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Derechos Humanos

Es la hora del humanismo y de la democracia participativa

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24 octubre, 2017

La hora de los derechos

1. Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos -10 de diciembre de 1948- hubo una explosión en el reconocimiento de los derechos de las personas, expresados en innumerables tratados internacionales en todos los ámbitos de nuestras vidas: derechos civiles, políticos, de las mujeres, de los niños, de los adultos mayores, de los pueblos originarios, de los derechos económicos y sociales, como los laborales, la salud, la educación, la seguridad social y tantos otros. Chile tiene vigentes más de 50 tratados, sin perjuicio de tener garantizados muchos de ellos hasta en la mismísima Constitución de 1980.

2. No obstante, junto con aquel reconocimiento, algunos han sido objeto de una sistemática vulneración… Y otros -en especial, los denominados económicos y sociales- han quedado restringidos al dinero que las personas tengan en el bolsillo para poder ejercerlos.

3. De esta contradicción evidente los pueblos han tomado conciencia: “los derechos son derechos y no meros bienes de consumo”. Por lo mismo, con un creciente empoderamiento “exigen” su ejercicio. Y, cada vez con más habitualidad, a través de movimientos “de hecho” que expresan masivamente en las calles su malestar -o su rabia- haciendo evidente la desconfianza en quienes detentan el poder político y el poder económico.

4. La protesta, también, ha encontrado en las redes sociales un novedoso, barato e “incombustible” -hasta ahora- vehículo de expresión: 140 caracteres, una simple foto o un video pueden resultar más potentes que un millón de personas en la calle o que todos los titulares de la prensa juntos. Las redes sociales son ya una forma de “democracia directa” -si no participativa-, capaz de poner en jaque a políticos y poderosos y de uniformar posiciones u opiniones en función de los derechos que la gente sabe tener, pero que desde el modelo neoliberal no pueden alcanzar.

5. La verdad es que la gente se une cuando “le pasa” lo mismo y no cuando “piensa” lo mismo. Simplemente, porque nunca piensa lo mismo o, exactamente, lo mismo, pero siempre está viviendo la misma realidad o una muy similar. Acontece, por ejemplo, ante fenómenos políticos, deportivos o emanados de la naturaleza. Sea una dictadura, un terremoto, una inundación, un partido de la selección chilena, o bien, un «grupete» de audaces que agreden -con actitud de seres superiores- a personas u organizaciones sociales que reclaman lo que sienten -o lo que les es- propio.

6. La solución a la conjunción “reconocimiento y ejercicio” de los derechos -en especial, los económicos y sociales- tiene la simple dificultad que no encontrará respuesta dentro del modelo neoliberal en que estamos inmersos. Se hace incompatible su respeto, porque sólo alcanzan a ejercerlos aquéllos que “triunfan” o son “exitosos” en la vida, esto es, los que llegaron a “comprarlos” y, así, le ganaron a “los otros” que no. Allí, no caben los valores del Humanismo. Las obligaciones en ese mundo sólo mandan respetar las reglas de la competencia y los valores del individualismo.

7. La gran incoherencia de los partidos de “centroizquierda” ha sido olvidar a “la persona” como el núcleo de su pensamiento y dejar fluir su acción política -durante casi 30 años- asumiendo que es posible, sin salir del materialismo neoliberal. Y, evidentemente, no es desde la propiedad de las cosas que el noble arte de la política podrá recobrar fuerza y confianza para orientar las respuestas al qué y al cómo organizamos y cohesionamos nuestra convivencia en sociedad.

La hora del humanismo

8. ¡Basta ya! Es la hora del Humanismo. Así, sin apellidos, aunque vertientes del laicismo y del cristianismo lo alimenten o nos lleven a él. Es la única raíz de Pensamiento que puede acercarse a dar respuesta honesta y confiable a aquella realidad demandante de los derechos de las personas.

El Estado no puede seguir siendo un ente “solucionador de los problemas de todos y a la medida de cada uno”. No es resistible permanecer en una democracia representativa “formal” que gobierna, legisla y administra justicia para los grupos de interés que tienen capacidad de expresión y de presión, en desmedro de inmensas mayorías que toman conciencia de sus derechos esenciales y de la titularidad para exigir su ejercicio, pero que se sienten muy lejos de alcanzarlos.

9. El Humanismo fue antecedente de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, surgida como réplica a las injusticias del Capitalismo del Siglo XIX y a las atrocidades de dos guerras mundiales del siglo pasado. Por eso, resulta “antitética” la vigencia de una institucionalidad neoliberal que asume tales derechos como “bienes de consumo” frente a la necesidad de construir otra en que “los derechos sean derechos” y en la que se establezcan con claridad las reglas de la convivencia humana y de la repartición de las obligaciones.

