18 de agosto de 2014
Hace casi tres años postulé la tesis del derrumbe del modelo. Hoy esa tesis pasa por su peor momento. He pensado escribir un libro que se llame El derrumbe del derrumbe. A la editorial le encanta. Pero creo que antes de tomar semejante decisión, debo sistematizar el estado actual de la tesis esgrimida en 2011. Esta columna es parte de ese ejercicio.
El argumento básico del ‘derrumbe del modelo’ señalaba que el movimiento estudiantil había abierto un escenario de impugnación al modelo de sociedad y no sólo al modelo educativo, que el proceso había terminado en una alta ilegitimidad de la relación entre empresas y ciudadanía; que el modelo político, en su esfuerzo de sostener el modelo económico, se había vuelto parte de la zona de derrumbe (hasta se tuvo que cerrar la Concertación). La tesis fue impugnada por muchos académicos. Trato esas críticas en la edición aumentada del libro en cuestión (El derrumbe del modelo, edición especial 2013, LOM). En términos generales, la tesis se comportaba dentro de los parámetros normales para un proceso de ‘derrumbe’ (es decir, dependiendo de la profundidad y duración del proceso que cae, habrá más o menos reflujos y la duración del proceso será mayor o menor). Hoy es evidente que mi tesis, como dije, pasa por su peor momento. Yo mismo la miro con desconfianza cada vez que veo el libro en alguna vidriera. Es más o menos grave, al menos para mí, ya que dije que, si mi tesis estaba equivocada, me retiraba de la sociología. Tal vez se había depositado livianamente sobre mis hombros una total certeza. O quizás cometía ese viejo y griego pecado de la hybris (imprudencia). No lo sé. En cambio, sí sé que es momento de hacer evaluaciones, ya que el escenario de reflujo del espíritu revolucionario es hoy día cierto y el retorno a la vida del FUT, la Iglesia y la Democracia Cristiana son inyecciones de vitalidad para el modelo. Es evidente además el exitoso contragolpe de las grandes empresas chilenas (cosa de ver encuesta CEP). Y me parece interesante someter a examen la tesis en un momento tan difícil para su existencia, como sugería ese ídolo de los liberales que es Popper.
¿Cómo hacer un análisis de los aspectos fundamentales del proceso social que estamos viviendo, entendiéndolo como un proceso de transformación? Proponemos cuatro puntos: la distinción entre espasmo y estructura, el análisis del actor que fue factor precipitante (movimiento estudiantil en este caso), el análisis del actor que está a cargo del cambio (la Nueva Mayoría) y el análisis del proceso social que es el corazón del fenómeno. Una breve revisión de la literatura y del columnismo de opinión de estos años revela un enorme interés en los puntos 2 y 3 (movimiento estudiantil y Nueva Mayoría) y un descuido total de 1 (la cuestión estructural), con un descuido parcial de 4 (el proceso social en juego).
Vamos con lo primero: el análisis de estructuras. En todo análisis de la sociedad, el conjunto de acontecimientos debe separarse al menos en tres partes: eventos que expresan los rasgos estructurales de la sociedad, eventos estructurantes (eventos que producen estructuras y que, por tanto, modifican las existentes) y espasmos (eventos que dan cuenta de hitos carentes de conexión con la estructura, o estructuras pasadas ya irrelevantes, o potenciales estructuras futuras aún incapaces de generar cambios duraderos). Entre los primeros y los segundos, suele haber cierta conexión. Usando esta simple distinción es posible señalar que hasta 2011 los eventos de impugnación al modelo económico y político chileno fueron espasmos cuyos conflictos no modificaron la ruta del modelo. Desde 2011 aparecieron condiciones que hacían pensar en acontecimientos estructurantes. La tesis de Sebastián Piñera fue que el movimiento estudiantil era un espasmo. Y fracasó. Sin embargo, como se ha señalado, es necesario reconocer que hoy existe un reflujo y las visiones conservadoras del modelo ganan espacio. ¿Puede ser entonces que el movimiento estudiantil haya sido un espasmo largo y que durante todo este proceso la estructura seguía siendo el modelo? ¿O es posible que el espasmo sea ahora el retorno del modelo (a modo de canto del cisne) y que la estructura sea la modificación del modelo? Ambas tesis son sostenibles desde la historia de las transformaciones (es decir, han acontecido en otros casos). Lo importante es definir qué es el espasmo, qué es la estructura. Nos pronunciaremos al final, pues para eso sirve el punto 4.
