Presentamos a ustedes un fragamento de un texto generado con la conferencia del Professor Rainer Mausfeld: Nacido en 1949, Alemania, cursó estudios de Psicología, Matemáticas y Filosofía. Investigador en el ámbito de la ciencia cognitiva, donde investiga la naturaleza de las categorías significativas connaturales de la mente humana, sobre las que descansan todos los procesos psíquicos. En la actualidad, catedrático de Psicología General en la Universidad alemana de Kiel.
La Redacción de piensaChile
Nuestra mente tiene la capacidad natural de cuestionar la terminología con que en los ámbitos social y político se suelen categorizar, ordenar y valorar los fenómenos y los hechos. Resaltemos como ejemplo todo ese (neo)lenguaje neoliberal que se emplea para encubrir y disimular lo que en el fondo realmente se opina y que fácilmente podría llenar un nuevo diccionario al estilo del newspeak orwelliano. Encontramos términos tales como reformas estructurales, voluntad reformadora, reducción de la burocracia, de(s)regularización, pacto de estabilidad, austeridad, fondo salvavidas/paraguas europeo, libre mercado, Estado delgado, liberación, armonización, democracia conforme al mercado, sin alternativas (TINA), capital humano, trabajo en régimen de cesión/subcontrata, costes laborales no salariales, envidia social, proveedor de servicios y prestaciones, etc., etc. Semejantes términos y conceptos nos facilitan otros enfoques ideológicos cuyo posible carácter totalitario somos llamados a descubrir y señalar. Para evitar que sucumbamos a estos enfoques ideológicos de manera inconsciente e involuntaria, debemos identificar y señalar lo que hay de tácito en las premisas, los prejuicios/aprioris y los componentes ideológicos de las nociones a la hora de hablar sobre los fenómenos sociales y políticos. Tampoco para esta labor necesitamos ser expertos en ninguna materia. Todos venimos dotados de la capacidad natural de nuestras mentes que, en todo caso, sería cuestión de ejercitar y refinar.
Intentemos pues identificar algunas de esas tácitas premisas ideológicas que la terminología puede encubrir y con las que en las sociedades democráticas, las élites dominantes pretenden estabilizar su poder.
Empecemos con este cuadro –«Fragmentación»– que documenta la percepción de un fenómeno que se pretende invisibilizar:

En este cuadro vemos algo que puede que percibamos como fragmentos de objetos sin reconocer el contexto, la relación significativa real entre ellos. La respuesta básica que nos facilita la psicología de la percepción al respecto es que nuestra percepción no es capaz de aplicar sus categorías significativas, mientras no reconozca/identifique la causa/el origen de tal fragmentación. Siempre suponiendo unos fragmentos idénticos que no se alteren – tan pronto como se visibilice la causa de su fragmentación, podremos completar sin problema lo que falte reconociendo la relación significativa del conjunto. Aquí descubrimos una regularidad general de nuestra psique que también recobra importancia en el tema que nos está ocupando. Cualquier relación significativa entre varios hechos permite ser invisibilizada con cierta facilidad si se representan de forma fragmentada. En tal caso, al leer un periódico, no solemos percibir nada más que un cúmulo de fragmentos informativos aislados. Pero tan pronto como se pueda reconocer el por qué, la causa de su fragmentación, ya nos resulta fácil reconocer también el contexto significativo.

La paradoja democrática.
En este contexto, debemos averiguar POR QUÉ y CÓMO ciertos estados de cosas pueden invisibilizarse fragmentándolos. Lo cual conduce directamente a la siguiente pregunta de QUIÉN puede tener interés en hacerlo y PARA QUIÉN. Para poder entender esta pregunta, hemos de abordar algo que recibe el nombre de ‘la paradoja democrática’, a saber, el problema que remite a la relación entre las élites y el pueblo. La investigación sistemática de este problema se remonta hasta la Antigüedad. En el discurso político, el pueblo es a menudo comparado con un rebaño que tiende a manifestar afectos irracionales y que, por tanto, hay que controlar. La dirección política de un pueblo presupone, pues, descifrar el silencio del rebaño e interpretarlo en el sentido de la actuación política que se persigue. En tiempos más recientes, este tema se ha vuelto popular por Richard Nixon, quien en su momento había interpretado el silencio de la ‘silent mayority’ como consentimiento a la Guerra de Vietnam.

El historiador griego Tucídides (454-399 a.C.) fue el primero en abordar estas cuestiones de un modo sistemático. Tucídides también era el primero en ver la estrecho vínculo entre nuestras representaciones sobre las formas de gobernar y lo que podamos suponer acerca de la naturaleza del hombre. Cada tipo y forma de gobernar, de modo implícito o explícito, depende también de la idea o imagen que podamos tener de la naturaleza de la mente humana. Tucídides pensaba que la masa propende a una serie de afectos y pasiones, a costa de la razón: “las opiniones de la masa son inconstantes y veleidosas; de sus fallos suelen responsabilizar a otros…” Sobre los líderes políticos sostiene que los guía ante todo “su voluntad de poder para satisfacer su despotismo y ambición“. Tucídides sabía que cada buena forma de organización social debía tener en cuenta las debilidades de la naturaleza humana; cosa que, según su entender, era inviable en una democracia. Guiado por el gobierno de Pericles, consideraba como ideal una forma que “por su nombre fuera una democracia, pero, de hecho, fuera gobernado por su primer ciudadano”.

El entendimiento de Aristóteles (384–322 a.C.) era parecido. Su ideal era la “timocracia”, esto es, el poder en manos de los que poseen bienes y reputación. Pretendía que los elementos democráticos y oligárquicos se ponderasen de tal manera que existiera un equilibrio entre la masa de los pobres y las élites ricas. En la democracia Aristóteles veía una forma caduca de la timocracia, por implicar la posibilidad de que “los pobres, que conformaban la mayoría, llegasen a repartirse entre ellos el patrimonio de los ricos”, lo cual para él era ilícito.

La misma reflexión de base también la encontramos en los orígenes de la Constitución norteamericana: cada forma de gobernar debía garantizar la protección de la minoría opulenta contra la mayoría de los pobres (“to protect the minority of the opulent against the majority”) reclamaba James Madison (1751-1836), uno de los Padres Fundadores de la Carta Magna norteamericana. Según él, la resolución de esa tensión entre el pueblo y sus élites consistía en “la democracia representativa”, que de hecho es una forma de oligarquía, que permitía salvaguardar los intereses particulares de la minoría rica.
Sirvan estos pocos ejemplos para ilustrar que el ideario occidental en su conjunto viene impregnado por un profundo escepticismo acerca de la democracia, y que no pocas veces alcanza la hostilidad.
Si le interesó el tema, le ofrecemos la posibilidad de leer el texto completo de esta conferencia: ¿Por qué callan los corderos? ¿Cómo manipulan nuestra opinión y nuestra indignación?
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