La mezquina e ilusoria alternativa del "progresismo"
por Jorge Franco (Chile)
5 años atrás 5 min lectura
22 de enero de 2020
Una de las reacciones del establishment a la rebelión popular iniciada el 18 de octubre pasado es la que procede de quienes se definen a sí mismos como pertenecientes al campo del «progresismo». Es decir, de aquellos que, limitando su crítica a los males del «neoliberalismo» o buscando solo morigerar sus excesos, abogan por un capitalismo «con rostro humano», que sea capaz de acoger y satisfacer las demandas de la inmensa mayoría que aspira a acceder a una vida digna y segura, con los estándares de confort propios del siglo XXI.
Fuertemente traumatizados por la derrota de la izquierda en 1973 y por el fracaso de los «socialismos reales», con los que se identificaron muchos de ellos en el pasado, estos «progresistas» no solo descartan la posibilidad de que para satisfacer dicha aspiración ciudadana sea necesario terminar con el capitalismo. Por el contrario, han llegado incluso a considerar al sistema de explotación y depredación capitalista que impera hoy en el mundo como el más conveniente fundamento social posible para la vida humana en el planeta.
De allí que, completamente ciegos ante los grandes males y amenazas asociadas a este sistema, como la ominosa desigualdad social que excluye de los beneficios del progreso a una proporción cada vez mayor de seres humanos -los «condenados de la tierra» a que aludía Franz Fanon-, la creciente transformación de las fuerzas productivas en terroríficos medios de destrucción masiva o la formidable catástrofe ambiental que se desarrolla ante nuestros ojos, se empeñen hoy vanamente en «salvar al capitalismo de los capitalistas».
La racionalización de ese propósito exige 1) ignorar el carácter inherentemente explotador e inevitablemente caótico y dilapidador del capitalismo, que conduce a crisis periódicas y a una concentración cada vez mayor de la riqueza en pocas manos, 2) identificar el proyecto emancipador del comunismo con la fracasada experiencia de los regímenes burocráticos de los llamados «socialismos reales» y 3) pasar deliberadamente por alto el carácter de clase de la estructura, contradicciones y conflictos que caracterizan a la sociedad en que vivimos.
De allí que se esgrima la bandera del «progresismo» solo para propiciar algunas medidas económicas tendientes a operar algún grado de redistribución de la riqueza, a fin de atender a las demandas más sentidas de los sectores populares, para promover algunas reformas dirigidas a liberalizar ciertas pautas de conducta en el plano cultural y para proclamar la defensa incondicional del actual «sistema democrático», pasando por alto su carácter de clase y, debido a ello, sus ostensibles limitaciones y distorsión al ejercicio de la soberanía popular.
En consecuencia, presumiendo representar una «izquierda democrática», operan de hecho como el ala liberal del sistema político-burgués de partido único que, conjuntamente con su ala conservadora, se coluden para encajonar, atenazar y finalmente impedir, la libre y genuina expresión de la voluntad popular. De allí que, lamentándose amargamente de esta ominosa situación, un decepcionado diputado del Partido Socialista hiciese circular hace algunos años atrás un documento con un título sumamente sugestivo: «Chile entre dos derechas».
Fieles a su autoasignado rol de guardianes del orden, ante la rebelión popular en curso los intelectuales del «progresismo» concertacionista -como Tironi, Muñoz Riveros, Waissbluth y otros- lamentan lo sucedido y realizan insistentes llamados a «cuidar la democracia» y a defenderla de «sus enemigos», aludiendo con ello principalmente a quienes han tomado parte de la movilización en calidad de «violentistas” y enarbolando como única salida deseable a la crisis la bandera de un gran «acuerdo nacional» del que participen todos los sectores del país.
En buen romance, esto significa impedir que el generalizado y explosivo malestar que se ha expresado en la formidable movilización popular en curso pueda llevar demasiado lejos la aspiración ciudadana de que se operen cambios de fondo en la actual situación económica y política del país. En el horizonte visual de estos «progresistas», ello sería fatal para el país ya que conlleva el riesgo de atemorizar a los capitalistas y frenar la inversión. En consecuencia, todo el avance logrado en estos años de «modernización capitalista» podría perderse.
En definitiva, los autodenominados «progresistas» razonan desde la perspectiva de clase de la burguesía, lo que en las condiciones históricas del presente equivale a decir desde la perspectiva del gran capital, como única fuerza capaz de asegurar el avance hacia mejores condiciones de vida. Por ello prefieren ignorar, o subestimar, el inmenso y gravísimo costo social y ambiental que el funcionamiento del capitalismo le impone hoy no solo a la sociedad chilena sino a la humanidad en su conjunto, asumiéndolo como algo inevitable.
En consecuencia, no ha sido por algún impedimento para obrar en un sentido distinto, sino debido a una opción política deliberadamente asumida por ellos, que estos «progresistas» no solo han tolerado, sino que en muchas ocasiones han propiciado de manera activa, la existencia de aquellas situaciones de aguda injusticia, desatención, abusos, corrupción e impunidad que han provocado el creciente y explosivo enojo e indignación del pueblo trabajador y que lo ha hecho salir ahora a las calles a exteriorizarlo con toda su fuerza.
Pero más allá de la enorme miopía o venalidad y cinismo de esta autodenominada «izquierda democrática», obsesionada hoy por mantener a raya y desalentar la movilización popular, lo cierto es que la única alternativa real para superar los males del capitalismo y utilizar los grandes avances científico-técnicos alcanzados en provecho de la humanidad consiste en democratizar real y profundamente la sociedad en todos sus ámbitos, partiendo por la democratización efectiva y global de su economía y de su sistema político.
Lo verdaderamente democrático no es que la mayoría se allane a aceptar resignadamente como legítimos los obscenos privilegios de que hoy goza y el enorme poder que detenta una ínfima minoría de la población, sino que el poder llegue a ser ejercido verdaderamente por la mayoría, cautelando y promoviendo efectivamente sus legítimos derechos, intereses y aspiraciones. Solo ello puede asegurar una convivencia social pacífica y duradera. Tal es la perspectiva, tantas veces negada, descartada y aun traicionada, del socialismo.
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