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Epidemia de coronavirus: ¿y después?

Epidemia de coronavirus: ¿y después?
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Los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía”.
Dan Patrick, vicegobernador de Texas

 

Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín”.
Inscripción en las cajas con material médico chino enviadas a Italia

La pandemia de coronavirus que está afectando a buena parte de la humanidad va para largo. Sin dudas, constituye un fenómeno de suma importancia en la historia: el mundo ya no será igual cuando termine todo esto. ¿Cómo será?, no está claro. Pero sin dudas, dada la magnitud de los hechos, se avecinan transformaciones.

Mucho se ha dicho sobre la pandemia propiamente dicha, y mucho también sobre los posibles escenarios que le sucederán. Por lo pronto, nadie puede asegurar cómo seguirá la situación. Contrariamente a las primeras conjeturas que pudieron hacerse hace unas pocas semanas, los lugares más afectados hoy son Europa y Estados Unidos, el corazón del capitalismo desarrollado mundial (Ver recuento de la situación: Covidvisualizer )
Los países con menores recursos -la mayoría de la población global- de momento no presentan niveles alarmantes de contagio. De todos modos, no debe dejarse de considerar que los subregistros en esas zonas más empobrecidas del planeta suelen ser muy altas, justamente por la carencia crónica de recursos (probablemente los datos reales sean mucho más altos de los que oficialmente se consignan). De momento, sin embargo, los países de capitalismo más desarrollado exhiben los índices más preocupantes. Ello podría deberse a la alta movilidad de su población, que tiene los recursos para viajar mucho más profusamente, y así contraer y expandir el virus.
No deja de ser llamativa la forma en que apareció esta nueva “plaga bíblica”, lo cual, para muchos investigadores serios, abre preguntas de momento poco esclarecidas. Según el periodista español Javier Aymat, “Wolfgang Wodarg, reputado epidemiólogo y expresidente de la Comisión de la Salud del Consejo de Europa, Manuel Elkin, descubridor de la vacuna contra la malaria y Pablo Goldsmith, prestigioso virólogo, entre otros muchos científicos, cuestionan la ola de pánico creada en torno al coronavirus y las medidas desproporcionadas y contraproducentes que se están tomando” (…) “¿Cómo pudimos sobrevivir [en España] el año pasado a 525.300 enfermos de gripe frente a 25.000 de coronavirus y 6.300 muertes (de gripe) frente a 1.350 muertes (de coronavirus) sin paralizar el país? ¿Y cómo lo sobrellevamos en 2018 que hubo 800.000 casos de gripe y 15.000 muertes?” El científico colombiano Manuel Elkin llama la atención sobre “la desproporción que supone que la malaria aflige entre 230 a 250 millones de personas al año y, de ellos, mueren de 1.250 a 1.500 al día”. (…) “Paremos un poco esa histeria colectiva. Desde el principio de la enfermedad del coronavirus nos metieron un pánico excesivo; es una enfermedad a la que hay que ponerle cuidado, pero no para una histeria colectiva que no sirve para nada”. Sin dudas, en términos clínicos, esta nueva afección puede ser grave; su gravedad, sin embargo, radica no tanto en las consecuencias en la salud de cada afectado (su índice de letalidad es bajo comparado con otras enfermedades: no supera el 4%, en tanto son mucho más dañinas la tuberculosis, la malaria, la hepatitis B, entre otras) sino en la velocidad de su propagación. De todos modos, está claro que es de tenerse en consideración, como cualquier enfermedad, por cierto. Pero ¿no abre preguntas esta disparidad en los datos vistos en términos epidemiológicos? (el coronavirus, según datos de la Organización Mundial de la Salud, es la 15dolencia en términos de letalidad, por detrás de la tuberculosis, la malaria, la hepatitis B, el VIH-SIDA, la tifoidea, el cólera, etc.).
En esa línea (¿visión conspirativista?, ¿lectura paranoica de la realidad?) se ha dicho que los genomas de coronavirus aparecidos en Irán e Italia -dos de los países con mayor número de infectados- fueron secuenciados, concluyéndose que no pertenecen a la misma cepa de virus que infectó a la ciudad china de Wuhan. Llamativamente, ambas naciones están enfrentadas -en diverso grado- a la geoestrategia de Washington: Irán, por su Revolución Islámica anti-estadounidense, e Italia, por ser el único país de la Unión Europea que firmó convenios con China para participar en la Nueva Ruta de la Seda.
