El Bicentenario freak en Piñerolandia
por Rafael Luís Gumucio Rivas (Chile)
14 años atrás 4 min lectura
Los largos, repetitivos e insoportables cuatro días de conmemoración del
Bicentenario fueron la realización del “sueño del pibe” para el
presidente de la república. Se le vio en todos los actos y fue el
personaje principal, sólo le faltó cantar, como tenor, en Rigoletto. El
Bicentenario fue una perfecta concreción de los ideales de un gobierno
de derecha: en todos los que se repetía, hasta la saciedad, la soberana
estulticia de que todos los chilenos “estamos unidos” bajo una misma
bandera, himno y el cóndor y el huemul; para más remate, en la mayoría
de las ceremonias estaban juntos y en fila los cuatro predecesores del
presidente Piñera – una especie de Cuatro Cuartos, o los Huasos
Quincheros o, si usted quiere, Los Jaivas -. Es lógico que las dos
castas que han dominado este país durante el período de la “transacción”
se muestren unidos.
En el Centenario una pequeña oligarquía alojó a las delegaciones
invitadas y juntos se pasearon por todos los actos preparados y, al
“rotaje”, como siempre, le tocó resignarse con las cuecas y la chicha
del entonces Parque Cousiño. Hoy, evidentemente, el espacio social es
más amplio, pero finalmente seguimos con el culto, casi pagano, de las
comilonas pantagruélicas y las borracheras hasta agonizar. Nunca se
había hablado tanto de comida como es estas festividades: Chile parecía
la jauja medieval, con seres hartos de meterle al estómago anticuchos,
empanadas, chancho, cordero, bien mojado en alcohol.
El Bicentenario empezó con la estupidez de juntar las estatuas de
Bernardo O`Higgins y de José Miguel Carrera, récord que sólo puede
ostentar la genialidad de Sebastián Piñera: ¡cómo no va a ser absurdo
reunir, contra su voluntad, al dictador O`Higgins, responsable directo
del fusilamiento de José Miguel Carrera! Sólo una supina ignorancia o
una extrema candidez pueden querer borrar, de una plumada, todas las
luchas y rivalidades que han existido en nuestra historia.
Posteriormente, siguió la fanfarria: una inmensa bandera, izada en la
Plaza de la Constitución; nuevamente discursos piadosos sobre una
supuesta unidad que nunca ha existido y que sólo puede servir para que
unos pocos gocen del poder y, para la mayoría, mierda, mierda. En ese
orden se vivió, como en otras épocas, marchas militares, que recuerdan
la Alemania nazi, terminando con una especie de “desfile naval”,
bastante aburrido y que únicamente sirve para meditar sobre la
repugnante mentalidad militarista que han inculcado a los chilenos
varios historiadores reaccionarios y nacionalistas.
Como se trata de vivir estas conmemoraciones lo más anestesiado posible,
se le ofrece a “la plebe” el pan y circo del espectáculo de luces en La
Moneda y una fiesta, en el Estadio Nacional, cuyo personajes centrales
fueron dos perfectos narcisos: el presidente Piñera y don Francisco –
tiene razón mi hijo Rafael cuando sostiene que don Francisco es el
personaje más representativo de “la chilenidad”, en este período freak.
No faltará quien diga que soy un amargado y que no logro entender el
sentido espiritual de los actos preparados por el gobierno de derecha;
acepto la crítica, pero me permito creer que un Bicentenario debiera
servir para analizar nuestra historia, para comprender las distintas
épocas y desafíos que hemos tenido que enfrentar como colectividad y
prospectar de la mejor forma hacia el futuro. Lamentablemente, igual que
en el Centenario, los medios de comunicación de las castas en el poder
se han limitado a la más sin sentido y boba de las autocomplacencias.
Usted puede leer el Editorial de El Mercurio del 18 de Septiembre de
1910 y el de 2010 y no encontrará ninguna diferencia.
Los Diarios han aprovechado esta fecha para atiborrarnos de datos sobre
el IPC y la inflación durante dos siglos; las calles de Santiago de
antaño, los principales hechos deportivos hasta hoy, y mil informaciones
más, que una persona bien ignorante podría confundir con la historia.
El único análisis que encontré en la Prensa corresponde al historiador
Sergio Villalobos, cuyo conformismo con la historia tradicional es muy
conocido por los estudiosos de la historiográfica, demostrando merecer
su inclusión en el diccionario de “los lugares comunes” del escritor
francés Gustave Flaubert.
La conmemoración del Bicentenario no nos dejó nada importante y valioso y
sólo mostró cómo podría ser el Chile donde las ideas de derecha
lograran apropiarse del imaginario nacional: no quiero ni pensar cuán
monstruoso sería nuestro país de continuar la situación tal cual la veo
hoy.
21/09/10
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