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La decadencia de la democracia cristiana

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Las Democracias Cristianas, en el período post Segunda
Guerra Mundial, fueron actores principales de la construcción de la unidad
europea; sus líderes Amintore Fanfany, Conrad Adenauer, Julius Andreoti y Aldo
Moro, entre otros eran las figuras de la reconstrucción de la Europa de posguerra –
recuerdo que sus gigantografías presidían todos los actos de masas de la Democracia Cristiana
en Chile-.

En América Latina había dos grandes partidos demócrata
cristianos: el chileno y el venezolano – el COPEI – los líderes de ambos eran
Eduardo Frei Montalva y Rafael Caldera, respectivamente; el primero murió
envenenado por los militares, en la Clínica Santamaría;
el segundo, abandonó su partido, a los 80 años y, como presidente de la
república, entregó la Banda
presidencial a Hugo Chávez Frías, sellando así la  defunción del sistema político venezolano,
que estaba corrompido desde sus cimientos. 

¿Qué resta de esta época de auge de las Democracias
Cristianas en América Latina y en el mundo? Nada, o casi nada: constituyen una
pieza arqueológica, al igual que los partidos liberales y el radicalismo. La Democracia Cristiana
italiana, tan cercana al Vaticano, que se dividía en múltiples fracciones,
desde la derecha a la izquierda, desapareció producto de la corrupción y de la
valentía de los jueces para reprimirla, hoy sólo quedan restos de los poderosos
partidos italianos de otrora: ya no hay demócrata cristianos, ni socialistas,
ni comunistas; todos ellos han formado el Partido Democrático, que ha sido
derrotado por el empresario Berlusconi, una especie de Piñera a la italiana.

El único partido demócrata cristiano que ha resistido la
decadencia y el derrumbe es el alemán que hoy gobierna Ángela Merkel, en
alianza con los liberales.

En América Latina, casi todos los partidos demócrata
cristianos han desaparecido y, el chileno, aunque participa del gobierno,
muestra síntomas de agonía.

Es difícil explicarse la evolución de las democracias
cristianas sin relacionarlas con el catolicismo: en la época de auge, en los
años 60, incluso las democracias cristianas se ubicaban en la retaguardia
respecto a las posiciones de la iglesia católica, en la crítica al capitalismo
y al individualismo liberal. Los papados de Juan XXIII y Paulo VI, las
Encíclicas sociales – publicados por ambos Mater et magistra y Populorum
Progressio-  eran mucho más abiertos al
socialismo y al mundo moderno que los Papas posteriores y los partidos
demócrata cristianos.

A partir de las condenaciones a la teología de la
liberación, promovidas por los cardenales integristas y el Papa Juan Pablo II,
la iglesia hizo un viraje radical: abandonó la opción por los pobres, el
profetismo de la denuncia y el anuncio, y se encerró en una ideología no muy
distinta del Syllabus, fundamentalmente centrada en temas que se refieren a la
vida sexual y reduciendo los valores sólo a ese campo.

Con el triunfo del neoliberalismo, la teología del mercado
vino a reemplazar a la de la liberación – de la iglesia progresista: Cristo fue
entregado a los mercaderes del templo y sólo faltó convertirlo en un broker-
¿Qué sentido tiene el personalismo de E. Mounier en una sociedad donde el
mercado es un dios idolátrico, antropófago, que se come a los ciudadanos y,
sobretodo, a los derrotados del mercado? ¿Puede haber una valoración de la
persona humana cuando se transforman sólo en consumidores? ¿Qué valor pueden
tener las minorías abrahámicas, de las que hablaba J. Maritain, cuando en
estos  Partidos predomina el pragmatismo,
el conformismo, el individualismo y la búsqueda del poder por el poder, sin
sueños, sin proyectos, sin esperanzas, sobretodo para los más desprotegidos?

Es cierto que restan algunos sacerdotes  comprometidos, que aún viven la experiencia
de compartir la suerte de los pobladores – como es el caso de Mariano Puga,
Ronaldo Muñoz, José Aldunate, el fallecido Esteban Gumucio, entre otros tantos,
que viven la verdadera vocación profética y las enseñanzas de Cristo-.
Incluso,  San Alberto Hurtado ha sido
cooptado por los Legionarios de Cristo, convirtiéndolo en un "santurrón" que
nunca criticó a los ricachones de su tiempo. ¿Qué tiene en común este santo
revolucionario con Escrivá de Balaguer, o con San Expedito, que hace milagros
para los millonarios?

