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Cómo hacer la transición del viejo al nuevo paradigma

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Damos por ya realizada la demolición crítica del sistema de consumo y de
producción capitalista junto con la cultura materialista que lo
acompaña. O lo superamos históricamente o pondrá en gran riesgo a la
especie humana.

La solución para la crisis no puede venir del propio sistema que la ha
provocado. Como decía Einstein: «el pensamiento que creó el problema no
puede ser el mismo que lo solucionará». Estamos obligados a pensar
diferente si queremos tener futuro para nosotros y para la biosfera. Por
más que se agraven las crisis, como en la zona euro, la voracidad
especulativa no remite.

Lo dramático de nuestra situación reside en el hecho de que no tenemos
ninguna alternativa suficientemente vigorosa y elaborada que venga a
sustituir el sistema actual. No por eso debemos desistir del sueño de
otro mundo posible y necesario. La sensación que vivenciamos ha sido
bien expresada por el pensador italiano Antonio Gramsci: «lo viejo se
resiste a morir y lo nuevo no consigue nacer».

Pero por todas partes en el mundo hay una amplia siembra de
alternativas, de estilos nuevos de convivencia, de formas diferentes de
producción y de consumo. Se proyectan sueños de otro tipo de
geosociedad, poniendo en actividad a muchos grupos y movimientos, con la
esperanza de que algo nuevo podrá brotar desde dentro del viejo sistema
en erosión. Este movimiento mundial gana visibilidad en los Foros
Sociales Mundiales y recientemente en la Cúpula de los Pueblos por los
derechos de la Madre Tierra, realizada en abril de 2010 en Cochabamba
(Bolivia).

La historia no es lineal. Se hace por rupturas provocadas por la
acumulación de energías, de ideas y de proyectos que en un momento dado
introducen una ruptura y entonces lo nuevo irrumpe con vigor suficiente
para alcanzar hegemonía sobre todas las otras fuerzas. Se instaura
entonces otro tiempo y una nueva historia comienza.

Mientras esto no suceda, tenemos que ser realistas. Por una parte,
debemos buscar alternativas para no quedar rehenes del viejo sistema, y
por la otra, estamos obligados a estar dentro de él, a seguir
produciendo, no obstante las contradicciones, para atender las demandas
humanas. En caso contrario, no evitaríamos un colapso colectivo con
efectos dramáticos.

Debemos, por lo tanto, andar sobre las dos piernas: una apoyada en el
suelo del viejo sistema y la otra, en el suelo nuevo, dando énfasis a
este último. El gran desafío es cómo procesar la transición entre un
sistema consumista que estresa a la naturaleza y sacrifica a las
personas y un sistema de sostenimiento de toda vida en armonía con la
Madre Tierra, con respeto a los límites de cada ecosistema y con una
distribución equitativa de los bienes naturales e industriales que hemos
producido. Intercambiando ideas en Cochabamba con el conocido sociólogo
belga François Houtart, uno de los buenos observadores de las actuales
transformaciones, convergimos en estos puntos para la transición de lo
viejo a lo nuevo.

Nuestros países del Sur deben en primer lugar luchar, aun dentro del
sistema vigente, por normas ecológicas y regulaciones que preserven lo
más posible los bienes y los servicios naturales o traten su utilización
de forma socialmente responsable.

En segundo lugar, los países del gran Sur, especialmente Brasil, no
deben aceptar ser reducidos a meros exportadores de materias primas,
sino incorporar tecnologías que den valor añadido a sus productos, crear
innovaciones tecnológicas y orientar su economía hacia el mercado
interno.

En tercer lugar, que exijan a los países importadores que contaminen lo
menos posible y que contribuyan financieramente a la preservación y
regeneración ecológica de los bienes naturales que importan.

En cuarto lugar, que consigan una legislación ambiental internacional
más rigurosa para los que menos respetan los preceptos de una producción
ecológicamente sostenible, socialmente justa, los que relajan la
adaptación y la mitigación de los efectos del calentamiento global e
introducen medidas proteccionistas en sus economías.

Lo más importante de todo, sin embargo, es formar una coalición de
fuerzas a partir de gobiernos, instituciones, iglesias, centros de
investigación y de pensamiento, movimientos sociales, ONGs y todo tipo
de personas en torno a valores y principios colectivamente compartidos,
bien expresados en la Carta de la Tierra, en la Declaración de los
Derechos de la Madre Tierra o en la Declaración Universal del Bien Común
de la Tierra y de la Humanidad (texto básico del incipiente proyecto de
reinvención de la ONU) y en el Vivir Bien de las culturas originarias
de las Américas.

De estos valores y principios se espera la creación de instituciones
globales y, quien sabe, la organización de una gobernanza planetaria que
tenga como propósito preservar la integridad y vitalidad de la Madre
Tierra, garantizar las condiciones del sistema-vida, erradicar el hambre
y las enfermedades prevenibles, y forjar las condiciones para una paz
duradera entre los pueblos y con la Madre Tierra.
2010-07-16

*Fuente: Koinonia

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