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Porque Piñera no es Pinochet

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1. En esta entrega, quien suscribe, no se referirá a las tendencias
generales del capitalismo en Chile, como la concentración monopólica del
capital; la ampliación precarizada del trabajo; la alienación comandada
por el sobreendeudamiento, los medios de comunicación, la programación
de contenidos escolares obsecuentes con el actual estado de cosas y  la
dirección general de la iglesia católica; la acumulación por despojo
–sin cuya comprensión resulta imposible explicar la tasa de ganancia del
capital, más allá del solo plusvalor devenido de la sobreexplotación
del trabajo-; y de la contradicción esencial resumida en la apropiación
privada a escala superlativa de la producción social de la riqueza y de
la propia naturaleza, como jamás nunca.

Más bien el objetivo de este pobre artículo es determinar por qué
Sebastián Piñera no es Pinochet, ni el gobierno de la derecha en los
marcos de la democracia burguesa –por más estrecha y antipopular que
sea- no es la dictadura militar. Y por qué existen sectores a los que sí
les interesa que lo anterior parezca la realidad.

2. Estratégicamente –y adelante con los lugares comunes- desde  la mitad
de los 70 del siglo pasado el patrón de acumulación capitalista, la
organización del trabajo y el campo de las subjetividades en todas las
clases sociales fue conmovido estructuralmente por un estadio del
capitalismo caracterizado ya no sólo por la destrucción del previo
Estado desarrollista, redistributivo y de relaciones más compensadas
entre capital y trabajo, sino por la apropiación privada de aquello que
suele denominarse propiedad pública y social (industrias, derechos y
recursos naturales). Lo que terminó con Pinochet fue una de las formas
políticas que demandaba el capital para su reproducción en un momento
dado. Los 20 años de Concertación, simplemente, garantizaron de mejor
manera los mismos intereses de clase que la tiranía. De hecho, estimando
que Chile es, por sobre cualquier partida vitivinícola o de harina de
pescado, un paisito exportador de materias primas y en particular, de
cobre, vale recordar que a 1990, las concesiones mineras a privados
correspondían sólo a un 30 % de lo extraído por la gran minería. Al
final del último gobierno de la ex presidenta Bachelet y  candidata de
la Concertación para el 2013, las cifras se habían invertido. Es decir,
un 72 % de la producción del metal rojo y sus ricos minerales adosados
ya estaba en manos privadas, mientras el 28 % era estatal. Es cierto,
durante la larga transición hacia ningún lado de los Ejecutivos
concertacionistas ya no se asesinaba, ni desaparecía ni se torturaba
gente como en el horror de la dictadura. Pero también es cierto, que
durante esos gobiernos, para los dueños de todo, ya no había mucho que
reprimir. La paz social se volvió el orden de las cosas, se
desmantelaron las organizaciones populares, se domesticaron los
rebeldes, y buena parte de los luchadores antifascistas se fueron para
la casa propia o para la casa de La Moneda. Todo lo anterior matizado
por excepciones estadísticas. Y, cómo no, por la extraordinaria revuelta
estudiantil de 2006, y la huelga contundente de los mineros del cobre
subcontratados en 2007.  Sin embargo, no ha habido huelgas generales, ni
conatos de huelgas generales, ni protestas multitudinarias, ni
crecimiento de la izquierda que represente  los intereses históricos de
los siempre vilipendiados, ni un foco guerrillero, ni un “caracazo”, ni
una guerra del agua, ni una crisis catastrófica de la partidocracia, ni
disputas intercapitalistas que den pie a vacíos de poder o inestabilidad
cierta. Salvo franjas del pueblo mapuche que vienen peleando por su
territorio desde cuando el paisito no tenía ni nombre; una cultura
libertaria emergente y multiforme; rémoras de los destacamentos de
inspiración revolucionaria más resueltos; y ahora último, la sorpresiva
–y feliz- aparición de un movimiento espontáneo de sólida sensibilidad
ambientalista. En general, todo ha resultado muy marchoso para los que
mandan. Esto es, para el capital transnacional e imperialista que
subordina al nativo y cuya hegemonía descansa en el capital financiero.
Su naturaleza especulativa se entrama y engorda a costa de los abultados
ahorros de los trabajadores administrados por el sistema previsional de
capitalización individual, la propia industria del cobre, la madera, y
un par de exportaciones folclóricas. Se entiende, cómo no, que la
mundialización capitalista ubica a Chile como exportador neto de
minerales sin elaboración y plataforma de negocios para la subregión.
Agregándose, sobre todo en los últimos tiempos y a propósito de la
última crisis, la exportación no tradicional del programa económico
fundado sobre ajustes estructurales y las líneas matrices –a toda carta y
a gusto del consumidor- de las leyes laborales, el sistema previsional y
de educación y salud privadas que las grandes mayorías chilenas han
tenido la oportunidad de padecer por más de tres décadas. Esta pedagogía
de la expoliación y el despojo más brutal, en rigor, es de origen
anglosajón, pero la experiencia también tiene su valor y no son pocos
los especialistas criollos que hoy asesoran al FMI, al Banco Mundial, a
la OMC y a Estados y gobiernos que desean conocer los detalles de la
aplicación de las fórmulas mencionadas.

