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América Latina: La Doctrina de la seguridad nacional y una sentencia uruguaya

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Nota Redacción PiensaChile. El nombre correcto del militar prusiano citado en el artículo es Carl von Clausewitz y no como aparece en la nota original recibida (Clawsewitz). Su obra lleva originalmente el título “Vom Kriege” y no como la cita el artículo: “Von Krieg”

El 28 de febrero último el tribunal de apelaciones en lo Penal de 2º Turno confirmó parcialmente la sentencia interlocutoria por la que el juez Penal de 19º turno, Dr. Luis Charles, había procesado a ocho personas acusadas de asociación para delinquir, entre ellos el coronel José Nino Gavazzo.

En unos de sus párrafos dice la sentencia:
‘Lo que sí existió, como consecuencia de la existencia de un enemigo común, fue un accionar concertado, coordinado, entre fuerzas de seguridad (y no sólo de Fuerzas militares), fruto de una política de Estado, hija de la doctrina de la Seguridad Nacional’.

‘Pero, aún tratándose de un gobierno de facto, aún con las modificaciones introducidas al sistema normativo e institucional, no puede sostenerse que durante tal período histórico, más allá del vicio de origen, no existiera un régimen jurídico, no se derogó el Código Penal ni el Código procesal, por lo tanto existía un sistema normativo que preveía y establecía sanciones para quienes secuestraran, torturaran y mataran’.

‘Lo que, en puridad sucedió (…), es que se desarrolló un Estado terrorista, encargado de la represión política, que coexistía con el otro, arreglado a la nueva institucionalidad; o sea, se trataba de dos caras de la misma moneda’.

‘Se encaró la represión a la oposición política de forma más o menos clandestina, clandestina para la opinión pública, más no para los Mandos Militares, desarrollada desde y por las instituciones del Estado, por agentes del poder público, los que actuaban prevalidos de las facultades que ostentaban por su carácter oficial’.

Esta decisión reciente justifica volver sobre el tema de la Doctrina de la Seguridad Nacional.

1. Los Orígenes
‘La vileza del sable que amenaza’.
Almafuerte, La Sombra de la Patria

Hacia la época en que se redactó la Convención Americana de Derechos Humanos empezaba a configurarse, paradójicamente, un elemento político e ideológico que obstaculizaría la vigencia efectiva de ese instrumento normativo. Los hechos político sociales serían hondamente contradictorios de las normas que solo décadas después empezarían a tener alguna relevancia práctica.

Refiere Noam Chomsky que la administración Kennedy acentuó la presión sobre América Latina militar, rotando el énfasis de ‘defensa hemisférica’ a ‘seguridad interna’. Esto último terminaba significando, huelga señalarlo, guerra contra la propia población.

Los expertos académicos, agrega Chomsky con uno de los sombríos sarcasmos que le son habituales, explicaron sobriamente que las militares pasaba a ser así una fuerza ‘modernizada’, al estar guiada por tutores de los Estados Unidos. El razonamiento básico se explicaba en un estudio secreto de 1965 hecho por el Secretario de Defensa, Robert McNamara, en el que se establecía que ‘las políticas de los Estados Unidos hacia los ejércitos latinoamericanos han sido, en conjunto, efectivas para obtener el objetivo fijado para ellas: ‘mejorar sus capacidades de seguridad interna’ y ‘establecer la influencia predominantemente (norte) americana’. Esto incluía el derrocamiento de los gobiernos civiles ‘toda vez que, a juicio de los militares, la conducta de esos líderes (civiles) era dañina para el bienestar de la nación‘. Lo cual era necesario debido al ‘ambiente cultural latinoamericano’, y sería llevado a cabo apropiadamente ahora que los militares están asentados ‘en la comprensión de, y en la orientación hacia, los objetivos de los Estados Unidos.‘ Procediendo en esa línea, se podía asegurar el resultado previsto y garantir ‘las inversiones privadas de los Estados Unidos’, y el comercio, la ‘raíz económica’, que es la más poderosa de todas las raíces del ‘interés político de los Estados Unidos en América Latina’ (1).

En este clima crece y florece la doctrina de la seguridad nacional.

