Pa’más remate los viejos pobres, solos y enfermos tendrán que pagar el oro y el moro por remedios
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
13 años atrás 4 min lectura
Al iniciarse el
segundo año de gobierno de Sebastián Piñera los partidos de derecha, con dos
políticos connotados, Andrés Allamand y Evelyn Matthei, intentan dar un golpe
de timón que lleve al Ejecutivo a la concreción de auténticos postulados de la
derecha tradicional neoliberal, es decir, llevar a cabo un plan concreto de
privatizaciones en las sanitarias, el Enap – si fuera posible – en Educación y
en Salud.
Quedó atrás el quinto
gobierno de la
Concertación, el de los gerentes del retail, que sabían mucho
de técnica, pero muy poco de política, No cabe duda de que la derecha
intentará, aprovechándose de la inexistencia de la oposición para imponer su
utopía privatizadora.
Cada día que pasa se van descubriendo las enormes falencias
de las cuales adolecían los últimos gobiernos de la Concertación: en el
Ministerio de Defensa, los militares hacían lo que querían, sin ningún control
por parte de ministros y subsecretarios – el fin del ministro Jaime Ravinet fue
verdaderamente catastrófico-; en Salud ocurría algo parecido, especialmente en
la pésima atención a los pobres y una enorme deuda hospitalaria y nula voluntad
de reformas del sistema hospitalario; en Educación, la Concertación no tuvo
ninguna voluntad de traspasar las escuelas municipales al Ministerio de
Educación – se limitó a pactar con la derecha y celebrar su triunfo en esa
ridícula ceremonia en el Palacio de La Moneda-.
La verdad es que muchos se preguntan por qué tanta
incapacidad y carencia de voluntad de cambio: para algunos fue pura y
simplemente miedo a los militares – especialmente en la primera etapa- o una
verdadera mimesis, en que los antiguos revolucionarios se convirtieron en los
nuevos ricos y, como es lógico, piensan como ellos. La Concertación no es la
nueva cara de la derecha, sino la mismísima derecha.
Para colmo de males, la derrota no sirvió a la Concertación para
nada y siguen actuando de la misma manera, sin caer en cuenta que están en la
oposición: aprueban el llamado royalty minero y, ahora, la ley de Reforma Educacional, que mantiene el
mismo sistema municipal, completamente fracasado y que no permite cambios
substanciales para garantizar la calidad y la equidad en la educación pública
que, a mi modo de ver, al menos debiera visualizar una subvención de $200.000
por alumno en las escuelas más vulnerables, y $150.000 para todas las escuelas
municipales. Gracias a la colusión entre un sector de la Concertación y el
ministro Lavín, vuelve a postergarse la revolución educacional.
Ahora surge el famoso asunto de la Cenabast: nuevamente
queda al desnudo la desidia e incapacidad de los funcionarios de los gobiernos
anteriores: el sistema público de salud, en el caso de la Cenabast estaba
demostrando incapacidad para proveer a los enfermos de los medicamentos
necesarios para tratar sus enfermedades, muchas de ellas crónicas. Nuevamente
la derecha quiera aprovecharse, en su afán privatizador, de estas falencias, para
terminar con el Cenabast y entregar los medicamentos a las farmacias coludidas,
entre cuyos accionistas se encontraba antiguamente el actual primer mandatario.
Según el diputado Juan Luís Castro, esta reforma
consideraría el beneficio de los laboratorios, que tendrían todas las ventajas
para negociar directamente con los hospitales y laboratorios. Los medicamentos
absorben, prácticamente, el doble o el triple de las pensiones de los adultos
mayores que, en los últimos años de su vida tienen que recurrir al
endeudamiento para tratar las patologías crónicas que padecen.
Si alguien le pregunta a un adulto mayor dónde le gustaría
ser atendido, qué duda cabe que elegiría la clínica Las Condes – otrora
dirigida por el actual ministro de Salud-; el engaño de la Reforma que propone el
gobierno consiste en que el Estado esté dispuesto a financiar, per sécula,
estas prestaciones; lo más posible es que al año envía a los pobres a los
hospitales públicos.
Pienso que sería mucho mejor una gran inversión en los
hospitales públicos que permitan que los pobres sean atendidos igual que los
ricos, que ojalá tengan la misma esperanza de vida y un tratamiento digno y, al
menos, en este campo, no sea el dinero el que defina la salud o la enfermedad
de un ciudadano.
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