Del mismo modo, abre interrogantes el llamado Evento 201 ( KaosEnLaRed) que tuvo lugar en la ciudad de Nueva York el 18 de octubre de 2019, patrocinado por la Fundación Bill y Melinda Gates -principales financistas de la Organización Mundial de la Salud, la OMS-, donde participaron el Foro Económico Mundial, la CIA, Bloomberg, la Fundación John Hopkins y la ONU. Tal evento, llamativamente, consistió en un ensayo de simulacro de una pandemia mundial causada por un supuesto virus mortal. Dicho encuentro ocurrió un mes antes del inicio del brote en China. Quizá pura coincidencia…, pero no deja de ser significativo. El analista político Diego Herchhoren dijo del evento haciendo su lectura crítica: “Hay quien instruyó la idea de una pandemia mundial, alguien que la ejecutó y alguien que vio una oportunidad. Probablemente sean las mismas personas”.
Los mortales de a pie, quienes no tenemos la mayor parte de la información y solo podemos manejarnos con las noticias oficiales -que, felizmente, podemos intentar leer críticamente- sabemos solo lo que los medios de comunicación comercial nos transmiten. Y ahí se encuentra, básicamente, este mensaje casi apocalíptico de esta nueva enfermedad. Si es realmente una pandemia tan mortífera o no, nosotros, los mortales comunes, no lo sabemos. Si hay agenda oculta tras todo esto, no lo sabemos, y probablemente no lo sepamos nunca. Es probable que pueda ser una mutación natural de un virus que dio como resultado un agente patógeno altamente transmisible, y que las medidas de aislamiento tan drásticas que se están tomando sean las necesarias. Las preguntas esbozadas más arriba, amén de poder ser vistas como de talante paranoico, no deberían dejar de plantearse, porque hay cosas que no cuadran. Si eventualmente hubiera agenda oculta, ¿a quién conviene? Según algunas posturas, la mega-industria farmacéutica (https://www.youtube.com/watch?v=8XEmiXPtUd4) estaría detrás, preparando la vacuna contra la temible plaga. ¿Cómo saberlo? Insisto: los mortales de a pie repetimos lo que nos dicen los medios de comunicación masiva. Lecturas críticas de estos fenómenos, como la propuesta por Peter Koenig ( La pandemia del coronavirus COVID-19: El verdadero peligro es la «Agenda ID2020), nos recuerdan que las cosas no solo son como nos dice la corporación mediática mundial. Si el medicamento cubano utilizado en China fue efectivo, pero no se usa masivamente (los capitales occidentales lo impiden, aunque ya 15 países lo están solicitando), ¿será que realmente se está esperando la vacuna que traerán las multinacionales presentes en el Evento 201? Imposible decirlo con exactitud. Si corporaciones de Estados Unidos tienen que ver con todo esto, no estaría claro por qué en ese país la infección se disparó tan letalmente, lo cual echaría por tierra la hipótesis conspirativa. ¿O no? Si pensamos en eventos que han ocurrido (Pearl Harbor, caída de las Torres Gemelas), no podríamos estar tan seguros de desecharla. El COVID-19 existe y mata gente. De eso no caben dudas. Pero… ¿y después?
No es ninguna novedad que los grandes acontecimientos de la humanidad son decididos a puerta cerrada por pequeños, muy pequeños grupos detentadores de enormes poderes. Las grandes masas vivimos desconocedoras de todo ello. En abril, por ejemplo, debían comenzar los ejercicios militares Defender Europe 20 ( Defender Europe 20: ejercicio militar transnacional ), llevados adelante por Estados Unidos y las fuerzas de la OTAN. Esa era la maniobra militar más grande y provocativa de las últimas décadas, comenzando la movilización de 37.000 elementos con el más sofisticado armamento pesado de última tecnología por varios países europeos en marzo, preparatoria de una respuesta ante una “eventual amenaza” (¿rusa?), prolongándose desde abril a junio. Lo llamativo era que toda esa masa humana movilizada, en medio de la epidemia de coronavirus ya desatada en Europa, no portaba mascarillas ni ninguna medida de protección. La población, por supuesto, no fue informada de nada de esto. Finalmente, por presiones políticas diversas, el ejercicio se suspendió. Prácticamente nadie estuvo enterado del evento (¿preparativos para un ataque contra Rusia?). De esa manera se manejan los acontecimientos que conmueven al mundo y marcan la historia. Las poblaciones, desde ya, siempre al margen.