2. Orden, seguridad y resistencia al cambio

El análisis de la constitución real de las dictaduras iberoamericanas mostraba un rasgo común a todas ellas. Es el lugar que ocupaba en estos regímenes la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional. Esto se complementa muy bien con otros rasgos que les era inherente: aquello que Pío XI llamo EL IMPERIALISMO INTERNACIONAL DEL DINERO en la Encíclica QUADRAGESIMO ANNO.

El primero de esos elementos ha constituido el marco ideológico en el cual las dictaduras militares iberoamericanas han cometido durante las décadas de los años 70 y 80 las más atroces violaciones a los derechos humanos. Consiste en la exaltación incondicionada del orden y de la seguridad como valores absolutos y al servicio de la sociedad iberoamericana tal cual es, sin cambios, incluso con resistencia al cambio. El orden y la seguridad de una sociedad plagada por las injusticias, las desigualdades, las discriminaciones, los privilegios, la violación sistemática de los derechos fundamentales de las personas, la opresión, el analfabetismo y la desculturización; una sociedad con todas estas hondas carencias pero al mismo tiempo estimulada a sobrevalorar el TENER sobre el SER de las personas, a quienes se empuja al encuentro de su identidad en la adquisición de bienes que no pueden comprar o que muy difícilmente pueden comprar; una sociedad dominada por la angustia tantálica de masas acicateadas y a la vez frustradas por el ilimitado espejismo consumista.

En cuanto al otro elemento, el imperialismo internacional del dinero, se expresa hoy a través de las empresas multinacionales, la globalización dirigida hegemónicamente y el sometimiento total a las exigencias del mercado, como empezó a advertirlo ya en 1972 y con claridad Paulo VI en la carta OCTOGESIMA ADVENIENS.

En realidad, el peculiar ORDEN y la peculiar SEGURIDAD de las autocracias militares iberoamericanas, al servir la causa del inmovilismo, al impedir el cuestionamiento, la crítica, la discrepancia, el análisis racional – todos comportamientos PELIGROSOS, INSEGUROS- promueve en verdad la causa de las corporaciones multinacionales, como se advierte sin esfuerzo al examinar las políticas económicas de estos regímenes.

En este sentido, la ideología de la seguridad nacional es un claro y terminante rechazo de aquellas TRANSFORMACIONES AUDACES, PROFUNDAMENTE INNOVADORAS y de esas REFORMAS URGENTES que HAY QUE EMPRENDER, SIN ESPERAR MAS que Paulo VI reclamaba hacia la misma época en que se elaboraba la Convención antes mencionada.(2).

El mantenimiento y agravación de las desigualdades, al que esta ideología termina sirviendo, entra manifiestamente en conflicto con otro reclamo angustioso de Paulo VI:’NO HAY QUE ARRIESGARSE A AUMENTAR TODAVIA MAS LA RIQUEZA DE LOS RICOS Y LA POTENCIA DE LOS FUERTES, CONFIRMANDO ASI LA MISERIA DE LOS POBRES Y AñADIENDOLA A LA SERVIDRUMBRE DE LOS OPRIMIDOS’ (3)

Por eso es coherente la palabra de los obispos latinoamericanos en el documento de Puebla: ‘En los últimos años se afianza en nuestro continente la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional, que es de hecho, más una ideología que una doctrina. Esta vinculada a un determinado modelo económico político, de características elitistas y verticalistas que suprime la participación amplia del pueblo en las decisiones políticas. Pretende incluso justificarse en ciertos países de la América Latina como doctrina defensora de la civilización occidental cristiana desarrolla un sistema represivo, en concordancia con su concepto de ‘guerra permanente’. En algunos casos expresa una clara intencionalidad de protagonismo geopolítico…La Doctrina de la Seguridad Nacional entendida como ideología absoluta, no se armonizaría con una visión cristiana del hombre en cuanto responsable de la realización de un proyecto temporal ni del Estado, en cuanto administrador del bien común. Impone en efecto, la tutela del pueblo por elites de poder, militares y políticas, y conduce a una acentuada desigualdad de participación en los resultados del desarrollo’.

Sorprendía y sorprende en estas condiciones la aguda desproporción entre la importancia de este fenómeno ideológico y la dominación política y económica, por un lado, y la escasísima bibliografía que en nuestros países lo estudie, discuta o llame la atención sobre sus consecuencias gravísimas.

3. El estudio de Joseph Comblin
Por eso creo conveniente resumir algunas observaciones, y comentar otras, del notable sacerdote belga Joseph Comblin, el más dedicado especialista sobre este tema.

