho puede abaratar más la vida, elevar más nuestra moral, y robustecer más nuestra fuerza y nuestra acción de socialización, es seguro que con todos esos elementos de lucha abreviaremos en mucho el tiempo que sea necesario para zafarnos de este estado capitalista, que a su vez trabaja para consolidarse.

Miremos con claridad y obremos.

Creo que no se pretenderá argumentar, como en otros casos, que así poco a poco el  sindicato se iría desviando de su objetivo, porque en realidad la acción del  sindicato en la municipalidad se haría por medio de una representación, que obraría de conformidad a la doctrina del sindicato. Antes que desviarse de su objetivo, el sindicato, por medio del municipio, se acerca a su realización.

Primero porque realizaría acciones a un fin de práctica inmediata.

Después, porque con esos éxitos robustecería su poder que de hecho implicaría debilitamiento de la clase capitalista.
El sindicato dirigiendo el municipio podría municipalizar, en cada localidad:

  • la provisión de pan, carne, leche y de muchos artículos alimenticios, que daría beneficios inmediatos;
  • la provisión de luz, que sería una fuente de rentas para el municipio;
  • los servicios de salubridad, con iguales resultados;
  • los servicios de tranvías, que serían otras rentas municipales;
  • la fabricación de los artículos de mayor uso público zapatos, ropa blanca, etcétera.

No es aquí donde podemos formular un programa, pero eso basta para probar que el municipio puede ser una importante fuerza de socialización que el  sindicato no demostraría talento si de ello se desentendiera.

Hay, pues, muy cerca del alcance del actual poder de la clase obrera organizada, fuerzas capaces de empezar una era de socialización.
¿ Por qué no las tomamos?

*Fuente: Colección Pensamiento de Nuestra América. Luis Emilio Recabarren.
Obras. Casa de las Américas, La Habana Cuba. 1976
Compilación y prólogo de Digna Castañeda Fuertes
Capítulo XVIII, Páginas 273 – 277

Más sobre el tema:

 

Luis Emilio Recabarren: «La democracia en los Municipios. Lo que se debe hacer»

Luis Emilio Recabarren y la moral obrera

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