En segundo lugar, cuando se evalúa un proceso social de esta naturaleza se suele vincular la potencia del fenómeno con el actor colectivo que le dio visibilidad. En este caso, hablamos del movimiento estudiantil. La tesis central de la derecha es que mientras el movimiento estudiantil esté débil, el modelo resistirá. La tesis central de la Nueva Mayoría es que un movimiento estudiantil relativamente domesticado permitirá gestionar el escenario político y social. Sin embargo, es posible que en una sociedad el grupo que opera de factor precipitante de una transformación deje de ser relevante en la escena y que ese fenómeno siga desplegándose. Por supuesto, siempre hay más eficacia cuando el grupo político que empuja el proceso tiene articulación y logra comandar el proceso (ahí es una revolución, no sólo una transformación). El movimiento estudiantil, habrá que decirlo con todo lo que implica, no es hoy un agente relevante en el proceso. Si sus grandes virtudes fueron su estatura política navegando más allá de la agenda educacional, su capacidad contrahegemónica en impugnar el modelo en el sentido común y su grado de articulación territorial y hasta global, dichas virtudes se encuentran hoy debilitadas. El movimiento estudiantil no fue capaz de cerrar su victoria de 2011 generando una institucionalidad social capaz de evitar la toma de control del proceso por parte de los partidos políticos. Por supuesto, el movimiento se transformó en un actor en la escena nacional, pero justamente eso revela que está dentro del orden. Por demás, no ha intentado gestionar adecuadamente la relación entre utopía y pragmática. Para decirlo en simple, si hoy el derrumbe del modelo dependiera de la acción del movimiento estudiantil, no se produciría por ineficacia del grupo a cargo. El escenario revolucionario queda descartado, pero no implica el fin de la opción transformadora.
Respecto a la Nueva Mayoría, lo que está aconteciendo es una consecuencia enteramente lógica del éxito de su táctica (por un lado) y de lo absurda que resultaba ser su estrategia (por el otro). Esto es lo más interesante, porque al parecer hoy la Nueva Mayoría se encuentra muy complicada en un escenario donde decae su legitimidad. Sin embargo, es bastante evidente que no había posibilidad de que aconteciera algo distinto a partir del diseño que hicieron. La Nueva Mayoría ejecutó las siguientes acciones: intentó vincular su proyecto de coalición con el del movimiento estudiantil, buscó hacer reformas al modelo y no cambios de modelo (lo dice el programa), intentó incorporar todas las contradicciones del proceso social chileno dentro de su conglomerado y apostó a realizar los cambios estructurales sin proyecto de sociedad. En todo esto tuvo éxito: consiguió a los dos líderes principales del movimiento dentro de la coalición y asumió todos los titulares del movimiento, pero desactivó la profundidad política del movimiento estudiantil transformándolo en un problema específico (la educación). Sumó al Partido Comunista y asumió que era mejor gestionar el conflicto obvio entre dicho partido y la Democracia Cristiana al interior de la coalición, aunque para evitar problemas se inventó que no era una coalición sino un Acuerdo Político Programático. De este modo, convirtió a Michelle Bachelet en un escenario donde las fuerzas se disputan la hegemonía, consolidando una situación de conflicto permanente al interior. Finalmente, señaló que cambiaría desde las pensiones hasta la Constitución Política, pero no dijo jamás cuál era el valor esencial del nuevo orden, cuál era el proyecto de sociedad.
Esto fue porque evitar dicho pronunciamiento le daba libertades y comodidades en la gestión política. Pues bien, la Nueva Mayoría, en pocos meses, fue completamente exitosa en todo esto. El único problema es que era una mala idea y el escenario que su plan suponía le resulta inconveniente: en este escenario la derecha crece porque siempre lo hace cuando se desconecta lo social de lo político; además, la combustión de la legitimidad del movimiento estudiantil deja a la sociedad sin piso y sin certezas valorativas (ya que los partidos no son legítimos y ya la Presidenta parece haber retornado a ser de este mundo), por lo que la coalición se enfrenta a un escenario de incertidumbre social. Finalmente, la idea de hacer reformas como si se estuviera ante una lista de supermercado y sin proyecto de sociedad, aun cuando hace más fácil construir un programa de gobierno, resulta mucho más difícil de aplicar. Para decirlo en simple, si hoy el derrumbe del modelo dependiera de la Nueva Mayoría, no se produciría, básicamente por falta de ganas.
