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El costo argentino de la derrota de Macri

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En la segunda semana de este mes, se debieron inscribir (y en varios casos rebautizar) los frentes y alianzas que competirán en las primarias obligatorias argentinas. En verdad, no lo harán entre sí porque la magnitud de votos que obtenga cada fuerza -siempre que supere un umbral elemental sin el cual perderían su reconocimiento legalmente político- carece de relevancia para las elecciones efectivas que serán en octubre. Se dirimirán las candidaturas al interior de cada espacio para lo cual el fin de semana pasado se inscribieron las precandidaturas. En ocasión de esa primera instancia de inscripciones (que en un caso fue antecedido por el anuncio de la importante precandidatura de Alberto Fernández) escribí en este medio arribando a dos conclusiones que sintetizo ahora telegráficamente. La primera fue que lejos de articularse una alianza sobre la base de acuerdos programáticos, consultas a la militancia, desarrollo de congresos o convenciones, se delimitaba en cónclaves estrechísimos, inclusive familiares, de espaldas a toda militancia u organicidad. Conclusión que resulta aplicable a la totalidad de los frentes inscriptos regidos por el secreto y uso del dedo. La segunda fue la constatación paulatina del altísimo nivel de vida y estado patrimonial de los que iban resultando ungidos para las postulaciones, aunque a este respecto, con excepción de la izquierda. En la primera de las consideraciones se afirma la existencia de una suerte de oligarquía político-partidaria cualquiera sea la inscripción ideológica o la inserción social y las tácticas de lucha. En la segunda, que una proporción de tal oligarquía resulta claramente plutócrata.

El lector seguramente supondrá que aún así delimitados los espacios políticos, sus integrantes permanecerán en él y dirimirán pesos relativos e ideas en su interior. Pero salvo en la izquierda, nada de esto ocurre en la práctica. Hasta el último momento del sábado pasado en que culminó el plazo para la inscripción de precandidaturas, se sucedió un trasiego de dirigentes y referentes de un espacio al otro, de una retórica crítica a su inmediata negación sin escrúpulos ni sanciones posteriores de ninguna índole. O inversamente, desde el elogio laudatorio a la crítica más feroz. Cualquier acercamiento al espacio o candidatura que fuera resultó bienvenido, tanto como denostado el abandono. Traiciones y lealtades serán momentos de una totalidad dialéctica identitaria que las incluye estructuralmente. Todos se han traicionado tanto como se han reconciliado, por una única razón común: el cálculo de la proximidad o de acceso directo al poder.

De la primera conclusión se deduce que las primarias no son tales, cosa que la práctica demuestra con la sola excepción de algunas pocas candidaturas provinciales. En otros términos, la casi totalidad de las precandidaturas actuales serán las candidaturas de octubre. En ninguno de los 9 frentes inscriptos habrá internas relevantes. La elección de agosto es un simple simulacro que hasta pretende mistificar una supuesta participación ciudadana.

Desde los consistorios principales que definen y enuncian las fórmulas presidenciales, las élites van adoptando el resto de las decisiones desde el centro a la periferia, es decir desde la nación a las provincias, desde las candidaturas ejecutivas a las legislativas y así sucesivamente. La búsqueda de pactos consiste en tratar de obtener la mayor sumatoria de apoyos de gobernadores, intendentes, sindicalistas o punteros en general a los que, mediante encuestas o simple especulación, se les atribuye un determinado caudal electoral que luego se retribuye proporcionalmente con cuotas de poder que perpetúan su influencia. En consecuencia, la estructura política general es una suerte de federalismo de punteros, poseedores de votos pretendidamente cautivos mediante prebendas o concesiones clientelistas que se acomodan en función de las perspectivas de reproducción simple o ampliada de sus poderes y disposiciones. Por ejemplo con el enorme impacto electoral de los así llamados “barones del conurbano” bonaerense que han sido quienes han inclinado el fiel de la balanza en última instancia, mucho más que la capital o las grandes provincias.

Si esta arquitectura oligárquico-fiduciaria, este habitus político nacional, profundamente despolitizador y expropiador de las potencialidades decisionales de la ciudadanía, fue enquistándose de a poco en la historia posdictatorial argentina, la dramática situación económico-social con la indispensable necesidad de impedir una reelección del gobierno de Macri, la profundiza. La tentación de sumar de cualquier modo, sustituye toda elaboración programática o consulta a base alguna. Transforma cualquier estrategia en una táctica electoralista de impredecible desembocadura. El espanto motoriza convergencias y divergencias en un escenario cada vez más polar.

En Argentina hasta se acuñó un término para describir esta ausencia de principios y transfuguismo político conocido como “borocotización” por el hecho de que un médico pediatra, conocido por participar de programas televisivos aconsejando a “mamás”, fue electo diputado por el macrismo en 2009 y antes de asumir se mudó al bloque kirchnerista. Su seudónimo televisivo era “borocotó”. Pero la “borocotización” también alude a otro aspecto, que reaparece regularmente en la escena política argentina: la farandulización. La apelación a personajes mediáticamente conocidos, aunque carezcan de trayectoria política, refuerza el caudillismo personalista estableciendo una ligazón emocional, carismática y simbólica con el elector despolitizado. El lugar de la izquierda merecerá un tratamiento aparte.

Hasta octubre sólo se aspira a contener los daños.

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