El P. Comblin, profesor ordinario de la Facultad de Teología de la célebre Universidad Católica de Lovaina -ahora en el campus francófono de Louvain-la-Neuve – y también profesor visitante de la Universidad de Harvard, medios académicos ambos nada sospechosos de bastiones de la guerra revolucionaria, produjo un trabajo exhaustivo al que título ‘La Ideología de la Seguridad Nacional’. El libro de Comblin es de 1977, tiene como subtítulo ‘El Poder Militar en la América Latina’ y esta dedicado a Leonidas Proano, el obispo ecuatoriano de Riobamba, ‘preso el día 12 de agosto de 1976 por motivos de seguridad nacional‘.

Muy propicio medio universitario el de Lovaina para una investigación como la que se propuso Comblin, donde se entrelazan lo latinoamericano y los valores universales.

Tiene aquella como profesores HONORIS CAUSA a Helder Camara, el famoso obispo del nordeste brasileno y a Marco Gregorio McGrath, el arzobispo de Panamá, y también al Dr. Willem Adolf Visser’Hooft, secretario general del Consejo Ecuménico de las Iglesias. En la Facultad de Teología, a la que Coblin pertenece, también es profesor M. Schooyans, autor de un libro penetrante sobre el Brasil contemporáneo.

No es así dudoso que Comblin haya contado con una información y una visión de la América Latina que le ha permitido acertar con los orígenes profundos de esta ideología que a despecho de su nombre irradia inseguridad y desnacionalización. Advierte que ella es un fenómeno exógeno a nuestros pueblos: ha sido estructurada en los Estados Unidos, y se expande a los ejércitos latinoamericanos desde el ‘National War College’, el ‘Industrial College of the Armed Forces’ y en lo que concierne a la oficialidad subalterna, desde el ‘South Command‘ del ejército norteamericano, con asiento en el enclave del Canal de Panamá, donde hacia fines de 1975 ya habían recibido instrucciones según las técnicas de Vietnam nada menos que 71.651 militares latinoamericanos (4).

Antes el P. Comblin señalaba:
‘Podemos afirmar, por lo tanto, que la Doctrina de la Seguridad Nacional, venida del exterior, en vez de pasar por un proceso de rechazo debido a las particularidades de los países involucrados, deriva en realidad, en una desnacionalización de la vida social y política de cada uno de ellos, al punto de dar la impresión de que, en esos regímenes, la sociedad escapa al control del hombre’.

Y enseguida agregaba:
‘La Doctrina de la Seguridad nacional es una extraordinaria simplificación del hombre y de los problemas humanos. En su concepción, la guerra y la estrategia se tornan la única realidad y la respuesta a todo. Por causa de esto la Doctrina de la Seguridad Nacional esclaviza los espíritus y los cuerpos. Siendo un sistema muy aplicado en la América Latina, ella trasciende ese continente para amenazar a Occidente todo. En verdad parece haberse convertido en la última palabra, el último recurso de la civilización contemporánea; vemos así, como los defensores de la Doctrina de la Seguridad Nacional invierten perniciosamente la formula de Von Clausewitz: la política, para ellos, sería la continuación de la guerra por otros medios’.

La observación de Comblin sobre la inversión del pensamiento de Von Clausewitz parece de la mayor importancia. Ese trastocamiento supone un cambio total de perspectiva sobre el fenómeno de la guerra y también sobre el lugar de las fuerzas armadas en el marco estatal.

Notas:
1) Noam Chomsky, ‘Year 501: The Conquest Continues’, pag. 161, South End Press.
2) Populorum Progressio, num. 32.
3) Populorum Progressio, num.33.
4) J. Comblin, A IDELOGIA DA SEGURANZA NACIONAL, 3ra. edición, Civilizazao Brasileira, 1980, pag.140.)

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4. La Inversión del Apotegma de Von Clausewitz
Von Clausewitz, que vivió entre 1780 y 1831, es probablemente el mayor de los teóricos de la guerra. Su más señalada contribución fue la doctrina de la dirección política de la guerra. Hacia el final de su vida en 1828, al revisar su obra cumbre capítulo 1, Vom Kriege (De la Guerra), formuló su apotegma ahora célebre:’Krieg is nich als eine Fortsetzung der politischen Verkehr mit Einmischung anderer Mittel‘ (‘La guerra no es sino la prosecución del curso político con la introducción de otros medios’) (*) que generalmente se cita en forma simplificada como ‘la guerra es la continuación de la política por otros medios’. Con estas palabras Clausewitz negaba que la guerra pudiera constituir un fin en si misma.