Lo que sí está claro es que la aparición del COVID-19 marcó un punto especialmente tenso de la relación entra las dos actuales potencias mundiales: Estados Unidos y China. Las acusaciones mutuas no faltaron ante la aparición del nuevo virus: que fue un arma bacteriológica desarrollada por el Pentágono para frenar el ascenso chino en el mundo, por un lado…, que fue un arma biológica de China escapada de control en un laboratorio en la ciudad de Wuhan, por otro. Aunque ninguna hipótesis pudo ser claramente demostrada, y las evidencias científicas indican -al menos de momento- la mutación de un virus que se volvió especialmente peligroso, no tanto por su letalidad sino por su rapidez de propagación, toda la parafernalia creada en torno al COVID-19 es un claro indicativo de la situación de tensión que se vive entre las actuales potencias. El enfrentamiento chino-estadounidense está marcando, cada vez más, las primeras décadas del actual siglo. La guerra comercial ¿inexorablemente terminará en guerra militar?
Como hipótesis muy fuerte en cuanto a la aparición del nuevo virus se encuentra la cría industrializada de animales hasta hace poco silvestres, lo cual se da en China. Si bien tampoco eso explica terminantemente la aparición de tantos nuevos virus que en estas últimas décadas vienen dándose (gripe aviar, SARS, MERS), habría allí un campo propicio para esas mutaciones que luego llegarían a la especie humana.
Algo que igualmente sí está por demás de claro es que el sistema capitalista global, liderado hoy por Estados Unidos, está en una situación de profunda recesión, de “enfermedad” peligrosa. Quizá no mortal (siempre quedan las guerras como “válvula de escape”), pero sí sumamente grave. “Si algo con una tasa de mortandad relativamente baja como el coronavirus, de entre un 1 y un 4%, en comparación con el 50% del ébola, puede ocasionar semejante daño a la economía global, quizá es que el paciente estaba sufriendo ya de algún tipo de dolencia previa”, expresó John Feffer, director de la revista especializada Foreign Policy In Focus.
Efectivamente, el sistema capitalista está gravemente enfermo. Pero en realidad, es una enfermedad crónica, incurable, congénita, que afecta su ADN constitutivo. Como sistema, beneficia a muy pocos a partir de la explotación -y el consiguiente sufrimiento- de muchos. Además de la más que minúscula cantidad de super ricos que manejan el mundo (el 0.0001% de la población global), el considerado 15% de población planetaria que goza los beneficios de ser “clase media” asienta en la pobreza del 85% restante a escala mundial. Sin ningún lugar a dudas, ese sistema está estructuralmente enfermo. Prefiere matar gente antes que perder ganancias empresariales; prefiere sacrificar la naturaleza, la casa común de la humanidad toda, en nombre del lucro, contaminando y haciendo cada vez más difícil la vida de todas las especies. Prefiere arrojar comida a la basura (mientras el hambre sigue siendo el principal flagelo, ¡infinitamente mayor que el coronavirus!: 113 millones de personas murieron de hambre y 143 millones de personas estaban cerca de perecer por este motivo en 2018, según informa Naciones Unidas), que dejar que bajen los precios de las mercancías. Como sin ninguna vergüenza lo dijo el presidente Donald Trump: “Nuestro país no está diseñado para cerrar, no podemos dejar que el remedio sea peor que la enfermedad”, llamando a terminar rápidamente las medidas de contención de la actual epidemia como el confinamiento forzoso, promoviendo así la economía sobre la humanidad, beneficiando la ganancia empresarial sobre la seguridad humana. O, como sin el menor descaro lo expresara Dan Patrick, vicegobernador del Estado de Texas: “Los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía”. El presidente de Brasil, Jaïr Bolsonaro -buen aliado (¿perro faldero?) de Washington- va por la misma senda, pidiendo ir a trabajar a la masa asalariada carioca abandonando el encierro.
Las usinas mediáticas del sistema pretenden mostrar la crisis económica actual -de la que casi no se habla en los medios- como una consecuencia de la pandemia que golpea a la población mundial. Pero, más allá de la descarada mentira urdida, lo que queda claro es que el capitalismo está haciendo agua. Y, como siempre, quienes pagan las consecuencias, son las grandes mayorías más desprotegidas, las clases trabajadoras (asalariados varios, campesinos, amas de casa, subocupados). La actual crisis financiera -peor que la del 2008- pasa algo desapercibida por la emergencia sanitaria que se vive; pero ahí está, golpeando inmisericorde.

