Medios de comunicación y sociedad: ¿Noósfera o espectáculo?
por Rodrigo Escobar San Martín (Chile)
10 años atrás 6 min lectura
Hace unos meses atrás había escrito una columna en Le monde diplomatique (http://www.lemondediplomatique.cl/El-discurso-de-la-seguridad-y-la.html), donde analizaba el discurso de la seguridad y la violencia que exhibían constantemente los medios de comunicación en nuestro país. No olvidando que esta problemática –convertida en fenómeno- ha sido y sigue siendo materia de la agenda política.
Ya en esos meses los datos arrojados por distintas encuestas mostraban un panorama contundente: la victimización ha bajado, pero la percepción de miedo frente al delito ha aumentado. ¿Cómo entender esto a la luz de la última encuesta ADIMARK que sigue sosteniendo esta situación? Hoy en día, existe un profundo divorcio del fenómeno de la delincuencia con la realidad. Lo paradojal –convertido en casi hito de los medios de comunicación- es que CNN Chile en su línea editorial presentó una dura crítica sobre este divorcio, sin por ello olvidar el rol clave que tanto políticos como los propios medios de comunicación han cumplido al respecto.
El elemento más interesante de toda esta editorial es el “llamado a la autocrítica” por parte de los medios de comunicación, pues es bien sabido el rol relevante y significativo que han tenido sobre la construcción de este fenómeno en particular.
Sin embargo, debemos ser claros: llamar a la autocrítica no significa por ningún motivo ser autocríticos. Esto no significa que sea el reflejo de una praxis constante acerca del sentido que cumplen los medios de comunicación con su consecuente rol y repercusión que tienen en la sociedad. Las nuevas tecnologías de la información han transformado las relaciones culturales, no solo en la producción de bienes, servicios y conocimiento; sino que además han modificado de manera significativa las formas de relacionarnos socialmente. Relación, asociatividad y conocimiento en torno a las tecnologías, es decir, su uso ha modificado y articulado nuevas concepciones humanas en torno al vínculo espacio-tiempo. Gracias a estas modificaciones se hace necesario reflexionar qué podemos entender actualmente por realidad.
Hay que tomar en serio esto de la realidad virtual, puesto que permite establecer nuevas formas de acceso al conocimiento y a su vez construir nuevas formas de interrelaciones humanas. La dimensión antropológica debe repensarse en conjunto con las tecnologías y la llamada “era digital”, cuyo principal fenómeno es precisamente el surgimiento de las nuevas generaciones denominadas “nativos digitales”. Esta dimensión antropológica no es solo una nueva racionalidad que instala nuevos desafíos al pensamiento, antes bien es una nueva construcción de la realidad. Comporta diferentes formas de interacción e interrelación, y, de manera especial, distintas formas de afección y percepción de las que conocemos. Cuerpo y percepción definidos por la era digital.
Concepción que instala el triunfo de la tecnocracia, en el sentido de que las bases de la sociedad actual se encuentran fuertemente influidas por las tecnologías y tiene efectos poderosos en nuestros patrones de conducta. La película Mad city, traducida en español como “el cuarto poder”, es un fiel reflejo de ello: la trama gira alrededor de la transmisión en tiempo real de una toma de rehenes en un museo en que el periodista juega un rol activo como mediador, en tanto que el público queda inmerso en este hecho noticioso que se transforma en una mediatización comunicacional que tensiona la situación trágica volviéndola un espectáculo.
El problema que plantea la película es si acaso los medios de comunicación son precisamente medios, vale decir, facilitadores de la información o son fines en sí mismos. McLuhan decía que las tecnologías son medios extensivos del hombre, permitiéndonos ir más allá de nuestras facultades: la radio es extensión del oído, la televisión es extensión del ojo. Esta hipótesis responde a la premisa siguiente: la evolución tecnológica es una respuesta a los requerimientos de la sociedad.
Por otra parte podríamos decir, en respuesta a esta hipótesis, lo contrario: las tecnologías han provocado los cambios en la sociedad. La racionalidad ha decantado en un modelo mecanicista y determinista. Mecanicista porque opera automáticamente y determinista porque las condiciones son prefijadas bajo necesidades estándares.
