Entrevista a Sergio Romero (S.R), Docente del Área de filosofía del Departamento de Teología de la Universidad Católica del Norte. Entrevistado por Alex Ibarra Peña (A.I) del Colectivo de Pensamiento Crítico palabra encapuchada.
A.I: Profesor Romero, gracias por darse tiempo a contestar esta entrevista. Me incliné a entrevistarlo por que me llamó profundamente la atención de que parte de sus investigaciones las haya dedicado a la filosofía latinoamericana. Ya sabemos lo eurocéntrico que son los estudios filosóficos en nuestro país. ¿Cómo llegas a fijar la mirada en la obra de filósofos latinoamericanos? ¿Qué dificultades has encontrado para desarrollar este tipo de estudios? ¿Por qué razón dedicas parte de tu tiempo a estos estudios?.
S.R: Gracias a ti por tu interés. No es común que se hagan este tipo de entrevistas a los que trabajamos en este ámbito y menos aún estando en provincia. Pareciera que somos nosotros los que nos tenemos que acercar a la metrópolis. En general, en nuestro país se funciona así, alrededor de nuestra capital. Entonces tenemos una situación en que Santiago gira alrededor de otros países, sus autores y su pensar, y nosotros giramos alrededor de Santiago. Esto es propio de razones políticas, pero también de una falta de profundización reflexiva que se autoreconozca como valiosa. Pareciera ser que en la capital se crean y resuelven los problemas que tenemos nosotros, los provincianos. Pero esto es culpa compartida, pues es como si a nuestra mirada le faltase ganas, coraje y radicalidad para situarnos de manera consciente y autónoma respecto a nuestro quehacer. Bueno, llego a poner mi atención en relación a algunos pensadores latinoamericanos a partir de un par de condiciones algo definidas: una experiencia vital y una experiencia intelectual. Esta distinción me sirve para explicar lo que corresponde a tu pregunta, pero no se trata, como es evidente, de dos cosas separadas, simplemente es un situarse explicativo. En la primera experiencia hay algo que me hace sentir solidario con los pueblos de Latinoamérica, esto es desde mi infancia, acompañada, por ejemplo, del sonido de los bombos ensayando para la fiesta de La Tirana en Tocopilla. Creo que esa música produjo en mí una grabación en la que me reconocía y con este ritmo gestual se me crea un cariño por los pueblos hermanos que después ira naciendo en una especie de compromiso afectivo. El otro ámbito es el intelectual, una formación en la que, como la mayoría, estudio el clásico discurso de la historia de la filosofía, pero de a poco, y de manera “natural”, comienzo a mirar alternativamente. Nace este interés junto con la apreciación de la situación político-social de la contingencia y algunos predicamentos ético-políticos de la época. Primero se tratará, en general, del “internacionalismo proletario” que en Latinoamérica se hace patente, como por ejemplo con el Che. Cuestiones que posteriormente comienzo a ver a partir de una mirada crítica que me hace buscar otras vertientes explicativas en el empeño de aportar a la transformación social. Actualmente considero mis lecturas ligadas a esta tierra orientadas por, como tú has visto, los principios de “circunstancia” y “situación”, lo que, al reconocerlos, me libera en buena parte del peso de tener que autodefinirme y me da la base explicativa suficiente respecto de las cosas del mundo, “lo humano y lo divino”. Entonces, la mirada se va hacia algún autor que no necesariamente es latinoamericano, pero en una clave que me permite responder desde mi situación por qué leo lo que leo. Además, esto resuelve mis propios prejuicios respecto a la filosofía, por ejemplo el temor a estar estudiando a autores de “segunda fila” a partir de una especie de ranking. Lo único que interesa en ese sentido es mi preferencia y el si hay algo que me parezca importante de reconocer y comunicar.
A.I: Leyendo tu libro, que reseñé en la versión impresa de LMD edición chilena del mes de agosto, descubrí que tienes un profundo conocimiento de la obra de Mariátegui. Me llama la atención que coincides con la interpretación que ha hecho Osvaldo Fernández en cuanto a que Mariátegui sería un marxista herético. ¿Considerando esta afirmación te parece que hay una cierta línea de interpretación marxista propia en América Latina, en el sentido de que hay algo así como un “marxismo latinoamericano”? ¿Qué elementos la distinguen de la interpretación marxista más eurocéntrica?
