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Francisco; los Lobos al Acecho

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02 00:25:50 de abril de 2013

 

 

“Este Papa debe tener mucho cuidado. Ha levantado demasiado polvo y quién sabe, sólo basta una monjita que le ponga una gotita en el café por la mañana y nos deshacemos del problema…”.

 

 

 

La cínica frase cortó el ambiente como una afilada cuchilla. La pronunció hace unos días en Roma un sacerdote con un puesto de nivel en el vicariato de la capital italiana. De esos presbíteros que aman escalar en la carrera eclesiástica. Y es el ejemplo más tangible de lo que espera al Papa Francisco después de la “luna de miel” en el inicio de su pontificado.

La conversación casual entre dos curas vecinos terminó con otra frase lapidaria, proferida por el interlocutor de aquel irreverente hombre de Dios; “Entonces ustedes creen que el segundo apellido del Papa Bergoglio es Luciani”. La referencia a Juan Pablo I parecía obligada. Y no porque crea (ni yo ni el sacerdote de la respuesta) en las leyendas urbanas y en “El Padrino III”.

Pero es evidente que Francisco ha puesto “patas arriba” a la Curia Romana, traspasada por problemas muy graves durante casi todo el pontificado de Benedicto XVI. Problemas que siguen estando ahí, ahora cubiertos por el entusiasmo y la emoción que provoca el primer vicario de Cristo “venido del fin del mundo”.

El malestar consecuencia de una deficiente gestión de gobierno, muy marcada en los ocho años de Joseph Ratzinger y producto de múltiples factores, no ha sido erradicado. En parte porque continúan administrando la Santa Sede los mismos de ayer. Al menos temporalmente, ya que han sido confirmados en sus puestos en tanto el nuevo pontífice reflexiona sobre los cambios que deberá realizar.

Bergoglio sabe bien que se esperan de él señales concretas y pronto. Lo pidieron numerosos cardenales durante las reuniones del “pre Cónclave”. Muchos de ellos, en sus discursos libres de las Congregaciones generales antes de las votaciones en la Capilla Sixtina, lamentaron el creciente poder acaparado por la Curia Romana en los últimos años. “El gobierno de la Iglesia corresponde al Papa y a los obispos”, reclamaron recordando que la Curia debería ser sólo un instrumento al servicio del santo padre y nada más. Y constataron que, en la práctica, no fue así en el pasado próximo.

El último tiempo del papado de Juan Pablo II consolidó el poder de ciertos personajes clave ahora conocidos como la “vieja guardia”. Una capacidad de maniobra en las estructuras vaticanas que Benedicto XVI no pudo desactivar y con la cual, más bien, pareció colisionar una y otra vez. El decano del Colegio Cardenalicio, Angelo Sodano, es el exponente más acabado de esta herencia wojtyliana. Pero existen otros. Una minoría desgastada que apostó a controlar los equilibrios dentro del Cónclave pero fracasó estrepitosamente. La elección de Bergoglio es la prueba más tangible.

Como se puede comprobar fácilmente, el estilo del arzobispo de Buenos Aires se encuentra en las antípodas de muchos “italianísimos príncipes de la Iglesia”. No se trata de una cuestión de nacionalidad, sino de actitud pastoral. Mientras el primero viaja en autobús y prefiere su cruz de hierro, los otros gustan del oro, las piedras preciosas y del protocolo que permite mirar de arriba hacia abajo. Nada de pastores con “olor a oveja”.

Por eso, para ellos, Francisco es ya una losa demasiado pesada. Su misma presencia es incómoda, porque resulta creíble. Es un hombre que habla, pero también actúa. No es un populista en los gestos, ni un demagogo en las palabras. Es congruente desde la simpleza y eso puede convertirse en piedra de escándalo, aunque él busque precisamente lo contrario.

Pero, sobre todo, Jorge Mario Bergoglio es un enemigo de los extremos. En realidad siempre fue un “centrista”: ortodoxo en la doctrina, radical en la vivencia del mensaje evangélico. Con sus errores y aciertos, como todo ser humano. Ni más, ni menos que otros. En Argentina siempre lo salvó su autenticidad, una virtud poco común. Una frase coloquial constantemente repetida por quienes lo conocen puede resumir esta característica: “Él siempre fue así y así va a seguir siendo”. Punto.

Por todo esto y sin temor a equivocarme sostengo que será un Papa odiado, sobre todo por las “minorías que cuentan”. Tanto por izquierda como por derecha, en sus extremos más recalcitrantes. Ya desde ahora y a pesar de la “luna de miel” muchos fruncen el seño ante sus decisiones litúrgicas. Revisan con lupa sus discursos y buscan cualquier excusa para criticarlo. Por supuesto ya le han encontrado los defectos y han lanzado sus primeras acusaciones.

Pero esto es sólo el inicio. Por ahora los lobos tienen sus bozales puestos pero están agazapados. Sus dientes han comenzado a rasgar el cuero. Están al acecho y esperan la primera oportunidad para aferrar su ataque feroz. Veremos si Francisco, como el santo de Asís, tendrá la mansedumbre para domarlos. Veremos.

Sacerdotes Católicos – Madrid

*Fuente: Reflexión y Liberación

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