En la cultura mediática y globalizada en la que nos encontramos sumidos hay una preeminencia de la imagen por sobre la palabra. La televisión, en general, posee más fuerza que un libro, un “video clip” es más emotivo que un poema. En esta cultura, la política adquiere los rasgos de una “video política” en que la convicción es desplazada por la seducción. De tal manera que puede ocurrir que una sonrisa amable sea más poderosa que un programa de gobierno, un par de cuñas televisivas más efectivas que un debate de ideas. La estrategia de un candidato o candidata sonriente y en silencio puede ganar una elección presidencial.
En el actual paisaje de la campaña presidencial chilena se advierten ya algunos aspirantes que han optado por la estrategia del silencio. Después de todo, tal y como afirman los especialistas, se puede comunicar aun cuando no comunicamos. Tales candidatos prefieren las sonrisas, las frases a medias, evitando en todo momento los desafíos que le plantean quienes los interpelan. Hay una clara resistencia al debate, a la deliberación sesuda. No olvidemos que ya Joaquín Lavín demostró que tal estrategia acumula electores y con un poco de suerte, hasta se ganan comicios.
Se puede aventurar, incluso, que en estos tiempos de indigencia política sería posible gobernar todo un periodo presidencial sin comprometerse mucho en largas peroratas deliberativas. Un buen sistema de relaciones públicas con una presencia televisiva importante es más que suficiente para seducir al público y ganar adeptos. Pareciera que la misma lógica de la publicidad ha invadido la política, como en una película muda, la imagen lo es todo. Los líderes políticos contemporáneos son seres ingrávidos, carentes de todo espesor moral o intelectual, una cáscara atractiva que, al igual que esos ositos de peluche, repiten la misma palabra tierna y empalagosa cada vez que se les presiona el abdomen: ¡Democracia! ¡Democracia!
En el panorama electoral chileno abundan este tipo de productos-candidato, hombres y mujeres como juguetes hechos a la medida de sus públicos. Personajes anodinos que nos traerán promesas, sonrisas e ilusiones. La política chilena se convierte así en un cuadro pintado en colores pastel donde todo parece jugarse en los sutiles matices de una derecha dulcificada y un progresismo moderado. Sólo en los márgenes, en ese difuso límite que separa la institucionalidad de la calle se pueden encontrar, algo olvidados, aquellos juguetes más tradicionales, un trompo de madera, un emboque, un indio pícaro.
- Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS
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