Curioso destino el de este prusiano, veterano de Waterloo, que ponía énfasis en la guerra defensiva como la que concede las posiciones políticas y militares más fuertes.

Su doctrina terminó resultando incómoda al ejército alemán y desde 1853, según dice Arnold H. Price, se enterró el pasaje crucial de su obra, donde reclamaba el control del gabinete ministerial sobre la estrategia, haciéndole decir lo opuesto. El planeamiento militar germano fue quedando desde entonces desprovisto de propósito político, conduciendo al rígido y agresivo concepto de movilización de 1914 y a la virtual dictadura de Ludendorff de 1916.

Hubo una considerable revitalización del interés en Von Clausewitz entre las dos guerras y explicablemente su doctrina influyó en los oficiales de la Wehrmacht que trataron de deshacerse de Hitler el 20 de julio de 1944.

La idea central de Von Clausewitz era, así, que la violencia debía expresar un objetivo político estatal; de ningún modo reemplazar a este.

Seis meses después de producir la versión final de “Vom Kriege”, en la que introdujo la famosa sentencia, Von Clausewitz fue requerido por su amigo Carl Ferdinand von Roeder para que opinara sobre dos ejercicios estratégicos que habían sido planteados en el Estado Mayor. Los problemas postulaban que Austria, aliada de Sajonia, estaban por atacar a Prusia. Se mentaban los detalles militares pero no se ofrecía información sobre los objetivos de los gobiernos ni de la situación internacional en general. A fines de diciembre de 1827 Von Clausewitz contestó a Roeder descartando ambos problemas porque tal cual estaban formulados eran demasiado incompletos para proporcionar una solución suficientemente significativa, desde que no se establecía en el planteamiento el objetivo militar de las dos partes. ‘Este objetivo es grandemente el resultado de las relaciones políticas mutuas de las dos partes y de su relación con otros Estados que podían participar en la acción. Si estas materias no se establecen, un plan estratégico de ese tipo viene a resultar nada más que una combinación de unos pocos factores de tiempo y espacio, dirigidos hacia una meta arbitraria’.

Según indica Peter Paret, autor de uno de los más recientes y completos libros sobre Von Clausewitz(5) Los temas y las respuestas del general prusiano fueron publicadas en 1937 en la Militärwissenchaftliche Rundschau con el titulo de Zwei Briefe des Generals Von Clausewitz: Gedanken zur Abwehr. Creemos que constituyen un complemento importante de “Vom Kriege” para entender su convicción definitiva de la condición políticamente dependiente de la guerra y de las fuerzas armadas. Allí, en esas cartas, la reitera con estas palabras: ‘La guerra no es un fenómeno independiente sino la continuación de la política por diferentes medios. De consiguiente las líneas maestras de cualquier plan estratégico son de naturaleza grandemente política, y su carácter político se incrementa en la medida en que el plan se aplica a una campaña entera y al Estado entero. Un plan resulta directamente de las condiciones políticas de los dos Estados beligerantes como de sus relaciones respecto de terceras potencias…Conforme a este punto de vista, no es cuestión de una evaluación puramente militar de un problema estratégico, o de un esquema puramente militar de resolverlo’.

Esta subordinación de la estrategia a la política determinaba una subordinación del militar al gobernante civil, coherente por lo demás con el orden político que desde la Revolución francesa pugnaba por extenderse a toda Europa. En realidad, cuando 90 años después de la formulación de von Clausewitz, el Premier radical de la Tercera República francesa, Georges Clemenceau, acuñe otra expresión igualmente famosa: ‘La guerre, c’est une chose trop grave pour la confier a des militaires‘, no estará sino desarrollando, desde luego con una evidente carga polémica y un intención cáustica, el pensamiento del general prusiano.

