A medida que se inicia ya la campaña presidencial 2013 en Chile, comienzan a emerger aquí y allá los rasgos de una “campaña sucia”, prodiga en acusaciones, ofensas y dichos mal intencionados. Lejos de enfrentar una campaña de ideas y argumentos, muchos miembros de clase política comienzan a bajar el nivel de la contienda. Lo que ayer fue un exabrupto, se convierte hoy en una práctica cotidiana. Mal síntoma en nuestra democracia tan precaria.
En el debate político es preciso cuidar el lenguaje y mantener el decoro, pues es en las palabras donde se juega la dignidad de una democracia. La degradación de una democracia comienza, ineluctablemente, como una degradación del lenguaje. En efecto, la articulación de ideas es reemplazada por la diatriba y la necesaria proposición de ideas fundamentadas se transforma en eslogan o caricatura. Diríase que al descender el lenguaje se diluyen las ideas y damos el primer paso en una escalada de agresiones.
Un clima turbio, presidido por dimes y diretes, es un obstáculo mayor a la que debiera ser la virtud de lo político y razón de ser de un país que se dice democrático, la expresión libre de ideas y la negociación en la diferencia. Alejarse de este recto modo de convivencia política y social es, casi sin darnos cuenta, abrir la puerta a la violencia en sus múltiples expresiones, cuyo final ya hemos conocido de sobra.
Una “campaña sucia” es el peor escenario para la democracia que todos dicen anhelar. La responsabilidad política de las elites en el cuidado de un cierto clima político razonable es indispensable, pues, tarde o temprano, lo que comenzó como una disputa en el parlamento o el ejecutivo se va a poner en escena en las calles de todas nuestras ciudades. El motor intelectual de una democracia consiste en “discrepar”, es en la diferencia donde se encuentra la riqueza de ideas que constituyen la complejidad y diversidad de una sociedad, una “campaña sucia”, por el contrario se alimenta del amedrentamiento verbal.
No es bueno para nuestra feble democracia que nuestros actores políticos degraden su actividad por las pasiones del momento. No es bueno que ministros de estado lancen acusaciones a tal o cual candidato. No es bueno que los parlamentarios se insulten entre sí, protagonizando escenas que no enaltecen en nada su alta investidura. No es bueno que se hagan caricaturas de las propuestas políticas de uno u otro sector. No es bueno renunciar al diálogo y la negociación para descender un paso hacia la estupidez y la violencia.
– Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS
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