Después de una visita en Caracas, quisiera hacer algunas reflexiones sobre la situación del país.
François Houtart
La idea de una revisión constitucional sobre bases más populares es, en principio, buena pero significa un proceso a medio y largo plazo, cuando los problemas existenciales son a corto plazo. Antes del fin del proceso, la gente puede cansarse frente a las dificultades de la vida cotidiana. Éstas provienen seguramente del boicot y de la especulación de parte del capital local y del imperialismo, pero también de procesos ordinarios en periodos de escasez: mercado negro, acaparamiento de productos, cambios de producción en función de la ley del mercado, usura de los intermediarios, pero también de la corrupción de agentes del Estado.
Sin embargo, hay un peligro de «fetichización» de la ley (aquí de la constitución) que tiende a identificar el texto jurídico con la realidad. Es un defecto muy latino en todo el mundo, desde la Declaración universal de los Derechos humanos de la Revolución francesa. Carlos Marx lo señaló ya en escrito sobre La Cuestión Judía. También, definir la base de designación de los electores no va a ser tarea fácil y tomará tiempo. Finalmente, hay un peligro de no-participación de la oposición que dejaría el proceso solamente en manos de los ya convencidos, sin hablar de un posible rechazo por una mayoría de la población.
Por eso, muchas otras medidas parecen necesarias: renegociar la deuda externa que extrae miles de millones de dólares del país, cuando existe escasez, sabiendo evidentemente que hay el peligro de hacer subir el riesgo país, ya el más alto del mundo; revisar la deuda interna que termina por ser un financiamiento de la oposición; repensar el arco minero del Orinoco, que quiere arreglar el problema de las minas ilegales, pero que también es un regreso al pasado neoliberal, con concesiones a las grandes multinacionales y pagos de compensaciones por expulsiones del tiempo de Chávez; actuar sobre la distribución todavía en mano del capital local (una decena de grandes empresas que manipulan la escasez) ya que la producción y las importaciones han relativamente mejorado; frenar la especulación financiera que junto con la hiperinflación, permite a ciertos grupos constituir fortunas enormes al costo del bien público y aumenta la fuga de capitales (una suma estimada a más de 300 mil millones de dólares); luchar contra la corrupción interna (incluyendo al ejército) que obstaculiza la distribución de bienes que el Gobierno compra al exterior; etc.
Un grupo contrario a la oposición, pero crítico de ciertas políticas gubernamentales se desarrolla, con propuestas concretas, pero con el peligro de ser identificado, en un clima de confrontaciones extremas, como peligroso o por lo menos utópico y no como proponiendo alternativas dignas de ser consideradas.
Evidentemente, la caída del gobierno de Maduro significaría la subida de un Macri o de un Temer, es decir de un régimen antipopular y por eso se debe defender su legitimidad hasta el fin de su mandato. Por otra parte, el uso de la violencia por la oposición ha tomado dimensiones inéditas, con la destrucción de edificios públicos (un hospital, un local de la aviación civil, entre otros), la quema de un joven y el uso de excrementos humanos, frente a fuerzas del orden que tienen la prohibición de utilizar armas letales. Por su naturaleza propia, los medios de comunicación amplían la realidad de las expresiones de la derecha, dando la impresión de un caos generalizado, pero la vida cotidiana continúa a pesar de las dificultades. Los servicios públicos, como los buses, la recolección de la basura, la limpieza de las calles, funcionan. De verdad, la escasez en un sector como la salud puede ser dramática y a medio plazo, la falta de repuestos puede afectar la disponibilidad de vehículos. El 21 de mayo, la oposición llamó a un paro nacional: de hecho, en Caracas, la ciudad no se paralizó y la vida siguió su curso.
Sin embargo, para defender su legitimidad, el gobierno tiene que evitar errores que la ponen en duda y que alimentan las campañas de denigración de la mayoría de los medios de comunicación internos e internacionales. Se podría esperar que Nicolás Maduro adopte más un discurso de jefe de Estado que de militante de base, recordando que habla a la nación, al continente latinoamericano, al resto del mundo y no solamente a sus partidarios.
