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Monseñor Romero y la verdad

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El Festival por la Verdad  y los Derechos Humanos en El Salvador
El día 24 de Marzo de 1980 fue asesinado 
por orden del Mayor Roberto D’Aubuisson líder de los Escuadrones de la Muerte, el Arzobispo de San
Salvador Msr. Oscar Arnulfo Romero Galdámez, mientras decía Misa.  La causa de su asesinato fue simplemente el
decir la verdad para defender a su pueblo, que estaba siendo masacrado por
militares y paramilitares so pretexto de que podrían estar ayudando a
guerrilleros.  Así murieron más de 80.000
personas inocentes y junto con ellas Monseñor.

La
Universidad Jesuita UCA, continuó con la lucha por obtener la
paz y parar los crímenes denunciando al mundo la verdad de lo que estaba
sucediendo, lo que le costó en 1989 el asesinato de su Rector junto a cinco
académicos, todos sacerdotes, junto a dos inocentes mujeres del servicio, en
una operación nocturna realizada por el Batallón Atlacatl.

De este grupo de académicos sobrevivió el sacerdote  y teólogo Jon Sobrino, que junto con otros
académicos tomó la bandera de la lucha por la verdad y la justicia a través de
la denuncia, el mantenimiento de la memoria histórica, y el auxilio a las
víctimas.

Ahora en el año 2011, todavía se notan las huellas de estas atrocidades las que
se ha tratado de tapar y olvidar en forma oficial a través de una amnistía
nacional.  La Universidad
persistiendo en su lucha por la recuperación de la verdad, única forma de
sanación para las víctimas, ha tomado la figura de Monseñor que es honrada en
el mundo entero, como su inspiración y durante una semana que culmina el 24 de
Marzo, realiza eventos que reflejan el legado de Monseñor, en el Festival
Verdad.

En este Festival participa masivamente el pueblo de El
Salvador, que considera que Msr. Romero es su Santo Patrono ya que dio la vida
por ellos pidiendo con voz fuerte y clara a los soldados, a las autoridades y a
Estados Unidos que cesaran las matanzas.

A continuación presentamos la conferencia que el Teólogo Jon
Sobrino impartió el día 18 de Marzo del 2011 en esa universidad.


Monseñor Romero y la
verdad

La forma más honda nos la propone don Pedro Casaldáliga:
"Nuestra coherencia será la mejor forma canonización de ‘San Romero de América,
Pastor y Mártir’".

A Monseñor Romero lo llamamos "pastor, profeta y mártir", y
don Pedro Casaldáliga lo canta como "santo", "San Romero de América". Son
palabras insustituibles que lo definen con gran precisión [1]. En esta
ponencia, sin embargo, me voy a concentrar en el Monseñor Romero que "dijo la
verdad", también de manera insigne. Intentaré, pues, responder al tema que me
han pedido desarrollar "Monseñor Romero y la verdad". Quizás pueda iluminar lo
que, a mi modo de ver, está en juego en el "Festival Verdad 2011". E iluminar cómo decir
verdad hoy en el país y en la
Iglesia, ya que Monseñor fue salvadoreño y hombre de Iglesia,
y en la UCA, pues
en ella estamos.

            Quiero comenzar con las palabras que
hace muchos años dijo un campesino: "Monseñor Romero dijo la verdad. Nos
defendió a nosotros de pobres. Y por eso lo mataron". El campesino comenzó, si
no por lo más decisivo, que fue su amor martirial al pueblo, sí por lo que en
un momento más le debió sorprender de Monseñor: "dijo la verdad", algo nada
frecuente en el país. Y sin ningún atisbo sistemático siguió enumerando
magistralmente su finalidad: "defender al pobre". Y la consecuencia de decirla:
"por eso lo mataron".

En el origen de todo estaba actuante su fe en el Dios de
Jesús, que se le fue desplegando en profundidad cada vez mayor en sus tres años
de ministerio. E igualmente la realidad del pueblo salvadoreño, que irrumpió de
forma inocultable desde el inicio de su ministerio arzobispal. Monseñor se topó
con la pobreza del pueblo, producto de la injusticia. Se topó con la cruel
represión contra el pueblo, que desembocaría en guerra. Se topó con su esperanza
de liberación y con su decisión a trabajar, e incluso luchar, por ella. Y dejó
que todo ello le configurase a él y le empapase por entero. 

Las palabras del campesino también apuntan a lo que, según
entiendo, dio origen al festival de la verdad. En directo mantener memoria de
la verdad y hacerla presente, a lo que el festival añade la celebración festiva
de modo que pueda convocar -a la juventud sobre todo- y a todo el que tenga
interés en la verdad de las víctimas.

En el centro de todo lo que vamos a decir están los pobres y
víctimas, aunque en general el énfasis suele centrarse hoy en las víctimas de
la violencia. En cualquier caso no se trata de festejar "cualquier verdad",
sino la que honra a pobres y víctimas. Parafraseando unas palabras de don Pedro
Casaldáliga [2], los cantos del festival deben poner ritmo a nuestro caminar
con las víctimas y en defensa de ellas. Deben unirnos apretadamente para
trabajar con eficacia, alejar la rutina y la trivialización. Y deben
mantenernos en la tarea cuando hay que pagar un precio.

Y una reflexión obvia antes de empezar. No sé que haría o
diría hoy Monseñor Romero, pero pienso que es muy provechoso, treinta años
después, recordar los "principios" de su "decir verdad". No se puede aplicarlos
mecánicamente. Pero tampoco veo que hayan surgido otros principios que superen
a los de Monseñor Romero en eficacia para que triunfe la verdad. Lo que voy a
decir puede ser conocido para algunos, pero pienso que puede ser bueno
recordarlo.

