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Derechos de la mujer, Pueblo Mapuche

Reconstrucción del mundo Mapuche: El Newen de la mujer y la vida comunitaria

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¿No es una verdadera ironía de la historia el que las legislaciones modernas se vean obligadas a establecer en defensa de la mujer, las mismas leyes que el buen sentido común del Mapuche, hace siglos, había codificado no por escrito, sino por costumbre?


 

Me encuentro con un texto escrito hace un siglo, respecto a cómo era la vida en los territorios mapuche. El testimonio de descripción y defensa de este “modo local de vida Mapuche”, lo dejó estampado el Fray Jerónimo de Amberga, un misionero Capuchino, en la revista chilena de Historia y Geografía en 1913. Su artículo se titula “Estado intelectual, moral y económico del araucano”:

“… el araucano ha desarrollado un sistema admirable de un comunismo moderado, un verdadero estado ideal y al mismo tiempo sencillo y real, mucho más que el de Platón y sus discípulos en más de dos mil años: y si Tolstoi hubiera conocido y estudiado este sistema de comunismo moderado, tal vez se habría refugiado, para el término de su vida, entre los araucanos. Este comunismo declaraba el suelo común para todos, como el aire y el agua; así que cada uno tenía derecho de ocupar para siembra y talaje cuanto deseaba; pero el derecho de la propiedad particular estaba completamente asegurado y respetado; no solamente el hombre, sino, y esta es una de las instituciones más ingeniosas del derecho social araucano, también la mujer tenía sus bienes propios y personales de su exclusiva disposición. Al nacer el niño, el padre, y a la niña la madre, solían dar un animal, una yegua, una vaca, ovejas; estos bienes le pertenecían, se aumentaban al crecer el niño, pero de los frutos participaba toda la familia. Al casarse la niña llevaba estos bienes a su nuevo hogar, pero estos no pasaban al poder del marido, sino que quedaban propiedad de la mujer, como una garantía de su independencia y, al mismo tiempo, del interés que toda la familia debía tener en conservarlos, porque participaba de los frutos. ¿No es una verdadera ironía de la historia el que las legislaciones modernas se vean obligadas a establecer en defensa de la mujer—en América, en Francia,— las mismas leyes que el buen sentido común del araucano había codificado no por escrito, sino por costumbre?

Este ideal de comunismo moderado es la base fundamental de la familia, de la tribu y de la raza araucana.

Todavía no se ha estudiado a fondo este fenómeno tan interesante, tan particular de esta raza. Su vecino del Norte, el Perú, había desarrollado como sistema social el comunismo absoluto, como es hoy día otra vez, el ideal del socialismo; esta sistema, en que cada individuo trabajaba por la comunidad y la comunidad se obligaba a proporcionar todo lo necesario para la vida al individuo, garantizaba cierto bienestar material; el imperio incásico era rico y floreciente; pero debía fatalmente experimentar las funestas e inevitables consecuencias del socialismo, la destrucción de la individualidad, la aniquilación de la iniciativa personal, el interés necesario en la conservación de la sociedad, y así tuvo que caer irremediablemente al primer golpe de los invasores españoles; no tenía recursos de resistencia. Ahora preguntamos, ¿de dónde sacó el araucano aquella fuerza irresistible e inagotable, que burlaba los desesperados esfuerzos de los conquistadores? No es el territorio —sabemos que los españoles no «se amedrentaban por nada; no es su superioridad numérica —eran pocos en comparación a los ejércitos del Perú— no es la distancia —por mar estaba Valdivia y Valparaíso más cerca de España que Lima. Es en primer lugar aquel sistema admirable de comunismo moderado que interesaba a todos, hombres y mujeres, en conservar su propiedad, su suelo, su libertad, que desarrollaba las facultades individuales, la iniciativa personal; aquel sentimiento de indomable independencia que prefiere morir libre antes que llevar cadenas aunque fueran de oro. Este sistema social era la fuente de vida enérgica donde curaban las heridas mortales recibidas en la lucha a muerte con sus invasores”.

Cito este texto de Amberga por varias razones, pero primero por la cercanía a nuestra vida actual. Sus relatos son de situaciones que vio y compartió luego de la ocupación militar del Wallmapu por parte del Ejército y la clase política empresarial chilena a partir de 1860.

Incluso sus vivencias abarcan su vida reciente a ese año de 1913, es decir ya cuando el Estado chileno estaba totalmente constituido. No son reflexiones o descripciones respecto al tiempo mapuche pre o postcolonial. No son relatos del “Cautiverio feliz” de Pineda y Bascuñan de mediados de 1600. Ni menos textos donde se mezcla lo mítico con lo real como son los textos de La Araucana.

1913 ya son tiempos no tan diferentes a los actuales, sin contar con lo que ocurre hoy respecto a comunicaciones y era digital. En esa época comenzaban a poblarse las ciudades con campesinos que habían estado en minas de salitre, ya se había establecido una economía de tipo capitalista vinculada al comercio exterior, economía que poco a poco destruía o sustituía la vida medieval de las haciendas y chocaba de lleno con la vida precapitalista mapuche. O como la llamaba Amberga, una sociedad de “comunismo moderado”.

Este Capuchino ya cita a Tolstoi y reflexiona que si este gran escritor ruso -que influenció con sus preguntas y pacifismo a grandes figuras del siglo 20 como Gandhi y que se fue en contra de la Iglesia y el Estado-, “hubiera conocido y estudiado este sistema de comunismo moderado, tal vez se habría refugiado, para el término de su vida, entre los araucanos”.

Tolstoi murió en 1910, dejando un camino que muchos recorrieron con libertad, entre ellos Gabriela Mistral que tomó parte de las ideas para proponer comunidades campesinas autónomas, o las escuelas normalistas de profesores, experiencia que también se implementaron con éxito en Chile. Es la histórica y reconocida presencia de las valiosas escuelas y profesores normalistas.

En su declaración, el fraile Alberga cita la propiedad común de la tierra, el agua el aire. Pero especifica que “el derecho de la propiedad particular estaba completamente asegurado y respetado”. Es decir, describe propiedad común y propiedad particular.

¿Qué era esa propiedad particular?… Pues esa propiedad particular, a mi modo de ver, era el ganado doméstico y las huertas. Es decir, la tierra cercana a tu casa, o el territorio que tú trabajas.

Frente a esto Alberga advierte que en ese 1913 “todavía no se ha estudiado a fondo este fenómeno tan interesante” de comunismo moderado. 100 años después, en 2018, opino lo mismo. Aún no se ha estudiado esta forma de vida mapuche, tanto en su escala micro, como en lo local o regional, la vida en el Wallmapu, y la forma de entender lo global por parte de los mapuche, lo que llamamos Wallon. Menos se ha estudiado todo el cruce en estas capas tectónicas de mixtura de tiempos y territorios en la vida mapuche.

Habrá que estudiar esta visión del cura Alberga. “Comunismo moderado” dicho por un católico en tiempos en que se registraba una brutal cacería de lo que estaba apareciendo: la propuesta de comunismo. El Capital de Karl Marx estaba fresquito y a pesar de tener la inquisición caliente en sus narices, los curas fueron los primeros en leerlo. Sabían leer, sabían preguntar e indagar.  Y Sabían quedarse callados y negar. Pero Alberga, por lo menos en este texto, no fue así y se atrevió a resaltar este no investigado “comunismo moderado”.

Menos,  se ha investigado este necesario rol de la mujer en el mundo mapuche y en todas partes.

Patricio Melillanca melillanca@gmail.com 

*Fuente: MapuExpress

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