La candidata del partido de Lula a gobernadora de Río se exilia por amenazas de muerte
por Víctor David López (Brasil)
4 años atrás 6 min lectura

El expresidente Lula da Silva confiaba en ella como candidata a gobernadora:“Estoy seguro de que sabrás gobernar para todo Río de Janeiro, cuidando en especial de quien más lo necesita: el pueblo trabajador de las comunidades [favelas], las mujeres y la juventud negra”, le escribió en agosto desde su celda. Hoy, la filósofa Márcia Tiburi (Vacaria, Rio Grande do Sul, 1970) rellena una línea más del exilio brasileño. Otra pérdida importante de un país que, ahora más que nunca, necesita respuestas frente al odio y la intolerancia que todo lo cubre.
Su candidatura, tras la invitación de Lula, fue oficializada un día después de que el líder del partido firmara la mencionada misiva. Sus primeros pasos se destinaron a dialogar con la militancia del partido para elaborar un programa participativo. Luego desplegó “una campaña a partir de mi visión democrática radical del mundo, feminista, antirracista y anticapitalista”, cuenta Márcia Tiburi a Público, “tratando la economía, la salud, la educación y la gobernabilidad como cuestiones que construyen las bases de la sociedad y que son responsabilidad de todos”.
En paralelo al diseño de su figura política, e intentando disfrutar de semejante responsabilidad, se le presentó un escenario desconocido y perturbador: “Persecuciones y amenazas de muerte que empeoraron en la época de la campaña al gobierno de Río de Janeiro”. Lo explica lejos de su tierra, porque ya no aguantaba más. “Tener que abandonar mi país en estas condiciones me entristece mucho”. Tiburi recibió una invitación de una institución estadounidense que ampara a escritores perseguidos, de todo el mundo. De allí saltará a Europa.

La campaña electoral y el posterior recuento de votos los sufrió a conciencia –con malos resultados: séptima candidata más votada, sumando 447.376 votos (5,85% del total)–, pero la crueldad de la vida política se le había cruzado de lleno nueve meses antes, el 24 de enero de 2018, en las fechas en las que Lula da Silva fue juzgado por el Tribunal Regional Federal de la cuarta región, en Porto Alegre. “Estaba en una emisora de radio cuando la entrevista fue invadida por representantes del Movimento Brasil Livre, uno de ellos iba grabando con el teléfono móvil, interesado en exponer mi reacción, fuera la que fuera”. El Movimento Brasil Livre es la mayor fuente “antipetista” (contraria al Partido de los Trabajadores) que existe en la actualidad. Precursores de las manifestaciones de 2013, un 15-M a la brasileña que terminó virando totalmente hacia la derecha. Fueron fundamentales también en la agitación popular durante el proceso de “impeachment” (para algunos) o de “golpe parlamentario” (según otros) que sufrió la expresidenta Dilma Rousseff.
“No reconocí inmediatamente al líder del movimiento [Kim Kataguiri], llegué a pensar que era uno de mis exalumnos, pues entró dándome un beso en la cara como si fuese alguien próximo o íntimo”, recuerda la filósofa para este diario. “Cuando le reconocí me llevé un susto y me fui. Nadie me había avisado de que ese grupo de milicianos mediáticos estaría allí, lo cual me sonó a emboscada”. El Movimento Brasil Livre ha sido el principal instigador de los ataques contra Tiburi, sobre todo a partir de aquella mala jugada con la que fue sorprendida en Radio Guaíba.
“Todos los eventos relacionados con mis libros en los cuales he participado por todo Brasil comenzaron a ser invadidos por esos grupos”, señala. “He tenido que contar con seguridad privada en librerías”. Pero los temores no quedaron allí: las amenazas inundaban sus redes sociales, su bandeja de entrada de correo electrónico y también la sorprendía en plena calle: “Ya no podía salir de casa”.
Un discurso directamente desde la filosofía
El discurso de Márcia Tiburi nunca ha sido el de una política. Sus palabras trataban de llegar a los oídos de los electores directamente desde la filosofía. No era reto sencillo. Como cuando en el centro de Río, en una acto reclamando la liberación del expresidente Lula, dijo que los políticos de la derecha brasileña “no existen, no están vivos, hacen una política zombi desarrollada por muñecos que no tienen relación con el pueblo, que somos nosotros, y que sí estamos vivos». O como cuando en una entrevista en el canal público TV Brasil, en 2015, argumentó que estaba “a favor de los asaltos” razonando que “hay una lógica en los asaltos”, y que “muchas violencias son justas dentro de contextos muy injustos”, como el del capitalismo. Un vídeo editado y recortado con parte de estas palabras sirvió para colocarla en el ojo del huracán. En la misma conversación decía también que en Brasil no hace falta la pena de muerte porque ya está “instaurada, y no legalizada”, en referencia al “estado de matanza” producto de la lucha contra el narcotráfico.

“Hablaba todo el tiempo de la reconstrucción de la sociedad a partir de parámetros democráticos, consensuados”, indica la autora, rememorando su trabajo en la campaña a gobernadora, “recolocando la necesidad de educación y de cultura para que esa reconstrucción fuese posible”. Su proyecto tendrá que esperar, la ola de ultraderecha lo barrió todo. “Me estaba enfrentando a algo muy difícil: el fascismo, que se construye y crece precisamente con la falta de educación de cultura. Es una mentalidad, una ideología, un modo de ver el mundo que pregona la destrucción como vemos de par en par en el actual gobierno de Bolsonaro”.
La población brasileña, muy a su pesar, no está por la labor hoy en día de reflexionar mucho sobre la mayoría de los aspectos que no funcionan en su sociedad herida. Los políticos lo saben y su mensaje suele ser simplista y cortoplacista. “En las últimas elecciones la población prefirió el discurso de la solución a base de fuerza bruta”, se lamenta la excandidata. Casi ni reconoce el Brasil de hoy: “Una red de odio reúne a grupos políticos y milicias, así que no estamos seguros”.
El país se va quedando sin referentes sociales –asesinaron a la concejala Marielle Franco; y han abandonado el país, antes que Tiburi, el diputado federal Jean Wyllys y la antropóloga y activista Débora Diniz–, con la sensación de que a nadie le importa. La misma frivolidad y ligereza con la que se saludó a la extrema derecha en las elecciones del pasado mes de octubre sirve para reaccionar ante el drama del exilio. Hay quien incluso se mofa de los que se ven obligados a abandonar el país. “Márcia Tibullying” la han denominado desde el Movimento Brasil Livre, que no descansa nunca. Son capaces de definir el suceso como “espectaculito” y alardear de que la han “expulsado de Brasil”.
*Fuente: Publico.es
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