Cuatro juicios políticos a «Los archivos del cardenal»
por La Segunda
13 años atrás 12 min lectura
viernes, 22 de julio de 2011
Escriben Pamela Pereira, Alberto Cardemil, Lorena Fries y Miguel Schweitzer sobre la nueva serie nocturna de TVN.
Desde la ficción a la realidad
(Por Pamela Pereira, abogada)
«Los archivos del cardenal», telenovela que TVN instala en nuestras pantallas, removió el ambiente nacional con el solo anuncio de que se inspira en el denominado «caso Lonquén». ¿Por qué -por ahora- no quiero mirar la telenovela en cuestión? Verla me retrotraerá a recuerdos en que pude observar la naturaleza humana desde sus facetas más nobles a las más miserables.
Por esa época, cuando se descubren los cuerpos, yo trabajaba para la Vicaría de la Solidaridad como procuradora. Por entonces cumplía los últimos pasos para titularme de abogada, y en tal calidad se me asignó la tarea de tramitar esta causa. Empecé a actuar cuando ya el ministro de la Corte de Apelaciones, señor Adolfo Bañados, había sido nombrado en visita extraordinaria.
En consecuencia, sin perjuicio de presentar los escritos que redactaban los abogados del caso, debí trasladar unos sobres, muchos sobres de tamaño grande preparados por las asistentes sociales, que en su interior contenían radiografías, fotografías, pequeñas muestras de ropa y otras cosas, para realizar unos primarios procesos de identificación. Desde la Vicaría de la Solidaridad tomaba un bus hasta una calle del barrio Estación Central, y luego tomaba otro hasta el Juzgado que estaba en Talagante. Una y otra vez.
En muchas ocasiones concurrí a casas de los familiares a hacer consultas de datos que se requerían para la investigación. En una de esas ocasiones ocurrió algo distinto.
Estando en casa de una de las familias, se me acercó un campesino diciendo que quería decirme algo. A una cierta distancia de quienes estaban allí nos sentamos en un tronco de árbol, y me relató que la noche del 7 de octubre de 1973 él también había sido detenido, que los llevaron a la comisaría de Carabineros, los malos tratos recibidos. Una noche los subieron a un camión con un destino que ellos desconocían. En el trayecto el logró saltar del camión, corrió, se ocultó, y guardó silencio. Agregó balbuceando, «yo sé que son ellos…» refiriéndose a los detenidos desaparecidos de Isla de Maipo.
Llegar a contar esa información a la Vicaría de la Solidaridad fue un viaje eterno. No sé si con posterioridad por razones de seguridad él declaró o no en el proceso, pero pienso que esa información fue valiosa para identificar al grupo de víctimas.
En el curso de estos trámites, aprendí mucho en las ocasiones que pude conversar con el ministro Sr. Bañados. En una oportunidad él dictó una resolución con la que los abogados de la causa estaban en desacuerdo. Me pidieron que lo comentara con el ministro y le planteara que existía la posibilidad de presentar una apelación. Por respuesta recibí algo así como un reto que no olvido. «Si Ud. quiere ser más adelante abogada litigante, debe tomar sus propias decisiones según los antecedentes del proceso y debe agotar todos los recursos que la ley le franquea… Nunca le miré la cara al juez». Creo haber aprendido la lección y la practico en el ejercicio profesional.
Deduzco por lo que se ha publicado que la telenovela pone el énfasis en el quehacer de los abogados y asistentes sociales de la Vicaría de la Solidaridad. Por ello aprovecho este espacio para realzar además el valor de las familias de las víctimas, y que son las que siempre sostuvieron la denuncia, y que además tuvieron que seguir conviviendo en un mismo espacio territorial con muchos de los represores.
Me produce curiosidad saber si la ficción logrará dar cuenta realmente de la intensidad y extremos de una realidad que quedó inconclusa para siempre.
Sí, porque pasaron los años, y se supo que no murieron por impacto de bala.
Después llegó el momento en que las víctimas identificadas debían ser entregadas a sus familias para su sepultación y vuelve a ocurrir un nuevo episodio violento e inesperado. Desde el Instituto Médico Legal los cuerpos ya identificados son sacados en un vehículo institucional y trasladados hasta una fosa común del cementerio local. Ya no se trató de eliminar personas sino de diluir su memoria.
Para el régimen este hallazgo les hizo patente una realidad inesperada. A pesar del control y represión imperante, las investigaciones penales y la eventualidad de tener que asumir la responsabilidad por los crímenes cometidos era una cuestión que debía evitarse a como diera lugar.
Así las cosas, Lonquén alertó sobre la palabra «justicia», y entonces desde las más altas esferas del régimen se planificó cuidadosamente la operación «retiro de televisores», consistente en sacar de los distintos lugares donde se encontraban enterrados personas detenidas desaparecidas, para luego, utilizando helicópteros del Ejército, lanzarlas al mar.
¿Superará la ficción a la realidad en mostrar la crudeza de los hechos?
(Por Alberto Cardemil, Diputado, subsecretario del Interior entre 1984 y 1988).
