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La infancia de Chile

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LA INFANCIA DE CHILE[1]

Gubernamentalidad e Infancia en la época de Neoliberal.

Rodrigo Karmy Bolton

Académico Universidad ARCIS

“Obedeced a vuestros puercos que existen.
Yo me someto a
mis dioses que no existen

Seguimos siendo gente de inclemencia.”
René Char, Contravenir.
A Mario.

 

La presente ponencia parte desde una premisa, plantea una pregunta y propone una tesis. La premisa es que la infancia constituye el campo de una estrategia gubernamental; la pregunta: ¿qué puede ser un niño en la época neoliberal? A partir de aquí, se plantea la siguiente tesis: Chile ha estado contemplando la mutilación de su infancia, allí donde ésta se escombra como la inmanencia de una vida que disloca al montaje gubernamental de la actual racionalidad neoliberal.

1.- En su clase del 10 de Enero de 1979 tituladas El Nacimiento de la biopolítica Foucault recordaba el foco de sus trabajos de 1978 en función de proyectar sus clases de 1979: “Hice a un lado, entonces, todo lo que suele entenderse y se entendió durante mucho tiempo como el gobierno de los niños, el gobierno de las familias, el gobierno de una casa, el gobierno de las almas, el gobierno de las comunidades, etc. Y no tomé en consideración, y tampoco lo haré este año, más que el gobierno de los hombres, en la medida –y sólo en la medida- en que se presenta como ejercicio de la soberanía política.”[2] Y más adelante, Foucault insiste: “Querría determinar de qué modo se estableció el dominio de la práctica de gobierno, sus diferentes objetos, sus reglas generales, sus objetivos en conjunto para gobernar de la mejor manera posible. En suma, es el estudio de la racionalización de la práctica gubernamental en el ejercicio de la soberanía política.”[3] Para Foucault resulta central considerar el “gobierno de los hombres” como un verdadero ejercicio de soberanía política, donde ésta se resuelve en el minucioso despliegue de un poder gubernamental.

Recordemos que años antes había intentado distanciarse de aquella “soberanía jurídica” presente en los clásicos análisis llevados a cabo por la filosofía política moderna, en función de articular una “analítica del poder”. Sin embargo, tres años después, resulta que el foco de su interés reside en una racionalidad gubernamental que, en sus palabras, será considerada como ejercicio de “soberanía política”. ¿Cómo es que se produce el cambio del “adjetivo” entre aquella “soberanía jurídica” que respondía al modelo del Leviatán y esta “soberanía política” que se ejerce en la nueva escena de la racionalidad neoliberal? ¿Qué sería lo que la diferencia entre lo “jurídico” y lo “político” vendría a destacar? ¿Que distinguiría una forma soberana de la otra? Pues bien, que la gubernamentalidad neoliberal sea un ejercicio de soberanía “política” (y ya no propiamente “jurídica”) significará que el neoliberalismo no es un simple “sistema económico”, sino más bien, un programa enteramente político.

A diferencia del liberalismo decimonónico que se oponía a la otrora soberanía del Rey, el neoliberalismo será aquella forma de gobernar que se apropiará de la soberanía estatal para reinscribirla en un nuevo régimen de verdad apuntalado desde la economía. Así, según Foucault, el Estado producirá su legitimidad no a partir de la diferencia entre lo legítimo o ilegítimo que definía a la “soberanía jurídica”, sino a partir del éxito o fracaso introducido por la razón económica. En este caso el Estado alemán de la post-guerra será el ejemplo paradigmático de Foucault, pero podríamos decir que lo es también el Estado chileno desde la época de Pinochet hasta la fecha, en la que la propia Constitución de 1980 se determina como la verdadera soberanía política de la gubernamentalidad neoliberal: “El problema del neoliberalismo –escribe Foucault- pasa por saber cómo se puede ajustar el ejercicio global del poder político a los principios de una economía de mercado.”[4] Esto significa, entonces, que el neoliberalismo no constituye un simple rechazo a la soberanía del Estado, sino más profundamente, se presenta como el desplazamiento de su soberanía hacia el mercado[5]. Así, el neoliberalismo será un régimen gubernamental que investirá a la economía con la fuerza de la soberanía. Por esta razón, el neoliberalismo no quedaría exento de soberanía, sino que más bien, operaría en virtud de una crítica de la soberanía estatal, pero sólo para sustituirla por la soberanía empresarial. En este registro, el neoliberalismo es un modo de ejercer soberanía a través del mercado situando a éste como el criterio de validación del Estado: el mercado está por sobre el Estado convirtiendo al Estado en subsidiario Así, la sociedad será vista como un conjunto de empresas y al hombre como un emprendedor.