La pandemia del capitalismo, el coronavirus y la crisis económica (I Parte)

El prestigioso politólogo belga Eric Toussaint (La pandemia del capitalismo, el coronavirus y la crisis económica (I Parte)) lo expresa sin cortapisas: “Aunque haya una relación innegable entre los dos fenómenos (la crisis bursátil y la pandemia del coronavirus), eso no significa que no es necesario denunciar las explicaciones simplistas y manipuladoras que declaran que la causa es el coronavirus. Esa explicación mistificadora es una trampa destinada a desviar la atención de la opinión pública, del 99 %, del rol que tuvieron las políticas llevadas a cabo a favor del Gran Capital a escala planetaria y de la complicidad de los gobiernos actuales”.
Esta crisis es el enésimo ejemplo del fracaso del mercado, al igual que lo es la amenaza de una catástrofe medioambiental. El gobierno y las multinacionales farmacéuticas saben desde hace años que existe una gran probabilidad de que se produzca una grave pandemia, pero como no es bueno para los beneficios prepararse para ello, no se ha hecho nada”, expresó recientemente Noam Chomsky a un medio alternativo italiano.
Aunque haya intereses en ocultarlo, la crisis sistémica del gran capital occidental (estadounidense, británico, europeo en su conjunto) es innegable. “Declaramos oficialmente que la economía estadounidense ha caído en recesión, uniéndose al resto del mundo, y esta es una reducción muy profunda”, dijo la funcionaria del Bank of America -uno de los más grandes del mundo, de origen estadounidense- Michelle Meyer. “Se perderán empleos, se destruirá la riqueza y se deprimirá la confianza”, sentenció. Es ampliamente probable que ahora sí los Estados -debilitados hasta el cansancio por los planes neoliberales de las últimas décadas- salgan al rescate de los grandes capitales (se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias). Según los cálculos econométricos que llegan de Wall Street, “de acuerdo con los resultados del segundo trimestre de 2020, la economía de Estados Unidos colapsará en un 12% del PIB trimestralmente, y para fines de año disminuirá en un 0,8%”. El panorama, como queda claro, se evidencia sumamente complejo, y según son las cosas en el capitalismo, los que siempre pagan las crisis son los pobres.
Junto a este descalabro bursátil de un capitalismo cada vez más centrado en las finanzas y la especulación, viene a darse esta fenomenal pandemia. Una cosa potencia la otra. La principal economía mundial, Estados Unidos, por su misma composición estructural de paraíso del libre mercado, ha ido adelgazando cada vez más su Estado nacional. La salud de su población no es un derecho humano, una necesidad básica, sino una mercancía más. Por eso la actual pandemia golpea con la fuerza que lo está haciendo. Evidentemente la República Popular China, con un Estado manejado por el Partido Comunista, con un ideario socialista, aún con su compleja formulación de “socialismo de mercado”, ha dado una respuesta infinitamente superior a la estadounidense o europea.
No solo a lo interno de su país China ha estado a la altura de las circunstancias, sino que ha demostrado -junto con Cuba socialista y Rusia- una actitud muchísimo más solidaria que la frialdad del capital dominante en el mundo del “libre mercado”. Cuando el primer caso de coronavirus aparecido en la ciudad china de Wuhan se hizo público -por cierto, no sin demoras, lo cual evidencia que allí la democracia popular no está aún desarrollada-, en el gobierno de Estados Unidos se vivió una cierta alegría -no hecha manifiesta públicamente, claro- por esa desgracia. Algo así como la “alegría” -nunca expresada abiertamente- de buena parte de la humanidad cuando cayeron las Torres Gemelas en Nueva York en el 2001. En otros términos: alegría por la desgracia ajena, para el caso norteamericano, desgracia de los siempre agraciados. En Estados Unidos ahora se llegó a decir el “Chernobyl chino” (y seguramente más de uno se habrá frotado las manos con una sonrisa de oreja a oreja).
Pero China reaccionó -luego de un primer momento de cavilaciones- de un modo ejemplar. El Partido Comunista habló abiertamente -cosa que jamás se dijo por los medios comerciales capitalistas- de una “guerra popular” contra el virus. Y la guerra popular -que recuerda la Larga Marcha con que Mao Tse Tung triunfara en la Revolución Socialista de 1949- dio frutos. En un relativamente corto tiempo, con una movilización espectacular de toda la población -medidas super estrictas de aislamiento, seguimiento con las más modernas tecnologías comunicacionales de toda la población, vigilancia epidemiológica a la más alta escuela, construcción de tres ¡tres, no solo uno, como se dijo en Occidente! hospitales de alta complejidad en un escalofriante tiempo récord- las autoridades chinas superaron el brote. Cosa que no pudieron hacer ni en Europa ni en Estados Unidos.
