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La nueva situación política

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En poco tiempo  se  han desarrollado  los elementos centrales que configuran  una nueva situación  política, que  anuncia una  recomposición del campo de fuerzas y se comienza  a establecer  los  límites de lo  posible  y necesario  en este  ciclo democratizador  que  nace y que recompone y recrea las esperanzas  de  avanzar  a un nuevo  proyecto democrático para las  mayorías.

Desde que  las fuerzas  oligárquicas usurparán a sangre  y fuego el poder legítimo  a un presidente  electo  democráticamente, en 1973,  y llevaran  adelante un proyecto depredador, antinacional y anti popular, una intensa confrontación  ha tenido  lugar desde entonces, conflicto que  en ocasiones ha sido  abierto, y otras larvado,  soterrado.  Ese conflicto  ha permanecido oculto en medio de los  dolores de la sociedad,  y ha estado  latente como  una esperanza siempre renovada de que  Chile  puede ser  distinto,  donde  a sus  jóvenes se les quiera,  se les brinde educación de  calidad  y  accesible a  todos,  sin tener que  endeudarlos por décadas; en  establecimientos  educacionales que se inspiren en el bien de Chile y no el  lucro; donde  a los  adultos  mayores  se les trate con dignidad y  vivan una vejez  feliz acorde a  los esfuerzos de toda una vida, o que los niños y niñas  puedas vivir  y crecer  saludablemente en barrios acogedores, donde  imperen de verdad los derechos  humanos. Un Chile donde se garantice  la seguridad futura,  y  las  riquezas naturales sean  de todos los chilenos y no de  dos  o tres  familias  y  de empresas  transnacionales.  Esas esperanzas han estado  presentes  siempre en el Chile transicional que  doblegó a muchos a través del miedo  y los hizo  abdicar de sus esperanzas de construir  un Chile  verdaderamente  para  todos.

De  todos  esos  cuentos de  un Chile  diferente,  singular,  exitoso, la gente  no quiera saber  nada más, y los  datos que  a  borbotones  aflorar  día a día anuncian la recuperación de la dignidad tantas  veces  pisoteada por quienes han intentado  corromper  a la sociedad y  buscado  demostrar que  se vive en el mejor de los mundos.

Diversas  señales  dan  cuenta de la  nueva  situación  política,  que supone y exige a la vez   de una  nueva política.  Es decir,  quienes han creído que las cosas  pueden seguir como antes se equivocan, pues  se evaporan  velozmente las  certezas  sociales sobre el orden que se  ha intentado  erigir.  Basta  con mirar  los hechos  de los últimos días para  concordar en la inminencia del cambio que  tiene lugar: el  movimiento estudiantil se  reinstala como un actor protagónico  de la  política, que  habla  por la sociedad hastiada de los engaños de concertacionistas  y aliancistas; en el PPD, la fracción oficialista es  aplastada por  el girardismo en un intento  por  escapar  del destino que  avizoran; el eje  DC  –  PS se aferra   a la  figura de  Bachelet como última esperanza de  futuro, en un espectáculo  grotesco, como  crónica de una muerte  anunciada; la encuesta  CEP  sigue  ratificando  lo que  el país  padece,  que las instituciones  del Estado ya no representan a las mayorías confirmado la sensación de vivir  bajo  un cautiverio permanente y  al arbitrio  de una  constitución ilegítima  que  se reproduce  gracias  a los privilegios de una minoría  que  le rinde  diaria pleitesía. Por otro lado,  los liderazgos que emergieron han perdido el encanto de  un momento  y desvanecido en el aire. En este  marco,  el triunfo de Josefa  Errázuriz, en Providencia, marca  la señal  más  potente de la crisis,  pues  no sólo es  barrido el candidato del  oficialismo concertacionista, sino  el liberalismo ciudadano,  ambos con incomparables  poderes frente  a la líder social. Se siente en el aire que algo  cambió  muy  profundamente esa noche de la victoria  ciudadana y democrática.

Vivimos  el desarrollo  acelerado de una  nueva  situación política,  donde  los jóvenes  serán  determinantes en el Chile que  irá emergiendo de la destrucción y saqueo al que  ha sido sometido. Con seguridad los cantos de sirena ya no ejercerán el embrujo del mito de la  alegría que venía  en 1988,  o  del blufeo  del desalojo  que prometía  el oro  y el moro.

Como  nunca  es un momento  para  releer  los procesos de continuidad y memoria histórica, para  sacar las lecciones  de lo que nos  ocurrió y  prepararnos  para defender  las  conquistas democráticas que se avecinan.

–         El autor, Adolfo Castillo Díaz, es Director Académico Magíster en Ciencias  Sociales – ELAP –  ARCIS

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