El programa político neoliberal consiste en producir legitimidad a partir de la economía. Sólo el buen funcionamiento de la economía será capaz de determinar si un Estado es o no exitoso. No se trata del bien común, como de la capitalización individual, tampoco se trata del hombre económico propio del liberalismo decimonónico, como del hombre-empresa propio de la época neoliberal. Para utilizar un término desarrollado por Carl Schmitt, podríamos decir que el neoliberalismo es una racionalidad capaz de otorgar al Estado una Forma política basándose en la economía. Esto significa que la economía se transforma en la Forma legitimante de toda política, con lo cual, la razón neoliberal hace de la economía un lugar de “veridicción” cuya producción de signos del poder se convertirá en una nueva legitimidad (no jurídica, sino económica) del Estado. En este registro, la política se regirá enteramente por los conceptos provenientes de la economía convirtiendo a las autoridades políticas en “líderes”, reduciendo a la multiplicidad de relaciones humanas a la “competencia”, así como la vida intelectual será subsumida bajo la noción de “capital cultural” y la educación –según se despliega en nuestra educación “superior”- quedará bajo la fórmula profesionalizante del “aprender a aprender”.

2.- Que el neoliberalismo se presente como un programa estatal explica por qué en Chile las dos coaliciones políticas más importantes aceptaron el mentado “modelo”. No sólo porque algunos hayan hecho de dicho “modelo” su proyecto histórico o porque los otros hayan sido unos oportunistas que, queriendo conjurar el pasado, pudieron acomodarse en el presente, sino más bien, porque el neoliberalismo no se constituyó en un discurso entre otros, sino en la Forma política del Estado chileno después de su Constitución de 1980. En otros términos, la transversalidad política del discurso neoliberal en Chile confirma el hecho de que éste fue, desde el principio, un programa enteramente estatal que terminó por erigir a una tecnocracia neoliberal más allá de las derechas y las izquierdas. Con ello, la derecha se inventa a sí misma como una verdadera derecha “popular” y la izquierda jura de rodillas que está aplicando las recetas de la socialdemocracia europea. Ni populares ni socialdemócratas, la verdad de nuestra escena política, es el neoliberalismo.

En este escenario, los espectros no dejan de venir. Sobre todo en cómo esa Forma política se enclava en el mentado mall Costanera Center recientemente inaugurado: sabemos que el General Pinochet falleció en el Hospital Militar ubicado al frente del actual mall. Y una vez muerto, se inician las obras del Costanera como si éste, en último término, no fuera más que el monumento que los empresarios le hacen al otrora dictador honrándole con la torre más alta de América Latina. Esta escena, me parece, puede ser una de las tantas en las que se visibiliza toda la potencia de la racionalidad neoliberal allí donde tiene lugar la conjunción entre el poder estatal representado por los militares y el poder económico representado por los civiles. Un mall que se plantea como símbolo de la “reconciliación” entre el poder estatal (los militares) y el poder económico (los empresarios). Más que “reconciliación” –y uso dicho término deliberadamente con todas las resonancias “transicionales” que tuvo- es la grilla de inteligibilidad que muestra la subsunción del poder estatal al poder económico, secreto homenaje que los empresarios vivos hacen de su padre muerto.

3.- La primera vez que la Forma política neoliberal fue interpelada fue en el 2011. Las ratas del laboratorio chilensis se rebelaron denunciando el mentado “lucro” en la Educación. “Lucro” es el término técnico para designar las políticas privatizadoras impulsadas al alero de la Forma política neoliberal. “Lucro” es el término clave con el que las ratas intentan desactivar el dispositivo crediticio puesto que comprendieron que la “deuda” económica no es más que una forma de sujeción. “Lucro” es, por tanto, la crítica a la soberanía política ejercida por los Bancos, el intento de des-bancar a los Bancos, su profanación. Con ello, las ratas dejaron de ser ratas. La vocación normalizadora de la gubernamentalidad neoliberal que siempre tiene en vista la gestión de las poblaciones, ahora se enfrentó con el monstruo que en cualquier instante podía despertar: el  pueblo. Un pueblo que ha abandonado todas sus instituciones políticas puesto que las ha concebido como cómplices de su propia sujeción, y se ha volcado a las calles. De un momento a otros las calles se han convertido en la verdadera república, las calles se han abierto como las Grandes Alamedas.