1. "Monseñor Romero
dijo la verdad"

Así comenzó el campesino. Y en ello vamos a insistir, tanto
para conocer a Romero como para ayudar a superar el lastimoso estado en que con
frecuencia se encuentra la verdad en nuestro mundo y en nuestro país, en los
medios (silencios, encubrimiento, tergiversación, trivialización [3]…), también
en los discursos de la política y la economía (ideologización espúrea,
falsedades…), y a veces en la del discurso religioso y eclesial (dogmatismo,
silencio, devociones dulcificantes…). Algo hemos mejorado en el país en
"libertad de expresión", pero no mucho en "voluntad de verdad".

La lucha contra la
mentira

Para Monseñor decir la verdad significó luchar contra la mentira. Y eso no por
razones éticas genéricas, sino porque la mentira oculta el asesinato. Las
palabras son fuertes, pero provienen del evangelio de Juan: "El maligno es
asesino y mentiroso" (Jn 8, 44).

Durante los tres años de su ministerio arzobispal Monseñor
vivió en medio de mucha injusticia producto de la opresión y de muchos
asesinatos producto de la represión. El Maligno se había enseñoreado del país a
través de personas y sobre todo de estructuras económicas, militares,
paramilitares, políticas, de los medios… Como el ídolo Moloch, exigía víctimas
para subsistir. Y así lo denunció Monseñor en su cuarta carta pastoral. 

La gran víctima fue el pueblo, a quien él llamó "el divino
traspasado", y Ellacuría "el pueblo crucificado". Con ese lenguaje mostraba
dolor, indignación, ternura y urgencia a bajarlo de la cruz. Pero esto exigía
comenzar diciendo la verdad. Monseñor Romero se convirtió en "decidor de
verdad", expresión rebuscada, pero que puede ser útil para recalcar que
Monseñor "dijo" la verdad y que la dijo "en contra" de la mentira.

El presupuesto de su lucha contra la mentira fue que  "nada hay tan importante como la vida humana.
Sobre todo la persona de los pobres y oprimidos" (16 de marzo, 1980). Por eso
la verdad de Monseñor girará fundamentalmente alrededor de "la vida", con
"parcialidad hacia los pobres", el pueblo crucificado. Y dada la importancia de
esa verdad preparó con mucha diligencia sus homilías y escritos.

Esto que acabamos de decir son presupuestos, que es necesario
tener en cuenta y no darlos nunca por supuesto. Ahora sólo voy a enumerar
algunas cosas que se derivan de ello. Y por la naturaleza del asunto, ojalá
sean tenidas en cuenta por las iglesias. 

a) Monseñor dijo la verdad "públicamente" en sus homilías.
Como pedía Jesús, dijo la verdad "desde los tejados", en catedral, y a través
de la YSAX
que  llegaba a miles de hogares -cuentan
que aun a los cuarteles [4]. La dijo "vigorosamente", pues la mentira era
aberrante, y la dijo "larga y repetidamente" pues la mentira ocultaba la
magnitud de la negación de la vida. 

El decir verdad así le convirtió en figura verdaderamente
"pública", referente obligado para el país -y muy pronto fuera de él- y
configurador de la realidad. Su cargo de arzobispo sólo lo hubiese hecho en
medida discreta y sin influjo social importante.

b) Monseñor fue obispo de todos, pero en directo fue obispo
de los pobres y las víctimas. Por esa razón al "decir verdad" se convirtió
también en figura del pueblo. Lo fue de manera visible, pues hablaba ante el
pueblo, y el pueblo, no otras instancias políticas, académicas, eclesiásticas,
aunque las tuviese en cuenta, fueron el destinatario primario de su palabra.
Pero fue popular en un sentido más preciso y cualificado, que se suele olvidar
con facilidad. La realidad del pueblo, sufriente y esperanzada, inspiró la
palabra de Monseñor y le otorgó una dirección precisa [5].

En sus visitas a las zonas populares, pueblos y cantones, el
pueblo entró en su corazón y en su mente. Sin saberlo, los pobres y los
campesinos eran coautores de sus homilías y cartas pastorales. "Entre ustedes y
yo hacemos esta homilía" (16 de septiembre, 1979). Al pueblo lo llamó su
maestro: "el obispo siempre tiene mucho que aprender de su pueblo" (9 de
septiembre de 1979), y su profeta: "siento que el pueblo es mi profeta" (8 de
julio de 1979).

Recordemos un ejemplo importante de lo que acabamos de decir.
Antes de escribir en 1979 su cuarta Carta Pastoral "Misión de la Iglesia en medio de la
crisis del país", tema muy candente y delicado, envió un cuestionario a las
comunidades pidiéndoles su opinión sobre el país y la Iglesia, y sobre
contenidos importantes de la fe cristiana: "cuál es el mayor pecado del país",
"quién es para usted Jesucristo", "qué piensa usted de la conferencia
episcopal, del señor nuncio, de su arzobispo"… Y tomó en serio las
respuestas. En la homilía de aquellos días dijo: "Ustedes y yo hemos escrito la
cuarta carta pastoral" (6 de agosto, 1979).

Esto no significaba ignorar a otros ciudadanos ni ignorar
las limitaciones y pecados de los pobres y de las organizaciones populares,
aunque a éstas las defendió convencidamente. Ahora sólo lo mencionamos [6].
Pero queremos recordar lo que más le hizo sufrir a Monseñor de las limitaciones
y pecados del pueblo: "el trágico espectáculo que se está ofreciendo en el país
entre organizaciones fundamentalmente integradas por campesinos y campesinas
que luchan entre sí y que últimamente están en pugna violenta" [7]. Y prosigue
con honda tristeza: "A nuestra gente del campo la está desuniendo precisamente
aquello que la une más profundamente: la misma pobreza, la misma necesidad de
sobrevivir, de poder dar algo a sus hijos, de poder llevar pan, educación,
salud a sus hogares".

