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La filosofía y lo político: ¿se cayó la torre de marfil?

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Las criticas al neoliberalismo abundan, el desprestigio de dicho modelo nos puede llevar a pensar que sólo puede ser defendido por quien se beneficia de éste, claramente aquél que ya no importándole su dignidad optó por el cinismo o asume ser un “cara dura”. Nos parece que la discusión, tiene mayor importancia si es que es contextualizada en la urgencia constituyente. La esperanza constituyente, no sólo se sostiene desde el punto de vista jurídico, por ejemplo el reclamo de que esta constitución es ilegal, aunque para algunos su continuidad genere eso que suele llamarse jurisprudencia. Hace unos días Hugo Herrera alertaba sobre la moralización que hacía Fernando Atria en sus intentos públicos a favor de lo constituyente. Sólo nos preguntamos ¿cuál es el supuesto de que lo jurídico debe aislarse de lo moral? Pero, yendo más allá agregaría, ¿cuál es la garantía de que lo jurídico puede escaparse a lo moral? Tal vez la respuesta sea simple, pero no por eso resulta inútil una aclaración al respecto. No creo que el debate constituyente se limite a un tema jurídico, me parece más bien una cuestión política.

Creo que en la discusión de “lo constituyente” es un riesgo peligroso el criterio que supone superioridad de lo técnico o de ciertos discursos provenientes de la cultura de las elites lejanas a lo popular. Ojalá la puesta en marcha de la “gratuidad” permita un debate menos clasista de nuestros asuntos públicos y políticos. La esperanza es parte de la utopía, que es un discurso de denuncia pero también que indaga irrupciones alternativas para que fisuren los modelos políticos fracasados.

Otro desacierto peligroso, que queremos destacar, es cuando a lo político lo sometemos a concepciones filosóficas, que desde una universalidad mal entendida, pretenden colocar normas a los discursos. Estoy pensando en cuestiones provenientes de lógicas conservadoras que se presentan como “buenos argumentos”, pero que son de un simplismo ingenuo. Simplifico la idea que quiero aludir, no me parece pertinente la sentencia que puede ser reducida a la siguiente expresión normativa: no se puede hablar de política sino se ha leído teoría política. Hay una hegemonización del discurso en un postulado como éste, que alberga cierto dejo de prepotencia. Este tipo de normativas creo que funcionan al interior de un cuerpo disciplinado, pero en el ámbito del espacio público, ayudan a mantener cierta imagen lamentable del quehacer del filósofo. La imagen que se me viene a la cabeza es esa nietzscheana en donde se anda buscando a Dios con la lamparita después que éste ha muerto. Lamentable imagen. Creo que en esta mala imagen cae la columna de Miguel Vatter que critica la liviandad argumentativa, que por lo demás reiteradamente -en cuanto apologeta del neoliberalismo- Axel Kaiser muestra.

Es indiscutible que Vatter tiene razón, cuando sugiere que en Kaiser resulta floja la argumentación. Pero, el error de Vatter es otro, pretender que la argumentación teórica sea la que determine la importancia de un discurso en el espacio público. Por cierto, que no está mal que los teóricos participen del debate, pero es errado creer que en ellos encontramos los mejores fundamentos de determinación de lo político. De hecho, lo político tiene más que ver con lo práctico en cuanto a su realización y con lo teórico para su comprensión. Kaiser no está en el nivel de la comprensión sino que está en el nivel de la práctica política. Considerar que la comprensión de lo político impera por sobre la práctica política, es un asunto de teóricos, de aulas y de investigaciones, pero lo político se juega finalmente en lo práctico a riesgo de que sin una buena comprensión tendemos siempre a equivocarnos. En lo político nos equivocamos constantemente cuando hacemos algo, por ejemplo votar por un candidato o candidata presidencial creyendo que es un mal menor. Pero, esto no sólo es práctico, también puede ser un error teórico, ya que podemos fundamentar teóricamente la opción por el mal menor y de hecho -siguiendo el ejemplo de una elección presidencial- se puede observar que es una “comprensión” que actúa como un determinante sobre una decisión práctica. Sabemos que el mal menor puede resultar no tan moderado, sin perjuicio de que caigamos reiteradamente en dicha trampa.

No creo que el intento de Vatter buscando comprensiones que determinen lo práctico sea totalmente errado, de hecho es un intento legítimo y posible, incluso puede ser un valor que una opinión se presente acorazada con filosofía e ilumine con referencias a la tradición de pensamiento político para aquellos lectores que quieran buscar mejor comprensión. Los errores estarían más bien: en primer lugar que le pida eso a un incapaz o a alguien que no tiene interés en esa realización, apliquemos el viejo dicho: no se puede “pedirle peras al olmo”; y en segundo lugar, la defensa de la presencia de una perspectiva filosófica en el debate no puede hacerse asumiendo de entrada que esta perspectiva es imperativa por sobre otras perspectivas. El discurso del filósofo haría bien en desfilosofarse. La demanda filosófica en el espacio público debe ser planteada no sólo con inteligencia sino que además alejada de la prepotencia.

Alex Ibarra Peña. Colectivo de Pensamiento Crítico palabra encapuchada. Docente Universidad Católica Silva Henríquez.

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