En su columna en la página del senado de la república, Camilo Escalona, plantea sus diferencias con la demanda de una “Asamblea Constituyente” Lo primero que llama la atención es que atribuya dicho anhelo exclusivamente a un partido cuando, lo cierto, es que tal reclamo es compartido por un amplio espectro de ciudadanos a través de los más diversos movimientos políticos y sociales. El argumento del senador se afirma en un lugar común que distorsiona el fondo de la cuestión. Convertir la “Asamblea Constituyente” en una estrategia del “comunismo chileno” le resta su verdadero alcance histórico y social, trayéndonos a la memoria el lenguaje propio de la dictadura.
Un segundo aspecto del argumento que despliega Escalona es el epíteto de “solución extra institucional” para cualificar cualquier intento de constituir una asamblea de ciudadanos. En sus palabras:”… propiciar una línea de conducta que, como no tenemos la mayoría necesaria para reemplazar la actual institucionalidad con los votos necesarios en el Congreso Nacional, entonces se levanta la bandera de una ‘asamblea constituyente’. Una política de esa naturaleza no logrará la mayoría necesaria para sustentarse en nuestro país”
Sobre este punto habría que consignar un par de observaciones, primero, el quórum establecido para modificar aspectos sustanciales del actual orden vigente hace, en la práctica, imposible el cambio. Segundo, el sistema binominal asegura que nunca se pueda dar la expresión de una mayoría en tal sentido. Nunca tendremos los votos necesarios. En suma, estamos sumidos en un sistema constitucional que clausura la posibilidad misma de ser modificado. A esto habría que agregar la absoluta falta de voluntad política de quienes gobernaron por cuatro periodos consecutivos. Para decirlo de otra manera, el actual orden constitucional concebido por una dictadura militar está diseñado para su perpetuación.
El diagnóstico político del senador bajo la forma de “reformas democrático-institucionales hacia un Estado protector; o reformas neoliberales para otra etapa de auge del libremercadismo” resulta falaz en la medida que excluye, precisamente, el impulso que alimenta toda democracia posible: la expresión ciudadana a través de movimientos políticos y sociales. Las mentadas reformas democráticas llevadas a cabo por la Concertación durante casi veinte años han llevado al país a un estado de frustración con la política y con la institucionalidad vigente, prueba de ello son las nuevas generaciones que han decidido salir a las calles a protestar.
Asistimos a un proceso histórico y social en que amplios sectores de chilenos manifiestan su hastío con un orden institucional autoritario que multiplica la riqueza de unos pocos y somete “legalmente” a las mayorías a un estado de exclusión y miseria. Las nuevas generaciones anhelan un país otro, más democrático, más justo, donde todo vestigio de la dictadura sea abolido. Pareciera, finalmente, que una “Asamblea Constituyente” no es el resultado de una conspiración del “comunismo chileno” ni, mucho menos, un delirio por consumo de opio, las cosas no son tan simples ni el destino de los países tan fácil.
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