Una ontología digital y una metafísica de la matrix: ¿No es acaso lo que hoy en día ocurre con este divorcio entre realidad y percepción? La analogía miedo-consumo que instala como valor principal la producción mediatizada de la realidad constituye uno de los grandes desafíos que tenemos hoy como sociedad. La noología propia de nuestra época: espiritualidad digitalizada o tecnología del espíritu, que ha tomado forma en un sistema de ideas, creencias, discursos, hábitos, carácter configurando una conciencia acerca del mundo, como también una experiencia vital conforme a éste.
Ante estas dos hipótesis debemos decir que existe una relación dinámica entre ambas. Lo ideal de este proceso actual es el rol activo que debe tomar la sociedad: las relaciones humanas son precisamente aquello, “humanas”, y no debe ser la misma relación que se tiene con los productos u artefactos tecnológicos.
Por lo mismo, esta relación puede decirse con respecto a los medios de comunicación, esto es: no son los medios de comunicación los que forjan la cultura, por el contrario, la cultura hace que los medios cumplan un rol expansivo de distintas manifestaciones sociales.
El hilo es bastante fino: el autoritarismo de la instrumentalización tecnológica ha llevado a plantear una conciencia automática y acrítica de la información entregada por los medios de comunicación. Recordemos el amusement que acusaban los teóricos de Frankfurt bajo el concepto de industria cultural, “la reproducción tendenciosa de los medios de comunicación conlleva el peligro constante de pulsiones psíquicas prefabricadas”. Los medios de comunicación, base de la información y el entretenimiento producen estados de placer y de juicio que son experimentados por el sujeto. Racionalidad y percepción, estado anímico y pensamiento como objetos de consumo estandarizados.
El llamado a la autocrítica es importante, no debemos olvidarlo. No obstante, no puede quedar solo en la forma, porque lo más importante es el fondo. Heidegger denunciaba esta inquietud, propia de nuestra época, sobre la tecnificación del mundo: el problema no es que el mundo se tecnifique, ya que no hay marcha atrás; el verdadero problema es que el hombre no esté preparado para esta transformación mundial. Desde otra vereda, Wolton plantea la inquietud acerca de cuándo se reconocerá que el problema actual es socializar las técnicas y no tecnificar la sociedad.
Si tan divorciada esta la realidad de la percepción, somos nosotros quienes también debemos hacer nuestra propia autocrítica: desde la novedad del “Tío Emilio” y “Estado de alerta” el consumo del miedo produce percepciones nefastas para nuestra sociedad. Vivir con miedo nos hace desconfiados e indiferentes del otro, de ese otro cercano que es posibilidad de encuentro directo, encarnado: nos miramos, nos tocamos dándonos cuenta de la importancia de la cercanía, de la piel. En vez de ello, surge la enemistad propia de una cultura del individualismo y del darwinismo social que esgrime el famoso “sálvese quien pueda”: si acaso el otro me puede hacer daño, ¿por qué debo ayudarlo?, pues lo único que puedo sentir es odio hacia él. La percepción y consumo del miedo acarrea problemas –y bastantes- que merman nuestras relaciones sociales. Es el peligro constante de esta galería de imágenes que influyen fuertemente en la percepción de la realidad, tal y como lúcidamente lo expresó Debord: “el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizadas por imágenes”.
La pregunta que cabe hacer ante esta era de las comunicaciones es: ¿estamos ante una noósfera digital o frente a una sociedad del espectáculo? Juzgue usted.
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Hay dos clases de desenvolvimiento posible: el desenvolverse en la sociedad como componente de la misma, o el desenvolverse como ser espiritual.
Ambos conceptos, en la práctica, involucra el mundo psicosomático, mundo que es ampliamente clave en el tema que se aborda en el artículo.
O lo manejan las situaciones desde afuera, o lo manejamos nosotros.
En la medida que la educación que se recibe en sociedad trabaja en dicho ámbito para adaptar al individuo en la misma, ¿que hace el individuo para autoeducarse -o reeducarse- para conocer en profundidad su mundo psicocomático y «desenvolverlo» de esa envoltura?
Considero que el «ser espiritual» es aquel que estamos tratando de que en nosotros no sea uin simple esclavo del entorno circunstancial, y no un buscador de consuelo en las religiones y en la teorías escatológicas tradicionales.