La emergencia nuclear de Japón cuestiona severamente el
desarrollo de la energía atómica en el mundo, pero muy particularmente en
aquellos países considerados de alta sismicidad, como el nuestro. La
instalación de reactores nucleares en Estados Unidos, Europa y un extenso
número de naciones se ha favorecido por los graves efectos del uso de
combustibles derivados del petróleo o del carbón, como de la obtención de
electricidad a partir de las enormes represas que interrumpen el curso natural
de los ríos.
Con seguridad, la contaminación atmosférica sería todavía
mucho peor sin estos reactores nucleares, pero es un hecho de la causa que
desde Chernóbil, en Ucrania, la energía atómica
se constituye en una amenaza latente si es que estás centrales aflojan
sus estándares de seguridad y si no se resuelve cómo eliminar los desechos
tóxicos que producen y que irresponsablemente se depositan al fondo de los
océanos u otros vertederos.
Cuando la estrategia nuclear es fomentada por empresas o
gobiernos interesados en lucrar de esta
actividad es dable esperar que no se adopten las medidas necesarias para evitar
desastres como el de Fukushima. De
hecho, este accidente ha ocurrido en una central de más de 40 años de uso que
estaba próxima a su cierre definitivo. ¿Cuántas otras centrales entre las
centenares instaladas en todo el Planeta podrían colapsar por su antigüedad o
mal mantenimiento?
Los gobiernos de la Concertación
tanto como el actual han recibido presiones diversas para que Chile se
incorpore a la energía nuclear y a esta altura se desplazan horizontalmente en
todo el espectro político quienes son partidarios de esta modalidad energética.
El intenso lobby de países como Francia y Finlandia, además de un conjunto de
empresas interesadas en asociarse con Chile se prodiga en invitaciones al
exterior y dadivosas recepciones hacia
los que probamente se encarguen de tomar resoluciones del caso. El negocio promete ser tan lucrativo que resulta
inevitable que capitales internos y foráneos busquen su oportunidad también en
Chile y golpeen las puertas de nuestra política para conseguir sus propósitos.
El ministro de Minería y otras autoridades han advertido que durante su
administración no se instalarán centrales nucleares, pero es obvio que
emprenden, ya, los pasos para amarrar compromisos a mediano plazo. En este
sentido es que en pocos días más se suscribirá un acuerdo entre nuestro país y
Estados Unidos para adiestrar a profesionales y técnicos en esta actividad, mediante un convenio que
será la antesala de la visita del presidente Obama a Sudamérica. Gira que se
acotará, curiosamente, a nuestro país y a Brasil.
Necesitamos de un análisis
honesto y profundo sobre la conveniencia de incorporarnos o no a la
energía nuclear. Requerimos urgentemente
de un intenso debate de la comunidad científica y, por supuesto, de la
posterior resolución ciudadana que -como en el caso de Alemania- ha obligado a
las autoridades a renunciar a nuevos reactores, cuanto a desmantelar, incluso,
los ya implementados. Es posible que los reactores nucleares resulten
prácticamente inofensivos en otras latitudes, pero dada nuestra sismicidad
habría que pensarlo muy bien antes de aproximarnos a una solución que entraña
inobjetables riesgos, pese a sus reconocidas cualidades.
Chile tiene una geografía que nos insta a recurrir a las más
diversas formas de energía limpia a objeto de liberarnos de las termoeléctricas
y brutal intervención de las represas, sobre todo un megaproyecto tan absurdo
como el de Hidroaysén, que se propone desde la Patagonia llevar
electricidad a las mineras del norte del país, donde abundan posibilidades
menos invasivas. En la necesidad de relacionarnos y resolver juntos con
nuestros vecinos una estrategia energética común, es que debemos mirar hacia el
otro lado de nuestra Cordillera para convenir acuerdos con Argentina y otros
países. A fin de invertir en zonas que, al menos, no tienen la fragilidad de
nuestro angosto país que, como se sabe, mira a un Océano circundado por las
fallas geológicas que producen los devastadores terremotos padecidos en poco
más de un año aquí y en las costas del Asia Oriental.
Debe haber muchos intereses en juego, como que desde el
Estado todavía no se le encargue a las universidades públicas la planificación
de un sólido y seguro devenir energético, que anteponga el interés nacional al
de las empresas y regímenes movidos por la codicia económica o la
irresponsabilidad política.
*Fuente: Radio U de Chile
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