Más allá de las acusaciones estadounidenses de “irresponsabilidad” a los chinos, de “haber puesto en riesgo al mundo con su incompetencia”, y descalificaciones de bajeza moral (“China es atrasada porque consume carne de animales silvestres de donde provendría el virus”), el país asiático no solo superó la crisis, sino que se permitió ayudar magnánimamente a buena parte del mundo ante la pandemia. Mientras clausuraba 16 hospitales de emergencia en Wuhan, enviaba 250.000 mascarillas y cuatro expertos en control epidemiológico a Irán -golpeado no solo por el coronavirus sino, fundamentalmente, por las sanciones económicas de Washington-, más 1.000 ventiladores pulmonares, dos millones de mascarillas ordinarias y 100.000 mascarillas de alta tecnología a Italia.
Italia ya ha pedido que se active el Mecanismo de Protección de la Unión Europea para el suministro de equipos médicos para protección individual, pero por desgracia ni un solo país europeo ha respondido a la llamada de la Comisión, únicamente China ha respondido bilateralmente”, dijo el representante permanente de Italia ante la Unión Europea, Maurizio Massari. “Ciertamente, esto no es un buen signo de solidaridad europea”, agregó. El presidente serbio Aleksandar Vucic también lo expresó: “El único país que puede ayudarnos es China. Hasta ahora, todos ustedes han entendido que la solidaridad europea no existe. Nunca ha sido más que un cuento de hadas en papel”.
En estos tiempos de crisis, mientras el presidente Trump pide terminar rápidamente la cuarentena y volver a producir (¿qué pensará hacer con los 28 millones de personas sin seguro médico que viven en el país?), China ha donado más de un millón de máscaras y otro material médico a Corea del Sur, 5.000 trajes protectores y 100.000 máscaras a Japón y 12.000 kits de detección a Pakistán, mientras ponía a disposición de la población mundial un pormenorizado Manual de Prevención Coronavirus, traducido a numerosas lenguas, para la atención del COVID-19.
En este escenario, la presencia mundial de China se agiganta. Mientras la Casa Blanca intentaba sobornar a científicos germanos que trabajan en la empresa de biotecnología Curevac, con sede en Turingia, Alemania, ofreciendo 1.000 millones de dólares para desarrollar la vacuna anti COVID-19, contando con “reservar” la misma para ser utilizada “sólo en los Estados Unidos”, o mientras reelegía en medio de la crisis a Luis Almagro como Secretario General de la OEA -su buen “perrito faldero”-, o mientras declaraba “narcotraficante internacional” al presidente venezolano Nicolás Maduro en un intento más  por desestabilizar la Revolución Bolivariana-, China -y en menor medida Cuba socialista facilitando el medicamento antiviral Interferón Alfa 2B, de probada eficacia, y Rusia ofreciendo personal médico y logística ¡y no 37.000 soldados como en las maniobras militares de marras!- mostraban otra cara: una cara de solidaridad. “Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín”, se puede leer como inscripción en las cajas con material médico que China donó a Italia.
Después de todo esto, la alianza chino-rusa se fortalece más que nunca. En medio de la formidable crisis bursátil que golpea al capitalismo global y la fenomenal caída de los precios del petróleo que incide negativamente ante todo en las empresas estadounidenses, productoras de un petróleo más caro como es el de esquisto, la Federación Rusa -uno de los principales países petroleros del mundo- sale victoriosa, y China se favorece de ese precio abaratado, en tanto es su principal comprador. De este modo, el mundo parece comenzar a escribirse en clave chino-rusa y no tanto en inglés. ¿Caerá prontamente el dólar? Se entiende así por qué en Estados Unidos más de alguno se alegraba con el inicio de la infección en China.
Fuera de toda la interminable parafernalia que acompaña esta pandemia de coronavirus (miles y miles de memes, recetas caseras, pronósticos agoreros, predicciones varias, chistes, oraciones, pedidos de perdón y supuestos leones lanzados por Vladimir Putin a las calles de las ciudades rusas para forzar el encierro), la misma pasará. Aún no está claro cómo evolucionará, cuántos muertos dejará y qué seguirá después. Sin dudas, habrá cambios en el panorama geopolítico y en la cotidianeidad de la vida en cada rincón del planeta. Como van las cosas, nadie puede asegurar que esto estuvo planificado. De igual modo, nadie puede vaticinar qué seguirá. Se habló de un Nuevo Orden Mundial (https://www.youtube.com/watch?v=d1kfZ9n-XyA&feature=youtu.be) post pandemia; una nueva configuración ya no basada en la globalización neoliberal sino en un mayor proteccionismo nacionalista. Es probable. La fortaleza de China, en este momento, en buena medida se debe justamente a esa globalización.