Monseñor fue "popular" en el decir verdad, y en este
contexto quisiera insistir en que Monseñor, cuando hablaba al pueblo, tomó en
cuenta y apreció la "razón" del pueblo, que el pueblo piensa, también los que
solemos llamar "la gente sencilla", lo cual no suele ser muy tenido en cuenta
en las campañas políticas ni muchas veces en la pastoral, ni en el transfondo
de actividades académicas.

Por ese respeto a la razón del pueblo, en la preparación de
sus homilías se preparaba con serios estudios de teología bíblica, del Vaticano
II, Medellín y Puebla, encíclicas de Juan XXIII y Pablo VI, de teología,
también la de la liberación, y de la doctrina social de la Iglesia. No se
contentaba con palabras piadosas anodinas o con comentarios bíblicos inofensivos,
que abundan y no molestan a nadie. Y por lo que toca a la realidad del país,
tanto en las homilías como sobre todo en las cartas pastorales, la exponía y
explicaba tras análisis rigurosos, consultas a economistas, analistas
políticos, expertos en la religiosidad del momento, teólogos, abogados y
miembros del Socorro Jurídico.

Es cierto que la razón de los pobres no era como la de los
estudiados, pero era real. Y sobre todo, para Monseñor Romero en lo fundamental
los pobres tenían razón. Así lo pensó también Ellacuría, y sacó las
consecuencias para la misión de  la
universidad. Esta "debe encarnase entre los pobres intelectualmente para ser
ciencia de los que no tienen voz, el respaldo intelectual de los que en su
realidad misma tienen la verdad y la razón, aunque sea a modo de despojo, pero
que no cuentan con las razones académicas que justifiquen y legitimen su verdad
y su razón" [8].

Monseñor pronunció sentencias llenas de unción y frases
lapidarias, impresionantes muchas de ellas, que valen por sí mismas, y a todos
nos impactaron [9]. Pero queremos insistir en que, además, Monseñor argumentaba
ante el pueblo y para el pueblo. No le daba miedo que el pueblo usase la razón,
sí le daba miedo infantilizar al pueblo. Su lenguaje era comprensible para
todos, pero también estaba dirigido a la razón de todos. Y por ello Monseñor
fue "popular", no populista, ni política ni religiosamente, como los que se
dirigen al pueblo sin aducir argumentos. Incluso podemos decir que fue popular
"ilustrado", no como otros que, como último argumento, remiten a la autoridad,
civil o eclesial, y a costumbres seculares, que pueden ser beneméritas,
pero  no intocables.

En estos asuntos Monseñor exigió la disponibilidad a cambiar
de mente, metanoia. "Me da lástima pensar que hay gente que no evoluciona. Y
recuerdan su colegio y quisieran un cristianismo estático como museo de
conservación. No es para eso el cristianismo ni el evangelio" (21 de junio,
1979). Y arriesgaba con paz, que con ello pudiese peligrar la obediencia -cuando
no el servilismo-, y la deseada seguridad que puede proporcionar la religión.
Para iluminar la palabra de Dios y para luchar contra el Maligno usó, pues,
también la razón, en su caso iluminada por la fe cristiana. Y le pareció muy
bien que el pueblo la usara.

c) Su modo de "decir verdad" le llevó a ser pionero, pienso,
de algo que después ha sido aceptado con aprobación, y aun con entusiasmo, por
los defensores de los derechos humanos. Me refiero a "la memoria histórica",
que viene a designar el esfuerzo consciente de los grupos humanos por entroncar
con su pasado, valorándolo y tratándolo con especial respeto -aunque no hay que
exagerar como si "la memoria histórica" fuese invento de ahora. Lo que sí es
cierto es que el Maligno no quiere saber nada de esa memoria.

Sólo quiero hacer una reflexión para hoy. Monseñor, en sus
homilías, mencionó cuantitativamente todos y cada uno de los nombres de las
víctimas de la semana, y de las matanzas y masacres siempre que ocurrían. Y en
cuanto tenía noticia, mencionaba quiénes fueron los victimarios, a qué cuerpo
de seguridad o cuerpo militar o paramilitar pertenecían, las circunstancias
precisas del lugar y tiempo. Y mencionaba a los familiares de las víctimas, lo
que para él fue fundamental: en qué situación de penuria quedaban, la
obligación en justicia de darles reparación. Y en lo que se insiste hasta el
día de hoy, la condena de la impunidad.

Si se me permite el comentario, esta es la buena y necesaria
"geometría" en la que pensaba Pascal cuando hablaba del sprit de geometrie,
como modo de conceptualizar las cosas con precisión. Pero Monseñor Romero no
sólo "cuantificaba" y "diagramaba" escrupulosamente la realidad de las
víctimas, sino que "cualificaba" y "personalizaba" lo que ocurría y cómo
afectaba en lo profundo. "Se me horrorizó el corazón cuando vi a la esposa con
sus nueve niñitos pequeños, que venía a informarme. Según ella lo encontraron
[al esposo] con señales de tortura y muerte. Ahí está esa esposa con esos niños
desamparados… Es necesario que tantos hogares que han quedado desamparados como
este reciban la ayuda. El criminal que desampara un hogar tiene obligación en
conciencia de ayudar a sostener ese hogar" (20 de noviembre de 1977). Era la
delicadeza de Monseñor. El sprit de finesse de que debe estar empapada toda
memoria histórica.

