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La brecha, el Galeano y la digna rabia

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Desde la insurrección campesina-indígena del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y su principal ideólogo, socio y patrocinador, el Departamento de Defensa de Estados Unidos, han venido modificando y adaptando sus concepciones sobre el enemigo interno y las modalidades de la guerra. De las políticas de contrainsurgencia contenidas en el Plan de Campaña Chiapas 94 de la Sedena, 20 años después asistimos a nuevas variables de la guerra irregular o asimétrica.

Con especificidades y adaptaciones regionales (Valle de Juárez, Tamaulipas, Michoacán, Chiapas), la guerra no convencional en el México actual se libra en el marco de una estrategia de ocupación de espectro completo ( full spectrum), que abarca una política territorial-espacial combinada, donde lo militar, lo económico, lo mediático y lo cultural tienen objetivos comunes. En ese contexto, y dadas sus características particulares, Chiapas ocupa un lugar central en el mapa del Pentágono. La geografía chiapaneca forma parte de la brecha ( the gap) en que se ubican las zonas de peligro sobre las que el hegemón del sistema capitalista mundial debe tener una política agresiva de prevención, disuasión, control e imposición de normas de funcionamiento afines a los intereses corporativos con casa matriz en Estados Unidos, pero también de persecución, desarticulación y eliminación de disidentes o insurrectos, considerados enemigos.

El capitalismo no se puede entender y explicar sin el concepto de guerra. La guerra es la forma esencial de reproducción del actual sistema de dominación; la guerra es consustancial a la actual fase de reconquista neocolonial de territorios y espacios sociales. Pero es también un negocio; una forma para imponer la producción de nuevas mercancías y abrir mercados con la finalidad de obtener ganancias. La brecha chiapaneca está ubicada en un área intensiva en biodiversidad (incluida la Reserva de Biosfera de Montes Azules), donde también existen grandes recursos acuíferos, petróleo y minerales de uso estratégico, todo lo que da un sentido práctico rentable a su apropiación territorial y espacial.

Además, Chiapas, y en particular el área donde están asentadas las autonomías zapatistas, es una zona creativa y de resistencia civil pacífica al proyecto neoliberal. Es decir, al imperialismo del despojo. Un área donde se están procesando nuevas formas de emancipación, de construcción de libertad en colectivo por diversos sujetos sociales y movimientos antisistémicos que enarbolan un pensamiento crítico, ético, anticapitalista, contrahegemónico. Fuerzas que actúan al margen de las reglas impuestas por el sistema plutocrático mexicano −y de los usos y costumbres de sus administradores de turno y la clase política parlamentaria, signados por la corrupción y la impunidad− y le dan batalla en el campo cultural, donde radican la memoria histórica, las cosmovisiones y utopías. Se trata de un nuevo sujeto histórico que ya no cree en parches ni reformas dentro del sistema, y ajeno a las viejas y nuevas formas de asimilación y cooptación, ensaya otra manera de hacer política y construir un poder alternativo desde abajo. Un verdadero poder popular, autogestivo, plural, de verdadera democracia participativa con sus juntas de buen gobierno, sus municipios autónomos y sus autoridades comunitarias.

Por todo eso, el EZLN, sus bases de apoyo y aliados coyunturales significan un peligro real; un desafío estratégico para Washington y las corporaciones de los sectores militar, petrolero, minero, biotecnológico, agroalimentario, farmacéutico, hotelero, refresquero y del falso ecoturismo. De allí que la guerra asimétrica sea el eje articulador de una estrategia de despeje y control territorial que busca desplazar a la población para facilitar la apropiación y mercantilización de la tierra y los recursos naturales por el gran capital. Quienes se encuentran en los espacios y territorios donde existen agua, bosques, conocimientos ancestrales, códigos genéticos y otras mercancías, son, quiéranlo o no, enemigos del capital. Por eso asistimos a una ofensiva conservadora, que bajo la forma de una guerra integral encubierta, irregular, prolongada y de desgaste busca disciplinar, doblegar y/o eliminar la resistencia del campesinado indígena rebelde, para llevar a cabo una restructuración del territorio de acuerdo con los intereses y requerimientos monopólicos clasistas.

Se trata de una guerra privatizadora, de despeje territorial y despojo social, que echa mano de la militarización y la paramilitarización para tratar de pudrir un prolongado conflicto armado no resuelto, que incluye la contención de los movimientos sociales y la criminalización de la protesta con más medidas de excepción. Verbigracia, el código para el uso legítimo de la fuerza ( ley bala) aprobado por el Congreso chiapaneco, con el objetivo de facilitar la libre acumulación trasnacional.

En diciembre de 2007, ante la ofensiva que preparaba Felipe Calderón, el subcomandante Marcos advirtió sobre la reactivación de las agresiones militares y paramilitares en la zona de influencia zapatista. Dijo: Quienes hemos hecho la guerra sabemos reconocer los caminos por los que se prepara y acerca. Las señales de guerra en el horizonte son claras. La guerra, como el miedo, también tiene olor. Y ahora se empieza ya a respirar su fétido olor en nuestras tierras. No se equivocaba. El más reciente episodio fue el alevoso asesinato del votán-maestro José Luis Solís (compañero Galeano), a manos del grupo paramilitar Los Luises, el 2 de mayo. La provocación-trampa en La Realidad, lugar emblemático de la resistencia pacífica zapatista, se dio bajo la pantalla de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos Histórica (Cioac-H), que actuó como instrumento de la contrainsurgencia. El paramilitarismo responde a una lógica de Estado, en el marco de la guerra asimétrica de la Sedena.

*Fuente: La Jornada

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