Difícil, cuando no imposible, predecir lo que vendrá. ¿Una población más disciplinada, controlada, maniatada? ¿Es esta encerrona universal, toque de queda incluido, un ensayo de cómo se mantendrá a la población de aquí en más? ¿Teletrabajo para todos? ¿Hiper-control a través de medios digitales que saben en detalle cada cosa de nuestras vidas? Hay voces que, viendo el desastre del neoliberalismo (es decir: la entronización absoluta del libre mercado sobre la intervención estatal) piden -esperan, anhelan- un nuevo orden más solidario, no centrado tanto en los negocios sino en lo humano (¿Estado de bienestar keynesiano?, ¿socialdemocracia?) Sin dudas, la fuerza con que golpea la epidemia muestra que solo los Estados fuertes (socialistas, como China, Cuba, Norcorea, o con capitalismo de Estado, como Rusia) pueden afrontar exitosamente desastres sanitarios como el presente. Los países del Tercer Mundo, que de momento no muestran cifras alarmantes de infección y/o decesos, en todo caso dejan ver que ni siquiera un conteo exhaustivo de la situación pueden presentar. Lo cual abre la pregunta de cuánto golpeará allí (África, Latinoamérica) efectivamente la pandemia, considerando que tienen carencias crónicas y Estados raquíticos faltos de recursos, problemas inconmensurablemente potenciados por las políticas fondomonetaristas de estos últimos 40 años. Dicho de otro modo: ¿cuántos muertos habrá en esas áreas con esta crisis
El mundo seguirá, por supuesto, porque esta pandemia no terminará con la especie humana. ¿O será, como dice esa visión “conspiranoica” presentada más arriba, que ya hay poderes que están preparando la vacuna? (con la que podrán meternos cualquier cosa, eventualmente). ¿Terminará el capitalismo con todo esto? ¿Terminan las luchas de clases? ¡¡Ni remotamente!! En todo caso, se reconfigura el mundo. Probablemente China se alce como la potencia dominante, con una economía más sólida no basada en la especulación financiera sino en la producción de bienes reales, con una sólida y efectiva reserva monetaria fijada en toneladas de oro y no en papeles bursátiles, y el dólar vaya perdiendo su hegemonía. ¿El mundo mirará con cariño las posturas socialistas, la solidaridad que mostraron China y Cuba en la oportunidad? Es probable, pero ello no pasará de una cuota de cariño/admiración que no logrará cambiar ideológicamente aquello para lo que está preparada la población mundial: trabajar sin protestar, consumir lo que el mercado impone, no organizarse, no pensar en cambios radicales, no sentirse dueña del poder. La ideología sigue siendo la misma. Eso no lo cambia un virus. Como bien dice Michele Nobile: “el resultado final más probable es el regreso a la normalidad [es decir: todo lo indicado más arriba], no sin haber integrado la experiencia del estado de emergencia en el arsenal de políticas públicas”.
¿Servirá todo esto para denunciar a la oprobiosa serpiente viperina que es el capitalismo, o hay en juego una jugada maquiavélica que traerá más capitalismo todavía, quizá menos gente en el mundo (“¡que mueran los viejitos!”, pedía el funcionario estadounidense), y poderes hiper-dominantes que digitarán nuestras vidas haciendo pensar con sus maquinaciones actuales en películas de ciencia ficción? (el “Gran Hermano” orwelliano pareciera ya un hecho). Por supuesto que la actual es una ocasión maravillosa para hacer aquella denuncia y profundizarla. La privatización inmisericorde de todo, el negocio antepuesto a lo humano (business is business), el lucro individual como baluarte fundamental de la vida, ahora más que nunca -viendo las consecuencias espantosas que pueden acarrear- pueden ser cuestionadas. ¿Puede servir la pandemia quizá para acercar a un cambio revolucionario de paradigmas? De nosotros depende.
-El autor, Marcelo Colussi, es analista político e investigador social, autor del libro Ensayos
*Fuente: AlaiNet
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