Aquí están las razones por las cuales el capitalismo no funciona
por The Guardian (Reino Unido)
9 años atrás 7 min lectura
Traducido del diario inglés “The Guardian”
por la Comisión Regional de Educación
Al igual que Friedman, Piketty es un hombre de su tiempo. Las tensiones de los setenta, acerca de la inflación, son substituidas actualmente por la preocupación por la emergencia de una rica plutocracia y su impacto en la economía y en la sociedad. Piketty no duda cuando, en una entrevista en el Observer New Review, indica que ha demostrado que la tendencia ascendente del nivel de desigualdad en la repartición del ingreso, que con seguridad aumentará aún más, pone en peligro el futuro mismo del capitalismo.
Es una tesis sorprendente y extraordinariamente desagradable para aquellos que piensan que capitalismo y desigualdad se complementan mutuamente. El capitalismo requiere desigualdad de riqueza, es el argumento recurrente del centro o la derecha, para estimular la toma de riesgos y esfuerzos. Y estos sectores agregan que los intentos de los gobiernos para frenar la desigualdad con impuestos a la riqueza, al capital, a las herencias y a la propiedad matarían la gallina de los huevos de oro. De este modo Cameron y Osborne, leales impulsores de los bajos impuestos a las herencias, se oponen a reformar el sistema de impuestos y se enorgullecen de aplicar bajos impuestos a las ganancias del capital y a las corporaciones.
Piketty recopiló antecedentes de los últimos 200 años para demostrar el fracaso del capitalismo. Él argumenta que el capital es ciego. Y que cuando los retornos de cualquier clase de inversiones que sea, desde hipotecas de propiedades hasta una nueva fábrica de autos, exceden el crecimiento real de los salarios y los costos de producción, como históricamente ha sucedido (excepto durante unos pocos periodos alrededor de 1910 y 1950), inevitablemente el stock de capital se eleva desproporcionadamente más rápido al interior del mecanismo general de producción. Y la desigualdad en la riqueza se eleva exponencialmente.
Este proceso empeora con las herencias y, en Estados Unidos y el Reino Unido, por el alza exagerada de los pagos a los “super-gerentes”. El pago a los altos ejecutivos no tiene nada que ver con los méritos, escribe Piketty- son mucho más bajos, por ejemplo, en el continente europeo y en Japón. Ha llegado a ser, más bien, una norma social anglosajona, permitida por la ideología del “extremismo meritocrático”, en esencia impulsado por su voracidad para nivelarse con los otros ricos. Un importante elemento en el pensamiento de Piketty es que la creciente desigualdad de riquezas no es inmutable. Las sociedades tanto la pueden permitir como la pueden combatir.
La desigualdad en la distribución de la riqueza en Europa es mucho más que el doble de la desigualdad de los ingresos provenientes de la actividades productivas o de servicios.- el 10% del sector top tiene entre el 60% y el 70% de toda la riqueza, pero solamente entre el 25% y el 30% de todos los ingresos productivos. Esta concentración de riquezas está ya al nivel previo a la Primera Guerra y volviendo a aquel de la última parte del siglo 19, cuando solo algunos pocos podían esperar heredar lo que era el elemento dominante en la vida social y económica de la sociedad.
Existe una reiterada interacción entre riqueza e ingreso, pero últimamente, a los ingresos obtenidos del trabajo, las actividades comerciales o la producción de bienes, la gran riqueza agrega las enormes sumas provenientes de las rentas.
Las extravagancias y las increíbles tensiones sociales de la Inglaterra Eduardiana, de la Francia de la Bella Época y de la América de los barones de tongo parecía haber sido superada para siempre, pero Piketty muestra cómo aún en el periodo entre 1910 y1950, cuando esa desigualdad fue más reducida, era igualmente aberrante. Fue necesaria la guerra y la gran depresión para detener el proceso de creciente desigualdad, junto con la necesidad de introducir elevados impuestos a los altos ingresos, especialmente sobre los ingresos no ganados, para mantener la paz social. Ahora el ineluctable proceso del ciego capital multiplicándose más rápido en pocas manos está de nuevo de actualidad y a una escala global. Las consecuencias, escribe Piketty, son potencialmente terroríficas.
De partida, casi ningún nuevo empresario, excepto uno o dos de los que corresponden a los espectaculares ascensos de la Silicon Valley , podrá jamás ganar suficiente dinero como para desafiar la increíblemente poderosa concentración económica actual. En este sentido, podemos decir que el ” pasado devora el futuro”. Y que el Duque de Westminster y el Conde de Cadogan, son dos de los hombres más ricos de Inglaterra, gracias a sus campos en Mayfair y Chelsea, que sus familias poseen desde hace muchos siglos atrás, y por la falta de decisión para controlar las brechas que permiten el crecimiento de la gran propiedad familiar.