Y también fue memoria histórica recordar la bondad. Sobre
todo cuánto hubo de entrega, de mártires por la justicia, de esperanza y
confianza en Dios, para alabarlos, alegrarse de lo que hicieron y proponerlos
para imitar y seguir. La memoria histórica no es cualquier cosa. Es fácilmente
ignorada, pero sigue siendo fundamental recordar la aberración, para llorarla y
enmendarse, y recordar el amor, para sentir gozo y proseguirlo. Humaniza el
aire que respiramos. Y de ahí Monseñor sacaba la fuerza para seguir en la tarea
de mantener vivas a las víctimas.

Hablando de "decir verdad", permítanme un pequeño parénesis.
Recordando cómo hablaba Monseñor de su presente, creo que no hubiese usado el
término "globalización" con la naturalidad y ligereza, y muchas veces
hipocresía, con que hoy se hace. El término no es adecuado para "decir verdad",
pues entre los seres humanos y el ideal de lo humano no hay aquella
equi-distancia que existe, por definición, entre todos los puntos la esfera, el
globo, símbolo de perfección para Platón, y el centro. Lo que sigue existiendo
es abismal distancia y contradicción entre minorías de opresores y mayorías de
oprimidos, lo cual Monseñor no olvidaba nunca. Y desde esa perspectiva se
debiera usar, o dejar de usar, el término globalización [10]. Sí pienso que
hablar de "un mundo uno" transmite verdad. Repetir que vivimos en "un mundo
globalizado" la niega. La verdad es que vivimos en "un mundo uno de opresores y
oprimidos". Usar el lenguaje correcto es también una forma de luchar contra el
Maligno.

d) Y para terminar este apartado, hagamos dos reflexiones
basadas en el Monseñor Romero explícitamente seguidor de Jesús. Y
permítanme  dos apuntes teológicos que
iluminan su "decir verdad" y  su lucha
contra la mentira. Monseñor fue sacramento de Jesús de Nazaret en todo lo que
hacía y sentía: compasión, denuncia de la opresión, esperanza de liberación,
acusación de tradiciones religiosas manipuladas, oración, fe en un Dios-Padre…
Pero nos fijamos ahora en un punto no muy tenido en cuenta, y que es importante
al reflexionar sobre "decir verdad"..

Los sinópticos son unánimes al afirmar que "la gente quedaba
asombrada de su doctrina porque [Jesús] les enseñaba como quien tiene
autoridad, y no como sus letrados" (Mt 8, 27; Mc 1, 22; Lc 4, 32). Pues bien,
Monseñor dijo la verdad como la decía Jesús: con autoridad. Esta autoridad no
le venía, como tampoco a Jesús, de su origen: "¿De Nazaret puede salir cosa
buena?". Ni tampoco de su condición de obispo. Dicho con respeto en su tiempo
algunos obispos del país no era muy respetados.

La autoridad le provenía de su autenticidad y convicción,
que se expresaba en su honradez con lo real y su coherencia entre decir y
hacer, y que se desbordaba en su hacer justicia y en el amor a la gente; al
final, en su entrega total. Así entiendo el embeleso del campesino ante
Monseñor. En medio de tantos mentirosos y "palabreros", "Monseñor dijo la
verdad". Y de ahí también su asombro, y el del pueblo en general, al escucharle.
Al hablar con autoridad, Monseñor triunfaba sobre la mentira y los
embaucadores.

f) Finalmente, "con Monseñor Romero Dios pasó por El
Salvador", en palabras conocidas y notables de Ellacuría, pero que no hay que
trivializar como si, oídas una vez, todo quedara claro. En mi opinión ese paso
de Dios con Monseñor ocurrió de varias maneras: al sanar y consolar, expulsar
demonios y dar esperanza. Y eso a personas y estructuras… El no creyente bien
puede interpretar el hecho como el paso de lo que entienda ser lo "último":
fraternidad, justicia, esperanza, entrega de la vida, amor… El creyente puede
añadir el siguiente matiz que es importante para esta ponencia: "con las
palabras de Monseñor Romero la palabra de Dios pasó por El Salvador". Y es
importante porque la
Escritura dice que "la palabra de Dios es viva y eficaz y más
cortante que espada de dos filos; penetra hasta la separación de alma y
espíritu" (Hebr 4, 12). Así fue el hablar de Monseñor. Los opresores parecían
estar blindados para sentir el rechazo de Dios. Pero nadie de buena voluntad
podía autoengañarse ante su palabra. Y nadie ente los pobres podía dejar de
sentir el consuelo de Dios.

La conclusión de lo dicho hasta ahora es que el decir verdad
de Monseñor no fue algo que simplemente ocurrió. No fue una obviedad por ser él
sacerdote y obispo. Tampoco fue sólo un "no mentir". Fue una lucha contra el
Maligno mentiroso, y una lucha porque en definitiva el Maligno es asesino. Y
por eso fue dialéctico. Decir verdad fue poner en palabra pública y popular la
realidad doliente y esperanzada del pueblo en contra de la palabra callada y aburguesada.
Fue ponerla en palabra que se mantenía en contra de la palabra olvidada. En
palabra razonada en contra de la palabra impuesta. En palabra que cuenta con el
pueblo, en contra de la palabra autosuficiente y que lo desprecia. Fue un decir
verdad con autoridad como Jesús de Nazaret, en contra de la palabrería de los
letrados. Fue decir verdad causando asombro, en contra del tedio. Fue decir
verdad con agudeza en contra de la palabra roma, y deslindándola sin equívocos
de la mentira. Como lo hace la
Palabra de Dios, "más cortante que espada de dos filos"..