S.R: Claro, sin ser un especialista… uno no se escapa de interpretar y la interpretación del marxismo también florece en un contexto, esto es en situación. Un dogma sólo prevalece negando lo anterior, pero el inicio del pensar está situado en el lugar o espacio en que se origina. Un marxismo como el de Mariátegui tiene el mérito de que si bien está comprometido con el socialismo, también lo está con lo que podríamos llamar idea de “verdad”, pero no “verdad” como absoluto sino como “idea germinal”: una interpretación que mueve a la comprensión de una realidad también en movimiento, dialéctica que el pensar supone pero que no es suficiente para una constatación completa de una realidad. El marxismo tiene la cualidad de pensarse a sí mismo como interpretación, respondiendo, sobre todo, a la llamada de Marx respecto a la filosofía y su papel trasformativo de la sociedad, cuestión que posteriormente es nombrada como “ideología del proletariado”, es decir un instrumento para la acción de una clase. Mariátegui, pensador político formidable, va más allá de Marx y el marxismo, escarbando constataciones de la realidad a partir de otros autores. Él piensa que la realidad es “cambiante y móvil”, es como si esta estuviera siempre un paso más adelante del que la piensa y por lo mismo requiere de herramientas que arrojen otras ópticas desde las cuales leerla, por lo tanto se da una “representación” de la realidad, es decir un pensamiento provisorio que se origina a partir de tres aspectos:
1.- El pensamiento tiene un contexto, el que pide, en tanto tal, ser constatado y revisado críticamente.
2.- El pensar, a partir de su acción creativa, va imaginando nuevas relaciones y
3.- Interviene la subjetividad con su voluntad, orientando la interpretación en una dirección justificada a partir de su legitimación argumentativa.
Es notable Mariátegui cuando nombra una serie de términos que da por gastados y señala que estos en su tiempo han tenido validez, pero en tanto “demarcaciones provisionales”, incluida la palabra “revolución”, que se presta al “equívoco”, llamando a su resignificación. Él deja esta tarea a las nuevas generaciones, a quienes les corresponderá tener un papel de adultez creativa. Yo no conozco en extenso el pensamiento marxista latinoamericano, pero me imagino que a estas alturas ya tendrá una visión más amplia del problema de la revolución. Y si no fuese así, de igual modo tendría que manifestarse un pensamiento producto, al menos, de una leve ilustración a partir de los contextos en los cuales se origina.
A.I: En este mismo libro titulado “Escritos circunstanciales, pensamiento situado”, también dedicas un ensayo a un texto del mendocino Arturo Roig en torno a la moralidad de la protesta. ¿Qué aporte le ves a estas propuestas del filósofo mendocino para la fundamentación de la resistencia al modelo neoliberal a partir de la protesta que vienen haciendo algunos movimientos sociales?
S.R: Podemos distinguir en Arturo Andrés Roig por lo menos dos momentos: Un primero en el que está de alza un pensamiento que intenta ser un aporte a la liberación de las condiciones sociales, políticas y culturales de Latinoamérica, hasta la fractura producto de la represión desatada por las dictaduras militares. Y otro a su regreso a la Argentina: las cosas han cambiado y la vida cotidiana se muestra de una manera distinta, traspasada por la ideología neoliberal. Momento en el cual Roig va a intentar reiniciar lo que había trabajado antes que esto sucediera. La filosofía de Arturo Roig se presenta como una filosofía inserta en la vida cotidiana, por el mismo hecho de ahora tener que responder por las nuevas condiciones políticas y sociales acaecidas que incluyen la existencia humana a escala local y global: una época en que se multiplican sucesos estremecedores. Grandes y contradictorios cambios que desarraigan y que a toda velocidad deforestan el bosque de un proyecto social incumplido. En ese plano, la filosofía de Roig acude pedagógicamente a planteamientos histórico-testimoniales y aquí es donde se puede hacer una relación con algunos aspectos del movimiento social y, en general, con la construcción de un sujeto con identidad latinoamericana, por ejemplo respecto de la idea de “historia” que yo veo como un piso sobre el cual se debe asentar toda expresión de subjetividad social o personal. La “historia” puede ser asimilada a la memoria, cuestión a la que intuitivamente llegan, sobre todo, los jóvenes del movimiento estudiantil, pero cuestión de la que también -son sus contradicciones- algunos no se percatan. No se trata de quedarse “pegados” en el pasado, sino sobrevolarlo de manera crítica respecto del momento actual, el pasado que se hace presente en la medida que se articula con la actualidad. No se trata de memorizar, sino de hacer memoria. Roig nos habla, a partir de Sartre, de la necesidad de la “responsabilidad”, y esta exige no sólo responsabilizarse respecto a uno mismo, sino también respecto a las condiciones que se van articulando por nuestros hechos, es decir de la necesidad de un proyecto encarnado y que no quede meramente en consignas, ya que esto último implicaría un movimiento social vacío, similar a una seria mascarada. Para esto se hace necesario acudir a una actitud crítica, reflexiva y creadora que nos haga tomar distancia en la circunstancia, de modo de ir más allá de la contingencia.
