Cuando me refiero a la gratuidad de la educación y la salud no estoy hablando de Cuba socialista, sino de Canadá capitalista. Veamos.
La educación primaria y secundaria en Canadá es prioritariamente pública. Su financiamiento corre principalmente por parte de los Estados provinciales, suplementada con fondos del Estado federal. En algunas provincias, como Ontario, los colegios católicos son públicos y financiados por el Estado. Lo que hacen las familias católicas es indicar en sus declaraciones de impuestos que sus contribuciones debe destinarse a esos colegios separados. Esto significa que la educación primaria y secundaria es fundamentalmente libre y gratuita.
Existen también colegios privados. En Ontario, una provincia de 16 millones de habitantes, hay 65 colegios privados, entre los que hay que incluir algunos pocos colegios de elite como Upper Canada College, Havergal College, Lakefield College (en este último se educaron el Príncipe Andrés de Inglaterra y el Príncipe Felipe de Asturias). La educación privada es prácticamente inexistente en las provincias del oeste. En Alberta, posiblemente la provincia del más acendrado ethos capitalista, una tendencia conservadora populista se ha consolidado históricamente y percibe en la educación privada un obstáculo para la igualdad de oportunidades accessible a los más pobres.
La educación universitaria es también mayoritariamente pública. Pero entre 1979 y 2009, la proporción del aporte fiscal a la universidades ha bajado del 84% al 58%. Paralelamente, el aporte de los aranceles ha incrementado del 12% al 35%. En los últimos 20 años, Statistics Canada reporta que el promedio del arancel anual que deben pagar los estudiantes ha subido de $1,706 a $5,138 dólares canadienses. En la provincia de Newfoundland,el arancel promedio es de $2,415, pero en Ontario esta cifra se eleva a $6,307. En esta última, ello se debe a las políticas neoliberales del gobierno conservador del Premier Harris elegido en 1995. Harris intentó, infructuosamente, privatizar la educación superior y traspasar su costo a las familias. Ello fue una de las causas de la derrota conservadora en 2002. En Chile, como medida comparativa y basado en cifras del CNED, el arancel universitario promedio en 2010 fue $2.481.027, equivalente a $5007.45 dolares canadienses.
Existen también universidades privadas. Suman en total 16 y se encuentran sólo en cuatro provincias. Son pequeñas (Quest University en Britisch Columbia tiene 80 alumnos), y son mayoritariamente confesionales (menonitas, bautistas, luteranas). Las universidades públicas son 47 y gozan de gran prestigio.
La experiencia canadiense demuestra que cuando se permite a los ricos financiar una educación privada para sus hijos, el sistema educativo para el resto de la población empeora. La mayoría de los ricos tiene que enviar a sus hijos a un sistema educativo público, y ello significa que usarán su poder político para asegurar que el financiamiento público se adecue a sus necesidades. Salta a la vista que los programas que se implementan para servir a los pobres se convierten en programas deficientes. Si la educación privada fuera predominante, los más adinerados estarían interesados en que los programas públicos no se financien, pues de esa manera aumentaría la demanda por la educación privada.
Al igual de lo que sucede en el campo de la educación, la salud en Canadá es asunto público. Los servicios que ofrece el sistema de salud son gratis. El paciente no paga directamente al proveedor, ni tramita cuenta alguna, sino que cada doctor cobra el costo de sus servicios al asegurador fiscal. Los doctores son empresarios privados que se entienden directamente con el Estado. Esto significa que los pacientes pueden elegir libremente a sus doctores y que el Estado no tiene acceso a la información personal de los usuarios. Eso es asunto privado entre el doctor y su paciente.
El sistema es universal y cubre por igual a ricos y a pobres. Similar al caso de la educación, una de las objeciones más certeras contra la privatización del sistema de salud es que exigir a los más adinerados el pago por sus servicios, abre la puerta para establecimiento de sistemas privados de salud. Cuando esto sucede el sistema público inevitablemente empeora. La experiencia canadiense demuestra que cuando todos tienen acceso por igual a un sistema público el segmento de mayores recursos tiene un incentivo para asegurar que el financiamiento del sistema público satisfaga sus necesidades. Los programas que se dirigen al servicio de los pobres se convierten en programas deficientes. Si la salud privada predominara, los ricos serían los más interesados en que programas públicos no se financien con el fin de aumentar la demanda por la salud privada.
¿Es éste un sistema de medicina socializada? En ningún caso. Lo que se ha socializado en Canadá es el seguro médico. El Estado paga por servicios que provee el sector privado.
En general, podría parecer injusto que la gratuidad en la educación y la salud se extienda por igual a pobres y ricos, pero ello no es así. La función redistributiva que le compete exclusivamente al Estado exige que represente a ricos y pobres por igual. Esto es lo que permite una adjudicación estatal fundada en la justicia social o distributiva. El mercado carece de función verdaderamente representativa. Para que funcione adecuadamente sus agentes deben ‘representar’ sus propias preferencias y lograr acuerdos contractuales sobre esa base. Desde Aristóteles y Santo Tomás sabemos que una justicia distinta, la justicia conmutativa, regula los contratos, y que por ello el mercado no puede asumir justificadamente una función redistributiva.
Si esto que parece tan obvio no tiene eco en Chile es porque uno de los ejes en torno al cual gira la ideología neoliberal, hegemónica entre nosotros, es el rechazo de la noción de justicia social. Basta recordar que para Hayek la justicia distributiva o social es un ‘vano encantamiento’, una ‘superstición cuasi-religiosa’ y la ‘más grave amenaza a los valores de una civilización libre’.
– El autor, Renato Cristi, es académico de la Wilfrid Laurier University, Waterloo, Canadá.
*Fuente: RevistaVaso
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