El programa estatal neoliberal se había gestionado a su perfección hasta que Piñera llegó a la Presidencia. En la medida que éste es un empresario lleva consigo un doble cuerpo. Un doble cuerpo que se presenta como el mismo espectro que advertimos en el Costanera Center: Piñera es, al mismo tiempo empresario y presidente. Su cuerpo es la espectralidad de una soberanía política propia de la gubernamentalidad neoliberal en la que confluyen el poder económico con el poder político. Piñera es, en este sentido, el dispositivo que visibilizó la conjunción de la política con la economía propia del programa neoliberal. Con ello, su doble cuerpo lleva consigo la aporía intrínseca al neoliberalismo, a saber, que éste no es más que un dispositivo que tiende a asegurar la libertad. Es decir, que la libertad y la seguridad no son más que dos caras de una misma racionalidad, en la que la libertad del poder empresarial requiere de la seguridad del poder policial para garantizar su existencia. El doble cuerpo de Piñera visibiliza, entonces, a la Forma política neoliberal misma. Jamás él podrá victimizarse, jamás el pueblo sentirá compasión por él, porque Piñera llevará el sello de su ambición en el doble cuerpo que le constituye.

Es aquí donde el movimiento estudiantil estalla. Como si, con ellos, se asomara al mismo tiempo, la consumación y crisis de la Forma política neoliberal: “consumación” al llegar Piñera en doble cuerpo y “crisis”, al visibilizar que todos eran rehenes de la deuda a dicho cuerpo.  Que la “deuda” haya terminado en convertirse en el dispositivo a desactivar produjo un inusitado efecto de sustracción: en plena consumación neoliberal, el movimiento estudiantil fue la fisura que atravesó a dicha Forma política. Abrió una brecha que no había, sustrajo un pedazo de dicha Forma para dejar en su lugar el pálpito de un vacío que, como veremos, no será otra cosa que una infancia.

Frente a ello,  el sistema político se inmunizó en función de defender las prerrogativas de la propia oligarquía. La inmunización del sistema funciona de la siguiente manera: se trata de declarar inadmisible cualquier acción política por fuera del mismo atomizándola hasta convertirla en un problema estrictamente policial. La potencia estudiantil está hoy en un impasse. No ha podido mantener esa acción política no institucional que, poco a poco, ha sido devorada por la inmunidad de un sistema que ha respondido con violencia policial e indiferencia gubernamental. No sabemos cómo terminara esta historia. Quizás no lo haga a corto plazo, pero al menos, la fisura a la Forma política neoliberal está abierta. La acción estudiantil quebró la “imagen” neoliberal de Chile, profanándola de toda la sacralidad con la que lo investía el capital trasnacional.

4.- Un año antes que Foucault expusiera su curso de 1979 referido al neoliberalismo, Giorgio Agamben publicaba un pequeño texto titulado Infancia e historia. Ensayo sobre la destrucción de la experiencia. La tesis del ensayo es que la modernidad, al situar la idealidad del “sujeto psíquico sustancial”, habría terminado por destruir la posibilidad de algo así como una experiencia. Desde el principio, la estrategia agambeniana trabaja con el término infancia considerándolo en la forma de un “archi-acontecimiento” implicado en la fractura entre lengua y habla. En último término, la tesis de Agamben es que la in-fancia no es más que una potencia que hace que entre vida y lenguaje perviva una inadecuación radical a través de la cual algo así como una historia puede ser posible.

A esta luz, la tesis agambeniana –que recoge los lúcidos comentarios que una vez hiciera Averroes acerca del intelecto posible desarrollado por Aristóteles en el De Anima– define al hombre por su in-fancia dislocando de esta forma a la definición antropológica arraigada por la tradición, según la cual, el hombre es el “animal capaz de lenguaje”. Antes que un ser lingüístico, el hombre se escombra como un in-fante, precisamente porque la inscripción al lenguaje no le está de suyo garantizado: “Sólo porque hay una infancia del hombre, sólo porque el lenguaje no se identifica con lo humano y hay una diferencia entre lengua y discurso, entre los semiótico y lo semántico, sólo por eso, hay historia, sólo por eso el hombre es un ser histórico.”[6]. La difracción entre vida y lenguaje no es más que la in-fancia, en cuyo ser potencial se abre una vida desde la cual se vuelve imposible cesurar algo así como una vida biológica y una vida política y donde la vida se deja traslucir como un medio puro, enteramente inmanente. La in-fancia es tan política como biológica, tan adulta como infantil, tan humana como animal.