10. Y esa nueva institucionalidad debe concebirse, además, con la flexibilidad, capaz de recoger el cambio permanente del acontecer social, lo mismo que adecuarse a las complejidades de la vida actual como lo son, entre otras, las derivadas del avance científico y tecnológico y del calentamiento global del planeta. Debemos asimilar, por ejemplo, que durante más de un siglo toda la estructura social, su funcionamiento y su regulación se siga sosteniendo sobre la base de la dualidad “empleadores y trabajadores dependientes”, o bien, “dueños del capital y dadores de trabajo remunerado”. Con ello, una mitad creciente de la población es marginada de muchos derechos -y, también, de sus obligaciones de cotizar o contribuir, precisamente, para acceder a ellos. Los llamados, hoy día, “trabajadores por cuenta propia” han ido quedando fuera de la institucionalidad neoliberal imperante y teniendo como “techo”, más que como “piso”, los beneficios que la solidaridad del Estado les alcance a otorgar. Sin duda, en el ejemplo propuesto, se requiere de un “derecho social” mucho más amplio y, también, un “derecho del trabajo de los independientes”.

La hora de la democracia “participativa”

11. Según lo dicho, el modelo “democracia representativa más su práctica en la plataforma neoliberal” no es compatible con los principios del Humanismo que buscan proteger a las personas y sus derechos por el hecho de ser personas. Ese modelo no garantiza la estabilidad social y política requerida para dar buen gobierno, porque más allá del juego de las mayorías y las minorías en que se desenvuelve, junto con la demanda insatisfecha por el ejercicio de aquéllos, han cobrado trascendencia otros factores –o actores- que influyen las decisiones de la autoridad elegida: presiones de grupos minoritarios pero poderosos, amenazas de poderes fácticos, tráfico de influencias, corrupción cubierta, abierta y desbordante, sumados a otros elementos que distorsionan la representatividad en su esencia. También, sus fines; ésos que en toda democracia auténtica siempre llevan implícitos valores permanentes del Humanismo como la justicia, el bien común, la igualdad, la libertad y, en nuestros días, como lo hemos visto, los derechos humanos.

12. Observamos que ya no es equitativo -y atenta contra la estabilidad social y política- que la participación del pueblo sólo se exprese votando cada 4 u 8 años para elegir sus representantes, mientras los controladores del poder económico “votan” las 24 horas de todos los días en función de sus intereses personales o de grupo. A ello, cabe agregar el efecto de las redes sociales que, en sus diversas plataformas, trae nuevos mecanismos de “democracia directa” que presentan desafíos -algunos, hasta ahora insalvables- para la “democracia representativa”.

13. Es ya insuficiente el Estado con tres poderes. Uno que gobierna, uno que legisla y otro que administra justicia. La velocidad del acontecer social, unida a la urgencia de “más Humanismo”, requiere incorporar mecanismos mucho más dinámicos de regulación democrática, aunque los países posean culturas, creencias y religiones distintas y vivan y realidades muy diferentes, porque no podrán dejar de estar ligados por la inexorable evidencia de tener que convivir y compartir un mismo mundo globalizado, cada vez más interdependiente. Y, desde el punto de vista de la aproximación a las personas, todo indica la necesidad ineludible de fortalecer o crear formas de democracia más “directas y participativas”, centradas en organizaciones sociales, comunitarias, regionales, vecinales, de pueblos originarios, gremiales, culturales y otras, con el fin de aproximar las decisiones a ellas mismas, otorgándoles la autonomía necesaria y la capacidad de desenvolverse en función de sus circunstancias e intereses, lo mismo que resolver, en sus propias instancias, muchas de las dificultades que les afecten para alcanzar una vida más amable, más cercana y más humana.

14. El Estado no puede seguir siendo un ente “solucionador de los problemas de todos y a la medida de cada uno”. No es resistible permanecer en una democracia representativa “formal” que gobierna, legisla y administra justicia para los grupos de interés que tienen capacidad de expresión y de presión, en desmedro de inmensas mayorías que toman conciencia de sus derechos esenciales y de la titularidad para exigir su ejercicio, pero que se sienten muy lejos de alcanzarlos.

15. La profundización de la democracia obliga a que sea cada vez más “participativa”, esto es, a incorporar otras variables que provienen de la propia percepción de las personas y de su mismísima realidad. Los pueblos no pueden dejar de ser ni de sentirse partícipes de su destino y de su propia vida, porque la estabilidad social no la dan los pocos que controlan el poder político y el poder económico-financiero. Porque las leyes de la política y de la economía, simplemente, no funcionan cuando falta un elemento humano por excelencia que, a su vez, es de la esencia más profunda de la democracia: los romanos lo llamaban la “fiducia”, o sea, la confianza. La razón es muy sencilla: ambas disciplinas o artes –la economía y la política- están al servicio de las personas y no viceversa. Y, porque el modelo neoliberal que se ha posicionado en el mundo y su prédica de que la justicia social llega por el “chorreo” proveniente del crecimiento económico, no es, definitiva y evidentemente, un “modelo político” de organización de las sociedades y de los Estados -tampoco un sistema económico- propicio para humanizar la vida.

*Fuente: El Mostrador

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