Desenmascarar el
encubrimiento

El arzobispo de Canterbury, El Dr. Rowan Williams, en la
liturgia que celebraron los anglicanos en el XXX aniversario del martirio de
Monseñor, dijo que, cuando Monseñor regresaba de Puebla, un funcionario del
aeropuerto dijo: "Ahí va la verdad". Y al pasar por la aduana, el mismo
Monseñor dijo: "En mi valija traigo la verdad". 
Lo cuenta en su Diario. Las palabras son bellas y sorprendentes, pero no
es evidente que hablen así figuras públicas. La experiencia muestra más bien
que la verdad, sobre todo la verdad social, está oprimida

Si se me permite un recordatorio bíblico, Pablo denuncia
solemnemente y de forma sistemática que los seres humanos secuestramos la verdad
y la mantenemos oprimida. "La ira de Dios se revela contra toda clase de
hombres impíos e injustos que aprisionan la verdad con su injusticia" (Rom 1,
18). Y cuando esto ocurre, estalla un cataclismo impresionante, aunque esto no
se suele tener muy en cuenta. La realidad ya no se muestra como es, y
religiosamente queda anulada su dimensión sacramental de remitir a Dios (vv.
21s). En lenguaje más antropológico, "el corazón del hombre se entenebrece", su
mente ignorante queda a oscuras (v. 22), y los seres humanos se entregan a
todos los vicios, se deshumanizan (vv. 24-32). 
Oprimir la verdad -hoy la palabra podría ser "encubrimiento"- es cosa
grave. Y es posibilidad de todos, creyentes y no creyentes, varones y mujeres,
civiles y eclesiásticos. Y es la forma más habitual que adopta la mentira.

El encubrimiento no ocurre al azar. El proceso [11] por el
que se llega a oprimir la verdad puede ser descrito de la siguiente manera. En
primer lugar ocurre la depredación [12], el robo, la injusticia sobre todo al
nivel macro-estructural de naciones, potencias, continentes -es la violación
del séptimo mandamiento, no robar. Cuando es necesario para producir la
depredación y mantenerla, ocurren asesinatos, torturas, masacres, invasiones,
guerras -es la violación del quinto mandamiento, no matar. Y para ocultar todo
ello ocurre el encubrimiento [13] de la realidad, de los hechos, las
consecuencias y las razones -es la violación del octavo mandamiento, no mentir.
No creo que Monseñor conceptualizase el proceso con estas palabras, pero, como
es bien sabido, denunció vigorosamente la violación de los tres mandamientos
citados.

Monseñor denunció la riqueza. "Yo denuncio, sobre todo, la
absolutización de la riqueza, ese es el gran mal de El Salvador: la riqueza, la
propiedad privada, como un absoluto intocable. ¡Y ay del que toque ese alambre
de alta tensión! Se quema" (12 de agosto, 1979). Es la violación del séptimo
mandamiento. Y la riqueza, producto de la depredación, lleva como por necesidad
a la represión: "quien la toca se quema". Sus mayores diatribas fueron contra
la muerte injusta y cruel. "No me cansaré de denunciar el atropello por
capturas arbitrarias, por desaparecimientos, por torturas" (24 de junio, 1979).
"Se sigue masacrando al sector organizado de nuestro pueblo solo por el hecho
de salir ordenadamente a la calle para pedir justicia y libertad" (27 de enero
de 1980). "La violencia, el asesinato, la tortura donde se quedan tantos
muertos, el machetear y tirar al mar, el botar a la gente: esto es el imperio
del infierno" (1 de julio, 1979). Es la violación del quinto mandamiento. Y
tras estas dos volaciones,  el
encubrimiento de los hechos y de sus responsables: "Falta en nuestro ambiente
la verdad". (12 de abril, 1979). "Sobra quienes tienen su pluma pagada y su
palabra vendida" (18 de febrero, 1979). "Están muy manipulados los medios de
comunicación, muy manipulados" (18 de febrero, 1979). "Distorsionan la verdad"
(21 de enero, 1979). "Estamos en un mundo de mentiras donde nadie cree ya en
nada" (19 de marzo, 1979). Es la violación del octavo mandamiento. Escándalo y
encubrimiento son correlativos, y de la magnitud del encubrimiento se puede
colegir la magnitud del escándalo.

Decir la verdad para Monseñor no fue una pacífica muestra de
honradez, sino un triunfo sobre el encubrimiento: la liberación de la verdad
oprimida. José Luis Sicre, experto en el Antiguo Testamento, nos dijo hace años
que Monseñor Romero había sido uno de los siete u ocho profetas de la tradición
bíblico-cristiana, incluídos Isaías, Jeremías, Miqueas, Amos, Oseas…

Decir la verdad desde
el sufrimiento

Finalmente, recordemos las palabras clásicas de Theodor
Adorno: "para decir  toda verdad hay que
dejar hablar al sufrimiento". No creo que Monseñor conociese estas palabras,
pero sí las cumplió admirablemente. Su gran voluntad de hacer hablar al
sufrimiento del pueblo salvadoreño le permitió decir una gran verdad, sobre los
seres humanos y sobre Dios, sobre el pecado y la gracia, sobre la sociedad y la Iglesia.

La víspera de su asesinato explicó, sereno y conmovido, cómo
preparaba la homilía del domingo. "Le pido al Señor durante la semana, mientras
voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de
tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar,
para llamar al arrepentimiento, y aunque siga siendo una voz que clama en el
desierto, sé que la Iglesia
está haciendo el esfuerzo para cumplir con su misión" (23 de marzo de 1980).
Desde el sufrimiento decía la verdad.