5. Los Principios Quebrantados
Son otros modos de decir que la preeminencia militar en lo político -y la guerra es un gran hecho político- es una situación anómala, irregular. En el plano de los principios debe quedar en claro que el poder militar no tiene en el Estado más que una función auxiliar de los gobernantes. Los funcionarios de las fuerzas armadas – de eso se trata en verdad: personas que cumplen una función estatal definida- deben, por eso subordinarse al poder civil, al poder de la CIVITAS, de la sociedad política toda, de la cual las organizaciones militares no son mas que una parte subordinada y coordinada civilmente, esto es: una parte de, por y para la CIVITAS; de, por y para la sociedad política.

La fuerza pública no puede pues sino estar a disposición de quienes tienen títulos para impartir órdenes estatales. La misión de los ejércitos es así de servicio civil, en el sentido de servicio a la sociedad política. Desde que los agrupamientos sociales se definen por su fin u objeto, no hay duda que a las fuerzas armadas les vienen impuestos los límites de su competencia por la misión de defensa exterior, objetivo que es sólo una parte muy limitada de los fines de la organización estatal, de la cual los cuerpos armados no pueden ser más que meros instrumentos.

Como los actos humanos, las agrupaciones e instituciones tienden necesariamente a un fin, son intencionales, se orientan hacia un objeto, y el fin u objeto de la CIVITAS, abarca como uno de sus medios, para uno de sus muchos fines, la organización militar, instrumento civil en todo caso, para la realización de una parte muy reducida de los objetivos estatales (6).

Pero aun en ese circunscrito tema de la defensa -como lo indicaban von Clausewitz y Clemenceau desde perspectivas tan disímiles- los militares no tienen autonomía, son instrumentos y medios de la política del Estado.

De la supremacía del poder civil sobre el militar, se sigue que uno de los titulares máximos del poder estatal es, por eso mismo precisamente, la autoridad suprema de las fuerzas armadas. Es lo que traducen las constituciones al declarar al jefe del ejecutivo comandante en jefe de las fuerzas armadas, y lo que ya preceptuaba Thomas Hobbes expresivamente:’...whosoever is made general of an army, he that hath the sovereign power is always generalissimo‘(7).

Estos principios son contradichos por la ideología de la seguridad nacional, que promueve una elefantiásica expansión de lo militar en el Estado y una ocupación casi integral de las funciones estatales por los militares, a título que una guerra imaginaria se disputa también en todas las áreas del aparato gubernamental. De tal modo la citada ideología tiende a acentuar la tradicional tendencia de las fuerzas armadas a desbordar en la América Latina sus cauces constitucionales y producir dictaduras militares(8)

La inversión del pensamiento de von Clausewitz impuesto por la ideología de la seguridad nacional supone la militarización de la política, la autonomía de la violencia y, de consiguiente, el excluyente protagonismo político de los militares.

6. Iberoamérica, Prolongación de Vietnam
Esto último quizás ha contribuido a acentuar el impulso mimetizante con que se improntó a las fuerzas armadas latinoamericanas y le permitió a la ideología referida dos logros importantes: desplazar a von Clausewitz, que tenía un prestigio casi reverencial entre los sectores militares más cultos, y la adopción acrítica de los lineamientos conceptuales que acababan de certificar su frustración y su ineptitud frente a los desafíos de la realidad en Vietnam y la heroica resistencia de un pueblo en situación de extrema privación.

Dice a este respecto Comblin:
‘Esta estrategia contra-revolucionaria fue aplicada en Vietnam con el fracaso que todos conocen. Sin embargo sirvió sobre todo para formar una escolástica militar rígida, un manual de guerra revolucionaria que se tornó, desde 1961, la base de la enseñanza impartida a los ejércitos latinoamericanos. Desde 1965 en adelante, la enseñanza de esa escolástica superó, en las escuelas militares, la enseñanza consagrada a otras formas de guerra. Y un buen número de oficiales aprendió a interpretar los acontecimientos en su país a través del esquema convencional de la guerra revolucionaria. He aquí la explicación para la extraordinaria distancia entre la realidad latinoamericana y el aparato conceptual de que disponen los militares de la seguridad nacional para interpretar esa realidad. Pues al final no hubo ni hay, en la América Latina, nada que se parezca, ni de lejos, a una guerra revolucionaria en el sentido de Mao. Y mientras tanto la estrategia adoptada trata la realidad nacional como si estuviera lidiando con una verdadera guerra revolucionaria. Los servicios de inteligencia hacen esfuerzos desmedidos por reconstruir, a partir del menor indicio, toda una trama de guerra revolucionaria. Ya que no hay ninguna diferencia entre subversión, crítica, oposición política, guerrilla, terrorismo, guerra, ya que todo es manifestación de un único fenómeno, la guerra revolucionaria, la inteligencia consiste en crear una red de relaciones entre la supuesta guerra revolucionaria y cualquier indicio de descontento por parte del pueblo. En todas sus partes esta la presencia del comunismo internacional; en todas partes una guerra revolucionaria. El código de la guerra revolucionaria deforma sistemáticamente la realidad’. ( 9)