3. Ocurre que políticamente -y porque aún no existe movimiento popular-,
en la apariencia de los discursos y las componendas, tanto de la
derecha tradicional, como de la Concertación, como comparten el mismo
proyecto estratégico y sus  distancias son accesorias, le tocó el turno a
Sebastián Piñera. La misma gente se percató que Piñera no era Pinochet,
y, de la que fue a sufragar ese día, el 29 % de los habilitados para
votar, le dio el triunfo pírrico al sujeto, hostigado por Frei Ruiz
Tagle, el peor de todos. El multimillonario es un personaje que quiere
ser mediático, quiere ser populista, quiere ser estadista, quiere que su
alianza política al menos se extienda un turno más, quiere que lo
quieran. Al pobre, como pretende demostrar cierta autonomía populista y
tecnócrata, le han dado sus buenos jalones de pelo desde El Mercurio, La
Tercera y el gremio empresarial (Confederación de la Producción y el
Comercio). ¿Por qué? Porque es relativamente “chúcaro”, llevado a sus
ideas, gerente general, caudillito, nervioso, impulsivo, teledramático, y
rencoroso con parte de la dirección de la UDI –el partido más
derechista, integrista, católico conservador y pinochetista que existe
en el teatro político nacional de los de arriba y de donde viene Joaquín
Lavín, candidato presidencial del sector para el 2013-. Quiso poner
técnicos y no políticos en su gabinete, y lo golpearon por la derecha.
Para paliar las consecuencias del terremoto, quiso subir impuestos, y lo
golpearon por la derecha. Quiso crear una superintendencia de bancos, y
lo golpearon por la derecha. Clausuró la construcción de una
termoeléctrica en un santuario natural debido a protestas
ambientalistas, y lo golpearon por la derecha. ¿Será un marxista tapado
que le dará la espalda a su clase y un buen día, sin aviso, estatizará
las industrias estratégicas, condonará todas las deudas, promoverá el
poder popular, los comandos comunales y lo que va quedando de cordones
fabriles? Como es difícil creer en un paisito tan flaco donde todo se
sabe rápidamente que haya logrado convencer a la oficialidad de las
Fuerzas Armadas, muy pentagonista para aventuras de ese estilo, lo más
probable es que Piñera, de cuando en cuando, le haga una desconocida a
sus hermanos de clase y salga con alguna pachotada de la cual debe
arrepentirse al día siguiente, en portada y a todo color. Por lo demás,
continúa ofreciendo palo y duro al trozo de pueblo que asoma la cabeza,
encarcela mapuche –igual que la Concertación-, reprime estudiantes en
lucha –igual que la Concertación-, continúa precarizando el trabajo y
privatizando los derechos sociales y la naturaleza –igual que la
Concertación-, detiene sin pruebas a los libertarios –igual que la
Concertación- y es, nacional e internacionalmente, un remedo a escala de
Uribe, y ahora de Santos en Colombia.

¿Pero por qué, entonces, la Concertación extendida hasta el PC quiere
mostrarlo como un Pinochet de los nuevos tiempos y a su gobierno como si
fuera la dictadura en versión de baja intensidad, descafeinada? Porque
esa es la única manera –por el momento- que tiene la Concertación de
crear las condiciones subjetivas para derribarlo en las próximas
elecciones presidenciales. Todos contra la derecha, todos contra el
fascismo, dice la Concertación. Todas las perversiones del capitalismo
más cruento que se aplicaron durante los 20 años de Concertación, ahora
implementadas por Piñera, se vuelven horrores apocalípticos.

4. Ese es el juego de los de arriba que, con mano ajena, empleando la
desgracia organizada de los de abajo, busca capitalizar la mal llamada
oposición. El asunto es que si las fuerzas político sociales de los
desheredados, de los trabajadores y los pueblos, por escasas y
desrumbadas que estén (aunque no tanto, ni tan poco), no logran en un
tiempo relativamente breve encumbrarse a estadios superiores de unidad
política y orgánica, es decir, no alcanzan a constituirse disciplinada e
inteligentemente en una alternativa que tercie entre las dos
componendas dominantes, sus esfuerzos dispersos, su alta vocación
solidaria y de lucha, se convertirán en disgusto amplio contra Piñera y
electorado dispuesto para una Bachelet de retórica progresista e
ilusoriamente, más popular y democrática política y económicamente. Toda
vez que 20 años es suficiente en política para saber que intereses
representa la Concertación, sea el nombre que se le ocurra ponerse para
edulcorar el mismo capitalismo.

La independencia política de los intereses históricos de los
trabajadores y las grandes mayorías no es una receta larvada por
soñadores de brújula descompuesta. Es la condición sin la cual, una vez
más, el empeño de tantos puede echar abajo a un derechista de cualquier
tipo, pero con resultados insuficiente para prologar la caminata contra
la tiranía del capital, de los malos gobiernos, de la pésima vida de los
más.

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