2. "Nos defendió a
nosotros de pobres"

            Con estas
palabras lapidarias siguió hablando el campesino. Y así fue.  Monseñor defendió a los pobres de muchas
maneras.  Promovió los servicios del
Socorro Jurídico del Externado, abrió el seminario a los refugiados cuando
huían de Chalatenango, apoyó una pastoral, una teología y una solidaridad
internacional en su favor. Llegó a recoger los cadáveres que dejaba la
represión: "a mi me toca ir recogiendo cadáveres (19 de junio, 1977) Y junto a
la defensa de los pobres, practicó el ministerio de la consolación.

Era su opción por los pobres, y tal como la define Puebla
desde Dios: "Por el mero hecho de ser pobres, Dios los defiende y los ama".
Defender no es sólo "amar", sino amar para que los pobres no lleguen a ser
víctimas de "enemigos". Ese plus de amor son embargo que hay en "el defender" a
los pobres, no suele ser tenido muy en cuenta, pues de esa forma en la opción
se introduce a los que son "contrarios". Surge el conflicto, y la Iglesia suele ser reacia a
una opción por los pobres así entendida. Recordemos ahora solo dos cosas sobre
el defender al pobre de Monseñor .[14]

a) El "decir verdad" hizo de Monseñor "defensor del pueblo",
advocatus. "Nos defendió a nosotros de pobres", dice el campesino. Pero quiero
insistir en que esa fue una "defensa primordial", que va más allá de lo que
convencionalmente se entiende por defender un caso. Ciertamente defendió a las
víctimas, también individualmente en cuanto pudo. Pero defender a los pobres no
significó simplemente litigar, con la noble esperanza de ganar tal o cual caso,
aunque buscó y tuvo en gran aprecio a un equipo de asesores jurídicos y
abogados para ayudar a los necesitados y poder denunciar el sistema de
administración de justicia. Sin embargo, su horizonte no fue simplemente "ganar
un caso", sino que "ganara la verdad". De ahí su célebre denuncia de la Corte Suprema de Justicia:

¿Qué hace la Corte Suprema de Justicia? ¿Dónde está el papel
transcendental en una democracia de este poder que debía estar por encima de
todos los poderes y reclamar justicia a todo aquel que la atropella?  Yo creo que gran parte del malestar de
nuestra patria tiene alli su calve principal, en el presidente y en todos los
colaboradores de la
Corte Suprema de Justicia, que con más entereza deberían
exigir a las cámaras, a los juzgados, a los jueces, a todos los administradores
de esta palabra sacrosanta, la justicia, que de verdad sean agentes de
justicia!ç (30 de abril, 1978).

Y por defender a los pobres dijo palabras durísimas contra
grupos sociales, oligarcas, militares, cuerpos de seguridad, escuadrones de la
muerte, y contra el presidente Romero, el ex mayor Roberto D’Abuisson y, aunque
muy educadamente, contra el presidente de Estados Unidos Jimmy Carter.

La verdad está a favor de los pobres, quienes muchas veces
es lo único que tienen en su favor. Por eso Monseñor quería que ganase la verdad,
que no quedase empequeñecida y sin aliento, cuando no pervertida, sólo en el
cumplimiento de leyes y normas, por justas y necesarias que sean, sino que, si
se me permite la metáfora, empapase toda la realidad del país: que en la
realidad social -árida y sin agua viva- con la verdad pudiera crecer lo humano.

b) Pensando en concreto en la UCA quiero insistir también en que Monseñor
Romero hubiese insistido en principio en decir "toda la verdad" en el siguiente
sentido: que "todas las verdades" defendiesen a las víctimas y les diesen vida.
En tiempo de Monseñor lo más macabro fue la represión cruel. Pero también
entonces, y sobre todo ahora, es macabro el espectáculo del hambre, la
inseguridad, el tener que abandonar el país, la indignidad a que se somete a
los oprimidos y a la mujer, la impunidad con que actúan los opresores, la
violencia del narco, secuestros, pandillas…

No se qué haría hoy Monseñor, pero pienso que intentaría
abordar todos esos temas con la profundidad, magnitud y frecuencia con que, en
sus cartas pastorales, abordó la injusticia y la violencia, la organización del
pueblo, su conciencia política el diálogo. Y promovería la teología adecuada
para condenar claramente la idolatría, y hoy para superar la trivialidad que
está permeando lo religioso. Y ciertamente para mantener un cristianismo
liberador siguiendo a Jesús.

Pensando en el festival verdad, me han hecho caer en la
cuenta de que este año lo organiza la
UCA, es decir,  la
universidad, no el IDHUCA, aunque su papel sea muy importante. Y en ese pequeño
cambio hay algo que me parece importante. Universidad, universitas, significa
conjunto diverso y múltiple de saberes  y
tareas.

Por ello pienso que sería un error delegar en el IDHUCA el
trabajo de los derechos a la vida. Todas las unidades de la UCA, las de proyección social
y las académicas, deben hacerse cargo, encargarse de y cargar con las víctimas
para que tengan vida, lo que deben llevar a cabo de formas diferentes y de
acuerdo a las diversas disciplinas y plataformas de proyección social. Lo que
no pueden hacer es evadirse de esa responsabilidad. 