Y esta deformación lleva a consecuencias muchas veces sangrientas y otras veces ridículas:
‘El día 12 de agosto de 1976, en Ecuador, un joven Vice Ministro del Interior mandó detener a diecisiete obispos latinoamericanos reunidos en Riobamba: fueron acusados de estar preparando una guerrilla, la misma acusación de siempre. Cualquier escrito, cualquier crítica de un hecho social puede ser interpretado como indicio de la presencia de la guerra revolucionaria, ese monstruo intangible y omnipresente:(10)

La seguridad en si misma, como concepto y como valores, es ambigua. Por un lado es inherente a la condición humana un cierto mínimo de certidumbre y de protección contra los riesgos. Por otro, la vida humana es radicalmente insegura: la única, la sola seguridad total es la de la propia muerte, todo lo demás padece de diversos grados de inseguridad. Y además, como decía Hellen Keller, la seguridad es en gran medida una superstición, ‘no existe en la naturaleza ni los hijos de los hombres la experimentan como totalidad. Evitar el peligro a la larga no es estar más a salvo que exponiéndose. La vida es una aventura atrevida o no es nada’.

Pero la seguridad de la ideología de la seguridad nacional es un concepto deficiente, y que conduce a consecuencias de honda inseguridad en el pueblo y de grave desnacionalización en el Estado.

Anota a este respecto Comblin:
‘Es un concepto terriblemente simplista. Apaga una serie de diferenciaciones que parecían hacer parte de la herencia de la civilización. En primer lugar, suprime la diferencia entre la violencia y la no violencia, esto es, entre los medios de presión no violentos y los métodos de presión violentos. La seguridad es la fuerza del Estado aplicada a sus adversarios: cualquier fuerza, violenta o no. La seguridad es una cosa que puede ser obtenida indiferentemente por medios violentos o no; esto no tiene importancia. En el plano de la política externa esto significa desdibujar la frontera entre la guerra y la diplomacia: la tarea es la seguridad nacional y, dependiendo de las circunstancias, pasa de una cosa a la otra, o mejor, todo se confunde, violencia y presiones económicas y psicológicas: todo constituye un único comportamiento. En el plano de la política interna la seguridad nacional destruye las barreras de las garantías constitucionales: la seguridad nacional no conoce barreras: ella es constitucional o anticonstitucional; si la distinción la entorpece, cambiase la constitución. En segundo lugar, la seguridad nacional deshace la distinción entre política externa y política interna. El enemigo, el mismo enemigo, está al mismo tiempo dentro y fuera del país; el problema, por lo tanto es el mismo. Dependiendo de las circunstancias, los mismos medios pueden ser empleados tanto para los enemigos externos como para los internos. Desaparece la distinción entre policía y ejército; sus problemas son los mismos. Ahora bien, la doctrina tradicional hacía una distinción capital. Reconocía que, en cuanto a las relaciones entre las naciones, el reinado de la ley no conseguía dominar el reinado de la fuerza, pero en cambio tenía por aceptado que en el interior de la nación se había conseguido controlar hasta cierto punto el reinado de la fuerza y crear así por lo menos algunas islas de vida social, donde las relaciones eran determinadas por el Derecho y los conflictos resueltos según métodos convencionales, previstos por leyes y más o menos racionales. Esto desaparece de una sola vez, delante de las necesidades de la seguridad nacional. En tercer lugar, la seguridad nacional disipa la distinción entre la violencia preventiva y la violencia represiva.

