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Momentos cruciales de la izquierda mundial

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La situación que hoy vive Venezuela, al margen de todo el dramatismo que ella implica, abre una interrogante que va mucho más allá del desenlace con el cual culminarán, si es que culminan, estas horas negras de la amenaza imperialista contra la experiencia de la revolución bolivariana. En el trasfondo de lo que podría llegar a ser una nueva tragedia de la escalada que lleva a cabo Estados Unidos y sus aliados en el mundo, se mueve el hasta ahora insoluble y a veces hasta inconsciente drama que afecta  a la izquierda mundial que no asume aún la catástrofe que significó el derrumbe del andamiaje que sostuvo al pensamiento socialista por más de un siglo en todo el planeta. Veamos la realidad tal como se nos presenta analizándola sin eufemismos, al margen de los deseos y los subjetivismos de los que hay que prescindir, como aconsejara el viejo Marx, si queremos aspirar a cambiar esta situación amarga que nos afecta.

En lo que estamos todos de acuerdo, o casi todos, es que la realidad que conocimos durante los últimos dos siglos, aquella de las clases sociales definidas claramente, las categorías de la superestructura de los estados con sus estamentos fácilmente identificables más otros axiomas del marxismo clásico, en la actualidad ha cambiado drásticamente. Hoy en el espiral de la historia tampoco se están repitiendo los elementos esenciales que componían la vuelta anterior de ese espiral con el que don Carlos nos ayudara a entender y predecir los pasos que debía seguir el movimiento revolucionario mundial frente a los cambios que van experimentando las sociedades modernas. Esto explica lo que voy a decir y que a los puristas y los obcecados del pensamiento tradicional les puede hacer arder cierta innombrable, pero necesaria estructura de nuestro organismo: la izquierda mundial, la verdadera, la que sustenta los objetivos reales de su esencia , está agonizante, en coma inducido como dicen hoy los siúticos, en la UTI de la historia. ¿Significa eso que sólo queda hablar con el “hombre de negro” de las pompas fúnebres que nos espera en el pasillo para “ayudarnos a sentir”?

Fíjese que a pesar de las puteadas que ya empiezan a caerme, soy el primero en decir que el enfermito no está aún con principio de autopsia. Hay posibilidades para él, siempre que no lo lleven a la Clínica Santa María. Sin embargo el tratamiento, que a estas alturas tiene que ser de shock, posee ciertos aditamentos que van a herir la epidermis reblandecida de los “neosocialistas” y de los cuales en nuestro país tenemos conspicuos representantes. Querido lector, se los suelto de sopetón, sin anestesia: ninguna, así subrayado y en negrilla, ninguna, repito, revolución en el mundo podrá triunfar jamás si no puede reprimir por la fuerza, y hablo de las fuerza de las armas, a las burguesías locales y al imperialismo que forman un todo muy afiatado cuando de destruir a los procesos progresistas se trata. Es decir, agárrate Catalina, tiene que ser con la “dictadura del proletariado”, ese concepto de la revolución socialista que hoy es vomitivo y aberrante para los seudo izquierdista aggiornados, que se alinean con la derecha cuando oyen el vocablo, una derecha que sí puede establecer dictaduras y usar la fuerza de las armas cuando son sus intereses los que se ponen en peligro.

