Los perros (Marcela Said)
por Medios Internacionales
8 años atrás 3 min lectura

Con la película “Los perros”, ganadora de la sección Horizontes Latinos de Zinemaldia, la directora Marcela Said quiere invitar a la reflexión sobre la complicidad de la sociedad con la dictadura, un tema que aún sigue siendo tabú en Chile, donde no sabe qué reacciones suscitará.
Escrito por Ramón Rey
Cualquier ciudadano de un país democrático en cuyo pasado reciente —en términos históricos— se haya experimentado el trauma de un gobierno totalitario o el enfrentamiento violento de distintos bandos dentro de la población civil puede encontrar en Los perros (Marcela Said) conflictos reconocibles. La elección de una protagonista mujer en su década de los cuarenta perteneciente a la clase alta chilena, atrapada en un matrimonio y una vida que no ha elegido (impuesta por la inercia de las circunstancias de su nacimiento y la manipulación de su padre) sirve de punto de partida para un estudio sobre el derecho a la memoria histórica y un cuestionamiento del sentido de la justicia y la venganza. ¿Qué ocurre cuando alguien completamente inmerso en los privilegios de los herederos del régimen anterior se intenta revelar contra las mismas ventajas que le permitir vivir sin preocupaciones que sí comparten una gran parte de sus no tan afortunados compatriotas, víctimas y familiares?
El gran recurso clave del film —y seguramente germen de múltiples polémicas y discusiones sobre su conjeturable posicionamiento ideológico— es el de establecer el punto de vista de los verdugos, los colaboradores y sus descendientes como guía para la narración. Sin embargo, la historia de Mariana es la de una mujer enclaustrada que ignora los crímenes del pasado de sus allegados, pero con un marido argentino al que le pesa la vergüenza de su familia y un padre que usa todo su poder e influencia para no asumir responsabilidad alguna de otras épocas en las que parece que nadie quiere saber de ningún tipo de responsabilidad moral sobre los crímenes que se ejercían contra sus semejantes. En su día a día padece un tratamiento de fertilidad que apenas consiente y se ve presionada a firmar decisiones de la empresa familiar que siguen los intereses de otros. Su minúsculo espacio de libertad lo encuentra a través de sus clases de equitación con un instructor cuyo pasado está directamente relacionado con los horribles actos que tuvieron lugar en Chile durante la dictadura.
Mediante esta definitoria cotidianidad opresiva se van descubriendo las mentiras y los secretos que forman parte de su entorno, la hipocresía de los que se beneficiaron del estado de las cosas y una corrompida concepción de la lealtad y los principios éticos que permite vivir con la conciencia tranquila. O vivir, a secas. Con un seguimiento obsesivo casi voyeurístico de la protagonista, Marcela Said no duda tampoco en desviar la mirada hacia los otros individuos de su entorno. Los presuntos inocentes que intentan controlarlo todo y el supuesto culpable que defiende que el odio no puede formar parte de una sociedad sana —que haya curado sus heridas—. Con un estilo naturalista y una perspectiva costumbrista surge una realidad oculta simbolizada en esos perros que algunos piensan como su único propósito el de estar atados con correa obedeciendo órdenes. Unos “perros” que cuando dejan de ser útiles a las estructuras de poder son considerados prescindibles y reemplazables.
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