A.I: Una pregunta más en relación a este libro, en los dos últimos capítulos te acercas a un desarrollo de la filosofía del cuerpo, señalando como rasgo característico de una cierta imagen identitaria en América Latina a dos elementos: la tortura y la fiesta. Para aclarar mejor esta imagen identitaria recurres a la figura del “promesante” propia de las festividades religiosas populares. ¿Te sientes seducido por la cultura popular? ¿Qué evaluación haces de la relación de los filósofos chilenos con la cultura popular?
S.R: Seducido no, porque no voy desde mi hacia la cultura popular. Yo me considero parte de esta, por mi historia personal y la de mis padres y abuelos. Más bien soy un resultado, admirador de algo que siento como mío. En el desgaste de este término procesado por la racionalidad calculadora considero aún presente un saber popular, que se genera alejado de los dispositivos escolares y científicos, producto de la observación directa y expresión de los saberes fundidos con la tierra. Tengo que decir que tal vez mi opinión al respecto a alguno puede parecerle “folclórica” o artesanal, pero ya, es lo que me tocó vivir y desde este sitio trato de pensar. Sobre los filósofos chilenos, reconozco que no se mucho de los esfuerzos de este tipo que se pudiesen estar haciendo en torno al tema. Podría nombrar el proyecto del profesor Vuscovich, el primer empeño por generar un centro filosófico latinoamericanista y popular en la Universidad de Playa Ancha, también al profesor Jaime Montes de la Universidad de La Serena con su Centro Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos, pero la verdad es que no conozco mayores iniciativas con estas características. Creo que, sin embargo, debe haberlas. De todas maneras, me imagino que tareas como esta vienen, en general, a ser consideradas en un segundo puesto. La filosofía europea sigue dominando los currículos universitarios y en los viajes y estancias de búsqueda de grados sigue primando Europa, incluso sospecho que existen algunos prejuicios relativos a las filosofías alternativas a esta última. También, por ejemplo, en la enseñanza media, que es uno de los pocos lugares donde existe un mínimo de filosofía en una asignatura llamada “Filosofía y Psicología”, una filosofía a partir de nuestra situación y circunstancias es difícil de reconocer. Peor, más que todo, en ese reducido espacio, cuando nos cede lugar la psicología, suele estudiarse una especie de anecdotario filosófico tradicional, el que es desestimado por los alumnos dada su lejanía. También ocurre que es notorio en su programa una falta de dedicación a textos hispanoamericanos, más aún a los chilenos, lo que no es gran cosa porque se pueden tener autores y tratarlos lejanamente a los estudiantes, como si fuera un barniz por el que basta nombrarlos para iluminar a veces sin contexto y sin conexión de este con los jóvenes que son de donde debiera partir, desde un pensamiento crítico y situado, el interés por el sentido de sus vidas. Es como el veinte por ciento de la música chilena exigido en las radios, que en algunos casos se toca por la madrugada, cuando todos están durmiendo.
A.I: Tuve la suerte de escuchar una exposición tuya en un coloquio, claramente se puede observar, que tus reflexiones e intervenciones tienen una intencionalidad política, desde esta perspectiva ¿consideras que el movimiento estudiantil ha logrado colocar en escena nuevos planteamientos para nuestra democracia? ¿Hay una demanda al quehacer académico en esto? ¿Visualizas algunos cambios al interior de la universidad?
