Teresa Forcades: «No podemos seguir con esta farsa de democracia»
por Martín Cúneo (España)
11 años atrás 7 min lectura

Martes, 20 de Mayo de 2014 13:04
En 2009, esta doctora en Salud Pública por la Universidad de Barcelona, teóloga feminista y monja benedictina, salió del anonimato con un vídeo en el que denunciaba los intereses de la industria farmacéutica en torno a la vacuna de la Gripe A.
Poco después, defendió en televisión la necesidad de una huelga general indefinida que llevase a la dimisión del Gobierno. En 2013, junto al presidente de Justicia i Pau, Arcadi Oliveres, se convirtió en una de las impulsoras del Procés Constituent, un movimiento que cuenta hoy con más de cien asambleas y 40.000 adherentes. Un proceso que pretende aprovechar la “ilusión” generada por el movimiento independentista para “hacer la revolución y, luego, volver a hacerla”.
Se habla de la crisis del régimen del 78… ¿Esto está sucediendo o es más bien un anhelo?
Está claro que está pasando. Existe una amenaza directa a la integridad del Estado territorial y, por tanto, se está cuestionando directamente esa Transición, donde se daba por sentado esa unidad. Nosotros, desde el Procés Constituent, abordamos la tarea de deconstruir esta ilusión para decir: “Un momento, con el nacionalismo no se resuelven todos los problemas”.
Lo más importante es que pensemos en esa sociedad del día después como una sociedad con problemas, con conflictos, siempre con esa necesidad de tutelar al poder constituido
¿Se están cuestionando otros aspectos además del territorial?
Eso es lo que intentamos desde el Procés Constituent. Lo que ha hecho esta ilusión es movilizar a mucha gente en Catalunya, que ahora está en la calle. Allí la gente se ha convencido de que el poder desde abajo existe. Y esto es fundamental, es precioso, es un tesoro que debemos aprovechar para, como decimos, cambiarlo todo, para cuestionar este modelo social. Ese entroncamiento entre el modelo social y el modelo territorial es la razón de ser del Procés Constituent.
¿Se está consiguiendo?
Yo diría que el clima social en Catalunya tiende hacia esa dirección. La Asamblea Nacional de Catalunya (ANC) empezó con un discurso que dejaba el modelo social en un segundo plano. Ahora ya lo ha cambiado. La ANC ha empezado este año una campaña alrededor de cuál es el país que queremos, que incluye debates sobre el modelo económico, el modelo de funcionamiento democrático, el modelo también de integración de la inmigración. Se ha visto un escoramiento que se acerca a este planteamiento, y esto es por la presión social, una parte de ella impulsada desde el Procés Constituent.
Tienes una visión optimista…
La gente debe movilizarse, porque lo más probable es que el futuro no sea bueno. Con la independencia de un país solo, como Catalunya, tampoco va a haber una revolución. Pero vale la pena trabajar para que, en caso de que se consolide esta oportunidad histórica, estemos preparados para aprovecharla.
¿Hay una pérdida de legitimidad de las instituciones?
Los mecanismos de poder están actuando de forma contraria a los principios democráticos. No podemos seguir con la farsa de una democracia que no tiene mecanismos para serlo realmente. Votar es uno de esos mecanismos, pero además debería existir la posibilidad de revocar, por ejemplo, a un gobernante que no cumple con su programa. Y el modelo de Europa adolece de los mismos problemas de falsa democracia. El Tratado de Lisboa, el mismo texto al que el pueblo francés y el holandés dijeron que no, se terminó aprobando vía parlamentaria, simplemente cambiándole el nombre. Luego tenemos todo un Parlamento Europeo que resulta que no es soberano. Es el único órgano elegido, pero depende de una Comisión Europea, que no es elegida por el pueblo. El déficit democrático es obvio. La voluntad popular se tiene que articular en instituciones que aún no existen. Si no las creamos, aunque cambiemos a los que gobiernan, todo va a seguir igual.
¿Por qué “una república catalana del 99%”? ¿Por qué es tan importante la identificación nacional?
Hay que distinguir entre un nacionalismo que se basa en una identidad de exclusión y un nacionalismo basado en el respeto de la diversidad… Así como la biodiversidad da riqueza y asegura una vida mucho más plural, con la diversidad cultural pasa lo mismo. Ésta es una de las bases de mi participación en este movimiento por la independencia de Catalunya. Y la otra, un proyecto de ruptura: cuanto más cerca estén los gobernantes del pueblo, cuanto más pequeña sea esa unidad, más se puede ejercer esa voluntad popular.
¿Por qué, de repente, CiU y Artur Mas se convierten en adalides de la causa independentista?
En momentos en que la precariedad y la injusticia social aumentan, aparece muchas veces el tema nacionalista como una invitación para concentrar ahí esa insatisfacción. Ha sido una constante histórica. En ese sentido, Artur Mas representaría para mí el refuerzo de este modelo [del régimen del 78]. De hecho, yo veo más las similitudes entre Mas y Rajoy que las divergencias. Si miramos en lo esencial, están completamente de acuerdo. El resto es para el periódico de cada día, para que la gente se entretenga. La estrategia es clara: desviar el debate social hacia el debate territorial, convencer de que la cuestión social se puede dejar para después.
¿Crees que se le puede ir de las manos esta jugada a CiU?
Claro, eso intentamos. Aunque nunca han llegado a controlar este proceso. Han movido fichas para intentarlo, pero el movimiento social no se ha dejado controlar.
¿Es posible el proceso constituyente sin independencia?
Si no te dejan ni hacer un estatuto… Puedes utilizar el nombre, pero no es correcto: una Constitución sólo la hace una entidad soberana.
¿Y qué pasaría con una reforma federalista de la Constitución?
Lo primero es reclamar soberanía plena y, luego, pactar: la idea es integrarse no sólo con los pueblos ibéricos, sino con toda esa Europa de los pueblos. Esa integración debería hacerse desde la soberanía y la libertad, es decir, tú te integras porque quieres, no porque hay una historia relacionada con violencia y militarismo que no te deja opción. Ahora mismo tenemos una unidad en España que no entiende esto y no lo ha entendido nunca. Y cuanto más hagan en ese sentido más se va a extender la rebelión.
¿Cómo debería ser ese día después de que caiga el Gobierno?
Siempre digo la misma frase: “Haremos la revolución y, después, la volveremos a hacer”. Lo peor es que caigamos en la trampa de pensar en una sociedad ideal, no se trata de decir “no va a haber capitalismo, los bancos van a ser nacionalizados”. Todo esto me gusta y está bien, pero ese abuso de poder, hoy en día constituido en unas instituciones determinadas, va a seguir existiendo. Lo más importante es que pensemos en esa sociedad del día después como una sociedad con problemas, con conflictos, siempre con esa necesidad de tutelar al poder constituido. Eso quiere decir aquello de que “haremos la revolución y la tendremos que volver a hacer”. No se trata de hacer un esfuerzo y conseguir algo para que luego podamos descansar. Se trata de hacer un cambio de mentalidad para entender que si queremos una democracia que merezca ese nombre debemos ser políticamente activos no solamente ahora sino siempre. Esto no quiere decir que estés todo el día de reuniones y que no tengas vida privada, pero tienes que pensar en esa sociedad no como algo ideal, sino como una sociedad donde habrá corruptos, donde habrá intentos de abusos de poder, una sociedad real para personas reales, pero donde –y esto es lo más importante de esta nueva sociedad– esa activación de la subjetividad política del sujeto de la calle se mantenga.
*Fuente: Diagonal Periódico
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