Una abstención del 60% no es una buena noticia para los partidos políticos progresistas y democráticos, pues supone desmovilización y apatía política. La abstención se instala en las antípodas de cualquier proyecto de cambio democrático. Podríamos afirmar que la abstención da buena cuenta de un “círculo vicioso”: No se concurre a votar porque la institucionalidad política está, reconocidamente, viciada; sin embargo, seguirá viciada, a menos que una amplia mayoría de votantes decida cambiarla.
Para los partidos democráticos y progresistas hay solo un modo de superar esta situación: crear un “círculo virtuoso”: Es imprescindible expresar la voluntad ciudadana, aún en un sistema turbio, precisamente, para modificarlo. La tarea no es fácil, pues se trata de un desafío político de largo aliento que va más allá de una cierta coyuntura electoral. Sin embargo, en lo inmediato, los partidos democráticos deben recuperar una vieja tradición en la política chilena, insertarse en las organizaciones y movimientos sociales y desplegar allí su discurso.
Los abstencionistas constituyen una mayoría muy heterogénea que reconoce un núcleo duro e irreductible para quienes no-votar es una opción política consciente. Sin embargo, una gran parte de la abstención no se encuentra en ese núcleo sólido y corresponde a ciudadanos capaces de volver a votar puestos ante los estímulos adecuados. La tarea de los partidos políticos democráticos es generar, justamente, tales estímulos en forma de “mensajes” nítidos que marquen la diferenciación respecto a los oponentes de derecha. Tal como se ha dicho, una elección presidencial y parlamentaria va a convocar a más votantes que una elección municipal. Esto es cierto en la medida que el contraste entre los candidatos sea más “dramático” y, al contrario, menos atractivo si todo se juega en sutiles matices. Con todo, dado lo breve de los plazos, invertir los porcentajes, sobre todo en una segunda vuelta, ya sería un logro.
No se trata de caer en una suerte de fariseísmo político y culpabilizar la abstención, pues, en definitiva, hay una coincidencia básica entre el abstencionismo y las ideas democráticas, ambas posturas son críticas frente a la institucionalidad real y existente. La única diferencia es que la abstención implica un rechazo pasivo, mientras que los partidos democráticos anhelan una oposición activa a través del voto. El dato no es menor, porque no se trata de convencer al “electorado oscuro” de que el actual estado de cosas es indeseable sino de hacerlo transitar desde la resignada pasividad a la acción democrática por antonomasia: Votar.
Para que un elector, por opaco que sea, se decida a hacerse parte del rito electoral es fundamental que conciba que “su participación” es importante para “Algo”, así con mayúsculas. Ahora bien, si el quehacer político es percibido como degradado, ese “Algo” no podría ser sino el compromiso de un cambio sustancial de la actual condición. En palabras sencillas, el ciudadano desencantado volverá a votar en la medida que percibe que con su voto está abriendo paso a “otra democracia” en que él o ella encuentren su lugar.
– El autor es Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS
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Creo que el votante progresista debe interpretar la abstención como algo relativo.En caso de aprobar o no una constitución,elaborada por los que mandan siempre,el abstenerse resta legitimidad a los genocidas que la elaboraron.Cuando en unas votaciones generales,se tiene candidatos propios dignos de fiar,es mejor acudir a votar y si los candidatos otrora progresistas,han sido domesticados por sus adversarios,habrá que abstenerse otra vez.
Cuando se trata de dirigentes como Hugo Chavez.Morales,Correa,Cristina Fernandez y alguno más de América Latina,lo mejor es,acudir a votar siempre.
El voto tiene que tener sentido y no usarlo como un ritual. Para votar tienen que existir las condiciones políticas favorables, esto es, que los representantes a elegir lo sean proporcionalmente a la diversidad social. Eso en Chile, resulta imposible con el sistema binominal. El parlamento chileno, si no me equivoco, es el único en el mundo en que todos son profesionales o empresarios. Ningún campesino, ningún obrero, ningún pascuense, ningún mapuche, ningún transgénero, ningún dirigente social, etc. Para las próximas elecciones todo seguirá igual, un diputado para mí y el otro para tí. De repente por ahí se puede doblar, pero ni con flecos se alcanzará los 3/4 de votos para conseguir modificar la Constitución y el sistema electoral. Hay que deslegitimar todo esto absteniéndose de votar. Una abstención que tenga un profundo significado político, más aún que el hecho de ir a cruzar una raya en un papelito de cuando en vez, sin que esa raya cuente para nada. Por eso, en mi opinión, «NO PRESTAR EL VOTO», es una campaña que tiene que seguir con más fuerza aún. Si en las elecciones municipales siendo ésta más abierta se sacó un 60% de abstención, en una elecion constreñida y cerrada, como lo son las parlamentarias, con mayor razón la abstención adquiere un mayor significado. Los que voten estarán legitimando aquello podrido que hay que destruir. Absteniéndose, en cambio, deslegitimará aquello que necesitamos cambiar