Días atrás fui entrevistado en un programa de TVN sobre el financiamiento de las FF.AA. y mientras hablaba se exhibían escenas del 11 de Septiembre de 1973. En la misma línea de reeditar, con objetivos electorales de hoy, la pasada confrontación de los malos = partidarios del Gobierno Militar, contra los buenos = partidarios de la Unidad Popular, ese canal informó, desvergonzadamente, del falso asesinato de Allende, y empezó a exhibir anoche una sórdida selección de los supuestos archivos del cardenal. Adicionalmente, acomete en su programación diaria la demolición subliminal, prolija y sostenida del Presidente Piñera, sus ministros y parlamentarios de Gobierno en general (obviamente acusados de haber ayudado, permitido o profitado de la administración «del viejo conchesumadre» de Pinochet, según las palabras textuales del militante héroe de la serie).
Sucede que, durante los últimos 20 años, se fue organizando en ese medio una «clase» periodística (uso la expresión como sinónimo de la que se adjudica a los políticos) de centroizquierda dura y protagonista, que maneja la línea editorial, informativa y reporteril con una clara orientación favorable a los objetivos y agenda de la Concertación o lo que de ella quede. Ayer al servicio del gobierno, hoy al de la oposición.
El contexto e intención de la serie (técnicamente admirable, con jovencito terrorista puro y mal hablado, cura no pedófilo, niña idealista, agricultor avergonzado de ser patrón, juez implacable con los uniformes, suspenso en la música de fondo y nicotina ambiental que recuerda el buen cine francés) es un abuso de platas públicas, y vulnera, de punta a punta, las propias «orientaciones programáticas y editoriales» de TVN, que la obliga a «la presentación equilibrada de hechos y opiniones, reconociendo la diversidad de perspectivas, y sensibilidades que se dan en el país», amén de promover la «unidad», el «pluralismo», la «objetividad», la «imparcialidad», la «rigurosidad en la explicación de los hechos», y el «equilibrio programático ecuánime frente a distintas visiones sociales». Es un hecho público, notorio e inaceptable, que la administración pasada del canal haya «atado» la exhibición de este programa y su costoso financiamiento, contra el decente voto de todos los consejeros que no eran de la Concertación.
Para una debida apreciación del contexto, recuerdo que en el lapso de este capítulo (1979-1980) los compañeros de ruta del héroe (que se jacta en pantalla de tener reunidas más de cuatro pistolas) mataron o dejaron mutilados para siempre a los siguientes chilenos: Luis F. Carevic (Ejcto), Nicomedes Inostroza (Car.), Bruno Burdiles (Car.), José Sáez, Luis Albornoz Gálvez, Karina Ferrada, Erika Sáez y Amador Vargas (niños de 11, 10, 9, 8 y 14 años), Antonio Rocha y Rodolfo Pinto (obreros), Heriberto Novoa (Car.), Jorge Calderón (obrero), Roger Vergara (Ejcto.), Manuel Espinoza (taxista), Roberto Rojas (estudiante), Washington Godoy, Daniel Leiva, Juan Sandoval, Ismael Fuentes y José Vallejos (Car.)
Un homenaje que la sociedad debía
(Por Lorena Fries Monleon, directora del Instituto Nacional de Derechos Humanos).
Televisión Nacional de Chile estrenó ayer el primer capítulo de la miniserie «Los Archivos del Cardenal», basada en la historia de la Vicaría de la Solidaridad durante los años de la dictadura, y que nos presenta de entrada el caso de los 15 campesinos encontrados en 1978 en los hornos de Lonquén, secuestrados y asesinados por Carabineros durante la dictadura de Augusto Pinochet. Varias aristas se abren a la luz de esta serie que llegará a la inmensa mayoría de chilenos y chilenas.
Por una parte, la que refiere al rol que puede y debe cumplir la televisión pública en una sociedad democrática como la nuestra, con una historia reciente dolorosa y por tanto difícil de tratar, con protagonistas directos aún vivos y con heridas que permanecen abiertas para muchos. En efecto, es propio de la televisión pública contribuir a cumplir con el deber del Estado de dar garantías de no repetición en relación con los hechos ocurridos en nuestro país en materia de graves violaciones a los derechos humanos. Su razón de ser -junto con la de educar- es promover una cultura e identidad basadas en nuestra historia y memoria desde una perspectiva que ponga en el centro la dignidad y el respeto de las personas, permitiendo, a la vez, el acceso de la mayoría de los chilenos(as) a una información que circula con dificultad y de manera fragmentada aún en la sociedad chilena.
Por otra parte, pareciera abrirse un debate que se expresa en las diversas interpretaciones que existen sobre las causas que motivaron los crímenes ocurridos durante la dictadura, cuestión que seguramente seguirá su curso en el tiempo y que es parte del debate plural y democrático. Lo que no está en cuestión es el consenso de la población en torno a los hechos ocurridos, como lo demuestra una reciente encuesta aplicada por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) y que evidencia que el 80% de los chilenos considera que durante el régimen militar se violaron gravemente los derechos humanos. Es en este campo donde no pueden admitirse tendencias revisionistas y negacionistas, las que constituyen no sólo un atentado a las víctimas, sino que a la sociedad chilena en su conjunto. La memoria, esta memoria, está profundamente ligada al derecho a la verdad y a la justicia en países que, como Chile, han sufrido violaciones sistemáticas y generalizadas de los derechos humanos. Así lo han refrendado el Estado y sus instituciones.