De esta forma, sin naturaleza y absolutamente diferido en el retardo que todo habla implica, el hombre se revela como un in-fante. Más aún, como archi-acontecimiento el término técnico de in-fancia no remite a un estadio del desarrollo, ni tampoco a un paraíso perdido enteramente pleno sobre el cual el hombre tendría que volver, sino mas bien, a ese punto que disloca a toda forma e inadecua a todo hombre. Por eso, la in-fancia no será otra cosa que la potencia de la vida que permanece irreductible frente a todo discurso, su ex-timidad, aquello que lo perfora incesantemente, que no deja de poblarlo y que abre a la vida a sus múltiples formas: “Lo que caracteriza al infante –escribe Agamben en otro lugar- es que él es su propia potencia, él vive su propia posibilidad.”[7] Intolerable para los adultos, la vida del infante se resuelve en la máxima potencialidad que ella misma es. Intolerable para los adultos, la vida del infante y la in-fancia de la vida se abre como un lugar absolutamente inaferrable para todo ejercicio del poder.

5.- Todo el mundo habla de niños, pero los niños “supuestamente” no hablan. Páginas y páginas se llenan con los niños, los médicos medicalizando sus posibles déficit atencionales, los psicólogos se pronuncian por sus posibles traumas, los abogados llevan la certeza acerca de los abusos de poder sufridos, los profesores no dejan de insistir respecto de lo que el niño debe aprender puesto que presuponen que es un ser educable, y los políticos nos aseguran que tal o cual política pública resulta conveniente para su supuesto desarrollo. Así, el niño no habla porque todos hablan por él. Todos parecen saber lo que le conviene. Todos parecen autorizarse y “hablar por él” en función de normalizar al pequeño monstruo en el entramado litúrgico que ofrecen los nuevos servidores de la escena neoliberal.

Así, por ejemplo, el profesor ya no castigará al niño, sino que optará por su “salud” enviándolo directamente al neurólogo o bien, a modo de “prevención” los jardines infantiles incorporarán como parte de su “compromiso pedagógico” las cámaras de seguridad para que los propios padres puedan seguir detalle a detalle, con una minuciosa vigilancia, los pornográficos pasos de sus hijos. La sombra de la infancia parece ser la luz de los adultos. La ausencia de su discurso, la supuesta virtud de los expertos. Y, entonces, porque el niño “supuestamente” “no sabe” y es un infante, todos los saberes se aglomeran a su alrededor.

Pero, más allá de estos notables esfuerzos por gobernarles, que los niños no hablen nos indica acerca de un punto en el que se asoma la irreductibilidad de la vida respecto de la Forma política neoliberal. Ese resto que no cabe, que impide el sistema, no será otra cosa que la in-fancia. La in-fancia será el resto irreductible a todo discurso, el punto en el que la vida se torna una sola mueca con la que disloca la ley de la ciudad. Irreductible a toda soberanía, la in-fancia es el reducto en el que se juega el movimiento estudiantil. Todo dispositivo de poder siempre apuntará a capturar a la in-fancia. Pero ningún dispositivo podrá lograrlo del todo. La simplicidad de la in-fancia le excede siempre, abriéndose como el “no” que le desactiva.

En Chile, los niños nos recuerdan nuestro ser in-fantes. Niños abusados, niños encarcelados, niños resistiendo en sus liceos, niños abusados en las iglesias, con la potencia de una vida que excede a toda soberanía. Niños, a través de los cuales Chile ha contemplado la catástrofe de su propia infancia. Niños que, a pesar de que todos pretenden hablar por ellos, son el verdadero sujeto político de nuestro tiempo. Porque “supuestamente” no hablan, ellos escandalizan a la política. Porque “supuestamente” no hablan son la inclemencia de la in-fancia de Chile.

Octubre de 2012.

 

Notas:

[1] La presente ponencia fue pronunciada en la mesa titulada “Política y psicopatologización de la infancia” realizada el día jueves 25 de Octubre del 2012 en las Jornadas de Reflexión “Controversias sobre la patologización de la infancia” organizada por el Magíster de Psicoanálisis e Infancia de la Universidad Alberto Hurtado. En el panel estuvieron  Rodrigo Sepúlveda (antropólogo), María Antonieta Saa (diputada de la República) y mi persona. No he querido corregir la ponencia para su publicación. Creo que ésta por sí misma, abre la idea a trabajar y desde la cual pretende provocar.

[2] Nacimiento de la biopolítica, p. 17.

[3] Idem.

[4] Nacimiento de la biopolítica, p. 157.

[5] Véase a este respecto, en la comparación entre el caso alemán que usa Foucault con el caso chileno, el interesante artículo de Marcos garcía de la Huerta titulado Foucault y el neoliberalismo: una lectura crítica. En: Lemm, Vanessa (ed) Michel Foucault: neoliberalismo y biopolítica. Ed. Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2010. pp. 177-197.

[6] Agamben, p. 73.

[7] Giorgio Agamben Para una filosofía de la infancia, p. 29. En: Giorgio Agamben Teología y Lenguaje Ed. Las Cuarenta, Buenos Aires, 2012.

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