Guillermo Teillier, primera clase
por Gonzalo Vidueira M. (Chile)
8 años atrás 6 min lectura
La columna de esta semana de Andrés Benítez, aparecida en la Tercera, respecto del viaje del diputado Teillier, me permite criticar una suntuosa y vacía retórica que tanto mal hace al país. Agota hasta cierto punto que un rector de Universidad simplifique el debate sobre viajar en primera clase, asegurando que: “nadie que prefiera viajar en economy (lo haga) si puede ir en business o primera”. Esa lógica no es solamente criticable por lo superflua o hedonista, sino por la falta de contenido crítico que se espera de todo el que aspire a liderar una casa de estudios de su importancia, y que, por lo demás, se contradice contra el más escueto liberalismo.
El rector no agota aquello en ese párrafo, sigue:
“Porque lo que sucede en los aviones es muy interesante. Todos los pasajeros abordan por primera clase, donde ya están sentados sus ocupantes, muchas veces bebiendo champagne. Pero nadie está descontento por ello. Nadie alega de injusticia, ni discriminación. Es más, van todos felices a sus asientos, aunque son más pequeños. ¿Por qué? Porque todos se van de viaje. Así de simple”.
El párrafo no resiste análisis, y demuestra la barbarie detrás de alienar a los seres humanos pretendiendo que la humillación que profieren con algunas de sus prácticas los ricos, tiene un efecto inocuo en aquellos que no tiene los medios suficientes para alcanzar los mismos bienes. ¡Envidia! Podrá espetar alguno. Pero a fin de cuentas lo que hace Benítez es hablar por los que van atrás, sosteniendo que ellos aceptan felizmente su condición. En este sentido recomiendo la lectura de “Lo que el dinero no puede comprar” de M. Sandel, especialmente el capítulo 1 sobre “Cómo librarse de las colas”. También recomiendo la lectura del libro “Chavs. La demonización de la clase obrera”, donde de manera simple, Owen Jones nos ejemplifica la fuerte estigmatización que están sufriendo las clases populares, de parte de medios, políticos y gentes de otras clases que hablan por ellas, sin conocerlas en profundidad.
Vivir mejor por cierto que es un ideal al cual todos queremos apuntar, el gran problema es definir qué es vivir bien o mejor. Como decía Epicuro de Samos a Meneceo: “Si bien todo placer, por poseer una naturaleza ajustada a lo humano, es un bien, no cualquiera debe elegirse. Del mismo modo, todo dolor es un mal, pero no por ello debemos evitarlo siempre”. El dolor y el placer para los injustamente llamados “hedonistas” epicúreos, va según sus beneficios y perjuicios. Hay placeres que pueden procurarnos perjuicios, como una sexualidad despreocupada nos puede llevar a ser padres cuando o con quién no queramos; o el comer en exceso, puede perjudicar nuestra salud de manera apremiante. Por otra parte, hay dolores que pueden otorgarnos placeres luego de padecerlos, como el estudiar concienzudamente a los clásicos o el entrenar sanamente, pueden llevarnos hasta el límite de nuestras posibilidades en cada ramo. Así, lejos del hedonismo que trasunta el retórico Benítez, lo que se sigue es verdaderamente un desprecio por los modos de vida distintos de los que profesen un materialismo como el referido (el viajar en primera como una máxima universal). En ello, Benítez lamentablemente no está sólo, lo secunda un profesor de su misma casa de estudio, respecto del mismo tema, ahora en el diario El Mercurio: “No es posible aplacar el deseo de consumir, el deseo de tener más y el deseo de usar la plata en lo que a cada uno mejor le plazca. No solo el lucro es lo que mueve al mundo (cuando se le quita, como es el caso de Cuba, el tiempo se detiene), sino que aspirar a consumir, a tener más comodidades y a diferenciarse es una aspiración -legítima o no- de todas las personas. Incluso de quien, como Teillier, ha dedicado su vida a predicar lo contrario”. Se reitera la universalización de un modo de vida determinado como el correcto. Incluso el liberalismo clásico estaría en contra. Adam Smith debate sobre la importancia de la benevolencia universal, el espectador imparcial y lo correcto que se debe hacer para procurar el beneficio de las clases populares. El debate por lo mismo no es obvio. John Stuart Mill por su parte, tiene severas discusiones sobre el rol que cumple el placer en