Conocer lo que ocurrió entre 1973 y 1989 y resaltar el papel que cumplieron las iglesias, así como los defensores de derechos humanos que actuaron defendiendo, asistiendo, e incluso escondiendo a los perseguidos por el aparato de seguridad de la dictadura es un homenaje que la sociedad les debía a estos actores. El INDH se enorgullece de contar entre sus consejeros con María Luisa Sepúlveda, Claudio González, Enrique Núñez y Roberto Garretón, quienes tuvieron un rol protagónico en esta historia y los que a través de su participación en esta institución permiten darle continuidad, actualizar y proyectar el campo de los derechos humanos a todos y todas en nuestro país.
La serie es evidentemente sesgada
(Por Miguel Schweitzer, decano de Derecho Universidad Finis Terrae, abogado litigante, ex Canciller).
Del primer capítulo de esta serie televisiva producida por TVN, surgen naturalmente las interrogantes propias de una secuencia cuyo desarrollo y desenlace se desconocen, y los comentarios que el capítulo exhibido sí provoca.
Preciso es reconocer que el período político que se analiza causa inmediata reacción según la perspectiva desde la cual se mira. Para unos se trató de una dictadura militar, que como política de subsistencia violó sistemáticamente los derechos de las personas, mientras para otros fue un gobierno militar autoritario, que impidió que en Chile se instalara un régimen comunista -como ocurrió en Cuba- y que institucionalizó un sistema social de mercado, con un Estado subsidiario, donde las violaciones a los derechos individuales fueron excesos producto de las circunstancias.
Lo demuestra el hecho de que aún antes de comenzar la exhibición ya se habían expresado opiniones encontradas, unas criticando la iniciativa y que fuese a través de TVN, y otras, por el contrario, alabando que cada vez más se difunda en nuestro país lo ocurrido en dicho período.
Entendemos que la serie televisiva está destinada en su conjunto a analizar la labor que, durante el gobierno militar, realizó la Vicaría de la Solidaridad, a través de la cual la Iglesia Católica de Chile, bajo el arzobispado del Cardenal Silva Henríquez, actuaba en la defensa de quienes acudían como víctimas de violaciones de sus derechos fundamentales.
Este primer capítulo sólo cubre un evento, en el que se habría descubierto los cadáveres de varios campesinos a quienes se había dado muerte, y que fueron enterrados en unos hornos abandonados, pero que, al ser descubiertos, habría permitido comenzar a descifrar el problema de los detenidos-desaparecidos.
Por cierto que con la perspectiva de hoy, y luego de todo lo que se ha develado en estos años, lo que hicieron quienes trabajaron en la Vicaría de la Solidaridad debe ser destacado, como lo hace la producción de TVN, y los hechos denunciados, justificadamente condenados.
Sin embargo, también debe señalarse, y no debe omitirse, que la producción comentada es evidentemente sesgada, lo que además hace dudar de cómo será su desenlace.
Tanto la presentación de quienes aparecen como trabajando en la Vicaría, en comparación con la de quienes representan los papeles de integrantes de los servicios de seguridad, así como la caracterización juvenil y heroica de los voluntarios, contrapuesta a la de una vieja oligarquía terrateniente dejan en evidencia el sesgo de la producción. Ello, sin considerar que la serie omite absolutamente exponer la realidad de contexto, o siquiera hacer una mención de ella, en la que habrían ocurrido los hechos.
En mi opinión, si bien siempre es necesario conocer su propia historia y su propio pasado, para así poder enfrentar el futuro, cuando los países han atravesado períodos traumáticos en su desarrollo, no ayuda a la reconciliación -tan necesaria para una sana convivencia- el insistir en obras cuyo sesgo sólo logra impedir que el tiempo sane las heridas del pasado. En nuestro país, una gran mayoría -de ambos sectores- se ha reconciliado y con objetividad mira el pasado, pero aún hay pequeños sectores extremos de nuestra sociedad, reacios a ello y que se empeñan en que no se cicatricen las heridas del ayer.
Un gobierno siempre debe mirar hacia adelante, al futuro y no hacia atrás, así como debe preocuparse siempre de los más y no de los menos. En este caso, parece que TVN -canal que es de todos los chilenos- sólo quiso dejar un nuevo testimonio de eventos que todos en Chile condenan, pero sin evaluar las consecuencias que ello pudiere acarrear para la tan necesaria reconciliación aún pendiente entre nosotros.
*Fuente: La Segunda
Nota de la Redacción de piensaChile: Este es el link al primer capítulo transmitido por TVN
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Ud. no es chileno, por lo tanto su opinión vale muy poco.No trate de justificar lo injustificable. Para usted y uds. Nuremberg es poco. El día que los chilenos y las chilenas despierten, mi consejo, es que arranque rapidamente de nuestra patria porque la guilllotina le cortará su pobre y escasa cabeza.