Las ciencias de la economía deben defender al pobre,
combatir el hambre, y  más cuando es
producto de un sistema de producir riqueza. El oikos, el hogar, es la unidad
primaria de vida. Lo mismo se puede decir de las ingenierías y su capacidad de
producir espacios vivibles y humanos… Las psicologías, orientando la salud
mental; la medicina, la salud corporal; la sociología, cómo vivir en una
sociedad dividida, de opresores y oprimidos; la política, cómo hacer del poder
algo humanizador; la historia, cómo leerla de modo que se recuerde  y defienda a las victímas más que a sus
verdugos, y apuntar a nuevos caminos desde la experiencia humana acumulada: la
filosofía, cómo pensar al ser humano para que sea humano: la teología, cómo
pensar a Dios en favor de la vida de los pobres…

Esto habría que explicarlo con mucha mayor fundamentación y
precisión, ciertamente. Pero quizás baste para preguntarnos de qué modo la UCA, como universitas,
defiende y promueve los derechos humanos. Y cómo lo hace a través de saberes
que son comunicados a través de palabras de verdad. Eso es preguntarse si la UCA hace universitaria y
humamente lo que Monseñor Romero hizo pastoral y cristianamente.

3. "Y por eso lo mataron"

       El hecho no necesita comentario. "Las tinieblas odian la
luz", dice el evangelio de Juan. Y Monseñor dijo: "se mata a quien estorba". Es
la tragedia de este mundo: da muerte al que dice verdad y defiende a víctimas.
Desde su final, queremos terminar ofreciendo una semblanza del Monseñor
defensor del pobre hasta el final, que puede iluminar y ayudar a todos los que
se dedican a esas tareas [15].

Para Monseñor la defensa de las víctimas fue su profesión
pudiéramos decir, en la doble acepción del término: ejercer una ciencia, arte u
oficio, y hacerlo con una inclinación voluntaria y duradera. Pues bien, el
"oficio" de Monseñor fue cuidar a empobrecidos y víctimas, y defenderlos de
opresores y victimarios. Su "instrumental" fue conocimientos bíblicos y
teológicos, y su actividad pastoral y ministerial. Este "instrumenal" le
capacitó para llevar a cabo su "oficio" con eficacia, y sin caer en
burocarcias, y menos en la frialdad y el interés egoísta que puede, y suele,
acompañar al ejercicio de la profesión. Monseñor llevó a cabo su oficio con lo
que podemos llamar devoción en su doble vertiente: veneración ante pobres y
víctimas, y fervor en la entrega. Es la profesión como devoción.

Su defensa de pobres y víctimas fue respuesta a la pregunta
que a todos nos hacen, a la vez, ellos y Dios: "Where you there when they
crucified my Lord?", como cantaban los esclavos negros en el sur de Estados
Unidos. "¿Estaban ustedes allí cuando crucificaron a mi Señor, allí donde hoy
crucifican a los pueblos?" La profesión entonces se convierte en respuesta a
una llamada que no puede ser desoída. Tiene la estructura de vocación. Y es
obediencia a una autoridad que es inapelable, "la autoridad de los que sufren".
En la defensa de pobres y víctimas no se obedece en definitiva a una ley
universal, ni se trata de cumplir con la Carta Magna de las Naciones Unidas y ni siquiera
con la doctrina social de la
Iglesia. 

Bueno es todo ello, pero la defensa de las víctimas vive de
otra savia: escuchar sus clamores, 
interiorizarlos y dejarse afectar por ellos, de modo que no nos dejen en
paz, sino que tengamos que re-accionar, vivir y desvivirnos por ellas. Es el
ejercicio de la misericordia, afectiva y efectiva, consecuente hasta el final,
que puede llevar a entregar la vida en el empeño, lenta o martirialmente. Es la
respuesta a las preguntas de los dos Ignacios, Loyola y Ellacuría: "qué vamos a
hacer para bajarlos de la cruz". Es la profesión como vocación.

Esta profesión exige lucidez profética, lo cual es evidente
ante al mal que hay que erradicar. Monseñor desarrolló esa lucidez ante todo
desde Jesús de Nazaret, y bajo la inspiración de otros profetas, algunos más de
oídas, como don Helder Camara, Leonidas Proaño, don Pablo Evaristo Arns, y
otros más cercanos como Rutilio Grande. Pero hjabía que ejercer la no sólo
contra las idolatrías de afuera, sino contra los males que se pueden
generar  en el ejercicio mismo de la
defensa de los derechos humanos. Ellacuría lo denunció progrmáticamente. "El
problema de los derechos humanos es un problema no sólo complejo, sino ambiguo
pues … propende a ser utilizado ideológicamente al servicio no del hombre y de
sus derechos, sino de los intereses de unos u otros grupos". Esto no debiera
extrañar a priori pues la hybris puede estropear cualquier cosa que hacemos los
humanos. Y la experiencia lo demuestra. En el primer mundo, por ejemplo, se
pueden defender, promover o tolerar, más o menos según los casos, los derechos
individuales, políticos y civiles, pero no se suele anteponer a estos derechos
los derechos más primigenios de las mayorías, de los pueblos pobres, y el
derecho suyo fundamental a lo básico de la vida y de su dignidad. Con
frecuencia Occidente los viola. Otro ejemlo. En la Iglesia se pueden
defender, muchas veces con honradez y eficacia, los derechos de las víctimas de
afuera, pero no se respetan los derechos de mujeres y laicos dentro de ella -y
a veces por falta de libertad, lo cual es otro derecho fundamental. Monseñor
procuró hacerlo. Es la profesión como quehacer profético, hacia fuera y hacia
adentro.

Por último, la utopía. Es experiencia acumulada que quien
defiende a las víctimas no sólo da sino que recibe. No es una verdad
necesariamente filosófica, pero sí es una verdad cristiana, que de lo débil y
pequeño proviene salvación. Y la historia lo confirma: muchos han venido a
salvar a estos pueblos crucificados y se han sentido salvados por ellos, han
venido a defenderlos del egoísmo de otros -los opresores- y han encontrado en
las víctimas una defensa en contra del propio egoísmo. Monseñor Romero lo vio
con claridad y agradeció al pueblo los bienes que le concedió. "El pueblo es
profeta, maestro". "Con él no cuesta ser buen pastor".