En fin de cuenta, se trata en primer lugar de una confrontación de clases. Las manifestaciones de la oposición lo indican claramente: el tipo de barrios donde se organizan y el público que participa. Una parte de la clase media urbana, muy afectada en su poder de consumo por la caída de la renta petrolera (hoy un repuesto mayor de un carro vale lo mismo que cinco automóviles hace 4 años) juega un papel de apoyo a las clases altas que quieren recuperar el poder político. Estas últimas se juntan a grupos utilizando la violencia (la mayoría de las víctimas son chavistas). Pero existe también un descontento fuerte en las clases subalternas a la base del proceso bolivariano, por el deterioro de las «misiones» por falta de financiamiento y por corrupción (sectores de la salud, de la educación, de los mercados populares, que todavía existen como estructuras, pero con menos contenido real).
Si la mortalidad infantil y la mortalidad en partos aumenta, es el resultado de varios factores combinados: la lógica del capitalismo de monopolio mundial que manipula los precios de las «commodities», el boicot interno de los que tienen todavía una hegemonía económica sobre la distribución y finalmente la corrupción interna y no es seguro que la mejor respuesta fue despedir a la ministra de Salud que reveló las cifras.
La gran dificultad está en manejar el largo plazo con el corto. Álvaro García Linera ha escrito que una revolución que no asegura (por cualquier razón que sea) la base material de la vida del pueblo, no tiene mucho futuro y los adversarios lo saben muy bien.
La conferencia episcopal ha elegido su campo (la oposición) y produce textos de gran pobreza intelectual, cuando el Papa no dudó en criticar la oposición por su falta de deseo de diálogo.
En Venezuela, como en todos los países pos-neoliberales de América latina, se trata de refundar el proyecto de izquierda y no solamente de adaptarlo. Es la única manera de ser fiel a la meta original de emancipación popular y de reorganización de la sociedad que suscitó tantas esperanzas y tanta admiración en el mundo entero y que, en Venezuela, tiene todavía bases en las iniciativas comunales. Es también el camino para salir progresivamente de la renta petrolera o minera, fruto de producciones altamente destructivas del ambiente y en total contradicción con un proyecto postcapitalista.
La adopción de una visión holística de la realidad para definir un nuevo paradigma de existencia colectiva de la humanidad en el planeta, que sea de vida y no de muerte, como el capitalismo (muerte de la madre tierra y economía sacrificial de millones de seres humanos) es una base necesaria. Eso implica otra relación con la naturaleza; no basada sobre la explotación sino sobre el respeto y la posibilidad de regeneración; no apoyada sobre el extractivismo, forma capitalista de la extracción y no construida sobre la renta de productos altamente destructivos del ambiente y finalmente alterando el clima mundial.
Esta visión implica también privilegiar el valor de uso sobre el valor de cambio (la única existente para el capital), con todas sus consecuencias sobre la propiedad de los medios de producción. Exige también una generalización de los procesos democráticos, para construir el nuevo sujeto histórico, que no es solamente el proletariado industrial como en el siglo XIX y pide también la interculturalidad y el fin del predomino de una cultura llamada occidental, fruto del desarrollo capitalista, predominante instrumental, segmentando lo real, individualista y excluyendo otras lecturas y otros saberes.
Es lo que podemos llamar el Bien Común de la Humanidad o el Ecosocialismo o de cualquier otro nombre que permite sintetizar el contenido. La conquista de esta meta exige transiciones que tomarán tiempo y que precisamente gobiernos de cambio tienen que definir, cada uno en sus fronteras.
El autor, François Houtart, es un sacerdote católico y sociólogo marxista belga, fundador del Centro Tricontinental que funciona en la Universidad Católica de Lovaina y de la revista «Alternatives Sud». Es una figura reconocida del movimiento altermundista.
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