La señora abstención envía a la lona a las dos aviadoras
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
11 años atrás 5 min lectura
La segunda vuelta presidencial era completamente predecible y las tres profecías básicas se dieron con creces: 1) la alta abstención que, en las elecciones del 15 de diciembre, llegó al 58%, es decir, casi ocho millones de chilenos habilitados para votar no concurrieron a las urnas; 2) el desastre de la derecha, que ya se había manifestado en la primera vuelta con el 24% a favor de la candidata, y que llegó, en la segunda vuelta, a 37,8%; 3) el triunfo cómodo de Michelle Bachelet, que su subió de 47% al 62,1, en la segunda vuelta. (Cada uno de estos temas merece una columna en particular).
Es muy fácil culpar al voto voluntario de los altos índices de abstención, vigente en las tres últimas elecciones nacionales – que es como descubrir que el agua moja – excusa que sirve para que la casta política no responda de las verdaderas causas de la negativa de los ciudadanos a participar en las elecciones, que los siúticos llaman “la fiesta cívica por excelencia”.
El objetivo, tanto en el gobierno de los 20 años de la Concertación, como los cuatro de la Alianza, ha consistido en construir una fosa tan profunda entre las castas en el poder y los ciudadanos, que nos no puede extrañar que la democracia llamada “electoral” no sea más que un rito, útil sólo para confirmar que el poder vitalicio de los líderes de ambas castas puedan aferrarse al poder con una apariencia de legalidad.
Durante 24 años se ha mantenido un sistema electoral espurio que, ninguno de los Presidentes de la república, ni parlamentarios de casta han querido cambiar ni una coma. Chile tiene uno de los sistemas electorales más inmovilistas del mundo y para que nuestro anquilosado y veterano parlamento se atreva a hacer algún cambio sería necesario, nada menos, que una movilización social permanente, a fin de que lo remezca y podamos salir “del peso de la noche”, que no es más que la fiesta colonial de una transición remolona que tiende a eternizarse.
Tenemos una Constitución ilegítima en su origen, en su contenido, en su intencionalidad y en su ejercicio. La Concertación, en su traición, hizo comer a la ciudadanía el caramelo de aceptarla a la espera de su reforma, cuando muchos de los ciudadanos sabíamos que era pétrea y, por tanto, casi imposible de cambiar. El Presidente Ricardo Lagos, para rematar el engaño, llegó a sostener la estulticia de que “en su reino”, por arte de magia, esta Constitución había devenido en una de las más democráticas del área.
Durante el reinado de las castas políticas, Chile ha llegado a ser uno de los países más desiguales del mundo – considérese que después de recaudar los impuestos, el índice GINI se mantiene incólume, cuando los países desarrollados bajan substancialmente -. Este país está a la cabeza de los abusos y de la injusticia, pues los ricos pueden robar, coludirse y engañar, sin arriesgar la pena de cárcel y, menos pagar impuestos, mientras los pobres están condenados a ser tratados como jaurías en los hospitales y en las cárceles.
Se sabe que en la democracia electoral sólo el ciudadano debe elegir entre dos oligarquías que se turnan en el poder. Es esto lo que ha ocurrido en 24 añosa del duopolio y que, de seguro, seguirá ocurriendo en el nuevo mandato que se avecina.
Es difícil explicar por qué se le puede exigir a una persona que concurra a votar cuando, en verdad, rechaza a ambas candidatas de las castas en el poder. Hay una especie de desesperanza aprendida que lleva al ciudadano a pensar que cualquiera de las dos gane, no cumplirá ni mínimo del programa ofrecido. La gente es más inteligente de lo que creen los políticos poderosos, y saben muy bien que los sistemas electorales están construidos para falsificar la expresión de la soberanía popular.
Producto del alejamiento de la casta político con respecto a la sociedad civil, tenemos una alta dosis de analfabetismo político y cívico – en poso se diferencia del funcional -. Un ministro, mercader de la educación, Joaquín Lavín pretendió eliminar la cátedra de ciencias sociales y educación cívica, con el pretexto de potenciar el castellano y las matemáticas. ¡Qué ignorancia, cuando todos los temas del saber están relacionados! Hoy, los fariseos de la casta piden educación cívica, aterrados por la abstención en las últimas elecciones.
A veces estamos obligados a escuchar comparaciones ridículas: es cierto que Colombia tiene un parecido nivel de abstención que Chile, pero es imposible de comparar ambos sistemas políticos – no mucho tiempo Colombia era declarado Estado inviable, por la guerrilla, el paramilitarismo y el narcotráfico -, pero si nos comparáramos con Francia de ambos países, veríamos que, en Francia, la abstención llegó al 30%, en Estados Unidos llega al 40% y en Chile, al 58%.
Negar la crisis de representación es una torpeza, cuando salta a los ojos que la mayoría ciudadano rechaza el actual sistema político, donde hay que buscar la verdadera raíz de un problema que tiende a profundizarse y a agudizarse. Hoy platea, ingenuamente, que la solución sería reinstalar el voto obligatorio y, para aquellos que no quieran sufragar, borrarlos de los registros electorales, lo cual sería una reacción infantil ante un problema de envergadura mucho mayor, cuya esencia está la debilidad y poca representatividad de nuestras instituciones democráticas.
16/12/2013
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Según Idea Internacional, «en países con voto obligatorio y sanción por no sufragar la participación alcanza un promedio de 86%; los países con voto obligatorio y sin sanción promedian un 74% de participación; y las naciones con voto voluntario disminuye al 68%.»
En otros términos, Chile está 27 puntos por debajo de la media en cuanto a participación ciudadana, con sólo un 41% según se demostró el domingo 15 de diciembre. Esto claramente indica que el problema que se puso en evidencia en el balotaje de este año no es sólo cuestión del voto voluntario sino que también, y de manera muy principal, de la oferta electoral.