Si alguien leyera, por casualidad, las Encíclicas sociales
encontraría que en muchos de estos textos hay elementos de denuncia muy válidos
para el Chile neoliberal, que la Democracia Cristiana
ha gestionado durante estos años de democracia "transaccional"; baste sólo
citar la Encíclica
Rerum Novarum, (1891), cuando León XIII escribe sobre el
salario justo, fuente de la idea del "salario ético" – de nuestros obispos
chilenos-. ¿Cuántos trabajadores chilenos reciben un salario justo, en este
marasmo concertacionista?

Desde fines del gobierno de Eduardo Frei Montalva, la Democracia Cristiana
comenzó a optar por la vía de la eficacia, por las soluciones técnicas, por el
pragmatismo, posponiendo el ideal de la sociedad comunitaria o de la revolución
cristiana, olvidando la frase de Charles Peguy en que expresa que "la
revolución será moral o no será nada". La tarea política perdió su dimensión
ética transformándose en mero juego de poder.

La
Democracia Cristiana dejó de ser un partido ideológico  para transformarse en uno de patronazgo, al
igual que los radicales; de ahí al oportunismo sólo hay un paso. Es cierto que
en la Democracia
Cristiana siempre han existido fracciones, que vienen desde
el "congreso de los peluqueros", en los años 40, incluso, rupturas importantes
en 1969 y 1971, que dieron paso al Mapu y a Izquierda Cristiana; en ambos
casos, abandonaron el Partido tanto senadores, como diputados – en 1969, Rafael
Agustín Gumucio y Alberto Jerez y, en 1971, 9 diputados, encabezados por Luís
Maira -.

Tanto el Mapu, como la Izquierda Cristiana
tuvieron un importante papel en el gobierno de la Unidad Popular, sin
embargo, la votación de ambos Partidos, en las elecciones parlamentarias de
1973, fue bastante magra: el Mapu, un 2% – un diputado, Oscar Guillermo
Carretón – la Izquierda
Cristina, un 1% – un diputado, Luís Maira –

En la actualidad, la Democracia Cristiana
no tiene un cuerpo ideológico, ningún proyecto político – que no sea la
conservación del poder- y prácticamente, ninguna relación con la ciudadanía;
sus dirigentes son tecnócratas y burócratas y no faltan los operadores
políticos, razón por la cual el debate fraccional deja de ser una lucha de
ideas, convirtiéndose en un canibalismo – unos dirigentes se comen a los otros-
. Este fenómeno no es nuevo en la Democracia Cristiana,
donde "duques y condes" se pelean por la posesión de un feudo, que consideran
de su propiedad. Así ocurrió entre Patricio Aylwin y Gabriel Valdés y,
posteriormente, con Eduardo Frei Ruiz-Tagle en disputa con los "príncipes" del
partido que fundara su padre..

En las épocas de esplendor de la Democracia Cristiana,
los dirigentes renunciaban permanentemente a sus cargos pretextando no tener
competencia para la tarea asignada; había sentido de la decencia y del trabajo
en equipo- Bernardo Leighton no dudó ni un segundo al renunciar al Ministerio
del Trabajo cuando don Arturo Alessandri atropelló la libertad de expresión;
Eduardo Frei Montalva hizo lo mismo, con ocasión de la masacre de la Plaza Bulnes-. ¡Qué
distinta era la moral de los "abajistas" de la Falange, a la de los
arribistas de la
Democracia Cristiana actual!

¿Para cuándo estará previsto el funeral de la Democracia Cristiana
chilena? Los partidos políticos demoran mucho más en morir que las personas, a
veces tienen una larga vejez, muy alejados del favor popular; consideremos que
el Partido Demócrata Chileno vivió desde 1889 hasta 1964, en plena corrupción y
traición a los ideales de democracia popular, que le dieron nacimiento. Los
liberales, desde mediados del siglo XIX hasta 1965. Los radicales perviven
hasta hoy. La existencia crepuscular de los partidos políticos es mucho larga
en el tiempo que los períodos de auge.

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