Dentro del concepto de defensa nacional, la doctrina tradicional intentaba restringir el empleo de la violencia entre las naciones a casos de agresión: el uso de la fuerza era una respuesta a una agresión caracterizada. En compensación, la seguridad nacional defiende del mismo modo preventivo los intereses nacionales, a fin de alejar posibles amenazas futuras: la seguridad no opone barreras a la guerra preventiva. En la política interna ocurre los mismo. El concepto de seguridad interna del Estado implica la represión violenta respecto de actos que ponen en peligro el orden público. La seguridad, por el contrario, exige intervenciones tanto en caso de sospecha de un posible peligro como en caso de delitos caracterizados. En fin, la seguridad nacional no apareja ningún límite. La defensa nacional está limitada por las agresiones externas. ¿Cuándo puede encontrarse que se alcanzó un nivel de seguridad suficiente? El deseo de seguridad tiende a ser, en si, ilimitado. Tiende espontáneamente a lo absoluto. Ahora bien, la seguridad absoluta es extremadamente ambigua. No puede ser considerada como un valor…Es necesario, por tanto que la seguridad encuentre en otro principio – en la política – sus límites y su justa medida. Empero, la Doctrina de la Seguridad Nacional tiene un punto de partida absoluto: no tiene nada para controlar la tendencia a la seguridad absoluta'(11)

Así pues, la seguridad que ofrecen los regimenes de seguridad nacional tiene un contradictorio y trágico sentido.

Esa pérdida de distinción entre la violencia y la no violencia, entre la política externa y la interna, entre la violencia preventiva y la represiva, su condición ilimitada y extremosa, engendra la mayor inseguridad para el pueblo, para los ciudadanos del Estado. Y tampoco genera seguridad para los gobernantes de estos regímenes y sus colaboracionistas: atrapados todos ellos por los mecanismos diabólicos de la violencia terminan asediados por culpas, responsabilidades penales y reproches históricos duraderos e ilevantables.

7. El Terrorismo de Estado
La honda ilegitimidad que suponen todas estas características de la ideología de la seguridad nacional conducen frecuentemente a sus adeptos y ejecutores a una situación de total hipocresía y mistificación.

Aun extendiendo los mecanismos represivos regulares del Estado, aun tergiversándolos o ampliándolos anómalamente, resulta esto insuficiente para adaptar o justificar esa ilegitimidad frente al sistema de valores imperante en los propios países y sobre todo frente a la comunidad internacional. Adoptan entonces el sigilo, la nocturnidad, el ataque por sorpresa, las prácticas delictivas, la infracción del propio orden jurídico que en las horas de luz, es decir ostensiblemente, dicen defender, y que en todo caso no se atreven a suprimir. Es, claro está, el terrorismo de Estado, es decir un poder público estatal que DE DIA pretende comportarse como tal y ejerce todas las ampliadas potestades regulares del poder represivo, y DE NOCHE, esto es en la ocultación, les agrega todos los recursos irregulares que implica la infracción decidida del orden jurídico y de los valores y derechos más elementales inherentes a la persona humana; es decir, un poder estatal que, abiertamente, es POLICIAL, y al mismo tiempo, en las sombras es DELINCUENTE.

Esta suma, de lo irregular más lo regular supone para los cultores del terrorismo de Estado una formidable usura de poder, una exorbitante y abusiva ventaja sobre sus hipotéticos adversarios y sobre la población toda. Lo cual apareja algunas consecuencias inevitables para el ETHOS de una fuerza armada que se asocia a esta técnica.

Por un lado, esa ventaja exorbitante lo constituye, tanto jurídica como moralmente, en individuo aun más reprochable que el terrorista extra estatal. No sólo, como el otro aterroriza mediante el crimen, sino que ejerce el terror desde el poder estatal, usando y pervirtiendo los medios provistos por este, para ocultarse, protegerse y hacerse impune. El terrorista extra estatal quiere destruir el Estado desde afuera: el terrorista estatal, desde dentro del Estado y aprovechándose de sus recursos, lo degrada, le sustrae el indispensable contenido ético, lo vacía de legitimidad, lo neutraliza desde el punto de vista axiológico; todo lo cual no es sino otra forma de aniquilarlo, pero mas aviesa, cobarde y desleal. En verdad, el terrorista estatal prolonga y completa – pero con el agravante de usar para su actividad y para su impunidad los recursos estatales- la obra de destrucción del Estado del terrorista extra estatal. A despecho de su superficial antagonismo, son complementarios y convergentes.