su idea de utilidad: “Es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho”. Epicuro lo auxilia dos mil años antes, pues el placer como único fin, no lo entiende como placeres disolutos, ni como los valores de aquellos de vida licenciosa; a lo que alude la noción de placer es a la simple idea de no experimentar dolor en el cuerpo ni turbación en el alma: “Pues ni los festejos ni los banquetes continuos, ni el goce con mancebos y mujeres, ni tampoco los pescados ni todas las otras viandas que trae una mesa suntuosa, fecundaran la vida buena, sino que el logos [Λόγος, recto juicio, recto razonamiento] que escruta los principios de toda elección y rechazo, y destierra las opiniones mediante las cuales se inquietan las almas con máxima agitación”. Esto es lógico, pues a lo que aspira Epicuro es al gran bien de la αύτάρκεια, autarkeia: la autosuficiencia, poder absoluto o dominio de sí mismo. El cual no atiende a que en todo momento disfrutemos de poco, sino para que, si no tenemos mucho, con lo poco, disfrutemos en la convicción de que es más dulce el goce de la abundancia cuando menos se la necesita, y que todo lo natural es fácil de lograr, pero lo difícil consiste justamente en lo superfluo. Así el placer no es en viajar en primera, sino justamente el carecer de dicha superflua necesidad que nos perturba. Pepe Mujica, ex presidente de Uruguay, dirá de manera más simple, que lo que hay detrás de las cosas suntuosas, es el tiempo en trabajo y esfuerzo que perdimos tratando de obtenerlas. Lo que se busca es la άταραξια, ataraxia: la imperturbabilidad del alma. Cuando alcanzamos la ataraxia, el ser humano deja la tempestad, calma la búsqueda de completar el bien de su cuerpo y de su alma. Porque el placer lo necesita cuando, por estar ausente, sufre dolor; pero cuando no padecemos dolor, por lo mismo no precisamos placer de inmediato.
La manera de pensar de los profesores Benítez y Covarrubias da por sentado un hedonismo que no ha sido defendido por ningún gran filósofo clásico. Y constituye la base de una retórica simple, y con severas consecuencias en la moral y en el medio ambiente, dada su manera ilimitada de defender el consumo y las necesidades de las pasiones humanas. Es bueno decirlo con claridad: no todos necesitamos viajar en primera, ni tomar el mejor vino. Tampoco es cierto que el lucro sea el único motor del mundo. Ambas son simplificaciones impropias de profesores universitarios, pretendidos liberales, que no hacen más caricaturizar una discusión que me parece exige mejores elaboraciones.
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Me parece un poco banal dedicarse a discutir si Tellier es un inconsecuente con su ideología si viaja en I clase, o si Gabriel Boric es un aprovechador porque viaja en un buque de la Armada a una isla protegida por la Armada siendo este el único vehículo posible, a poner un monolito a su abuelo inmigrante, cuando lo que nos debiera preocupar son las grandes cifras de dineros que van a parar al bolsillo de muy pocos y sin ninguna justificación, excepto la de pertenecer a un grupete que está en el secreto.
No creo que por tener ciertos ideales acerca de una distribución de la riqueza más pareja haya que dedicarse a la flagelación, ni que el mundo se divida en ambiciosos hedonistas malvados que viajan en 1 y santos mártires que dan todo por nada o por la vida eterna que aspiran a viajar en Transantiago parados. Hay muchas personas que aspiran a viajar cómodamente, tanto en el Transantiago como en avión, especialmente si tienen una hernia a la columna o problemas de vejiga. Y no es que la I clase haya subido sus estándares, es que las compañías de aviación han bajado los de la clase turista. Y Tellier, que no se debe de cocer al primer hervor, pudiendo hacerlo,viajó cómodo. Y en la primera clase sirven champaña o vino gasificado cuya botella cuesta $3500 o sea casi 5 dólares, los asientos son más anchos y la comida es mejor, ya que en clase turista dan una cajita feliz tipo Turbus.
Lo que hay que exigirle a Tellier y a Boric, es sentido común para legislar, no aprovecharse del cargo para subirse el sueldo ad infinitum, no recibir coimas ni dejarse influir por os lobbistas, informarse sobre los que están legislando, y que su meta sea el bienestar de la mayoría y no de una minoría.