En cuarto lugar, debemos tratar de entender el proceso social que subyace a la aparición del malestar. Por el esfuerzo de abreviar, tendré que hacer una caricatura de lo que hemos investigado con mi equipo y lo que he escrito hasta la fecha. El movimiento estudiantil interpreta el problema de la desigualdad y el malestar que ella produce, pero lo hace en el marco de un territorio que planteó Piñera cuando sentenció que “la educación es un bien de consumo”. En ese momento no sólo aconteció que los chilenos descubrieron que en Chile no había derecho a la educación (lo que capitalizó el movimiento), sino que además aconteció que los chilenos entendieron que la zona de consumo era lugar de un crimen, el lucro, que acontecía además en educación y desde donde se había hecho visible (y el caso La Polar fue el aporte decisivo para sostener esta visión por la población en general). Este último punto no sólo no lo capitalizó el movimiento estudiantil, sino que nunca lo comprendió. En este marco, la resonancia del movimiento estudiantil no fue el derecho a la educación, sino la insoportable presencia de la deuda en los sectores medios. Fue ese factor, sumado a la comprensión de la deuda como estafa, lo que llevó al éxito al movimiento estudiantil. Por eso, cuando el movimiento estudiantil se dedicó sólo a educación, bajó su eficacia (desde fines de 2011). Y es que el asunto era el mercado educacional como escenario de una deuda que interpretaba a todo el modelo. Esto significa que no solamente la Reforma Tributara es guagua de la Asociación de Bancos, sino todo el proceso desde 2011 en adelante, puesto que es el sistema financiero el corazón de la crisis. Pues bien, si es cierta la hipótesis respecto a que el aspecto central del malestar es la deuda como articulación de esta sociedad, ¿qué medidas se están tomando al respecto? Ninguna. Este problema resulta invisible para la elite política actual y es, a mi juicio, la clave del futuro inmediato.
Resumiendo, el escenario de impugnación que se abrió en 2011 es estructural porque expresa contradicciones fundamentales de la dimensión económica de la sociedad: el mecanismo de integración es el consumo y los salarios son bajos, por lo que la deuda es el corazón del modelo económico en su aparición cotidiana. Los chilenos ven hoy la deuda no como un crédito (el acto de confianza de un poderoso), sino como un requerimiento de la vida cotidiana donde se acepta una estafa (los estudios cualitativos son muy claros en esto). Por tanto, la escena de la deuda está deslegitimada.
En el marco de esta comprensión parcial, la Nueva Mayoría ha comenzado a hacer sus reformas en la zona de las heridas sangrantes, pero no necesariamente en la zona de la enfermedad. De hecho, no ha actuado en la zona de la enfermedad.
Es cierto que, llegado el momento de cambiar, los chilenos retornamos al miedo y al tradicionalismo que nos caracteriza. Después de todo, a Chile le ha costado dejar de ser un regimiento. En este escenario, apenas las reformas tocan la vida cotidiana, aparecen los problemas. Pero por el mismo conservadurismo por el que choca la reforma educacional con la vida cotidiana, cuando la desaceleración toque la puerta de las casas y haya que elegir entre cambiar mi vida (y pagarle al banco) o no cambiar mi vida (y no pagarle al banco), la respuesta será clara. El peso ritual de Dicom y su otrora sentido religioso en tanto excomunión social, se ha desvanecido. No pagar deudas tiene hoy sólo un inconveniente: no se puede pedir un nuevo crédito. En un escenario como el que viene, de desaceleración, no se podrá pedir créditos al ritmo actual, por lo que para muchos no habrá razón alguna para pagar las cuotas de sus deudas ya contraídas. Y el efecto de ilegitimidad se parece al Transantiago. En éste se trata de evasión, con las deudas es la morosidad.
Si la legitimidad del modelo parecía problemática en 2011, pero el funcionamiento de él parecía adecuado, hoy estamos en una condición distinta: la legitimidad se recupera (aunque levemente), pero el escenario económico es estructuralmente muy negativo. Pueden culpar del frenazo económico a Bachelet, a Arenas, a los estudiantes, al Partido Comunista o al Papa Francisco, pero la cosa es simple: la mixtura entre crisis estructural y deslegitimación del sistema financiero redundará en un aumento de la morosidad y en total desinterés por solucionar dicho problema por parte de los ciudadanos. Y cuando la crisis llega a la caja, el problema ha dejado de ser espiritual y teórico.
El modelo chileno está en problemas de operación (las “acciones del país” van a la baja) y en problemas de legitimidad (las acciones del modelo están volátiles, cuando menos). La forma del derrumbe puede modificarse, pero no el hecho en sí. La Nueva Mayoría apostó por el gatopardismo y en ese juego terminó por elegir una decadencia lenta y penosa para el modelo. La misma elección tomó Jorge Alessandri con la pequeñísima Reforma Agraria, irónicamente llamada del ‘macetero’. Ya sabemos que después hubo que profundizarla dos veces.
Al final de este viaje la Asociación de Bancos estará molesta, cuando no desesperada. En su relación con la sociedad, el modelo está basado en el endeudamiento, asumiendo que se paga. Por eso, si yo tuviese que elegir indicadores para el derrumbe del modelo chileno, creo que la rabia o el horror de los banqueros privados sería un indicador muy bueno. Y como creo que acontecerán esa rabia y ese horror, todavía hoy creo en el derrumbe. Aunque, claro, hace frío y me siento solo.
– El autor, Alberto Mayol, es sociólogo y académico Universidad de Santiago
*Fuente: El Mostrador
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