Por otra parte, también conlleva una perdida de capacidad combativa en toda situación en que no se verifiquen esas ventajas abusivas y exorbitantes. Así los ejércitos de la seguridad nacional tienden a volverse ferozmente imbatibles respecto de la desarmada población nacional pero alarmante y aun grotescamente ineptos frente al adversario externo y convencional. La represión externa y el fiasco cruento de las Malvinas parecen ejemplificar en la Argentina lo que acaba de decirse con triste claridad. Acostumbrados a sorprender en las horas de sueño o en los lugares de trabajo a la mayoría de sus víctimas, extendida regularmente la práctica de la tortura, hecha regla inconfesable el exterminio de personas atadas de pies y manos o puestas en estado de inconsciencia, estos funcionarios militares difícilmente pueden ser los apropiados para enfrentar a adversarios que no ofrecen tantas limitaciones ni desventajas. Tienden, explicablemente, a ser elusivos del combate y de rendición fácil y rápida. Tal vez así lo vio claramente Eliza Cook (1818-1889):

‘The coward wretch whose hand and heart
Can bear to torture aught below
Is ever first to quail and start
From the slightest pain or equal foe’.

(Prescindiendo de las rimas, quizás se pueda
tolerar una traducción como la siguiente:

El infeliz, cobarde de mano y corazón,
Que aguanta el torturar como si nada,
Siempre es primero en miedo y susto,
Ante el dolor más leve o enemigo igual).

En tercer lugar, ésta frecuentación de lo delictivo como instrumento funcional de la represión terrorista estatal produce una inevitable corrupción. Por la pendiente de la degradación ética que supone la tortura, el extermino de personas reducidas a la indefensión y el saqueo de sus bienes; por el plano inclinado de facilidad que aquellas ventajas exorbitantes y abusivas implica, se avanza rápidamente hacia el delito económico desde el Estado y frecuentemente contra el Estado. En parte, por efecto de esa degradación y de ese plano inclinado, o por contagio entre una órbita delictiva y otra; en parte, por la busca de medios económicos para la anticipada protección por las consecuencias de los delitos contra la humanidad cometidos en el marco del terrorismo de Estado, estos funcionarios se enriquecen en proporción solo explicable a través del ilícito. La narco dictadura de García Meza en Bolivia, sostenida con desvergonzados afán y solidaridad, por la dictadura argentina, pretendidamente pudibunda, y ésta misma, son buena demostración de lo dicho.

Recuérdese que en agosto de 1981, la revista norteamericana Newsweek señalaba que la corrupción económica de la dictadura militar argentina ofrecía marcas insuperadas en toda la periferia capitalista. No poca cosa, como bien se sabe. Lo cual no excluía, por supuesto, una tosca moralina pseudo victoriana, expresada en la represión ostentosa de los aspectos más externos y formales de la conducta colectiva (‘La vrai morale se moque de la morale‘ : La verdadera moral se burla de la moral), según decía Pascal y que llegaba a desvíos de imbecilidad y de desculturización, como aquellas celebres prohibiciones del ‘El Principito‘, de Antoine de St.Exupery y de la enseñanza de las matemáticas modernas como fuente de una imaginaria sedición.
www.argenpress.info

Notas:
5) Peter Paret, Clausewitz and theState, Oxford University Press, pag.379.
6) Salvador María Lozada, Las fuerzas armadas en la política hispanoamericana, Editorial Columba, Buenos Aires, 1969, pag. 15.
7) Hobbes, Levithan, II, 18.
8) Salvador María Lozada, ob. cit., pag. 30 y ss.
9) J. Comblin, ob. cit, pag.47.
10) J. Comblin, ob. cit, pag.49.
11) J. Comblin, ob. cit. pag. 55.
(*) Nota de la Redacción de PiensaChile: La frase citada no existe como tal en el original de la obra de von Clausewitz. El párrafo 24, del libro I, capítulo 1, lleva el titulo “Der Krieg ist eine bloße Fortsetzung der Politik mit anderen Mitteln.”, pero luego, en su primera frase dice: “So sehen wir also, daß der Krieg nicht bloß ein politischer Akt, sondern ein wahres politisches Instrument ist, eine Fortsetzung des politischen Verkehrs, ein Durchführen desselben mit anderen Mitteln.”, lo que traducido libremente sería: “Así vemos entonces, que la guerra no es solamente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación del curso político, una realización de lo mismo con otros medios”.
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