El neoliberalismo y la amenaza a la democracia
por Jorge Iván Vergara y Mauricio Retamal (Chile)
7 años atrás 5 min lectura
Para el principal pensador neoliberal, Friedrich von Hayek, “la libertad se halla gravemente amenazada por el afán de la mayoría, compuesta por gentes asalariadas, de imponer sus criterios y opiniones a los demás”
F. Hayek, Fundamentos de la libertad, 1959
Generalmente, se considera al neoliberalismo como una escuela de teoría y de política económica, caracterizada entre otros aspectos por privilegiar el papel del mercado como asignador principal o exclusivo de los recursos. Esta definición es demasiado estrecha, pues comprende también una concepción del ser humano, de la libertad, de la justicia, del orden político y, por supuesto, del mercado, que la transforma en la más influyente de todas las corrientes liberales en la actualidad. Expondremos brevemente sus principios fundamentales tomando como referencia las ideas de Friedrich von Hayek, economista y filósofo de origen austríaco y principal pensador neoliberal.
El neoliberalismo retoma la idea de Adam Smith del ser humano como alguien naturalmente inclinado al intercambio mercantil, que persigue su propio interés y, al hacerlo, logra satisfacer de la mejor forma el interés de todos “conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones” (A. Smith, Riqueza de las naciones, 1776). El ser humano es concebido pues, principalmente como un homo economicus o un ser posesivo, que no debe nada a la sociedad ni a los otros y cuya relación con los demás es de carácter fundamentalmente mercantil.
Hayek transforma el principio smithiano de la mano invisible en la idea de un “orden autorregulado”, capaz de ajustar por sí solo la oferta y la demanda sin necesidad de intervención alguna. Por el contrario, las intervenciones provocan desequilibrios que impiden al mercado cumplir eficazmente su tarea de asignación de los recursos. Incorpora así un novedoso aspecto epistemológico en su teoría: el mercado representa un conocimiento más complejo del que cualquier mente humana o conjunto de personas podría alcanzar. Sólo Dios, señala citando a escolásticos tardíos, podría conocer de antemano el precio de una mercancía. En este sentido, deberíamos reconocer las limitaciones de la razón y aceptar la autoridad de instituciones cuyo funcionamiento no puede ser comprendido por nosotros.
Aquí entra en juego la noción de libertad que Hayek entiende como libertad negativa: ausencia de coacción externa ilegítima. Esto es, cuando el ser humano no es impelido arbitrariamente por terceros -en particular por el Gobierno- a realizar sus propios fines, cuya definición le corresponde íntegramente. Sin embargo, si emana de una ley o norma de carácter general y que asegure el buen funcionamiento del mercado, la libertad o la propiedad, entonces se trata de una coacción legítima. Esta concepción excluye toda forma de condicionamiento intelectual o material de la libertad. Si un montañista tiene un único camino para salvar su vida, su libertad no está por ello limitada. Tampoco si una persona carece de alimento. Consecuentemente, Hayek sostiene: “Es indudable que ser libres puede significar la libertad para morir de hambre” (Fundamentos de la libertad, 1959).
La realización de la libertad está profundamente amenazada por los partidarios del socialismo que constituyen, según Hayek, el 90% de la población que cree en una forma de redistribución del ingreso. Pero la única distribución posible es la justicia conmutativa: da a cada uno lo que merece y le corresponde según su participación en el intercambio mercantil. El mercado es tan justo como puede serlo. En cambio, cualquier intento de aplicar un principio ético al funcionamiento del mercado produce efectos no deseados. Por ejemplo, quien incrementa los salarios sin aumentar la productividad, aumenta la inflación perjudicando precisamente a los asalariados, que gozan de las rentas más bajas.
Toda intervención arbitraria en el mercado tendría el efecto contrario al que se desea lograr, pero ello no constituye simplemente un error epistemológico, sino que es el fruto de un deseo de las mayorías de tener una mayor riqueza de la que pueden aspirar; un deseo de igualación económica que ya fue planteado por John Locke casi un siglo antes que Adam Smith. Dicho deseo es alimentado por los políticos que, con el fin de ganar más votos, hacen promesas demagógicas a sus electores. De la misma forma, el parlamento promulga normas que favorecen a grupos de interés, socavando el concepto liberal original de ley como una regla universal.
La democracia se convierte en una amenaza a la libertad, que debe ser conjurada con una limitación del poder político a fin de que este respete las leyes naturales del orden, entre las que se encuentran, en primer lugar, las del mercado. Por ende, la filosofía neoliberal aspira a una reconstrucción completa del ordenamiento político y económico de la sociedad, para favorecer a la minoría que quiere la libertad -única capaz de comprender el funcionamiento del mercado y de las instituciones sociales– en contra de la abrumadora mayoría de la población que sigue atrapada en la fatal arrogancia de creer en la posibilidad de moldear dichas instituciones de acuerdo a los deseos humanos. Precisamente esa ilusión sin la que la democracia carece de norte ético y queda a merced del totalitarismo del mercado, frente al cual el neoliberalismo es completamente ciego.
En efecto, y contrariamente a lo que sostienen Hayek y los neoliberales, la desregulación de los mercados produce una mayor concentración de la propiedad y de la riqueza, llevando a la formación de monopolios y oligopolios, limitando y distorsionando su papel de asignador de recursos, precios y salarios. Asimismo, dicha concentración conlleva el dominio de ciertos grupos económicos sobre el mercado que luego ejercen su poder en el ámbito político, constituyendo una amenaza real al desarrollo democrático. Por último, el neoliberalismo no reconoce la importancia de la protección del medio ambiente para garantizar la sustentabilidad del proceso económico y lo sigue considerando como un recurso infinito controlable por el ser humano.
Los autores:
Jorge Iván Vergara es Antropólogo, Académico de la Universidad de Concepción
Mauricio Retamal es Economista, Académico de la Universidad de Concepción.
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«Creo que el FP debería plantearse estas cuestiones, ocuparse mejor de encuadrar a su gente, enseñarles a trabajar en la clandestinidad, mejorar la organización para no hacer –como hoy- el ridículo ante el enemigo.»
Según esas creencias, porque no son otra cosa que creencias del Sr Hayek, el objeto es volver a la Ley de la Selva, donde cada uno es libre de comerse a otro para sobrevivir, incluso a sus propios cachorros y así maximiza la felicidad individual. Pero no colectiva, cosa que no le interesa a los animales, solo a los humanos. Y estos humanos que han sobrevivido a la Ley de la Selva creando el altruismo y la cultura colectiva, que ha creado la civilización y a tecnología cooperando unos con otros y organizándose, cuyo cerebro ha evolucionado con esta cooperación y ha logrado ser una especie exitosa, le hace caso a las elucubraciones de Hayek, y planea echar por la borda todo lo logrado en aras de una creencia absurda y anti cultural.
Me huele que detrás de esta creencia está la idea de desordenar todo, porque a río revuelto, ganancia de pescadores. ¿Quién gana con esta creencia? Las maffias, los psicópatas sociales, y los vivarachos de siempre y no la Humanidad. Deberían crear un Nuremberg para condenarlo por conspirar contra la Humanidad.