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El divorcio entre la calle y la casta

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La lucha política puede desarrollarse en lugares distintos: el primero y el más clásico es la calle, donde se expresan y deciden los ciudadanos y, el segundo, son los cenáculos, que están constituidos por los círculos políticos y de casta. En el caso de la primera expresión de los movimientos populares tiene, como salida política, la democracia directa; en la segunda, la representativa y la electoral. Con razón, en teoría política, los sistemas electorales consisten en falsear la verdadera proporcionalidad en la manifestación  de la voluntad popular.  A lo largo de la historia siempre se opondrán – en la idea de la representación – J.J. Rousseau y Edmund Burke, fundamentalmente; en el primero, los diputados obedecen el mandato de los electores y pueden ser revocados cuando los ciudadanos quieran y, en el segundo, los parlamentarios toman sus propias decisiones, durante un período determinado, y son propietarios de sus cargos. En la actualidad, en todo el mundo, el ginebrino derrotó al irlandés, pues la calle se divorció de los cenáculos y clubes.

Lo que está ocurriendo en Chile, con manifestaciones que convocan más 100.000 personas, es sólo parte de un gran mural cósmico que se pinta, en múltiples y diversos colores, en África del norte, España, Grecia, Italia, Portugal y, recientemente, en Brasil, que no es más que la expresión de la ruptura y divorcio entre la calle – los ciudadanos movilizados – y los formales cenáculos institucionales, de los cuales se ha apropiado la casta neoliberal y bancaria. Esta lucha, que enfrenta distintos regímenes políticos, desde el fundamentalismo musulmán y las autocracias islámicas, hasta la democracia parlamentaria y la presidencialista, tiene distintos escenarios públicos: las plazas – en España, en Turquía y en Turquía – y   las barricadas – al estilo de 1848 europeo, en Brasil y en Chile. En el caso de la democracia de cenáculos, son los clubes políticos – cada vez más carentes de militantes, los sindicatos empresariales y los bancos, los que tienden a dirigir el mundo y las conciencias. Ambos lugares se encuentras en las antípodas geográficas y políticas.

Por cierto, el ideal de expresión de los movimientos populares dice relación con la resistencia no violenta que, antaño, dirigida por Mahatma Gandhi, Martin Luter King, Nelson Mandela y por muchos luchadores, que lograron la independencia, por ejemplo, la India, y combatir  el racismo, en Estados Unidos y Sudáfrica, respectivamente. Aun cuando los movimientos sociales tienen heredaron muchos de los elementos de la no violencia activa, en no pocos casos se han infiltrado sectores violentistas, que tienden a desvirtuar el verdadero sentido de las demandas populares, todas ubicadas en la búsqueda de una democracia de protagonismo popular. Por desgracia, los encapuchados – no pocos de ellos infiltrados por la ultraderecha y algunos tarados de cabeza caliente – restan potencia y significación a anhelos tan importantes y sentidos por la mayoría de los ciudadanos, como una Asamblea Constituyente, que permita refundar la república, una educación republicana pública, gratuita y de calidad y una salud donde todos los usuarios sean tratados con dignidad, oportunidad y eficiencia, el derecho a una casa cómoda y acogedora.

De los cenáculos y clubes políticos nada se puede esperar, pues el alfa y omega de su existencia radica en la reproducción perpetua de las castas y su mantención en el poder. El camino de las reformas gatopardistas está, definitivamente cerrado, pues la radicalidad del quiebre entre la calle y las castas es total y definitivo, lo cual no significa que es irreversible, pues siempre los fascismos de todos los colores van a buscar las formas  de aplastar al pueblo y de imponer la contrarrevolución, que sería tan brutal como el franquismo, el pinochetismo, el uribismo, u otras formas nuevas formas de expresión del fascismo derechista.

Cuando un quiebre entre lo viejo y lo nuevo, entre la calle y el cenáculo, entre el progresismo y el conservantismo se expresa, en toda su crudeza, en un período histórico determinado, hay que estar más atento que nunca a la desesperación de los poderosos, que no pueden soportar el miedo a perder que detentan. Algo de esto sucede con el actual gobierno de Piñera y su ministro Chadwick, que ya no demuestra ningún interés en dialogar, sino en emplear la fuerza bruta, frente a un movimiento social que lo superó ampliamente. Está claro, para la derecha que el conflicto no se refiere al cambio educacional, sino que es de orden público, por consiguiente, la ministra de Educación no tiene nada qué hacer – puede seguir en Italia, disfrutando de sus soñadas vacaciones -.

Cuando la dialéctica de la razón la reemplaza la dialéctica de los puños, estamos en pleno fascismo. Mucho me temo que una derecha acorralada, consciente de su fracaso a nivel nacional y mundial adopte, en los estertores de la muerte de lo viejo y obsoleto, el camino de la represión.

27/06/2013

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