Al dar vida a los pobres
y las víctimas, ellos nos dan vida y nos defienden a niveles menos visibles,
pero más profundos: nos defienden de la deshumanización. Y cuando esto ocurre,
cuando los seres humanos nos llevamos mutuamente, cuando los pequeños aportan
algo decisivo a la salvación de todos, entonces "el mundo llega a ser un
hogar". Es la profesión como quehacer utópico.

* * *

En la fachada de la catedral anglicana de Westminster, en
Londres, hay diez imágenes de  mártires
cristianos del siglo XX. Y en el centro están, juntos, Monseñor Romero y Martin
Luther King. Ambos hicieron lo que dijo nuestro campesino. "Dijeron la verdad.
Nos defendieron a nosotros de pobres y de negros. Y por eso los mataron".
Ponerlos en la catedral anglicana fue una canonización cristiana.

Una canonización más laica, y que probablemente no muchos
tomarán en serio, tuvo lugar el año pasado. El Consejo de Derechos Humanos de
Naciones Unidas declaró el 24 de marzo -día en que Monseñor Romero fue
asesinado- el Día internacional por el Derecho a la Verdad concerniente a las
brutales violaciones de los derechos humanos y a la Dignidad de las Víctimas.

De esta forma, cada uno a su manera, han canonizado a
Monseñor la Iglesia
anglicana y Naciones Unidas.

Celebramos y cantemos a Monseñor en festivales. Pero sobre
todo canonicémosle también nosotros, diciendo la verdad y defendiendo a los
pobres y las víctimas hasta el final.

Es lo que nos recordó el campesino. Y es lo que nos pide don
Pedro Casaldáliga: "Nuestra coherencia será la mejor canonización de ‘San
Romero de América, Pastor y Mártir’".

Jon Sobrino

18de marzo, 2011

Notas

[1]  Esto lo doy por
sentado. Véase lo que escribí en "Monseñor Romero", UCA-Editores, San Salvador,
82008

[2]  "Camino que uno es" en Cantares de
la entera libertad, Managua, 1984..

[3]  En esto existe un
incremento vertiginoso al ritmo, también vertiginoso, en que crece la
megaindustria de la diversión: deporte de élite y espectáculos, y todo lo que
lo rodea. Además de su potencial alienante, priva de espacio y tiempo a
noticias de realidades mucho más importantes, genera una escala de valores de
lo que debe ser  tenido en cuenta y por
su naturaleza produce aire contaminado de inanidad que respira el espíritu.

[4]   Se podía
atravesar la ciudad en carro sin perder una palabra de sus homilías,
retransmitidas por la YSAX,
que resonaban en muchos hogares.

[5]    "El pueblo
era", junto con Dios, dijo Ellacuría de forma programática, "un pilar en que se
apoyaba Monseñor". Le "atribuía una capacidad inagotable de encontrar salidas a
las dificultades más graves". Y el pueblo también tenía la virtud de mostrar la
verdad más verdadera.

[6]  Véase lo que
escribí en "Monseñor Romero", pp. 143-146,

[7]   "La Iglesia y las
organizaciones políticas populares", Tercera Carta Pastoral, 6 de agosto de
1978. Y comenta con honda tristeza: "A nuestra gente del campo la está
desuniendo precisamente aquello que la une más profundamente: la misma pobreza,
la misma necesidad de sobrevivir, de poder dar algo a sus hijos, de poder
llevar pan, educación, salud sus hogares".

[8]   "Discurso de
graduación en la
Universidad de Santa Clara", Carta a las Iglesias  22 (1982). 14.

[9]   Son
innumerables. "Esto es el imperio del infierno" (1 de julio, 1979), denuncia. .
"Sobre este pueblo brillará la gloria del Señor" (7 de enero, 1979),  esperanza. . "La gloria de Dios es el pobre
que vive" (2 de febrero, 1980), máxima delicadeza hacia el pobre. "En nombre de
Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el
cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de
Dios: ¡cese la represión!" (23 de marzo, 1980), Dios, víctimas y victimarios,
su misión propia.

[10]   En lo personal
prefiero usar la expresión "el mundo uno". La expresión dice algo que hoy es
muy verdadero. Pero no incluye para nada la equi-distancia que el término
globalización sugiere subliminalmente.

[11]   En la Escritura también se
pone en el origen del mal la arrogancia, el intento de ser como Dios. Aquí nos
fijamos en las acciones visibles de los seres humanos.

[12]  El Nuevo
Testamento lo dice en palabras equivalentes desde la subjetividad: "La codicia
es la raíz de todos los males" (1Tim 6,10).

[13]  Además del
encubrimiento de la verdad los medios añaden el "desviar gravemente al
atención" de lo importante y "descentrar" el interés por conocerlo. Entonces
ocurre un encubrimiento más duradero y quizás más nocivo en épocas de
normalidad. Así, un mundial, el entierro de una celebridad" (y nada digamos
asuntos picarescos de personajes públicos) se convierten en realidades
"comunicadas" a miles de millones, como si el hacerlo fuese humanizante, y como
con derecho "divino" a desplazar a otras "noticias", es decir, a desplazar a la
realidad más real.

[14]   Teóricamente
este sería el lugar para recordar tradiciones filosóficas y teológicas que
relacionan la verdad con la praxis. El énfasis es puesto no tanto en el verum
quia ens, ni en el verum quia factum, sin en el verum quia faciendum de sabor
bíblico y marxista., y también ellacuriano.

[15]   Lo fundamental
de estas refelexiones las desarrollé hace años cuando la UCA concedió un doctorado
honoris causa en Derechos Humanos a Julian Filoschoski.

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