Lo verdaderamente democrático no es que la mayoría se allane a aceptar resignadamente como legítimos los obscenos privilegios de que hoy goza y el enorme poder que detenta una ínfima minoría de la población, sino que el poder llegue a ser ejercido verdaderamente por la mayoría, cautelando y promoviendo efectivamente sus legítimos derechos, intereses y aspiraciones. Solo ello puede asegurar una convivencia social pacífica y duradera. Tal es la perspectiva, tantas veces negada, descartada y aun traicionada, del socialismo.