Cualquier persona con suficiente posesiones, en una era cuando los retornos exceden los salarios y los costos de producción, puede rápidamente llegar a ser desproporcionada y progresivamente rica. Los incentivos que motivan más bien a ser un rentista antes que un empresario que toma riesgos, son un testimonio de la explosión hipotecaria. Nuestras compañías y nuestros ricos no necesitan romper las fronteras de la innovación o invertir para producir: para ellos solo basta recibir los ingresos de sus rentas ya que con la evasión de impuestos, los paraísos fiscales y los intereses compuestos tendrán el resto.
El dinamismo capitalista está minado, pero otras fuerzas se han sumado para despedazar el sistema. Piketty muestra que los ricos han sido de tal manera eficientes en la defensa de sus riquezas contra los impuestos, que han logrado que aumente progresivamente la proporción del total de la carga impositiva aplicada a los ingresos medianos. En Inglaterra puede ser verdad que el 1% de mayores ingresos paga un tercio del total de los impuestos, pero los ingresos por impuestos solo representan un 25% del total de ingresos por impuestos; el 45% proviene de los impuestos al valor agregado, del pago de aranceles y seguros aportados por la gran masa de la población.
De aquí resulta, que la mayor proporción del esfuerzo monetario para el pago de los bienes públicos, tales como educación, salud y vivienda recae sobre los hombros del común de los contribuyentes, es decir, sobre aquellos que no disponen de suficientes ingresos para financiar esos servicios. De esta manera, la desigual distribución de las riquezas es un mecanismo para el estancamiento, la aversión a las innovaciones técnicas, la existencia de una economía rentista, difíciles condiciones laborales y servicios públicos degradados. Mientras tanto, los ricos se vuelven cada vez más ricos y más desligados de las sociedades de la cual ellos forman parte, no por mérito o intenso trabajo, sino simplemente porque han sido suficientemente afortunados de estar en posesión de capitales que están recibiendo retornos más elevados que los salarios en el transcurso del tiempo. Nuestro sentido común de justicia ha sido ultrajado.
La lección del pasado es que las sociedades, para protegerse a sí mismas, cierran sus fronteras, tienen revoluciones y hasta van a la guerra. Piketty teme que eso se repita. Y aunque sus cifras están bajo intenso escrutinio para descubrir errores, hasta este momento él no las desmiente.
Ni parece probable que el inherente sentido de justicia de los seres humanos se haya suspendido. Naturalmente que las reacciones se expresan de manera diferente en diferentes épocas. Yo sospecho que algo de la energía que sostiene el nacionalismo escocés es el deseo de construir un país donde las toxinas de las desigualdades en la distribución de las riquezas sean más controladas que en Inglaterra.
Pero la solución – una tasa de impuestos de un 80% a la cúspide de la riqueza, impuestos efectivos a las herencias, impuestos justos a la propiedad y dado que el problema es global, impuestos globales a las riquezas, son comúnmente considerados inconcebibles.
Pero, como afirma Piketty, la tarea de los economistas es hacer estas reformas concebibles; su libro “Capital en el Siglo Veintiuno” ciertamente lo hace.
*Fuente: Cuadernos de la Educación
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Eso de tratar de entender por medio del raciocinio la locura actual, no resulta. Los economistas de todas las universidades del mundo le podrán decir a los capitales corporativos que el modelo no resulta porque a,b,c,d. Y a ellos les vale, porque lo que quieren no es la ideología que resulte, ellos quieren tener control del mundo, del capital y del poder a como fuere y parece que les ha resultado. Los muertos que queden por el camino no es su problema, ni la Ética ni el cristianismo, ni el budismo. Ellos obtienen placer de la dominación del mundo, de manejar el planeta como si estuvieran en una consola de juegos, donde se pueden hacer las barbaridades más horrorosas y no hay consecuencias.
Es cosa de ver al vecino del Este como desorbitado echando gente, llevan más de 25.000 despidos, gobernando por decretos como i fuera el autócrata de todas las Américas, cagado de la risa. Es cosa de ver como nuestros vecinos del hemisferio norte ha arrasado el mundo, han gozado con la guerra (después pueden hacer películas para llorar con el tema) han banalizado todas las éticas y conceptos del buen vivir, y juegan pichangas con las bombas atómicas.
La racionalidad, tal como las religiones, son constructos humanos y ninguna de sus explicaciones da cuenta del comportamiento humano real. No hay racionalidad en los mercados, ni en las pasiones y apetitos humanos. Se ha vuelto a imponer la ley de la selva camuflada con tecnología de punta, más peligrosa que nunca.
AL MUNDO LE FALTA UN TORNILLO
https://www.youtube.com/watch?v=g5In9-FHDV4
Parece ser así la cosa. Por los generosos y amplios recursos mediáticos, desde académicos análisis, hasta comentarios como éste, y opiniones de todo talante.
Unos piensan, otros hacen.
«To do or not to do…that is the question» debió decir el gran inglés, calavera en mano.
Benditos sean los que hacen, porque de ellos será el Reino de la Tierra-.