Ya hace algunos años me atreví a defender en solitario este planteamiento. En ese tiempo hubo muchos que se acordaron amablemente de mi santa madre, amén de maldecirme hasta la quinta generación. Pero ¡qué diablos! se lo puedo demostrar. En primer lugar, usted estará de acuerdo, aunque no les guste, que la aplicación de la revolución socialista en democracia no ha resultado. Nunca. Jamás hasta ahora si se trata de una revolución verdadera. Sus intenciones son loables, bien intencionadas y hasta enternecedoras por su ingenuidad, pero irrealizables, quiméricas, ajenas absolutamente a la realidad. Lo demuestran los cambios drásticos adoptados por EE.UU. respecto de los procesos progresista en nuestro continente, y en algunos casos también en el resto del mundo. La invasión directa de los marines yanquis, la entrada a saco ahí donde se incubara una revolución, se fue cambiando paulatinamente por la táctica de minar en sus cimientos estos procesos, asignando el papel de zapadores a las fuerzas de la burguesía que las revoluciones democráticas dejan vivas y libres, obligados por el esquema que  estas revoluciones deben cumplir. A manera de ejemplo, la misma Casa Blanca ha reconocido que la brutalidad empleada en Irak y Libia, fue un error. En cambio, ahogar las economías del país que se quiere sojuzgar, tarea lenta, pero segura llevada a cabo no sólo desde afuera mediante el sabotaje internacional, sino que principalmente ejecutada por la quinta columna de la burguesía que ha quedado libremente activa dentro de las fronteras del objetivo, ha dado hasta ahora sorprendentes y plenos resultados.

En Chile tenemos el dudoso honor de haber sido uno de los primeros campos de experimentación de esta novedosa táctica. Tampoco a usted le va a gustar que diga esto, pero el gobierno de Allende, con todo lo laudable de sus intenciones, no fue un aporte a los caminos que puede tomar una revolución socialista, sino que fue el más útil aporte al aprendizaje del imperialismo mundial y sus acólitos nacionales sobre cómo aprovechar las fatales grietas que dejan las revoluciones socialistas democráticas. El día 11 de septiembre de 1973 no hubo ni un solo soldado yanqui en las calles de Chile, ni un misil, ni una bala que saliera del sofisticado armamento manejado directamente por soldados norteamericanos. Lógico, no era necesario, como se espera que no sea necesario en Venezuela si se logra romper la hasta ahora tambaleante lealtad constitucional de la Fuerza Armada Bolivariana, como no será necesario si se sigue desestabilizando desde adentro la revolución sandinista, como no fue necesario para sacar a Lula en Brasil, como no será necesario si se aguarda con paciencia que comiencen a socavarse los basamentos de Evo en Bolivia, y fíjese bien, no será necesario tampoco cuando se inicie la labor de zapa en contra de Andrés Manuel López Obrador en México.

Esa es, mi querido amigo, mi humilde opinión. De nada sirven las masas vociferantes por las calles gritando el nombre del líder respectivo, ni los obreros atrincherados en su lugar de trabajo, o los estudiantes en sus universidades, si no se tienen las armas en todas esas manos. Recuerde, paciente lector, que el 4 de septiembre de 1973 un millón de personas celebraron en las calles de Santiago el tercer año del Gobierno Popular, desfilando ante el estrado instalado frente a La Moneda y donde se ubicaba el Presidente Allende y la plana mayor de la Unidad Popular. Pues bien, una semana después, exactamente apenas siete días más tarde, el 11 de septiembre, se producía uno de los más feroces golpes de estado instigado por la derecha amparada a la sombra de la democracia que Allende murió defendiendo ese mismo día. ¿Dónde estaba ese millón de almas de la semana anterior? Dramática pregunta, ¿verdad? Pero la respuesta es simple: estaban en los armarios, buscando entre los coligues que repartió el MIR y las consignas pacifistas del Partido Comunista, esas armas que nunca estuvieron.

Finalmente le pido, estimado lector, que por favor no me tome como un trasnochado ultra izquierdista de los años sesentas, y mucho menos por un estalinista de los años negros cuando el social dictador utilizó la dictadura del proletariado en su propio provecho. Hay muchas otras cosas que hay que cambiar y discutir, además de la forma de asegurar el poder en manos del pueblo. Pero hay que comenzar por dejar atrás los complejos, los estigmas que cayeron sobre la izquierda como consecuencia de los errores cometidos en las experiencias socialistas del siglo pasado. No sólo esos errores, sino que el temor a reivindicar las bases genuinas de la ideología es lo que urge superar.

Es un camino que será largo y difícil, pero que vale la pena intentar.

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