S.R: El movimiento estudiantil, como todos terminaron reconociendo, ha tenido el mérito de poner en la mesa la cuestión de la educación según la consigna de calidad y sin afanes de lucro, pero como todo movimiento con una orgánica abierta, ha tendido a disolverse y a perder fuerza. Por lo menos ha tenido dos enemigos: el propio ímpetu en la acción de sectores más radicalizados, los que asustan al ciudadano interesado en mantener sus pequeños lujos crediticios y estatus de “clase media” que ve amenazados y que son capitalizados por una política de derecha audaz y oportunista que incluso, a veces, pareciera que lee a Gramsci, quitándole las consignas históricas al movimiento social. También la desconexión de un conglomerado que se sentía victorioso a partir de una estética sin lograr establecer nexos fuertes con otros sectores de la población, con un discurso que ya venía desgastándose desde los setenta y que para los más jóvenes era nuevo, pero cuya clave la guardaban sectores políticos añejos del país. Y junto con esto ya estamos en el segundo punto: el miedo generalizado cultivado con años de represión y propaganda en que no faltan los colaboradores activos y pasivos, creando resistencia a una política sospechosa que junto con la democracia trae la presencia del “otro” pero no para convivir con él sino para temer de él. Junto a esto tenemos el desgaste de la política, la que se ha visto ensuciada por una gran y escandalosa corrupción, donde los cruces de los adversarios implicados son, lo menos para decir, increíbles. En la universidad claro que también rebota esta nueva circunstancia. En el 2011 todo el mundo se movilizaba, de una u otra manera, a partir de las simpatías o antipatías generadas por el movimiento social, de allí que algunos comienzan a incorporarse a las asambleas, por ejemplo. Lo que es más notorio a largo plazo es una inclusión del problema cívico democrático en el currículum de las diferentes carreras. Esta efervescencia pasará con los años en la medida en que el movimiento estudiantil deja de tener fuerzas y se desplaza a ser un tema de carácter administrativo, llevado por los rectores y por las autoridades, perdiendo todo el aire de renovación y épica primaveral que tenía. Podemos decir que el movimiento social estudiantil constituyó un brillante momento con sus héroes y heroínas, su desplante creativo y artístico, sus cantos y bailes, pero que ahora no constituyen novedad subsumidos por la rutina.
A.I: Ahora quisiera destacar que has tenido sobre tus hombros un Coloquio filosófico que este año cumplió 20 años, claramente tienes un compromiso con generar posibilidades de diálogo filosófico, no es fácil organizar este tipo de encuentros y más difícil aún mantenerlos en el tiempo. ¿Cómo haces para mantener el ánimo para seguir desarrollando esta actividad? ¿Qué experiencias gratas destacas de esta función de ser un agente activo en el desarrollo de la filosofía en nuestro país?
S.R: Bueno, para mi resulta muy natural organizar o coordinar la organización del Coloquio de Filosofía, Educación y Sociedad, siendo una experiencia que se ha ido aquilatando en veinte años de trabajo. Éste nace con la intención de mostrar a la comunidad una actividad más de la carrera de Pedagogía en Filosofía y Religión. Con una temática cercana a la cotidianidad contemporánea, intentamos incorporar a la reflexión y discusión a públicos de todos los tipos, principalmente estudiantil, con algunos invitados especiales y otros en general constituidos por los profes de la unidad en la que trabajo. Ahora último estamos incluyendo en las ponencias a estudiantes actuales de la carrera o titulados de ella. Me es muy grata la tradición propia del coloquio, el que efectivamente resulta con “lo que hay”, produciéndose una gran interacción participativa entre público y expositores. El coloquio tiene un carácter interdisciplinario y han estado con nosotros Humberto Giannini, Salazar y otros, discutiéndose temas como “Marginalidad y cotidianidad”, el problema de la subjetividad, “Circunstancia y pensamiento situado”, “Lo político y la Política”, etc.
A.I: A simple vista me parece que has tenido un circuito filosófico alejado del centralismo, es decir, sin tener que estar muy vinculado a la ciudad de Santiago. En un libro publicado este año que intenta ser una cartografía del quehacer filosófico en Chile, su autor José Santos nos dice, por distintas razones que podría considerarse que la filosofía en Chile se desarrolla fundamentalmente desde Santiago. ¿Cómo has vivido esta posibilidad de hacer filosofía alejado de la metrópoli? ¿Cuál es tu análisis en relación a las condiciones de desarrollar la profesión filosófica en la provincia? ¿Te parece que la provincia es un lugar fértil para el ejercicio filosófico?.
S.R: Partamos diciendo que la provincia, o cualquier lugar, es fértil para la filosofía siempre que el que la pretenda tenga para ella un fiel compromiso. Yo veo a la filosofía como el desarrollo de un pensamiento con niveles de especialización, así es en la práctica, pero esta para ser verdadera debe depender de un contexto que le da un pensar situado, lo que resuelve el problema de quién sabe más o quién sabe menos pero trae el de quién se compromete más profundamente con la revisión crítica de los aspectos a pensar y su contexto. Lo que no tendríamos de Santiago serían los espacios de discusión colectiva, una mayor cantidad de público y la falta de centros académicos, además del hecho de no estar pensando temáticas y autores que giran como “últimos”. En ese caso, nosotros nos vemos obligados a desarrollar estrategias de retroalimentación, lo que puede convertir el pensamiento situado en pensamiento sitiado, ese es un riesgo.
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