La valiente actuación del presidente de Ecuador, Rafael Correa Delgado, logró desarmar a una insurrección de la oligarquía de ese país, cuyo principal objetivo era tratar de poner fin a la Revolución Ciudadana. Se tiene suficientes experiencias de golpes de Estado, que comienzan con aparentes reivindicaciones económicas, por parte de militares y policías, para camuflar sus verdaderas intenciones. En Chile recuerdo, al menos, tres precedentes: el “ruido de sables”, de 1924; el “tacnazo, durante el gobierno de Frei Motalva; el “tanquetazo, a pocos meses del golpe de Estado, que derrocó al presidente Salvador Allende. Si algo nos enseña la historia es que la oligarquía ensaya un golpe de Estado y, una vez que fracasa, trata de esconder las huellas de su participación para preparar, posteriormente, un nuevo intento.
Pienso que tiene toda la razón el presidente Correa al plantear el Ni perdón ni olvido” y exigir una investigación a fondo sobre el papel de los instigadores y autores de una rebelión que ha costado más de diez muertos y decenas de heridos. La derecha desea la impunidad para, nuevamente, intentar detener a sangre y fuego la Revolución Ciudadana.
Ecuador ha tenido una larga historia de inestabilidad democrática: ocho presidentes de la república en menos de trece años y ninguno de ellos ha terminado su período constitucional – Bucaram (1996-1997); Alarcón 1997-1998); Mahuad 1998-2000); Noboa (2000-2003); Lucio Gutiérrez (2003-2005); Alfredo Palacios (2005-2007). Rafael Correa ha logrado estabilizar el sistema político siendo elegido en 2007 y, posteriormente, en 2009.
El presidente Correa, que él mismo se define como un cristiano de izquierda, es un brillante economista, dotado de enorme poder carismático que ha sabido conquistar a las masas, destrozando el viejo sistema de partidos políticos corruptos que se habían repartido el botín del erario ecuatoriano, mientras el pueblo, en un importante porcentaje indígena, estaba excluido. Entre esta corruptela partidaria se encuentra el Partido Social Cristiano y la Democracia Cristiana.
Rafael Correa, en poco tiempo desde que asumiera la presidencia, ha ganado sucesivos comicios: un 80% aprobó la formación de la Asamblea Constituyente; en las elecciones presidenciales de 2009 Correa obtuvo el 59,9% de los votos contra el 28,2% de Gutiérrez, y el 11,4% del derechista empresario bananero Noboa. En la elección de la Asamblea Nacional, compuesta por 130 diputados, su partido, Movimiento País, logró el 70% de los escaños.
A diferencia de Honduras, donde los sectores golpistas lograron sortear el rechazo internacional, gracias al apoyo de la derecha republicana de Estados Unidos y la inmoral transacción del gobierno de Barack Obama, en una supuesta elección dirigida y controlada por los golpistas, que han provocado que muchos gobiernos, entre ello s el derechista chileno, terminen por reconocer a Porfirio Lobo como presidente legítimo. En Ecuador, afortunadamente, a pocas horas de la insurrección se reunieron, en Buenos Aires, los presidentes de la UNASUR quienes, por unanimidad, condenaron el golpe e, incluso, Perú y Colombia cerraron de inmediato sus fronteras con Ecuador para aislar a los golpistas.
La OEA, mientras tenga a Estados Unidos en su seno, no será otra cosa que el “ministerio de colonias” del imperio; su ineficacia para defender los regímenes democráticos ha sido demostrada en el caso de Honduras. Por lo demás, organismos como el ALBA y UNASUR son mucho más eficientes y oportunos para enfrentar los intentos de la derecha aventurera y golpista contra los gobiernos democráticos.
Personalmente, profeso gran admiración y cercanía ideológica al liderazgo de Rafael Correa Delgado y espero que los ataques hipócritas de muchos sectores de la derecha latinoamericana nunca más logren desestabilizar una “revolución ciudadana”, cuya identificación con el pueblo ecuatoriano ha sido expresada en diversas alternativas, tanto electorales, como de movilización popular.
04/10/10
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